Solastalgia: De la ecoansiedad a la acción

La devastación ambiental no solo se trata de crisis hídrica, extinción de especies o del aire contaminado, pues también es un asunto de salud mental. Así lo demuestran la ecoansiedad, solastalgia o ecodepresión, que se refieren al sufrimiento causado por el deterioro del planeta y por la sobreexposición a informaciones catastróficas. Aunque estos trastornos no han sido reconocidos aún por los manuales de clasificación diagnóstica, irían en aumento en el mundo. El miedo puede tener un efecto paralizante ante la creencia de que “todo está perdido”, a lo que se suma el alto grado de desinformación sobre lo que podemos hacer. La buena noticia es que todavía hay oportunidades para avanzar en la adaptación, mitigación y resiliencia de la sociedad. Para eso es clave ir más allá de las emisiones por combustibles fósiles, incorporando de lleno a  la naturaleza y la justicia socioambiental.

Artículo por Paula Diaz Levi

Su vida era la tierra, el mar y el hielo. Durante milenios, los gélidos paisajes del Ártico sostuvieron la existencia de pueblos como el inuit y sami, hasta que los fenómenos acaecidos en este mundo – como amargo fruto cosechado por nuestra especie – comenzaron a transformar y derretir no solo los ecosistemas donde habitaban, sino también sus tradiciones, culturas e identidades. Los impactos del cambio climático calaron tan hondo en ellos, que detonaron una serie de problemas en aspectos esenciales, aunque a veces omitidos, como es la salud mental.
Lo que pasó con los inuit y sami está lejos de ser un hecho aislado, pues iría en sostenido aumento en un mundo inmerso en múltiples crisis. Se trata de la ecoansiedad, solastalgia, ecodepresión, entre otros términos, que se refieren a la ansiedad, miedo o sufrimiento por el deterioro del medio ambiente en el que vivimos.

Pueblo sami. WikiImages en Pixabay

“El término de ecoansiedad es relativamente nuevo en la historia de la psicología. Se empezó a estudiar en zonas extremas, como el norte de Canadá, donde el cambio climático comenzó a generar alteraciones más permanentes en el ecosistema, y en las condiciones de vida de pueblos originarios que habitaban allí. Esas alteraciones derivaron en indicadores de salud mental bien dramáticos, sobre todo en el caso de los inuits, con tasas de depresión, crisis de ansiedad y angustia. También muchos casos de suicidio. Los cambios en el entorno produjeron alteraciones en sus sistemas de vida. Ya no podían cazar las especies de antes porque se fueron a otro lado, o las tradiciones no se podían seguir haciendo porque el hielo no era de las mismas características. A eso se le comenzó a llamar ecoansiedad o ecodepresión”, relata Rodolfo Sapiains, investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, psicólogo de la Universidad de Chile y PhD en Factores Psicológicos en Gestión Ambiental.
De hecho, este problema volvió a la palestra luego de que se conociera el último reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el cual advirtió que este fenómeno se está intensificando de manera irreversible, con avances o impactos más extensos, rápidos y sin precedentes. Como es de esperarse, se encendieron nuevamente las alarmas y la preocupación aumentó.
Para ser más precisos, “la ecoansiedad en lo global tiene una amplia heterogeneidad de signos y síntomas, que van desde respuestas fisiológicas, cognitivas, emocionales, conductuales y sociales”, detalla el Dr. Eduardo Sandoval Obando, investigador adscrito al Instituto Iberoamericano de Desarrollo Sostenible de la Universidad Autónoma de Chile. El también psicólogo agrega que “normalmente pueden ser diagnosticados bajo otros cuadros, como trastornos de ansiedad, crisis de pánico, reacciones de estrés agudo, trastornos de adaptación, entonces es más difícil determinar que la sintomatología que reporta un individuo puede estar directamente relacionada con las consecuencias del cambio climático”.
Esto explica en parte por qué la ecoansiedad o solastalgia todavía no han sido reconocidas por los manuales de clasificación diagnóstica, tales como DSM-5 y CIE-11. Eso no quita que existan investigaciones e instituciones como la Asociación Americana de Psicología, las cuales señalan que existe evidencia de que algunas personas se ven profundamente afectadas por sentimientos de pérdida, impotencia y frustración al sentir que son incapaces de marcar la diferencia para detener el cambio climático. El siempre desolador “es demasiado tarde”.
De hecho, cada vez se acumulan más antecedentes al respecto. Por nombrar solo algunos, un reporte del Programa de Yale sobre Comunicación del Cambio Climático reveló en 2018 que el 70% de los estadounidenses se sentían “preocupados” y un 59% “indefenso” ante la intensificación de este fenómeno.
Latinoamérica no se queda atrás, pues la Encuesta Internacional de Cambio Climático 2019, elaborada por StatKnows y (CR)2, arrojó que el 89% de los consultados manifestó estar “muy” o “bastante preocupado” por este problema, en especial las mujeres. Incluso, varios aseguraron que esta crisis empeorará la pobreza y la desigualdad. 

