12 tesis para reivindicar el pacifismo

1. En la guerra de Ucrania, independientemente de que situemos su origen o casus belli en 2014 o en la invasión rusa de 2022, en realidad se están librando varias guerras: una guerra civil o por la autodeterminación del Donbass, una guerra entre imperios por la hegemonía mundial, con Rusia y Ucrania como rivales interpuestos por China y USA, una guerra también entre sectores de las élites (podría decirse, sin exagerar, entre mafias) ucranianas, una guerra de USA contra la autonomía y la soberanía de la UE (y específicamente de Alemania) y una guerra entre potencias (capitalistas todas) por los menguantes recursos energéticos y materiales con que intentar otra nueva ronda de acumulación, en una coyuntura trágica de extralimitación ecológica y termodinámica. El carácter híbrido y multidimensional de esta guerra se despliega en el marco general de una guerra de los capitalismos del Oeste y del Este contra la Biosfera y contra la vida en general.

Fernando Llorente Arrebola

2. La guerra de Ucrania, de no cesar rápidamente, abre la inquietante posibilidad de una III Guerra Mundial, cuyo alcance es tendencialmente catastrófico y, por eso,  nuestro objetivo ha de ser evitar ese ensanchamiento y profundización trágicos del actual conflicto.
Se ha querido comparar la situación actual con los prolegómenos de la II Guerra Mundial, y de hecho ambos bandos utilizan la retórica antifascista para justificarse, pero como dice Franco Berardi Bifo “ambos bandos están atravesados por el esquizofascismo” y utilizan, de hecho, combatientes ultranacionalistas y directamente fascistas (Wagner, Azov), así como también coinciden en sustentarse en economías neoliberales, extractivistas, depredadoras e insostenibles.
Por eso, creemos que es más adecuado pensar los paralelismos que esta guerra tiene con la I Guerra Mundial: una guerra entre imperios decadentes que utilizan las tensiones nacionalistas de determinados estados inacabados (Ucrania) y de territorios que aspiran a la autodeterminación (Donbass); la traición de las posiciones pacifistas e internacionalistas de la socialdemocracia entonces, a la que se suma hoy la de los Verdes y de la izquierda populista; la amenazante posibilidad de que hoy, como en 1914, la guerra sirva para una regresión social en clave nacionalista y autoritaria que ponga las bases para el ascenso de alguna modalidad de fascismo, etc.
3. La gran diferencia con 1914 es que,  ahora, el armamento nuclear apilado a ambos lados del telón de acero introduce una ominosa amenaza global de destrucción total que nos conmina a exigir un alto el fuego y negociaciones de paz como imperativo absoluto, independientemente de que bando sea el más culpable y al margen de qué concesiones haya que hacer para ello. Por eso hay que saludar las iniciativas de paz vengan de donde vengan, incluso si son de China. Sin olvidar que la historia nos enseña, otra vez, que la autodeterminación de los pueblos y el respeto a las minorías culturales y lingüísticas constituyen una condición indispensable para la paz y la estabilidad mundial.
4. Lo nuclear (tanto civil como militar, vertientes que siempre estuvieron unidas pero que a partir de Zaporiyia ya no se puede ocultar que son inseparables, y que no hay “átomos para la paz”) es, por tanto, la cuestión central sobre la que debe bascular toda acción política emancipatoria porque remite a la continuidad o no de la civilización, de la especie humana y de la vida toda en Gaia. Así que a lo que se enfrenta el pacifismo es a la incompatibilidad radical entre Capitalismo nuclear (en todas sus variantes: occidental, rusa, china, etc.) y Vida.


