En 2049, China será una zona catastrófica climática, no una superpotencia militar
Michael T. Klare
“China ha invertido mucho dinero en nuevas tecnologías, con el propósito declarado de completar la modernización de sus fuerzas armadas de aquí a 2035 y contar con un ejército de primera para 2049”, declaró el secretario de Defensa, Lloyd Austin, en junio. EE UU, aseguró ante el Comité de Fuerzas Armadas del Senado, sigue poseyendo “la mejor fuerza de combate conjunta del mundo”, pero solo si se invierten innumerables miles de millones de dólares adicionales todos los años, añadió, puede este país “adelantarse” a los avances proyectados por China en las próximas décadas.
Sin embargo, el caso es que este razonamiento cojea significativamente. En efecto, tomemos esto como una garantía: para 2049, el ejército chino (o lo que quede de él) estará tan ocupado haciendo frente a un mundo asolado por incendios e inundaciones provocados por el cambio climático ‒que pondrán en peligro la supervivencia misma del país‒ que no será capaz, y mucho menos tendrá la voluntad, de lanzar una guerra contra EE UU o cualquiera de sus aliados.
Claro que es normal que los representantes del ejército de EE UU se centren en los criterios clásicos de evaluación de la potencia militar cuando comentan la amenaza china, inclusive el aumento del gasto militar, la ampliación de la fuerza naval y cosas por el estilo. Estas cifras se proyectan entonces muchos años hacia el futuro hasta llegar a un momento imaginario en que, a la luz de estas extrapolaciones habituales, Pekín podría superar a Washington. No obstante, ninguna de estas evaluaciones tiene en cuenta el efecto del cambio climático en la seguridad de China. En realidad, a medida que aumentan las temperaturas planetarias, este país se verá asolado por las graves consecuencias de la continua emergencia climática y forzado a desplegar todos los instrumentos del Estado, incluido el Ejército de Liberación Popular (ELP), para defender a la nación de inundaciones, hambrunas, sequías, incendios forestales y tormentas de arena cada vez más catastróficas y del aumento del nivel de los océanos.
Es poco probable que China esté sola en esta tesitura. Ya hoy los efectos cada vez más graves de la crisis climática fuerzan a los Estados a destinar fuerzas militares y paramilitares a combatir incendios, prevenir inundaciones, rescatar personas después de una catástrofe, reasentar poblaciones y a veces a asegurar el simple mantenimiento de las funciones básicas del Estado. En efecto, durante este último verano de acontecimientos climáticos extremos, las fuerzas armadas de numerosos países, entre ellos Argelia, Alemania, Grecia, Rusia, Turquía y… EE UU, han tenido que intervenir justamente en tales situaciones, al igual que el ELP.
Y téngase en cuenta que apenas estamos en la antesala de todo esto. De acuerdo con un informe reciente del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (GIECC), los fenómenos climáticos extremos, que ocurrirán con una frecuencia cada vez más terrible, resultarán cada vez más destructivos y devastadores para las sociedades de todo el mundo, que a su vez se asegurarán de que las fuerzas militares de casi todas partes desempeñen un papel creciente a la hora de hacer frente a las catástrofes relacionadas con el clima. “Si aumenta el calentamiento global”, señala el informe, “será más probable que ocurran fenómenos [climáticos extremos] de intensidad, duración y/o extensión geográfica crecientes, sin precedentes en el registro histórico.” En otras palabras, lo que hemos visto en el verano de 2021, por muy devastador que nos parezca ahora, será muchas veces más grave en las próximas décadas. Y China, un país grande con muchas vulnerabilidades climáticas, requerirá más asistencia que la mayoría.
El precedente de Shengshu
Para formarnos una idea de la gravedad de la crisis climática a que se enfrentará China, basta con que veamos lo que ocurrió este verano a causa de la reciente inundación de Shengshu, una ciudad de 6,7 millones de habitantes y capital de la provincia de Henan. Durante un periodo de 72 horas, entre el 20 y el 22 de julio, sobre Shengshu cayó lo que antaño sería la cantidad de lluvia normal de todo un año. El resultado ‒no lo olvidemos al observar el futuro previsible de China‒ fueron avenidas de magnitud nunca vista y, bajo el peso del agua, el colapso de la infraestructura local. Por lo menos 100 personas murieron en la propia Shengshu ‒14 de ellas quedaron atrapadas en un túnel del metro que se inundó hasta el techo‒ y otras 200 en las poblaciones de los alrededores. Junto a los importantes daños causados en puentes, carreteras y túneles, se calcula que la avenida inundó más de un millón de hectáreas de terrenos agrícolas y destruyó numerosos cultivos alimentarios.
