Los ríos están vivos
En este texto invitamos a que los lectores redescubran los ríos desde una mirada holística, más allá del agua que vemos escurrir. En primer lugar, abordamos los ríos desde la mirada clásica predominante en los últimos años: reduccionista y enfocada sólo como un sistema físico. A continuación exponemos su función ecosistémica, entendiéndose como un escenario de vida para la biodiversidad. Esperamos que este texto amplíe el saber actual sobre los ríos y contribuya a explicar la necesidad de un enfoque integral sobre ellos, pues son los ríos los que traen y alimentan la existencia.
Texto por José Aliaga Villagrán Nicolás Toro Leigh
Río Biobío, Chile. © Nicolás Toro
“Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son uno mismo”
(Jacques-Yves Cousteau).
Por dónde y cómo fluyen los ríos
Los ríos son cuerpos de agua que fluyen gravitacionalmente y desembocan en el mar, en un lago u otro río, pero el río no es solo agua. Los ríos transportan sedimentos, que son partículas de suelo que viajan con el agua suspendidos en ella o arrastrándose a través del fondo. La cantidad de sedimentos presentes en el río dependerá de las características del lecho y de la fuerza de la corriente. Además de los sedimentos, el río transporta nutrientes, trozos de madera que han caído al cauce desde los árboles cercanos, todos componentes claves para sustentar la vida acuática.
Pero, ¿de dónde proviene el agua que escurre por los cauces? Para ello debemos hablar del ciclo hidrológico, el proceso natural del agua en la Tierra, que circula entre el océano, la atmósfera y la superficie terrestre. En primer lugar, pensemos en los océanos. Debido a la radiación, el agua de éstos se evapora y posteriormente, bajo ciertas condiciones, se condensa para formar las nubes, las que luego darán origen a precipitaciones. Esta lluvia caerá sobre los suelos de los continentes en donde comenzará a escurrir hacia los cauces, se infiltrará en el suelo, se evaporará o será consumida por la vegetación (con posibilidad de ser evapotranspirada). Así, podemos apreciar que hay muchos flujos de agua interactuando: desde el subsuelo a la superficie, desde ésta hacia los acuíferos, desde aquí hacia el río o viceversa, etc. Mientras ocurre toda esta serie de fenómenos, el agua de los cauces escurre aguas abajo, viajando incluso desde la montaña hacia el océano. Si bien el ciclo hidrológico es mucho más complejo, los fenómenos descritos anteriormente permiten entender las claves de este magnífico proceso, encargado de la circulación y disponibilidad del agua a nivel global (Linsley et al., 1982).
Los ríos se pueden clasificar según su régimen hidrológico, el cual se define dependiendo si la precipitación aporta más al caudal como derretimiento de la nieve caída o como lluvia. Así, los ríos pueden ser pluviales, cuando se alimentan principalmente de las precipitaciones; nivales o glaciales, cuando se alimentan en mayor grado del derretimiento de las nieves o glaciares, respectivamente; o pueden tener también un régimen mixto. Los ríos con componente nival son de vital importancia en zonas con bajas precipitaciones, ya que mantienen cierto nivel de caudal gracias al derretimiento constante y paulatino de los depósitos nivales. Por lo tanto, el régimen del río también nos permite saber durante qué temporada observamos flujos más grandes.
Además, en términos geográficos, a lo largo del río existen diversos espacios fluviales. A escala de cuenca, la cabecera es la parte más alta donde nace el río y la desembocadura corresponde a la zona donde termina su escurrimiento para incorporarse a otro cuerpo de agua. El cauce es la sección por donde escurre el río (la “caja”) y que lateralmente está limitada por las riberas. Yendo a una escala más pequeña podemos concentrarnos en un tramo de río y encontrar la planicie de inundación: aquella zona lateral del río que se inunda ante mayores caudales y que permite la reducción de la energía de una inundación y disminuir así la peligrosidad del evento.
En las ciudades estamos acostumbrados a ver los ríos como geometrías rectas y uniformes. Sin embargo, en la naturaleza los ríos están presentes en una variedad de formas. Por ejemplo, los ríos trenzados tienen distintos cursos de agua dentro de la misma caja, que van serpenteando y cruzándose hacia aguas abajo. Los meandriformes poseen curvaturas hacia ambos lados. Rectos son los ríos que siguen una trayectoria rectilínea a grandes rasgos (Leopold et al., 1957). Algo similar a los trenzados son los ríos anastomosados, los cuales no necesariamente presentan una única caja (Smith, 1983).