En cuanto a la ecoansiedad, se observa una mayor predisposición de sintomatología en la adultez emergente, es decir, en individuos cuyas edades oscilan entre los 20 y 35 años, “que de alguna manera son generaciones que están mucho más informadas y conscientes sobre lo que está ocurriendo en el planeta, que se comunican a través de las redes sociales, que establecen comunidades virtuales y se implican en causas relacionadas con la protección del medio ambiente”, puntualiza Sandoval.
Además, preocupan las condiciones en las que se está dejando el planeta para las generaciones más jóvenes. Esto ha inspirado distintas iniciativas, como la campaña internacional #MiPlanetaMisDerechos, cuyo fin es que Naciones Unidas reconozca el derecho de niños, niñas y jóvenes a vivir en un ambiente sano y libre de contaminación.
“La crisis climática se manifiesta en la demanda de respuesta a situaciones reales como la falta de agua y la contaminación en las zonas de sacrificio. Ahí las niñeces y adolescencia visualizan el impacto en sus territorios en situaciones concretas, por los efectos dados por las industrias, el monocultivo, el extractivismo y las hidroeléctricas que impactan en concreto en su salud, en la falta de agua y otros. Todo ello conlleva a que el impacto en el ecosistema se relacionará directamente en sus relaciones cotidianas y vitales al interior de sus familias, en los barrios y pasajes, e incluso entre ellos mismos”, señala David Órdenes, director ejecutivo de la Corporación La Caleta que trabaja por la promoción y defensa de los derechos de la niñez y adolescencia.
Tal como se desprende de lo anterior, el escenario ambiental está lejos de ser simple. Por lo mismo, el primer paso para hacernos cargo de la ecoansiedad es entender el problema en su gran complejidad.
Primera clave: mirar más allá de los combustibles fósiles
En la misma encuesta realizada por StatKnows y (CR)2, la crisis climática fue percibida como el principal problema ambiental que afecta a la población mayor de 18 años de América Latina.
Pese a antecedentes como el anterior, un informe de IPSOS, publicado en abril de 2021, sostiene que existe un amplio desconocimiento de los ciudadanos sobre las medidas más eficaces para adaptarse y mitigar la crisis climática. Luego de ser consultados sobre los principales hábitos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el reciclaje fue la opción más elegida, seguida de la compra de energía proveniente de fuentes renovables y la sustitución de un vehículo diésel por uno eléctrico o híbrido. Aunque el documento advierte que todas estas medidas reducen ciertos impactos, ninguna se encuentra entre las más efectivas. Al respecto, Sapiains describe que a veces la gente “toma una acción y la usa como bandera de lucha, y tranquiliza su conciencia haciendo eso. En general, lo que yo hago es lo más fácil, y lamentablemente, lo más simple es lo que suele tener menos impacto. El reciclaje, en términos de reducción de emisiones, según ese informe que tú citas, efectivamente no es tan relevante para el cambio climático. Es mucho más importante el ahorro de energía, ocupar mucho menos el auto, ser responsable con el agua, todo este tipo de prácticas asociadas a los recursos hídricos y energéticos son mucho más importantes. O apoyar políticas para proteger los bosques o ecosistemas que absorben CO2, proteger el mar y regular la pesca industrial, etc. El tema es que el reciclaje sí es super importante para otros problemas”.
Sin embargo, la hecatombe ambiental no se resuelve con un checklist de acciones puntuales, ya que se trata más bien de una transformación profunda y sistémica, lo que nos lleva al siguiente punto.
Muchas veces se pone un sobre-énfasis en la crisis climática y en las emisiones de gases de efecto invernadero por combustibles fósiles, omitiendo otros problemas ambientales mayores o igual de importantes, como la pérdida de biodiversidad. Todos ellos forman parte del cambio global y actúan en sinergia, es decir, al combinarse se agravan entre sí, incrementando aún más la devastación del entorno.
Para ponerlo de otra forma: cuando talas el bosque o matorral nativo, no solo estás propiciando la pérdida de biodiversidad (por ejemplo, de especies), sino que alteras procesos como el ciclo del agua o el reciclaje de nutrientes de los suelos, y de paso liberas a la atmósfera el dióxido de carbono que era almacenado por estos ecosistemas.
Esta falta de comprensión también se refleja en políticas públicas que fomentan, por ejemplo, alternativas para prescindir de los combustibles fósiles, pero que de igual forma implican la degradación de ecosistemas sensibles o escasos. Así ocurre con casos como la electromovilidad que ha catapultado la producción de litio, en desmedro de humedales tan frágiles como los salares altoandinos del desierto de Atacama.
Otro ejemplo es “cuando se sostiene que la industria forestal es fundamental para mitigar emisiones, consideremos el consumo de agua que la industria significa en un escenario de megasequía, la erosión del suelo tras cada cosecha forestal y el riesgo de incendios que la acompañan. O cuando se sostiene que la minería es la llave maestra para resolver el cambio climático, hablemos de destrucción de los acuíferos, de contaminación, de consumo de agua, de tranques de relave y de enfermedades asociadas a la minería. Contemos toda la historia”, asegura Fernanda Salinas Urzúa, Doctora en Ecología y profesora de Sostenibilidad en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile.

