La guerra sostiene al dólar, el dólar sostiene a la guerra

Estados Unidos apuesta a reindustrializarse a costa de Europa. En el ínterin, el dólar y el aparato militar deben mantener al país, flotando por encima de la ley de la gravedad. ¿Será posible? La crisis financiera desatada en tres bancos estadounidenses y el levantamiento del pueblo francés en defensa de sus derechos, son capítulos nacionales de una misma batalla geoeconómica mundial.

Pablo Gandolfo


El poder mundial de Estados Unidos desde el final de la segunda guerra se sostuvo en una tríada: su capacidad industrial, el dólar, y su aparato militar. En 1945 su industria estaba intacta mientras que en Europa y Japón comenzaba la reconstrucción. Lo mismo vale para su aparato militar, que había sufrido un daño menor que el de sus rivales y socios-competidores. Una industria dominante a escala mundial, permitía mantener un aparato militar aplastante, y la moneda emergente de ese sistema ostentaba la fuerza para imponerse sobre los demás países.
Desde entonces y a lo largo de estas décadas, las industrias de Japón, Alemania y detrás de ella, otros países europeos, fueron ampliando su participación en el mercado mundial en detrimento de la industria estadounidense. Les fue permitido en el contexto de Guerra Fría, porque Estados Unidos necesitaba ese éxito económico frente a la Unión Soviética y porque quiénes los protagonizaban eran —y son— dos derrotados, militarmente ocupados.
En los 80 y los 90, el proceso se aceleró con la deslocalización y el ingreso al mercado mundial, primero de los tigres asiáticos —Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur—, luego de los Tigres de segunda generación —Malasia, Tailandia, Indonesia y Filipinas— y de dos casos particulares, países que tuvieron sendas revoluciones, Vietnam y China. La sumatoria generó sobrecapacidad en el sector industrial a escala mundial y una competencia creciente para ocupar espacios de mercado.
A lo largo de ese proceso de casi 80 años, el producto de Estados Unidos pasó de ser el 50% del PBI mundial a ubicarse entre el 20% y el 24%, según las distintas mediciones. Su gasto militar llega al 37% del total planetario, en tanto que el dólar alcanza el 59% como moneda de reserva según cifras del 2021.
Esos números no alcanzan a reflejar la situación interna de Estados Unidos, que es devastadora. A su vez, sin dimensionar su situación interna, es difícil comprender las motivaciones de su agresiva política exterior. 
Vamos a ilustrarla con algunos datos variopintos. La deuda de los hogares alcanzó en diciembre de 2022 los 17 billones de dólares (cada vez que ponemos billones son efectivamente billones en español, no es una confusión con el inglés billions) mientras que la deuda pública federal es de 24,6 billones. Por su parte el déficit comercial acaricia un billón por año.
De ese billón, un tercio corresponde a su relación comercial con China, que arroja un saldo negativo de 332.515 millones de dólares. Muy significativo es que el principal producto que exporta Estados Unidos a China es soja, mientras que China envía ordenadores.
Más llamativo es el caso de Vietnam, país al que literalmente borró del mapa. Estados Unidos importa 83.211 millones de dólares y exporta apenas 9.989 millones de dólares. La balanza arroja un negativo de 73.222 millones. Aquí se repite la misma matriz que con China, el déficit está concentrado en bienes de consumo y bienes de capital y solo favorece a Estados Unidos en materias primas. Es decir exporta productos de bajo procesamiento y Vietnam le devuelve productos terminados.
Irak, otro país que padeció la ira del Pentágono —que no es poca—, también presenta una balanza negativa para Estados Unidos. Exporta 771 millones de dólares e importa 3.266. Quién abastece a Irak es China, que envía productos por 10.900 millones de dólares. Las cifras son poco relevantes en términos económicos, pero son indicativas del debilitamiento estadounidense.
Por su parte, China supera a Estados Unidos como socio comercial respecto a casi todos los países del mundo. En el mapa de abajo, vemos en amarillo a quienes importan mas de China que de Estados Unidos, y en azul a la inversa.