Sin embargo, esta morfología descrita anteriormente varía en el tiempo. La forma de los ríos se ve afectada principalmente por la velocidad del escurrimiento, la cual varía tanto longitudinal como transversalmente. Donde el río va más rápido el lecho se erosiona y donde lleva menor velocidad acumula sedimento. Por lo general estos cambios no se perciben en el día a día, pero a lo largo de las décadas queda en evidencia cómo el río evoluciona y su paisaje se encuentra en un cambio continuo. Este proceso gradual se ve acelerado durante eventos de crecidas extremas.
En vista de los fenómenos anteriormente descritos, es importante comprender la física de los ríos, ya que permitirá anticipar la respuesta del cauce en situaciones donde exista la necesidad de intervenir para asegurar la infraestructura fluvial y mejorar la estimación de riesgos asociados a crecidas. No obstante, el entendimiento físico es insuficiente para realizar una adecuada gestión sobre él, ya que los ríos son mucho más que agua y sedimento viajando por los cauces. Lamentablemente, en las últimas décadas se trató a los ríos solamente como un sistema físico, lo cual generó impactos negativos en la ecología fluvial. Por lo tanto, frente al deterioro progresivo que han sufrido, es necesario que entendamos a los ríos desde un nuevo paradigma, entenderlos como un ecosistema fluvial.
Si bien nuestra relación con los ríos, por lo menos en ámbitos de gestión, está enfocada principalmente en sus características físicas expuestas anteriormente, los ríos deben ser entendidos desde una perspectiva mucho más amplia, ya que una mayor comprensión de ellos nos permitirá apuntar hacia su conservación. Los ríos son espacios de vida, en los cuales conviven diversas comunidades de seres vivos cuyos procesos vitales se relacionan entre sí y se desarrollan en función de los factores físicos del mismo entorno, es decir un ecosistema.
A continuación, abordaremos los ríos desde un enfoque ecosistémico, destacando sus principales componentes abióticos (paisaje fluvial) y bióticos (flora y fauna), abordando las interrelaciones que existen entre estos.
Ríos vivos
Desde la antigüedad el ser humano se dio cuenta de que necesitaba vivir cerca de los ríos. Por lo tanto, siempre hemos sabido que son indispensables para sustentar nuestra vida y la de toda la biodiversidad. La ecología reafirma esto, al definir a los ríos como ecosistemas fluviales: espacio físico donde se interrelacionan distintos componentes abióticos con la biodiversidad. Este concepto se clarifica al conocer quiénes (y cómo) habitan los ríos y la relación simbiótica existente entre la biodiversidad y el paisaje fluvial. Vamos a eso.
Si bien comúnmente reconocemos la participación de árboles y plantas en grandes bosques, estos seres pacientes e inmóviles también son impresionantes ingenieros del ecosistema fluvial (Gurnell, 2013). Es fácil darse cuenta de que, en su mayoría, los ríos se encuentran rodeados por corredores verdes, conocidos como bosques de ribera. Además, el lecho del cauce presenta una variedad de parches verdes debido a la presencia de plantas acuáticas. Sin embargo, éstos no sólo son elementos paisajísticos, también son actores claves para la biodiversidad y la evolución morfodinámica. A continuación, describiremos brevemente la vegetación fluvial y su rol en el ecosistema.
Se define a los bosques de ribera a aquellos arbustos y árboles de mediano a gran tamaño presentes en los márgenes del río (Dufour y Rodríguez-González, 2019). Por ejemplo, en gran parte de los ríos de Chile central predominan especies exóticas como el sauce, el aromo y el álamo, en desmedro de especies autóctonas como el sauce criollo (Salix humboldtiana). Estas especies actúan como disipadores de energía durante los eventos de crecida, reduciendo la velocidad del flujo y fortaleciendo las riberas frente a posibles desprendimientos. Además, proveen importantes niveles de sombra, lo cual ayuda a regular la temperatura del agua y mantener niveles saludables de oxígeno. Por último, son el refugio ideal para diversas especies de aves y mamíferos.
Con respecto a la vegetación acuática, esta corresponde a plantas vasculares que habitan dentro del cauce pudiendo encontrarse sobresaliente o sumergida. Su presencia es discontinua, distribuida en pequeños parches en el río. Estas plantas son el alimento principal de muchos peces y macroinvertebrados, además de ser un lugar de refugio y/o desove para muchas especies. En Chile la vegetación acuática representa el 10% de la flora existente (Habit et al., 2019), dentro de la cual destacan el huiro de agua dulce y el luchecillo (Hoffmann y Armesto, 2014).
