¿Estamos aún a tiempo de detener la catástrofe climática? Conversación con Phil Gasper sobre las últimas conclusiones del IPCC (Grupo Internacional de Expertos sobre Cambio Climático)
El último informe del Grupo Internacional de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) es terrible. El New York Times afirmaba en un titular el “grave riesgo de crisis” para 2040. El Washington Post que “nos queda apenas una década para controlar el cambio climático”. ¿Estamos realmente en una situación tan desesperada? ¿Qué significan estos plazos?
Phil Gasper
La situación es ciertamente alarmante, aunque eso es algo que ya sabíamos los últimos treinta años. Pero ahora contamos con modelos más precisos que muestran lo graves que serán las consecuencias del calentamiento global.
Es preciso recordar que el IPCC es un organismo creado por la ONU y compuesto por destacados expertos en cambio climático, pero que solo publica informes aprobados por los gobiernos a los que representa. Así que sus predicciones suelen ser bastante conservadoras. Si miramos retrospectivamente los informes emitidos desde su creación, vemos que han subestimado sistemáticamente la velocidad de calentamiento y la gravedad de sus consecuencias.
Con respecto a esto último, el ritmo del calentamiento, ahora contamos con buenos modelos que nos permiten hacernos una idea bastante precisa. En concreto, ya conocemos la repercusión que tiene seguir lanzando más y más carbono a la atmósfera. Si la física no engaña, esto provocará el aumento de las temperaturas globales a causa del efecto invernadero.
Lo que resulta más difícil de modelar son los llamados “puntos de inflexión” o de “no retorno” y los ciclos de retroalimentación. Al calentarse el mundo, por ejemplo, los casquetes polares comienzan a fundirse. Ya hemos llegado al punto en que el Ártico prácticamente se deshiela durante el verano. Al haber menos hielo, la cantidad de luz solar reflejada que regresa al espacio es menor; es decir, una mayor radiación solar es absorbida por el océano, lo que a su vez acelera la pérdida de hielo, lo que hace que menos radiación se devuelva a la atmósfera, y así sucesivamente.
Otro efecto adicional del aumento del calentamiento global es que el permafrost (la capa del suelo permanentemente helada de las regiones polares) empieza a derretirse, liberando con ello el metano que guarda atrapado en su interior. El metano es un gas de efecto invernadero que tiene un impacto mucho mayor que el dióxido de carbono a corto plazo, aunque se disipa más rápidamente.
Ello provoca otro ciclo de realimentación: mayor cantidad de metano en la atmósfera supone temperaturas más altas, que provocan más perdida de permafrost, que libera más gas a la atmosfera, y así en una continua espiral descendente.
Todo esto quiere decir que el calentamiento puede estarse produciendo más deprisa de lo que predice el IPCC. Pero las predicciones alarmantes del último informe están más relacionadas con las consecuencias del calentamiento.
Cuando se firmó el Acuerdo de Paris sobre el clima en diciembre de 2015, la idea predominante era que resultaba esencial mantener el calentamiento global por debajo de los 2º Celsius en relación con la temperatura del planeta en la época preindustrial. El Acuerdo decía que era preferible mantener el aumento por debajo de 1,5º C, pero el objetivo era que no superara los 2º C.
El nuevo informe muestra que incluso 2º C es demasiado. Si pasamos el grado y medio de incremento, las consecuencias serán devastadoras en términos de aumento del nivel del mar, huracanes más intensos, olas de calor más graves, incendios forestales, sequías e inundaciones causadas por los patrones cambiantes del tiempo, daños a la agricultura, escasez de alimentos, aumento acelerado de pérdida de biodiversidad y extinción de especies, muerte de los arrecifes de coral... y la lista continúa.
Está claro que ya hemos comenzado a percibir los efectos, con solo el aumento de 1º C por encima del nivel preindustrial. Si el calentamiento alcanza los 2ª C, los efectos serán exponencialmente mayores. Si alcanza los 3 o 4 grados, el futuro de la civilización, e incluso de nuestra supervivencia como especie, empieza a cuestionarse.