En respuesta, el presidente Xi Jinping decretó la movilización a escala estatal para ayudar a las víctimas y proteger infraestructuras vitales. “Xi llamó a los funcionarios y miembros del partido de todos los niveles a responsabilizarse y acudir a primera línea para dirigir los trabajos de control de la avenida”, según CGTN, una cadena de televisión pública. “El Ejército de Liberación Popular y las fuerzas policiales deben coordinar activamente el rescate local y las labores de socorro”, ordenó Xi a altos cargos del Estado.
The ELP respondió con celeridad. Tan pronto como el 21 de julio, según el diario público China Daily, más de 3.000 oficiales, soldados y milicianos del Mando de la Región Centro del ELP se habían desplegado en Shengshu y sus alrededores para colaborar en las tareas de prevención y rescate. Entre la tropa movilizada había una brigada de paracaidistas de la Fuerza Aérea del ELP con la misión de reparar dos peligrosas roturas de una presa en el rio Jialu, en la zona de Kaifeng. De acuerdo con China Daily, la brigada construyó un muro de 1,6 kilómetros de longitud y casi un metro de altura con sacos de arena para reforzar la presa.
A estas unidades se sumaron pronto otras, hasta que finalmente se desplegaron en la provincia de Henan unos 46.000 soldados del ELP y de la policía para participar en las labores de rescate, además de 61.000 miembros de la milicia. Cabe destacar que entre estas tropas había por lo menos varios centenares de miembros de la Fuerza de Misiles del ELP, la rama militar responsable del mantenimiento y lanzamiento de los misiles balísticos intercontinentales, o ICBM, portadores de bombas nucleares.
La catástrofe de Shengshu es significativa en muchos aspectos. Para empezar, fue una prueba de la capacidad del calentamiento global para causar graves daños en una ciudad moderna en muy poco tiempo y sin previo aviso. Al igual que en el caso de la lluvia torrencial devastadora que saturó los ríos en Alemania, Bélgica y los Países Bajos dos semanas antes, la precipitación en Henan vino provocada en parte por la mayor capacidad de una atmósfera más cálida de absorber humedad y permanecer en un lugar descargando toda el agua almacenada en una gigantesca cascada. Estos fenómenos se consideran ahora una consecuencia distintiva del cambio climático, pero casi nunca se puede predecir cuándo y dónde se producirán. Debido a ello, cuando los servicios meteorológicos chinos avisaron que iban a producirse fuertes lluvias en Henan, nadie imaginó su intensidad y no se adoptaron medidas de prevención para evitar sus consecuencias extremas.
Ese acontecimiento puso al descubierto, además, las importantes deficiencias del diseño y la construcción de las numerosas ciudades nuevas de China, que han brotado en los últimos años a raíz del esfuerzo del Partido Comunista Chino (PCC) por reubicar a la mano de obra rural empobrecida en metrópolis modernas y altamente industrializadas. Estos centros urbanos ‒el país cuenta actualmente con 91 ciudades de más de un millón de habitantes‒ suelen ser vastas aglomeraciones de carreteras, fábricas, centros comerciales, edificios de oficinas y altos bloques de pisos. Durante su construcción, gran parte del terreno original se cubre con asfalto y cemento. Así, cuando se producen fuertes precipitaciones, quedan pocas rieras y arroyos para drenar el agua, que debido a ello penetra en túneles, pasos subterráneos o carreteras semisubterráneas y a menudo los inunda, con la consiguiente amenaza devastadora para la vida humana.