La guerra siempre ha sido para el capitalismo un instrumento fundamental para eliminar resistencias y bloqueos a la acumulación, pero con el chantaje nuclear se pone en evidencia que su legitimidad ya sólo se basa en la máxima crueldad, en la violencia absoluta de la amenaza de destrucción mutua asegurada, de extinción y hecatombe. Estamos en una coyuntura histórica dramática, en una partida a vida o muerte que se juega en torno a la amenaza de hecatombe atómica, pero también en torno a la cuestión climática y de la destrucción acelerada y exponencial de la biodiversidad y de los equilibrios ecológicos que hacen posible la vida humana. Por eso el pacifismo tiene que adoptar hoy las tareas y deseos del internacionalismo, del anticapitalismo y del ecologismo gaiano, y por eso el pacifismo es constituyente, re-evolucionario.
5. Rusia no es un ogro (o un oso) fascista que quiera (o pueda) acabar con la vieja y democrática Europa. Toda la propaganda anti-rusa que vomitan nuestros medios de comunicación no debe hacernos olvidar que Rusia es Europa, que el pueblo ruso no es culpable de todos los desmanes de sus élites, como nosotras no somos culpables de la estulticia moral de von der Layen y Borrell. La cultura, el arte, o la ciencia rusa no son nuestras enemigas, y por supuesto tampoco la ciudadanía rusa, que sostiene formas de resistencia a la guerra y prácticas de deserción que se desarrollan heroicamente en un ambiente muy hostil de exaltación nacionalista y de cruda persecución por parte de las autoridades.
Pero Rusia de ningún modo es, tampoco, el vector de anti-imperialismo que algunas minorías neoestalinistas, rojipardas o nostálgicas del comunismo marrón y autoritario quieren ver. El neoliberalismo, la desigualdad social, el profundo conservadurismo teocrático y patriarcal, el extractivismo y la destrucción de la naturaleza, el chovinismo… son características compartidas por los dos bandos de esta guerra.
Si algo ha acabado con la (esperanza de) soberanía y autonomía europeas ha sido la entrega de sus élites políticas y económicas a los intereses y al belicismo de la potencia declinante de los USA, y la conversión de la Comisión Europea en una agencia de la OTAN.
6. Del mismo modo, Ucrania no es, y no era, ningún modelo de democracia y libertad europeas; era y es el país más pobre y desgraciado de la vieja Europa, el más corrupto también. El muy diverso pueblo que habita las llanuras ucranianas ha sufrido un proceso de des-sovietización traumática por el que sus inmensas riquezas han quedado en manos de unas élites corruptas, cleptómanas y criminales, en un proceso de acumulación capitalista por desposesión y robo. Un proceso de pillaje inusualmente cruel auspiciado y pilotado desde el extranjero por los capitalistas neoliberales americanos y europeos más toscos.
Ahora, al pueblo (habría que decir: los pueblos) que habita Ucrania se le ha impuesto un sacrificio de sangre, sudor y lágrimas absolutamente desproporcionado para servir a los objetivos de una pugna inter-imperialista decidida en Washington, Berlín, Moscú y Pekín, con la aquiescencia y colaboración de sus propios y muy corruptos dirigentes. También en Ucrania hay un proceso de resistencia a la participación en la guerra y de deserción que merecen todo nuestro apoyo.
7. Un drama añadido en esta guerra es que las llanuras ucranianas son uno de los graneros más fértiles del mundo, del que depende mucho la ya maltrecha estabilidad alimentaria de este, especialmente la de África y Medio Oriente, con lo que la lucha contra el jinete del apocalipsis de la guerra es una lucha contra el jinete del apocalipsis del hambre, que ya cabalga desde hace mucho tiempo por el Sur global. De modo que la consecución de un alto el fuego y posteriores negociaciones de paz es acto de internacionalismo como ternura entre pueblos y justicia global, este sí anti-imperialista.
8. El pacifismo, en esta hora trágica de la historia, no es equidistante. Pese a todos los ataques e insultos que recibe por tratar de pensar esta guerra fuera de los esquemas maniqueos de la propaganda de guerra de ambos bandos, el pacifismo y el antimilitarismo son la única vía de pensamiento y acción moralmente aceptable y políticamente fértil, la única posición política, filosófica y moral que siempre ha estado del lado de los pueblos oprimidos hablen el idioma que hablen y recen, o no, al dios que recen.
Hay que volver a recordar a todos esos policías del pensamiento sistémico y de la “izquierda piolet” que recién han descubierto la maldad de Putin y su entorno (y que hasta ayer hacían negocios con él —Schroeder en Gazprom—, o se calentaban sin remordimientos con su gas barato) que llevamos décadas denunciando el régimen oligárquico y autoritario ruso: desde Chechenia y Grozni, desde Anna Politkóvskaya o los envenenamientos con Polonio, desde la persecución a gays y lesbianas, desde la destrucción de Alepo…, como llevamos décadas denunciando las invasiones de Irak, Libia, Palestina y el Sáhara Occidental por parte de “los nuestros”. De lo que sí se nos puede acusar es de no haber sido más influyentes.
9. El pacifismo se opone a esta guerra no sólo por solidaridad internacionalista con los pueblos encerrados en las fronteras de Ucrania, no sólo por el peligro de una hecatombe nuclear, no sólo para evitar (más) hambrunas en África, sino también porque la guerra se convierte en un “régimen”, en un instrumento más de acumulación y dominio capitalista, en un arma de las clases dominantes para sojuzgar a nuestros propios pueblos peninsulares y europeos. 