Precisamente, un aspecto ineludible en este escenario es la justicia socioambiental. Uno de los cuestionamientos que se han alzado en este contexto es que, en ocasiones, se deposita la mayor “culpa” en la ciudadanía, cuando hay grupos hegemónicos (con poder económico o político), industrias o países ricos (como los del hemisferio norte) que tendrían la mayor cuota de responsabilidad en la emisión de gases de efecto invernadero, así como en el deterioro ambiental, por la pérdida de ecosistemas.
Aunque este último punto siempre genera acalorados debates, existe evidencia de sobra respecto al alto impacto ambiental no solo de grandes industrias, sino también de países ricos e incluso de personas con mayores ingresos. Estas últimas, según algunas estimaciones, consumen alrededor de 20 veces más energía que el resto, independiente de donde vivan. Esto podría duplicarse para 2050, como sugiere un estudio que fue ejecutado en 86 países y publicado en Nature Energy.
“Las responsabilidades ante la crisis climática y ecológica son profundamente diferenciadas. No toda la humanidad es responsable de esta crisis. Yo creo que la ciudadanía en Chile, tal vez antes apática y sometida, ya no está, o está cada vez menos dispuesta a aceptar la destrucción de los ecosistemas naturales del país. Y no tenemos que estar dispuestos, muy por el contrario, yo creo que nos tenemos que rebelar ante la destrucción de los ecosistemas naturales, las enfermedades causadas a las personas por la contaminación y tomar acciones”, señala Salinas.
Aun así, el investigador del (CR)2 puntualiza que “el cambio climático es un problema que se aborda en distintos niveles de la sociedad, entonces, no sacamos nada que grandes países contaminantes y las grandes industrias hacen su parte, y la ciudadanía no hace la suya. Aquí es indispensable que los países más contaminantes aceleren el ritmo de reducción de emisiones, se han logrado avances impresionantes en ese sentido. Era inimaginable hace 20 años atrás que íbamos a cambiar la matriz energética a nivel mundial, pero necesitamos que sea más rápido”.
En ese sentido, Chile aporta con alrededor del 0,25% de las emisiones a nivel mundial, aunque si lo miramos en detalle, las y los chilenos generan más emisiones per cápita que otros países de la región, como México y Brasil. Además, esta angosta franja de tierra cumple con siete de los nueve criterios de vulnerabilidad ante este fenómeno, según Naciones Unidas. O sea, estamos muy expuestos a sus efectos. “Uno puede decir ‘da lo mismo lo que hagamos’, pero no da lo mismo”, retruca Sapiains, quien agrega que “aunque diera lo mismo, el problema nos va a afectar igual. Por eso necesitamos transformar la forma en como nos relacionamos con el medioambiente”.