Las inundaciones de Henan también revelaron otra amenaza relacionada con el clima para la seguridad futura de China: la vulnerabilidad de muchas de las presas y pantanos del país en caso de fuertes lluvias y el desbordamiento de ríos. Las zonas bajas del este de China, donde se concentra la mayoría de la población, siempre han conocido avenidas y la historia cuenta cómo una dinastía tras otra ‒siendo la más reciente la del PCC‒ han tenido que construir presas y diques para controlar los sistemas fluviales. Muchas de estas construcciones no se han mantenido debidamente y nunca se concibieron para esta clase de fenómenos extremos que ahora estamos viendo. Durante las inundaciones de Henan en julio, por ejemplo, el pantano de Changsuang, cercano a Shengshu, alcanzó niveles peligrosos y estuvo a punto de colapsar, lo que habría causado una segunda catástrofe en la ciudad. De hecho, en los alrededores se rompieron otras presas, dañando numerosos cultivos.
El peligroso futuro climático de China
La catástrofe de Shengshu no fue más que un incidente singular que atrajo la atención de la dirección china durante un periodo relativamente corto, pero también fue un presagio inconfundible de lo que le espera al país ‒que actualmente es el mayor emisor de gases de efecto invernadero‒ con creciente frecuencia a medida que aumenten las temperaturas globales. Será particularmente vulnerable a los efectos más graves del cambio climático. Esto llevará a su vez a que el gobierno central tenga que dedicar recursos del Estado a una escala todavía inimaginable, una y otra vez, a intervenciones de emergencia como las que se vieron en Shengshu, hasta que se conviertan en una serie de sucesos sin solución de continuidad que no darán tregua.
En las décadas que vienen, todos los países, por supuesto, se verán asolados por los efectos extremos del calentamiento global, pero China corre un riesgo particular a causa de su geografía y su topografía. Muchas de sus ciudades más grandes y zonas industriales más productivas, como por ejemplo Cantón, Shanghái, Shenzhén y Tianyín, se hallan en zonas bajas a lo largo de la costa del océano Pacífico, por lo que se verán expuestas a tifones y avenidas cada vez más graves y al ascenso del nivel del mar. De acuerdo con un informe del Banco Mundial de 2013, de todas las ciudades del planeta, Cantón, situada en el delta del río de las Perlas, es la más expuesta a los efectos, en términos económicos, del ascenso del nivel del mar y de las inundaciones asociadas; su vecina Shenzhén figura en el décimo lugar de la lista.
Los riesgos climáticos especiales de China aparecen destacados en el nuevo informe del GIECC, Climate Change 2021. Veamos algunos de sus hallazgos más preocupantes:
* La subida del nivel del mar en las costas chinas se produce a un ritmo más rápido que la media mundial, con la consiguiente pérdida de espacios costeros y retroceso del litoral.
* El número de tifones cada vez más potentes y destructivos sobre China aumentará inexorablemente.
* Las precipitaciones intensas y las consiguientes avenidas serán más frecuentes y extensas.
* Las sequías prolongadas serán más frecuentes, especialmente en el norte y el oeste de China.
* Las olas de calor extremo serán más frecuentes y persistirán durante periodos más prolongados.
Estas realidades amenazadoras darán lugar a fuertes inundaciones urbanas, amplias avenidas costeras, colapsos de presas e infraestructuras, incendios forestales cada vez más graves, pérdidas catastróficas de cultivos y la creciente posibilidad de extensas hambrunas. Todo esto, a su vez, podría provocar disturbios sociales, crisis económicas, desplazamientos incontrolados de población e incluso conflictos entre regiones (sobre todo si se desvía el agua y otros recursos de una zona a otra del país por razones políticas). Todo esto pondrá a prueba la capacidad de respuesta y estabilidad del gobierno central en Pekín.
Afrontar la creciente furia del calentamiento global
La gente en EE UU solemos dar por hecho que los líderes chinos dedican todo su tiempo a pensar en cómo alcanzar y superar a EE UU como principal superpotencia mundial. En realidad, la máxima prioridad del PCC no es otra que mantenerse en el poder, lo que en el último cuarto de siglo ha significado asegurar año tras año un crecimiento económico suficiente para conservar la lealtad (o por lo menos la aceptación) de la mayoría de la población. Cualquier cosa que pudiera amenazar el crecimiento o poner en peligro del bienestar de la clase media urbana, como por ejemplo las catástrofes climáticas, la consideran una amenaza vital para la supervivencia del PCC.