Si mantenemos el consumo actual de combustibles fósiles –que, aunque parezca mentira, sigue aumentando–, las consecuencias serán catastróficas ya en 2040.
Pero también somos conscientes de que necesitamos abordar el problema, es decir, que tenemos que eliminar por completo los combustibles fósiles antes de mitad del siglo. Si en 2030 no hemos dado ya los pasos necesarios en esa dirección, será demasiado tarde para evitar que el calentamiento supere el límite de 1,5º y, probablemente será mucho mayor.
Esto exigirá enormes cambios en la estructura actual de la economía. El informe declara que “no existe ningún precedente histórico documentado” de lo que va a ocurrir, y no se trata de una afirmación exagerada.
¿Hay alguna posibilidad de que este nuevo informe haga que los gobiernos tomen las medidas drásticas que son necesarias? El último fin de semana, Trump declaró a CBS News que él no sabe si el cambio climático está provocado por la actividad humana (¡y también que cree que el clima volverá a cambiar!).
Trump es un estúpido, al igual que todos los negacionistas climáticos que dirigen su Administración. Pero el problema va más allá de Trump.
El Acuerdo de París sobre el clima–que Trump, por supuesto está pensando en abandonar–, es un compromiso no vinculante. Sus signatarios hicieron promesas sobre la reducción de sus emisiones de gases invernadero, pero no existen mecanismos para obligar a su cumplimiento y, aunque todas sus promesas fueran a cumplirse –y no vamos camino de ello– no serían suficientes para mantener el calentamiento global por debajo de los 2º C.
El problema es que los gobiernos de todos los colores han preferido dar prioridad a los intereses de la industria de los combustibles fósiles.
Hoy se recuerda al anterior presidente, Barack Obama, como lo opuesto a Trump en todos los aspectos, pero cuando estaba en el poder declaró que continuaría con una política energética inclusiva, lo que quiere decir que daría pequeños pasos para estimular el desarrollo de los recursos renovables, como el sol o el viento, pero que mantendría la expansión del fracking y el uso de gas natural y petróleo.
Obama alardeaba de que, bajo su mandato, se habían construido más gasoductos que con ningún otro presidente. Cuando ocupaba la Casa Blanca, Estados Unidos se convirtió en el primer productor de combustibles fósiles del mundo.
El gobierno liberal de Justin Trudeau en Canadá ha seguido una trayectoria similar. El año pasado, Trudeau declaró en una conferencia a la que asistían ejecutivos del petróleo y el gas en Houston que “ningún país que encuentre 173.000 millones de barriles de petróleo en su suelo los dejaría ahí”.
Pero eso es precisamente lo que tenemos que hacer: dejar el petróleo en el subsuelo. Claro, que eso va en contra de los intereses del sector de los combustibles fósiles y de la lógica capitalista en la que está inmerso.
El tamaño de la industria de los combustibles fósiles es alucinante. Cuenta con más capital que cualquier otra industria. Las principales compañías de gas y petróleo obtienen decenas de miles de millones de dólares de beneficio cada año, y el valor conjunto de toda la infraestructura de energía nuclear y combustibles fósiles excede los 15 billones de dólares.
La mayor parte de esta infraestructura tiene todavía decenios de posible vida útil. Pero para resolver la crisis climática necesitamos cerrarla casi inmediatamente e invertir en energía renovable.
Es evidente que las personas que poseen y se benefician del sistema existente no van a dejar que eso ocurra sin luchar con uñas y dientes para evitarlo. Esa es la razón por la que llevan décadas financiando el negacionismo climático, mediante el patrocinio de think tanks y grandes contribuciones económicas a las campañas de políticos de derechas.