Ecoansiosos a la acción
Cuando se comunican las consecuencias de la crisis ambiental pero no las soluciones, el miedo puede desencadenar la paralización de la ciudadanía, ante la percepción de que todo está perdido. Sin embargo, todavía podemos actuar a favor del planeta, y podríamos aventurarnos a decir que la ansiedad per se no siempre es “mala”, ya que puede servir de aliciente para estos tiempos inciertos.
En esa línea, Sandoval destaca que “la ecoansiedad no solo está relacionada con emociones difíciles, con culpa, ira o desesperación, sino que además se puede relacionar con una activación por parte de las personas para involucrarse en causas que permitan la protección del medio ambiente. Y eso permite que ciertos colectivos y ciertas personas, y como lo hemos visto mayormente, gente joven, se impliquen en acciones, tareas y organizaciones que tengan como fin y propósito el cuidado del medioambiente”.
Por ello, una de las recomendaciones que entregan los profesionales de la salud mental es generar redes de contacto, apoyo y colaboración con personas que tengan las mismas preocupaciones y motivaciones respecto al medioambiente. Esto se traduce, por ejemplo, en participar de actividades como huertas comunitarias, limpieza de playas o humedales, tenencia responsable de animales de compañía, entre otras que cuiden el entorno y hagan sentir a los individuos como parte de una causa mayor.
También es fundamental preocuparse no solo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (disminuyendo nuestro consumo energético), sino también promover soluciones basadas en la naturaleza, partiendo por la conservación y recuperación de ecosistemas nativos (como bosques, matorrales y humedales) que son claves para almacenar carbono y, a su vez, para mantener otros procesos y ciclos fundamentales para la vida en el planeta.
Los conocimientos provenientes de la ciencia, junto con los saberes de comunidades locales o pueblos originarios, son grandes aliados para avanzar en esa senda.
Con el mismo fin, Salinas asegura que “para construir en Chile una sociedad resiliente, y que vea la naturaleza en su complejidad, es necesario que la sociedad efectivamente conozca la naturaleza en su complejidad. Y eso se puede lograr de varias maneras”.  Una de ellas consiste en pasar tiempo en ella y hacernos parte de los sistemas ecológicos, aprendiendo distintas labores, como cultivar alimentos en una huerta agroecológica. Así no solo produciremos nuestra propia comida, sino que también seremos testigos de las interacciones entre especies y sus roles.