Esto se vio claramente en el caso de Shengshu. Inmediatamente después de la inundación, algunos periodistas extranjeros informaron de que había habitantes que comenzaban a criticar a funcionarios del gobierno local por no avisar a tiempo de la catástrofe inminente y no adoptar las medidas de prevención necesarias. El aparato de censura del PCC silenció rápidamente esas voces, mientras que agentes de los medios progubernamentales reprendieron a los periodistas extranjeros por difundir dichas quejas. Asimismo, las agencias de noticias oficiales ensalzaron al presidente Xi por asumir personalmente el mando del esfuerzo de rescate y por ordenar la respuesta de todo el Estado, incluido el despliegue de tropas del ELP.
De todos modos, el hecho de que Xi considerara necesario intervenir personalmente es todo un mensaje. Ante la certeza de que las catástrofes urbanas serán más frecuentes, perjudicando a habitantes de clase media que saben cómo influir en los medios, la dirección política del país cree que debe hacer gala de vigor y disponibilidad de recursos, so pena de perder su aura de competencia y por tanto su mandato para gobernar. En otras palabras, cada vez que China sufre una catástrofe de esta índole, el gobierno central se mostrará dispuesto a asumir el liderazgo de las labores de rescate y enviar al ELP para supervisarlas.No cabe duda de que la dirección del ELP es plenamente consciente de las amenazas climáticas que pesan sobre la seguridad del país y del papel cada vez más importante que tendrán que desempeñar las fuerzas armadas en hacerles frente. Sin embargo, la edición más reciente del Libro Blanco de la Defensa, publicado en 2019, ni siquiera menciona el cambio climático como una amenaza para la seguridad del país. Como tampoco, por cierto, el equivalente más cercano de EE UU, la Estrategia Nacional de Defensa del Pentágono, de 2018, pese al hecho de que altos mandos de aquí eran muy conscientes e incluso estaban obsesionados con estos crecientes peligros.
Habiendo tenido que lanzar operaciones de emergencia en respuesta a una serie de huracanes cada vez más destructivos en los últimos años, los mandos militares estadounidenses se han familiarizado directamente con los efectos potencialmente devastadores del calentamiento global en este país. Los enormes incendios forestales que todavía siguen activos en el oeste de EE UU han reforzado esta idea. Al igual que sus homólogos chinos, reconocen que las fuerzas armadas se verán obligadas a asumir cada vez más el protagonismo en la defensa del país, no de misiles enemigos u otras fuerzas, sino de la furia creciente de los efectos del calentamiento global.
Actualmente, el departamento de Defensa está elaborando una nueva edición de la Estrategia de Defensa Nacional, en la que esta vez se reconocerá oficialmente el cambio climático como una amenaza importante para la seguridad de EE UU. En una orden ejecutiva firmada el 27 de enero, en su primera jornada completa como presidente, Joe Biden ordenó al secretario de Defensa que “tenga en cuenta los riesgos del cambio climático” en esa nueva edición.
Que nadie dude de que la dirección militar china hará traducir de inmediato la nueva versión de la Estrategia de Defensa Nacional tan pronto como se publique, probablemente este mismo año. Después de todo, buena parte de la misma se centrará en las medidas de los militares estadounidenses encaminadas a contrarrestar el ascenso de China en Asia en que han insistido tanto la presidencia de Trump como la de Biden. Pero será interesante ver qué harán con el lenguaje sobre el cambio climático y si comienza a aparecer un lenguaje similar en los documentos militares chinos.
Este es mi sueño: que los dirigentes militares estadounidenses y chinos ‒comprometidos, al fin y al cabo, a defender a los dos principales generadores de gases de efecto invernadero‒ reconozcan conjuntamente el carácter preponderante de la amenaza climática para la seguridad nacional e internacional y anuncien medidas comunes para mitigarla mediante avances en la tecnología energética, de transporte y de materiales. Sin embargo, sea como fuere, podemos estar seguras y seguros de que, como deja muy claro el propio término, el viejo formato de la guerra fría en política militar ya no se sostiene, no en un planeta tan sobrecalentado. Por eso, lo previsible es que en 2049 las tropas chinas dedicarán mucho más tiempo a llenar sacos de arena para defender las costas del país frente al aumento del nivel del mar que a manejar armamento para combatir al ejército estadounidense.
https://tomdispatch.com/china-2049/ - Fuente: https://vientosur.info/en-2049-china-sera-una-zona-catastrofica-climatica-no-una-superpotencia-militar/ - Traducción: viento sur