Tal y como sabemos ahora, Exxon, Shell y otras de las principales compañías petroleras conocían los riesgos del calentamiento global ya por los años setenta, gracias a sus propias investigaciones, pero lo ocultaron para poder continuar obteniendo beneficios.
Tomando en cuenta la oposición de las instituciones al cambio, ¿hay alguna manera realista de lograr que se produzcan las transformaciones necesarias?
No sé qué probabilidades tenemos. Lo único que sé es que los cambios radicales solo se producen cuando los movimientos de masas los demandan.
Pero tiene que quedar claro que los problemas no son técnicos, sino políticos. Un estudio publicado en 2015 por un grupo de investigadores de Stanford dirigido por Mark Jacobson, concluía que la transición a una energía 100% eólica, solar e hidráulica para todos los usos –electricidad, transporte, calefacción-refrigeración e industria– podría lograrse en Estados Unidos entre 2050 y 2055.
El estudio de Jacobson fue criticado por otro grupo de investigadores, que sin embargo reconocía que las renovables podrían proporcionar el 80% de las necesidades de energía en 2050.
Aunque este último grupo estuviera en lo cierto, dicha cifra sería suficiente, pues el plan de Jacobson se basaba en sustituir la energía actual por otras fuentes renovables, pero esa transición debería complementarse con importantes mejoras en la eficiencia y la conservación.
Pero tenemos que ser conscientes de que el problema no se resolverá si nos mantenemos dentro de los confines del actual sistema económico, basado en maximizar el beneficio. El “capitalismo verde” es un oxímoron, un término intrínsecamente contradictorio.
La reducción de emisiones exigirá la reducción del volumen de la economía global y ello choca con el modo en que las economías capitalistas están organizadas.
La dinámica del capitalismo se basa en la producción para el intercambio, no para el uso. En las economías capitalistas, es una pequeña minoría quien controla los medios de producción con el fin de competir y conseguir beneficios cada vez mayores. El sistema impone a los individuos capitalistas el deseo de acumulación, lo que les lleva a centrarse en las ganancias a corto plazo y a ignorar las consecuencias de la producción a largo plazo, incluyendo las repercusiones para el medio ambiente.
El indicador del éxito del capitalismo es el crecimiento y la acumulación. Si un directivo de cualquier corporación intentar ir contracorriente, será despedido o provocará la quiebra de la compañía. El crecimiento ilimitado forma parte del sistema.
El problema es que el crecimiento ilimitado es imposible en un planeta finito.
El capitalismo ha abierto lo que Marx denominaba una “fractura metabólica” entre las sociedades humanas y el resto de la naturaleza: una disrupción entre los sistemas sociales y los sistemas naturales. Los procesos necesarios para mantener la sociedad capitalista la enfrentan al mundo natural.
En estos momentos, lo que necesitamos es un renacimiento de las protestas masivas a escala global, con el objetivo inmediato de acabar con la producción de combustibles fósiles, sin olvidar a su vez la necesidad de reorganizar por completo el modo en que funciona nuestra economía.
Hoy en día existen cantidad de iniciativas –muchas más que en el pasado– dedicadas a lograr la justicia climática, tales como la paralización de la construcción de gasoductos y las protestas por las centrales de carbón, por nombrar apenas dos. Este tipo de luchas es esencial, no solo por los avances a corto plazo que representan, sino porque contribuyen a la creación de un movimiento destinado a lograr una economía eco-socialista, en la que la sostenibilidad y las necesidades humanas estén por delante de los beneficios corporativos.
En última instancia, la cuestión es si seremos capaces de construir ese movimiento lo suficientemente deprisa.
Hace un siglo, Rosa Luxemburgo afirmó que estamos obligados a escoger entre socialismo o barbarie. Aunque puede que los detalles del capitalismo bárbaro hayan cambiado, estoy convencido de que su dilema sigue estando vigente.
Phil Gasper es el editor de The Communist Manifesto: A Road Map to History's Most Important Document (Haymarket Books, 2005) y miembro del consejo editorial del International Socialist Review (EEUU).