La gran heterogeneidad espacial presente en el sistema fluvial permite que cohabite una gran variedad de animales además de los peces: aves, mamíferos, anfibios, reptiles y macroinvertebrados. Cada una de estas especies, en función de sus necesidades biológicas específicas, hace de cada sección del río su hábitat. Para entender de qué manera la biodiversidad y el paisaje interactúan entre sí, a continuación ejemplificamos cómo, en distintas zonas del río, habitan distintas especies.
Las riberas, el espacio de transición entre la vida terrestre y acuática, son lugar ideal para aquellas aves y mamíferos que se alimentan de especies acuáticas (martín pescador, pato, coipo y huillín). Éstos hacen uso de los escondites leñosos presentes a lo largo y alto de los bosques de ribera.
En el flujo encontramos diversidad de anfibios y peces habitando distintas secciones del cauce, en función de los niveles de velocidad, turbidez y temperatura de la corriente, características del sustrato, y presencia de plantas acuáticas. La elección de cada uno de estos espacios por parte de los organismos dependerá de sus respectivas necesidades temporales, pudiendo ser la búsqueda de alimentos, protección frente a depredadores, desove, descanso y recreación. Por lo tanto, un río saludable se caracteriza por la presencia de espacios heterogéneos tanto en las características del sustrato, distribución y variedad de plantas acuáticas y variaciones en la corriente.
Finalmente, en el lecho habitan los macroinvertebrados, pequeños organismos carentes de columna vertebral (lombrices, moluscos, crustáceos, ácaros e insectos). Los macroinvertebrados se adhieren a espacios que les ofrezcan gran flujo de nutrientes y protección frente a sus depredadores, siendo el sustrato del lecho un lugar ideal. Por último, dada su movilidad reducida, estos organismos se ven imposibilitados de migrar cuando las condiciones ambientales se ven deterioradas y, en consecuencia, su presencia es interpretada regularmente como un indicador de la salud total del ecosistema (Husain y Pandit, 2012).
Durante gran parte de la historia, el ser humano entendió que el río era un recurso disponible para sus intereses, buscando sacarle provecho para sí. Esta visión reduccionista y utilitaria se ha incrementado en los últimos años y nos ha permitido dominar los ríos a nuestra merced, llevándolos a un deterioro progresivo.
Ante esto, resulta urgente cambiar el paradigma y comprender a los ríos desde una perspectiva holística para su conservación. Esperamos que este texto ayude a entender de manera más clara las relaciones indispensables entre los componentes físicos y su biodiversidad.
No podemos pensar en una gestión integral de ríos sin considerar cualquier efecto sobre el equilibrio de todo el ecosistema fluvial. No olvidemos que los ríos son espacios de vida del cual dependen una gran variedad de especies –entre ellas la humana- y, en consecuencia, una gestión fluvial inadecuada puede tener consecuencias nefastas para la biodiversidad. Por lo tanto, como ingenieros y amantes de la naturaleza hacemos un llamado a nunca olvidar que los ríos son ecosistemas, que los ríos son vida.
Referencias:
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Dufour S., Rodríguez-González P.M. (2019). RIPARIAN ZONE / RIPARIAN VEGETATION DEFINITION: PRINCIPLES AND RECOMMENDATIONS. Report, COST Action CA16208 CONVERGES, 20 pp. (https://converges.eu/resources/riparian-zone-riparian-vegetation-definition-principles-and-recommendations/)
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Habit, E., K. Górski, D. Alò, E. Ascencio, A. Astorga, N. Colin, T. Contador, P. de los Ríos, V. Delgado, C. Dorador, P. Fierro, K. García, Ó. Parra, C. Quezada- Romegialli, B. Ried, P. Rivera, C. Soto-Azat, C. Valdovinos, I. Vera-Escalona, S. Woelfl. (2019). Biodiversidad de ecosistemas de agua dulce. En P. A. Marquet et al. (editores), Biodiversidad y cambio climático en Chile: Evidencia científica para la toma de decisiones. Informe de la mesa de Biodiversidad. Santiago: Comité Científico COP25; Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
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Smith, D.G., 1983. Anastomosed fluvial deposits: modem examples from Western Canada. In: Collinson, J. & Lewin, J. (Editors), Modern and Ancient Fluvial Systems. International Association of Sedimentologists 6.
Fuente: Revista Endémico - https://endemico.org/los-rios-estan-vivos/ Imagen de portada: Río en el Parque Nacional Cerro Castillo. Patagonia, Chile. © José Aliaga
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