El “régimen de guerra” que ya habitamos es la reintroducción de la dinámica amigo-enemigo en todas las relaciones políticas y sociales, es la censura informativa y la propaganda constante que sin sonrojo hacen la inmensa mayoría de los medios de comunicación (los bombardeos rusos de una central nuclear que tienen bajo su control, o la voladura también rusa del gasoducto del que tenían llaves, en el mar más vigilado y monitorizado del mundo por la OTAN, quedarán para la historia como ejemplos de la más orwelliana y vergonzante praxis periodística). “Régimen de guerra” es la excepcionalidad jurídica, es la violencia social creciente contra las mujeres, los inmigrantes, los niños y niñas, los locos, es la militarización de la frontera sur europea y la externalización del control del flujo migratorio a autoridades tan poco respetuosas de los derechos humanos como las de Libia y Marruecos, es el abandono de la tarea humanitaria de socorro a los náufragos de la que presume Meloni, es el encierro arbitrario de las personas migrantes en los ilegales CIE…; régimen de guerra es este clima de extremismo y polarización que supura por las tertulias, por las redes sociales y las charlas de los bares, tras el que va creciendo la influencia de la extrema derecha social y política. Es la inflación de los precios de los bienes básicos como alimentos y energía, es el recorte de servicios públicos en paralelo al incremento de los gastos militares, es el aumento del control y social y la prepotencia policial. Régimen de guerra es también la desregulación ambiental que da carta libre a la destrucción del territorio, el abandono de los objetivos de descarbonización, o la austeridad en las políticas monetarias del BCE…
El pacifismo deviene así una práctica preventiva y curativa del fascismo, una necesaria práctica destituyente del patriarcado, del odio nacionalista, del racismo y la homofobia, una apuesta, esta sí civilizatoria y anticolonialista por los cuidados, por los vínculos y su necesaria reconstrucción en clave comunitaria.
10. Con tristeza hay que reconocer que la izquierda ha sido una de las principales víctimas de este “régimen de guerra” que ha colonizado las psiques individuales y la colectiva. Hemos revivido la vergonzosa traición socialdemócrata del 4 de agosto de 1914, (cuando el SPD alemán aprueba los créditos de guerra abandonando su posición internacionalista y enterrando toda esperanza) en el envío de armas por parte de un gobierno en cuyo consejo de ministros se sientan dirigentes de la fuerza política que nació de la lucha contra el ingreso en la OTAN y de las fuerzas que nacieron del 15M y decían ser “nueva política”. El saludo de Rita Maestre a la cumbre de la OTAN en Madrid quedará en los anales como el epitome de esta traición histórica.
Pero, sin duda, lo que más nos duele es el giro (que ya empezó con la guerra de los Balcanes) de la posición de Die Grünen y, por extensión, de Los Verdes europeos: nacidos del movimiento antinuclear y pacifista contra el despliegue de los euromisiles en los 80, ahora se han convertido en los peores “halcones”, en los mejores cómplices de Biden, en atizadores de la guerra y en corresponsables de una carnicería infausta. Una lamentable deriva y traición que encabeza Annalena Baerbock, y que tensando la cuerda del enfrentamiento nuclear entierra toda la “esperanza verde” por la que luchó, y en cierto modo perdió la vida, Petra Kelly.
En el otro extremo de esta izquierda que ha sucumbido al belicismo de un bando, está la que ha sucumbido al belicismo del otro: nostálgicos de la URSS, rojipardos y otros trasnochados autoritarios cuya ceguera política es paralela a su irrelevancia política y social, pero que hacen todo el daño que pueden, como peones del tablero endiablado de este régimen esquizofrénico en el que todo el que no es amigo, es enemigo.