Fuente: https://socialistworker.org/2018/10/16/is-there-still-time-to-stop-climate-catastrophe - Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo - Imagenes: Infobae - El País - aldia.co
Phil Gasper
La situación es ciertamente alarmante, aunque eso es algo que ya sabíamos los últimos treinta años. Pero ahora contamos con modelos más precisos que muestran lo graves que serán las consecuencias del calentamiento global.
Es preciso recordar que el IPCC es un organismo creado por la ONU y compuesto por destacados expertos en cambio climático, pero que solo publica informes aprobados por los gobiernos a los que representa. Así que sus predicciones suelen ser bastante conservadoras. Si miramos retrospectivamente los informes emitidos desde su creación, vemos que han subestimado sistemáticamente la velocidad de calentamiento y la gravedad de sus consecuencias.
Con respecto a esto último, el ritmo del calentamiento, ahora contamos con buenos modelos que nos permiten hacernos una idea bastante precisa. En concreto, ya conocemos la repercusión que tiene seguir lanzando más y más carbono a la atmósfera. Si la física no engaña, esto provocará el aumento de las temperaturas globales a causa del efecto invernadero.
Lo que resulta más difícil de modelar son los llamados “puntos de inflexión” o de “no retorno” y los ciclos de retroalimentación. Al calentarse el mundo, por ejemplo, los casquetes polares comienzan a fundirse. Ya hemos llegado al punto en que el Ártico prácticamente se deshiela durante el verano. Al haber menos hielo, la cantidad de luz solar reflejada que regresa al espacio es menor; es decir, una mayor radiación solar es absorbida por el océano, lo que a su vez acelera la pérdida de hielo, lo que hace que menos radiación se devuelva a la atmósfera, y así sucesivamente.
Otro efecto adicional del aumento del calentamiento global es que el permafrost (la capa del suelo permanentemente helada de las regiones polares) empieza a derretirse, liberando con ello el metano que guarda atrapado en su interior. El metano es un gas de efecto invernadero que tiene un impacto mucho mayor que el dióxido de carbono a corto plazo, aunque se disipa más rápidamente.
Ello provoca otro ciclo de realimentación: mayor cantidad de metano en la atmósfera supone temperaturas más altas, que provocan más perdida de permafrost, que libera más gas a la atmosfera, y así en una continua espiral descendente.
Todo esto quiere decir que el calentamiento puede estarse produciendo más deprisa de lo que predice el IPCC. Pero las predicciones alarmantes del último informe están más relacionadas con las consecuencias del calentamiento.
Cuando se firmó el Acuerdo de Paris sobre el clima en diciembre de 2015, la idea predominante era que resultaba esencial mantener el calentamiento global por debajo de los 2º Celsius en relación con la temperatura del planeta en la época preindustrial. El Acuerdo decía que era preferible mantener el aumento por debajo de 1,5º C, pero el objetivo era que no superara los 2º C.
El nuevo informe muestra que incluso 2º C es demasiado. Si pasamos el grado y medio de incremento, las consecuencias serán devastadoras en términos de aumento del nivel del mar, huracanes más intensos, olas de calor más graves, incendios forestales, sequías e inundaciones causadas por los patrones cambiantes del tiempo, daños a la agricultura, escasez de alimentos, aumento acelerado de pérdida de biodiversidad y extinción de especies, muerte de los arrecifes de coral... y la lista continúa.
Está claro que ya hemos comenzado a percibir los efectos, con solo el aumento de 1º C por encima del nivel preindustrial. Si el calentamiento alcanza los 2ª C, los efectos serán exponencialmente mayores. Si alcanza los 3 o 4 grados, el futuro de la civilización, e incluso de nuestra supervivencia como especie, empieza a cuestionarse.
Si mantenemos el consumo actual de combustibles fósiles –que, aunque parezca mentira, sigue aumentando–, las consecuencias serán catastróficas ya en 2040.