La coexistencia con el resto de la naturaleza – por ejemplo, con la flora y fauna silvestre – también es fundamental. “Se requiere también una mayor cercanía con las especies con las que compartimos el territorio. Y como casi un 90% de la población nacional habita en ciudades, una forma de generar mayor conocimiento con las especies nativas, es reincorporándolas a las ciudades”, agrega la ecóloga.
Otra tarea imprescindible es fomentar la educación ambiental de acuerdo con los territorios, preparándonos para la adaptación, mitigación y resiliencia desde temprana edad. Para ello, Órdenes apuesta por acciones inspiradas en el buen vivir “que acerquen la vivencia concreta de derechos: espacios de recreación y el juego como un derecho; el reconocimiento y la promoción de la organización de los niños, y niñas; la formación e información sobre lo que está pasando con el cambio climático y las acciones cotidianas que se tienen que hacer desde ellos y ellas. El rol de los municipios como garantes de derechos relacionado con los territorios mediante procesos de desarrollo cultural; mejoramiento de las escuelas con una educación para la vida y de respeto a la madre naturaleza”.
El portavoz de La Caleta acota que “ello implica un cambio estructural de relaciones de poder desde un adultocentrismo, hacia una relación respetuosa, intergeneracional y de apertura a la participación de los niños, niñas y jóvenes en todo lo que implica el cambio climático en sus vidas y en sus comunidades”.
Paralelo a ello, es apremiante transitar hacia otros modelos de vida y economías alternativas, evitando de paso conductas como el consumismo, el cual implica de forma inevitable la emisión de gases de efecto invernadero y/o la degradación de la naturaleza.
Sapiains señala que “mientras más personas tienen capacidad de comprar cosas de forma compulsiva, que se producen con combustibles fósiles y que tienen un impacto ambiental enorme, el problema va a seguir creciendo. Lo más importante es cómo incorporamos el medioambiente en nuestra toma de decisiones cotidiana, cuando voy a comprar algo, está el medioambiente presente en el momento de elegir. Y no estoy hablando solo de comprar productos orgánicos o veganos, estoy respetando a que se eliminen las bolsas plásticas, comprando cosas que se producen en Chile versus uno que se produce al otro lado del mundo. Estoy diciendo cosas de las que ahora hay leyes, necesitamos que esas leyes se apliquen y que ayuden a inducir un cambio cultural”.

En efecto, depositar la atención en las instituciones y tomadores de decisiones para que tengan una agenda ambiental clara, explícita y ambiciosa es otra recomendación de los entrevistados. De partida, llaman a ejercer el derecho a voto por candidatos/as que tengan compromisos reales en esta materia; exigir a las autoridades políticas y técnicas del Estado que cumplan o mejoren su trabajo; y seguir lo que sucede en el Parlamento.
Todos coinciden también en la oportunidad histórica de la Convención Constitucional, ya que se espera que “el tema ambiental y de cambio climático quede instalado de forma profunda en la nueva Constitución, para que tengamos reglas del juego que eviten lo que ha ocurrido históricamente en Latinoamérica, donde el extractivismo es la base de la economía, con todo el impacto social y ambiental que eso ha generado”, puntualiza Sapiains.
Mientras tanto, Salinas asegura que “tenemos que denunciar públicamente las actividades económicas que atenten contra los ecosistemas naturales y contra las personas”. La científica alienta a agotar todas las acciones e instancias posibles, por ejemplo, recurriendo a Contraloría, a la Superintendencia del Medio Ambiente o a tribunales; ingresando observaciones en la participación ciudadana de los proyectos que ingresan al Servicio de Evaluación Ambiental; entre otros.
Para la investigadora “es fundamental analizar críticamente nuestros propios estilos de vida y formas de consumo: cómo y cuánto nos movemos, compramos, comemos, desechamos. Porque tal vez no somos capaces de detener la crisis climática y ecológica que nos rodea de un momento a otro, pero sí podemos transformar nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno. Y en la medida en que hacemos ese ejercicio nos vamos empoderando, porque empezamos a transitar desde un lugar en el que somos meros consumidores de un sistema degenerativo, a un escenario regenerativo, en el que somos capaces de producir lo que necesitamos: nuestros alimentos, nuestro compost, nuestras preparaciones, nuestros productos de aseo y nuestras medicinas”.
En definitiva, todavía hay esperanza para el presente y futuro de nuestro planeta. Para ello, es vital impulsar de forma individual y colectiva las transformaciones profundas y cambios de paradigma que la humanidad necesita. Por todo ello es clave transitar desde la ecoansiedad a la acción.

Fuente: LaderaSur.cl - Imagen de portada: El Pais de España

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