«El eterno regreso a casa»: visiones de un pasado aún por venir
¿Qué interés o utilidad puede tener para nosotros, para las personas que intentamos imaginar las nuevas civilizaciones que sucederán a esta que agoniza, un tratado de antropología cultural escrito hace treinta años acerca de un pueblo que no existe? La respuesta a este extraño interrogante está al alcance de cualquier persona que se atreva a sumergirse en una de las obras más singulares de Ursula K. Le Guin, afamada y multipremiada escritora, creadora de mundos fantásticos (como su famosa saga de Terramar) y de ciencia-ficción (como su ciclo del Ekumen, del cual reseñé anteriormente en estas mismas páginas otra obra de especial relevancia para quienes cavilamos acerca del mundo pospetróleo). Dicha obra es el enciclopédico libro El eterno regreso a casa (Always Coming Home), publicado en 1985. Aunque seguramente mejor que sumergirnos en él, deberíamos decir viajar en el tiempo a ese ¿lejano? y ciertamente verosímil futuro del planeta Tierra que nos describe.
Manuel Casal Lodeiro
En esta obra, que solo podemos clasificar como de antropología o etnografía-ficción, la autora californiana toma claramente como inspiración intelectual el trabajo de su padre, el antropólogo Alfred Kroeber (fallecido 25 años antes de la publicación del libro), acerca de las etnias aborígenes de California; y como inspiración emocional el conocimiento personal de la comarca donde pasó su infancia. A partir de esos mimbres (esos dos brazos girando sobre un mismo eje, por seguir la poderosa simbología del propio libro), la fértil imaginación de Kroeber Le Guin dibuja todo un microcosmos (en el valle del río Napa y sus alrededores) con gran apariciencia de verosimilitud; todo un modo de vida y una completa cosmovisión del pueblo que lo habita, los Kesh, en un remoto futuro en el cual el derretimiento total del hielo planetario —o quizás un descomunal movimiento tectónico (el esperado terremoto conocido como el Big One)— ha sumergido, entre otras, las cercanas ciudades de San Francisco, Sacramento e incluso la Gran Cuenca al este de la Sierra Nevada norteamericana (o tal vez la mayor parte del continente; la autora no nos lo llega a aclarar, al centrarse únicamente en esta zona de California).
Tal vez el principal mensaje de esta obra de los años ochenta para quienes percibimos los primeros síntomas del colapso de la civilización industrial en esta segunda década del siglo XXI, sea que la vida tras esta civilización, puede tener mucho que ver con la vida antes de ella. ¿Por qué la sociedad de los Kesh, pese a incorporar algunos elementos de tecnología industrial[1], se parece de manera tan notoria a la de los primeros pueblos que habitaron aquellas tierras? ¿Es el medio el que hace, el que determina, la cultura[2]? En ausencia del poder homogeneizador de la civilización tecnológica mundial, parece decirnos la autora que surgirían ¿espontáneamente? mitos y modos de vida muy semejantes a los de las tribus que encontraron los exploradores (posteriormente invasores) españoles entre los siglos XVI y XVIII, y cuyos rescoldos etnográficos recogió su padre en el monumental Handbook of Indians of California[3]. Nos provoca tantas preguntas sobre nuestros propios microcosmos que, al leerlo, no puedo evitar preguntarme si, en la época coetánea a estos Kesh creados por Ursula K. Le Guin, una cultura muy semejante a los antiguos celtas habitaría nuevos castros en el contorno de la ría de Arousa, prolongada por la subida del nivel del mar hasta las inmediaciones de Compostela.