Pero también somos conscientes de que necesitamos abordar el problema, es decir, que tenemos que eliminar por completo los combustibles fósiles antes de mitad del siglo. Si en 2030 no hemos dado ya los pasos necesarios en esa dirección, será demasiado tarde para evitar que el calentamiento supere el límite de 1,5º y, probablemente será mucho mayor.
Esto exigirá enormes cambios en la estructura actual de la economía. El informe declara que “no existe ningún precedente histórico documentado” de lo que va a ocurrir, y no se trata de una afirmación exagerada.
¿Hay alguna posibilidad de que este nuevo informe haga que los gobiernos tomen las medidas drásticas que son necesarias? El último fin de semana, Trump declaró a CBS News que él no sabe si el cambio climático está provocado por la actividad humana (¡y también que cree que el clima volverá a cambiar!).
Trump es un estúpido, al igual que todos los negacionistas climáticos que dirigen su Administración. Pero el problema va más allá de Trump.
El Acuerdo de París sobre el clima–que Trump, por supuesto está pensando en abandonar–, es un compromiso no vinculante. Sus signatarios hicieron promesas sobre la reducción de sus emisiones de gases invernadero, pero no existen mecanismos para obligar a su cumplimiento y, aunque todas sus promesas fueran a cumplirse –y no vamos camino de ello– no serían suficientes para mantener el calentamiento global por debajo de los 2º C.
El problema es que los gobiernos de todos los colores han preferido dar prioridad a los intereses de la industria de los combustibles fósiles.
Hoy se recuerda al anterior presidente, Barack Obama, como lo opuesto a Trump en todos los aspectos, pero cuando estaba en el poder declaró que continuaría con una política energética inclusiva, lo que quiere decir que daría pequeños pasos para estimular el desarrollo de los recursos renovables, como el sol o el viento, pero que mantendría la expansión del fracking y el uso de gas natural y petróleo.
Obama alardeaba de que, bajo su mandato, se habían construido más gasoductos que con ningún otro presidente. Cuando ocupaba la Casa Blanca, Estados Unidos se convirtió en el primer productor de combustibles fósiles del mundo.
El gobierno liberal de Justin Trudeau en Canadá ha seguido una trayectoria similar. El año pasado, Trudeau declaró en una conferencia a la que asistían ejecutivos del petróleo y el gas en Houston que “ningún país que encuentre 173.000 millones de barriles de petróleo en su suelo los dejaría ahí”.
Pero eso es precisamente lo que tenemos que hacer: dejar el petróleo en el subsuelo. Claro, que eso va en contra de los intereses del sector de los combustibles fósiles y de la lógica capitalista en la que está inmerso.
El tamaño de la industria de los combustibles fósiles es alucinante. Cuenta con más capital que cualquier otra industria. Las principales compañías de gas y petróleo obtienen decenas de miles de millones de dólares de beneficio cada año, y el valor conjunto de toda la infraestructura de energía nuclear y combustibles fósiles excede los 15 billones de dólares.
La mayor parte de esta infraestructura tiene todavía decenios de posible vida útil. Pero para resolver la crisis climática necesitamos cerrarla casi inmediatamente e invertir en energía renovable.
Es evidente que las personas que poseen y se benefician del sistema existente no van a dejar que eso ocurra sin luchar con uñas y dientes para evitarlo. Esa es la razón por la que llevan décadas financiando el negacionismo climático, mediante el patrocinio de think tanks y grandes contribuciones económicas a las campañas de políticos de derechas.
Tal y como sabemos ahora, Exxon, Shell y otras de las principales compañías petroleras conocían los riesgos del calentamiento global ya por los años setenta, gracias a sus propias investigaciones, pero lo ocultaron para poder continuar obteniendo beneficios.
Tomando en cuenta la oposición de las instituciones al cambio, ¿hay alguna manera realista de lograr que se produzcan las transformaciones necesarias?