11. Necesitamos parar esta guerra, algo que sólo se logrará si se “desmoronan las retaguardias” como en 1917; es decir si los pueblos, que a ambos lados del telón de acero sostienen con su trabajo vivo a sus respectivas élites criminales de guerra, se levantan, se movilizan, e inician el camino “de vuelta a casa” como en 1917. Necesitamos desmontar el “régimen de guerra” antes de que todo se torne más asfixiante, antes de que las peores pulsiones fascistas, patriarcales y racistas proliferen y se tornen mayoritarias. Hay que movilizarse, no podemos dejar que nos arrastren al matadero sin resistencia, porque esa resistencia es, además, el único modo de no enloquecer de dolor, es el modo de aguantar el aluvión de afectos negativos y pasiones destructivas que el régimen de guerra difunde por doquier. Desobedecer, huir, desertar, protestar, defendernos del esquizofascismo, sabotear el espíritu de guerra, y hacer todo esto en común, es el único modo de conjurar el estado de ánimo depresivo y enfermizo que se va extendiendo. La revuelta es la terapia contra la “psicodeflación” que coloniza el inconsciente colectivo. Cuando la distopía se ha convertido en cotidianeidad, el pacifismo es preventivo y sanador.
Y 12. No existen guerras justas, y mucho menos civilizatorias. No hay posibilidad de transformar esta guerra en algo revolucionario, no hay “victoria” posible para ninguno de los dos bandos porque toda guerra es, en esencia, una derrota de la humanidad. No hay ninguna razón por la que tengamos que añadir el sufrimiento de la guerra y de la amenaza atómica al ya inevitable sufrimiento del colapso energético, climático y ecológico en marcha de nuestro mundo. Toda la energía humana, intelectual, material que malgastamos en matarnos debe ser reorientada a salvar vidas, a salvar comunidades, a salvar ecosistemas de los que dependen las vidas y las comunidades.
Raúl Sánchez Cedillo lo explica en su indispensable libro Esta Guerra no termina en Ucrania: “La Paz es la condición de toda política emancipadora por la justicia global y la sostenibilidad del máximo de vidas humanas ante el cambio climático… así que la paz ha de ser conquistada como un gran acto multitudinario de sabotaje a la guerra”. El pacifismo y el antimilitarismo no son una opción, son un imperativo moral, una terapia comunitaria, la condición sine qua non de un proyecto de emancipación anti y postcapitalista, la única práctica social que puede poner coto a los efectos mortíferos del extractivismo, el etnonacionalismo y el belicismo catabólico y suicida del Capitaloceno.

FUENTE: https://www.elsaltodiario.com/guerra-en-ucrania/12-tesis-reivindicar-pacifismo

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