La japonesa Toyota pelea mano a mano con General Motors y Ford la primacía en el mercado interno estadounidense, de lo que es el símbolo del American Way of Life. China está cerca de triplicar la producción de vehículos de Estados Unidos.
Ese estado de situación aprovechó Donald Trump para captar la escucha de la población y popularizar sus eslóganes “Make América Great Again” y “América First”. Fue el puntapié inicial para impulsar una política de reindustrialización, que se continúa hasta nuestros días con pocos resultados. La guerra de Ucrania abrió una nueva situación que es vista como oportunidad: reindustrializar Estados Unidos, desindustrializando Europa.
La distancia entre la industria que Estados Unidos tiene puertas adentro y la que debería tener para evitar un enorme ajuste es muy grande. ¿Será posible?
El dólar y la guerra
En el lapso para reindustrializar el país y reequilibrar ese triángulo, el dólar —emisión y deuda— debe sostener ese aparato militar con esteroides. Si esto no tuviera matices, el triunfo estaría asegurado. El problema de emitir dólares sin valores subyacentes para mantener un aparato militar que excede a la base industrial que lo sostiene es que, llegado a un límite, la emisión afecta al poder de la propia moneda, abre una brecha que puede ser utilizada por quiénes tengan interés en limar la hegemonía del dólar, y pone en manos de otros países instrumentos financieros en capacidad de afectar su fortaleza.
Para evitarlo, el despliegue militar y la voluntad de usarlo —lo cual está bien probado— debe ser tan intimidante como para sostener al dólar como moneda hegemónica y disuadir iniciativas que lo debiliten. La tarea de ambos, dólar y aparato militar, es ganar tiempo y recrear una base industrial acorde con los dos factores que actualmente se mantienen por encima de la ley de la gravedad. La relevancia del rol que juega la violencia en ese mecanismo es clave. Luego de que Nixon abandonara el patrón oro, fue reemplazado por uno menos formal pero no menos eficiente, el petrodólar. El comercio de petróleo se debe hacer en dólares; esa es una línea roja y no cualquiera, sino la más sensible para Estados Unidos. Si se rompe, peligra la arquitectura financiera que sostiene al dólar.
En los últimos días del milenio pasado, la OPEP se encontraba en estado catatónico y el precio del barril de petróleo en valores mínimos. El 10 de agosto del año 2000, Hugo Chávez viajó por tierra desde Irán hasta Bagdad y se entrevistó con Saddam Hussein. Era el primer presidente que visitaba Irak desde 1991. Dos días después, Chávez aterrizaba en Trípoli y se entrevistaba con Muammar Gadafi. Un mes más tarde, se realizaba en Caracas la segunda cumbre de la OPEP y el barril de petróleo comenzaba un camino ascendente.
Chávez fue el artífice de rearticular la OPEP; Saddam Hussein tuvo la osadía de pensar en comercializar petróleo en euros; Muammar Gadafi cayó en la misma tentación; Irak fue invadido, Libia bombardeada y Venezuela padece la guerra híbrida más acabada que se conozca. Hussein fue ahorcado y Gadafi linchado. El Estado venezolano tiene elementos que conducen a pensar que la enfermedad de Chávez no fue obra de la naturaleza.
El aparato militar sostuvo al dólar. 20 años después las amenazas crecieron.   