No sé qué probabilidades tenemos. Lo único que sé es que los cambios radicales solo se producen cuando los movimientos de masas los demandan.
Pero tiene que quedar claro que los problemas no son técnicos, sino políticos. Un estudio publicado en 2015 por un grupo de investigadores de Stanford dirigido por Mark Jacobson, concluía que la transición a una energía 100% eólica, solar e hidráulica para todos los usos –electricidad, transporte, calefacción-refrigeración e industria– podría lograrse en Estados Unidos entre 2050 y 2055.
El estudio de Jacobson fue criticado por otro grupo de investigadores, que sin embargo reconocía que las renovables podrían proporcionar el 80% de las necesidades de energía en 2050.
Aunque este último grupo estuviera en lo cierto, dicha cifra sería suficiente, pues el plan de Jacobson se basaba en sustituir la energía actual por otras fuentes renovables, pero esa transición debería complementarse con importantes mejoras en la eficiencia y la conservación.
Pero tenemos que ser conscientes de que el problema no se resolverá si nos mantenemos dentro de los confines del actual sistema económico, basado en maximizar el beneficio. El “capitalismo verde” es un oxímoron, un término intrínsecamente contradictorio.
La reducción de emisiones exigirá la reducción del volumen de la economía global y ello choca con el modo en que las economías capitalistas están organizadas.
La dinámica del capitalismo se basa en la producción para el intercambio, no para el uso. En las economías capitalistas, es una pequeña minoría quien controla los medios de producción con el fin de competir y conseguir beneficios cada vez mayores. El sistema impone a los individuos capitalistas el deseo de acumulación, lo que les lleva a centrarse en las ganancias a corto plazo y a ignorar las consecuencias de la producción a largo plazo, incluyendo las repercusiones para el medio ambiente.
El indicador del éxito del capitalismo es el crecimiento y la acumulación. Si un directivo de cualquier corporación intentar ir contracorriente, será despedido o provocará la quiebra de la compañía. El crecimiento ilimitado forma parte del sistema.
El problema es que el crecimiento ilimitado es imposible en un planeta finito.
El capitalismo ha abierto lo que Marx denominaba una “fractura metabólica” entre las sociedades humanas y el resto de la naturaleza: una disrupción entre los sistemas sociales y los sistemas naturales. Los procesos necesarios para mantener la sociedad capitalista la enfrentan al mundo natural.
En estos momentos, lo que necesitamos es un renacimiento de las protestas masivas a escala global, con el objetivo inmediato de acabar con la producción de combustibles fósiles, sin olvidar a su vez la necesidad de reorganizar por completo el modo en que funciona nuestra economía.
Hoy en día existen cantidad de iniciativas –muchas más que en el pasado– dedicadas a lograr la justicia climática, tales como la paralización de la construcción de gasoductos y las protestas por las centrales de carbón, por nombrar apenas dos. Este tipo de luchas es esencial, no solo por los avances a corto plazo que representan, sino porque contribuyen a la creación de un movimiento destinado a lograr una economía eco-socialista, en la que la sostenibilidad y las necesidades humanas estén por delante de los beneficios corporativos.
En última instancia, la cuestión es si seremos capaces de construir ese movimiento lo suficientemente deprisa.
Hace un siglo, Rosa Luxemburgo afirmó que estamos obligados a escoger entre socialismo o barbarie. Aunque puede que los detalles del capitalismo bárbaro hayan cambiado, estoy convencido de que su dilema sigue estando vigente.
Phil Gasper es el editor de The Communist Manifesto: A Road Map to History's Most Important Document (Haymarket Books, 2005) y miembro del consejo editorial del International Socialist Review (EEUU).
Fuente: https://socialistworker.org/2018/10/16/is-there-still-time-to-stop-climate-catastrophe - Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo - Imagenes: Infobae - El País - aldia.co