Con independencia de estos inspiradores interrogantes que nos plantea la obra al público actual, contiene de por sí elementos de una notable originalidad y valor literario, en formas muy diversas: así, en El eterno regreso a casa encontraremos numerosos relatos autobiográficos de los Kesh, canciones, ritos, poemas, diccionarios, cartografía e incluso recetas de su gastronomía, acompañadas por unas sencillas pero hermosas ilustraciones (a cargo de Margaret Chodos) que nos presentan visualmente su simbología —de nuevo nos encontramos en un libro de K. Le Guin con una variante del taijitu—, su paisaje, construcciones y artefactos; aunque estas imágenes contenidas en el libro se hacen escasas, pues uno desería poder ver mucho más de esa cultura (que, de todos modos, gracias a la maestría de la autora, acabamos conociendo tan en detalle como si hubiésemos vivido entre ese pueblo durante mucho más tiempo del que nos ocupa la lectura de sus más de seiscientas páginas). Sobre todo desearemos ver el aspecto de los propios individuos Kesh, que en ningún momento aparecen dibujados. El libro también incluye obras de teatro Kesh, e incluso un fragmento de una novela, pues aunque se trata de una cultura eminentemente oral, también poseen una rica literatura escrita. Todo ello intercalado con reflexiones de la antropóloga (trasunto reconocido de la propia autora), quien no se explica si llega desde el pasado (nuestro presente) o bien desde otro punto de la tierra de ese lejano futuro que quizás ha logrado mantener una civilización similar a la actual. Con ella realizamos un viaje casi místico al corazón de un mundo que podrá ser, descubriendo a base de retazos el modo de vida, la cosmovisión y la ética natural y humana de un pueblo que ha aprendido de nuevo a vivir en equilibrio con el medio[4], en una vida igualitaria, simple pero enormemente rica (la riqueza en su cultura significa dar: rico es quien más da, quien más regala a los demás), y a lidiar con el legado envenenado de nuestra civilización así como con el eterno resurgir de lo que Durán & Reyes llamaron las civilizaciones dominadoras. Si el reequilibrio humano con el resto de la Naturaleza puede surgir recurrentemente —como sugiere este libro y como esperamos muchos de nosotros—, en un movimiento histórico en espiral (En la espiral de la energía, recordemos, es precisamente el título de la magna obra de Durán & Reyes), nos viene a decir K. Le Guin que también será recurrente el surgimiento de la dominación (sobre la biosfera y los demás humanos), el patriarcado y la guerra, que además podrá en el futuro hacer un uso destructivo de ese saber que tanto nos preocupa conservar para la posteridad: es decir, de nuevo nos hallamos implicítamente ante su concepto —ya explorado en Los desposeídos— de la necesidad de una revolución permanente (y permanentemente vigilante).
Precisamente una de las cuestiones de gran relevancia que nos plantea la autora californiana en esta obra es la preservación y trasmisión del conocimiento en una era postindustrial, de baja disponibilidad energética y limitadas comunicaciones. No hablamos sólo del conocimiento generado (reconstruido, más bien) en dicha era —es decir, el conocimiento indispensable para sostener y reproducir las culturas humanas—, sino también la preservación y recuperación del conocimiento de la Era Tecno-industrial. Así, en el libro nos encontramos con una especie de Internet (recordemos que en aquel entonces aún no había comenzado su despegue, pues la invención de la WWW por Tim Berners-Lee no llegaría hasta 4 años después de la publicación de este libro; así pues Ursula K. Le Guin mostró una destacable capacidad de anticipación de lo que iba a llegar a suponer para la Humanidad la red de redes, lo que ella —por boca de los Kesh— llama en el libro la Ciudad de la Mente) que conserva y trasmite la información, y que resulta, en mi opinión, la parte más inverosímil y superflua de la obra, pues supone que se ha automantenido y autoalimentado de energía sin intervención humana alguna durante cientos o incluso miles de años. Uno se pregunta por qué la autora decidió incluir este concepto en su visión del futuro, pues los pueblos que ella describe podrían perfectamente vivir sin esa Internet autónoma; quizás estemos ante un inevitable atisbo de fe en el progreso y en el poder de la tecnología en quien no deja de ser, al fin y al cabo, una autora de ciencia-ficción.