El señoreaje del dólar
La ventaja que brinda a Estados Unidos tener la moneda de reserva a escala mundial es mayor que lo que nos dicta nuestro sentido común, malnutrido por los medios de desinformación masiva. Gracias a ello cuenta con una panoplia de recursos que no tienen los demás países para vivir muy por encima de lo que produce, durante un lapso excepcionalmente largo.
La diplomacia china llama a esa ventaja el “señoreaje” del dólar. En un comunicado conceptual —raro para una cancillería, en general también malnutridas— e inusualmente duro, emitido recientemente lo describe así: “Al aprovechar el estatus del dólar como la principal moneda de reserva internacional, Estados Unidos recauda ‘señoreaje’ de todo el mundo; y utilizando su control sobre las organizaciones internacionales obliga a otros países a servir a la estrategia política y económica de Estados Unidos. Con la ayuda del ‘señoreaje’, Estados Unidos explota la riqueza mundial. Cuesta solo alrededor de 17 centavos producir un billete de 100 dólares, pero otros países tienen que pagar 100 dólares en bienes reales para obtener uno. Hemos señalado que hace más de medio siglo que Estados Unidos disfruta de privilegios y déficits exorbitantes (…) y usa el billete de papel sin valor, para saquear los recursos y fábricas de otras naciones”. ¡¡Uffff!!
Y continúa: “La hegemonía del dólar estadounidense es la principal fuente de inestabilidad e incertidumbre en la economía mundial. Durante la pandemia de covid-19, Estados Unidos abusó de su hegemonía financiera global e inyectó billones de dólares en el mercado, dejando que otros países, especialmente las economías emergentes, pagaran el precio. En 2022, la Reserva Federal puso fin a su política monetaria ultra flexible y recurrió a un aumento agresivo de las tasas de interés, lo que provocó turbulencias en el mercado financiero internacional y una depreciación sustancial de otras monedas como el euro, muchas de las cuales cayeron a un mínimo de 20 años. Como resultado, un gran número de países en desarrollo se enfrentaron a una alta inflación, depreciación de la moneda y salidas de capital. Esto fue exactamente lo que el secretario del Tesoro de Nixon, John Connally, comentó una vez, con autosatisfacción y con aguda precisión, ‘El dólar es nuestra moneda pero el problema de ustedes’”.
China y Japón son los mayores tenedores de bonos del Tesoro estadounidense. Ambos en los últimos tiempos, se están deshaciendo, lentamente, de esos bonos. En ese cuadro, agitar Taiwán no es una irracionalidad sino parte de una estrategia, una herramienta a la mano para ser utilizada cuando sea necesario. 
El yuan y el rublo bajo la cobertura de un paraguas nuclear
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, comenzaron a proliferar iniciativas de comercio energético por fuera del dólar. Rusia vendiendo petróleo en rublos a India; Xi Jinping tentando al punto arquimédico del petrodólar —Arabia Saudita— para vender en yuanes; Irán participando del mismo juego; Turquía y Paquistán, en algún momento sólidos aliados estadounidenses, manteniendo la equidistancia. 
Obligados por las sanciones, China y Rusia tocaron otra fibra muy sensible, sistemas alternativos al SWIFT para las transacciones financieras globales. A diferencia de las iniciativas de Irak, Libia y Venezuela, en esta ocasión están involucradas la segunda potencia económica —China— y la segunda potencia militar —Rusia— unidas por una alianza estratégica. Todo bajo cobertura del paraguas nuclear ruso.
El límite de la geoestrategia estadounidense es el alineamiento europeo, si se distancia, todo el constructo se derrumba. Si se mantiene alineado, permite avanzar en la fractura del mundo y ganar tiempo. Es por eso que “la lucha de clases en Francia” de la semana pasada también tiene que ser leída en esta clave. La patronal francesa va a necesitar muchas medidas para reducir “gastos” —salarios, jubilaciones, salud, educación— para competir en esta nueva geoeconomía. Serán imprescindibles grandes movilizaciones que enfrenten esa política adaptativa y demuelan el poder político que garantiza ese alineamiento. Francia debe ser solo un primer capítulo.
También las quiebras de tres bancos en Estados Unidos pertenecen a esta trama. No es la irresponsabilidad de sus directivos lo que está en juego. Es el resultado del desarrollo durante cinco décadas de una economía financiarizada y endeudada, en función de mantener el beneficio del gran capital, con la Reserva Federal conduciendo ese proceso. El mismo gran capital que, mientras tanto, trasladaba sus fábricas al sudeste asiático en busca de salarios más bajos y mayores beneficios, y dejaba un país con la base industrial debilitada que ahora se busca revertir.
Hay algo irresponsable en quiénes realizan presagios sobre temas tan complejos, pero parece difícil no suponer que aceleramos hacia un punto de fractura. Por eso Joe Biden necesita enviar al Congreso un presupuesto de defensa récord de 842.000 millones de dólares. 

El dólar sostiene el aparato militar. Enciendan las impresoras.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/crisis-economica/guerra-sostiene-dolar-guerra-senoreaje-petroleo

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