Durante la lectura del libro surigirá inevitablemente la duda de si son los Kesh descendientes de los últimos indios que sobreviven hoy, casi totalmente aculturizados, que han logrado en el futuro recuperar algo semejante a la cultura de sus antepasados gracias al colapso de la civilización del hombre blanco. Sin embargo, hay momentos del libro que parecen dejarnos entrever lo contrario: los Kesh serían precisamente los hijos de nuestros hijos, los descendientes de aquellos que vieron sus ciudades sumergirse en las consecuencias de su (nuestra) propia locura, y el hecho de que hayan acabado construyendo culturas tan parecidas a las aborígenes (que fueron destruidas en aras del progreso y de la civis), además de una enorme ironía de la historia, supone uno de los elementos de esta obra que más nos puede dar que pensar.
Habrá probablemente quien, tras la lectura del libro y llevado tal vez por la pasión por lo indígena o atraído por la inteligente combinación de recolección, caza y horto-arboricultura de los Kesh (que hasta un John Zerzan aceptaría[5]), quiera ver en el modo de vida descrito en El eterno regreso a casa un modelo para la construcción de comunidades resilientes en nuestra época. Sin embargo, no podemos perder de vista dos cuestiones fundamentales. La primera es que los Kesh son un punto de llegada (si bien dinámico, en eterno giro sobre un sólido eje), y no un punto de partida. La segunda es que la propia autora nos viene a decir con su obra que el modo de vida sostenible, la cultura permanente, es algo que debe ser definido para cada lugar, y que, por tanto, no es extrapolable el modelo de Valle de Na (actual Napa) a ningún otro lugar del planeta. Esto no quiero decir, por supuesto, que no podamos aprender mucho de los Kesh para construir nuestras nuevas civilizaciones. De hecho, me atrevería a decir que, del mismo modo que cualquier iniciativa de Transition Towns ganaría mucho incorporando las perspectivas estratégico-políticas de las CDC de la Vía de la Simplicidad de Ted Trainer[6], ambas, a su vez, se enriquecerían enormemente si les aportásemos una cosmovisión del estilo de la Kesh y tuviésemos en cuenta el tipo de amenazas que ellos enfrentan.
Avisos e inspiraciones cada vez más vigentes, los de esta obra, treinta años después de su publicación. Toda una visión de humildad, y de amor y respeto a las culturas aborígenes, depositarias de eso que con tanta urgencia necesitamos ahora: un modo de saber estar en el mundo.
Notas
[1] Esta es la parte que menos convence y cuya ausencia no restaría un ápice de interés y maravilla al libro. Además, nos hace preguntarnos con extrañeza: ¿cómo se supone que ha podido perdurar dicha tecnología durante un periodo que bien podría ser de miles de años, sin el soporte del metabolismo industrial mundial?
[2] Sería lo que se denomina —bien sea en una acepción más fuerte o más débil— determinismo ecológico, geográfico o climático, y tiene mucho que ver con el materialismo cultural (Marvin Harris).
[3] Se pueden consultar algunos capítulos de este libro, que vio la luz en 1925, en http://www.yosemite.ca.us/library/kroeber/
[4] Sin duda buena parte de ese equilibrio se debe a su sistema metafórico funcional, sin dioses, pero equivalente a una religión, que explica y ordena de un modo sagrado el mundo y el papel de los humanos en él. Este sistema es, probablemente, el mayor tesoro que esconde este libro para aquellas personas que reflexionamos a menudo sobre la manera de articular algo con el poder de una religión con nos religue con la sostenibilidad y con la vida en esta Tierra (eso que algunos llamamos Gaia).
[5] Lo afirmo basándome en la entrevista que le realizó Steve Wheeler, titulada “’Why don’t you go and live in a cave?!’: a Conversation with John Zerzan”, y que fue incluida en Dark Mountain, nº 4 (verano de 2013).
[6] CDC = Cooperativas de Desarrollo Comunitario. La propuesta de Ted Trainer está descrita en detalle en su libro, de inminente publicación en la editorial Trotta, La Vía de la Simplicidad: Hacia un mundo sostenible y justa.
Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2016/12/31/el-eterno-regreso-a-casa-visiones-de-un-pasado-aun-por-venir/#comment-281263 - Imagen de portada: Casdeiro (after Margaret Chodos).