“En el claroscuro del caos”

En tiempos de incertidumbre suele citarse a Gramsci cuando no se sabe qué decir. En particular, su célebre aserto de que el viejo orden ya no existe y el nuevo todavía está por nacer. Lo cual presupone la necesidad de un nuevo orden después de la crisis. Pero no se contempla hipótesis del caos. Se apuesta a que surja ese nuevo orden de una nueva política que reemplace a la obsoleta democracia liberal que, manifiestamente, se cae a pedazos en todo el mundo, porque deja de existir en el único lugar en el que puede perdurar: las mentes de los ciudadanos.

Autor Manuel Castells
Extracto del libro "Ruptura. La Crisis de la Democracia Liberal"

La crisis de ese viejo orden político está adoptando múltiples formas. La subversión de las instituciones democráticas por caudillos narcisistas que se hacen con los resortes del poder a partir del hastío de la gente con la podredumbre institucional y la injusticia social; la manipulación mediática de las esperanzas frustadas por encantadores de serpientes; la renovación aparente y transitoria de la representación política mediante la cooptación de los proyectos de cambio; la consolidación de mafias en el poder y de teocracias fundamentalistas aprovechando las estrategias geopolíticas de los poderes mundiales;  la vuelta pura y simple a la brutalidad irrestricta del Estado en buena parte del mundo, de Rusia a China, del Africa neocolonial a los neofascismos de Europa del Este y a los repuntes dictatoriales en América Latina. Y, en fin, el atrincheramiento en el cinismo político, disfrazada de posibilismo realista, de los restos de la política partidaria como forma de representación. Una lenta agonía de lo que fue ese orden político.

De hecho, la ruptura de la relación institucional entre gobernantes y gobernados crea una situación caótica que es particularmente problemática en el contexto de la evolución más amplia como especie en el planeta azul. En el momento en que se pone en cuestión la habitabilidad para los humanos en este planeta a partir de la propia acción de los humanos y de nuestra incapacidad de aplicar las medidas correctoras de cuya necesidad somos conscientes. Y en el momento en que nuestro extraordinario desarrollo tecnológico entra en contradicción con nuestro subdesarrollo político y ético, poniendo nuestras vidas en manos de nuestras máquinas. y en que las condiciones ecológicas en las megalópolies que concentran una proporción creciente de la población mundial pueden provocar, y de hecho provocan, pandemias de todo tipo. Que se convierten en mercado para las multinacionales farmacéuticas, ese malévolo poder que ha raptado y deformado la ciencia de la vida para su exclusivo beneficio. Un planeta en el que la amenaza de un holocausto nuclear sigue vigente por la locura de endiosados gobernantes sin control psiquiátrico. Y en el que la capacidad tecnológica de nuevas formas de guerra, incluida la ciberguerra, prepara conflictos posiblemente más atroces de los que vivió el siglo XX. Sin que las instituciones internacionales, dependientes de los estados, y por tanto de la cortedad de miras, la corrupción y la falta de escrúpulos de quienes los gobiernan, sean capaces de poner en práctica estrategias de supervivencia para el bien común.
La ruptura de la mistificación ideológica de una pseudorrepresentatividad institucional tiene la ventaja de la claridad de la conciencia de en qué mundo vivimos. Pero nos precipita en la oscuridad de la incapacidad de decidir y actuar porque no tenemos instrumentos fiables para ello, particurlarmente en el ámbito global en donde se ciernen las amenazas sobre la vida.
La experiencia histórica muestra que del fondo de la opresión y la desesperación surgen, siempre, movimientos sociales de distintas formas que cambian las mentes y a través de ellas las instituciones. Como ha sucedido con el movimiento feminista, con la concienca ecologista, con los derechos humanos. Pero también sabemos que, hasta ahora, los cambios profundos han requerido un relevo institucional a partir de la transformación de las mentes. Y es en ese nivel, el propiamente político institucional, donde el caos sigue imperando. De ahí la esperanza, albergada por millones, de una política nueva. Sin embargo, ¿cuáles son las formas posibles de esa nueva política?¿No estamos ante el viejo esquema de la izquierda de esperar la solución mediante la aparición de un nuevo partido, el auténtico transformador que por fin sea la palanca de la salvación humana? ¿Y si tal partido no existiera? ¿Y si no pudiéramos recurrir a una fuerza externa a lo que somos y vivimos más allá de nuestra cotidianidad? ¿Cuál es ese nuevo orden que necesariamente debe existir y reemplazar lo que se muere? ¿O estamos en una situación históricamente nueva en que nosotras, cada una de nosotras, debemos asumir la responsabilidad de nuestras vidas, la de nuestros hijos y las de nuestra humanidad sin intermediarios, en la práctica de cada día, en las multidimensionalidad de nuestra existencia? Ah, la vieja utopía autogestionaria. Pero ¿por qué no? Y, sobre todo, ¿cuál es la alternativa? ¿Dónde estaán esas nuevas instituciones dignas de la confianza de nuestra representación? He auscultado muchas sociedades en las últimas décadas. Y no detecto señales de nueva vida democrática, más allá de las apariencias. Hay proyectos embrionarios por los que tengo respeto y simpatía, sobre todo porque me emociona la sinceridad y la generosidad de tanta gente. pero no son instituciones estables, no son protopartidos o pre-estados. Son humanos practicando como humanos. Utilizando la capacidad de autocomunicación, deliberación y codecisión de que ahora disponemos en la Galaxia Internet. Poniendo en práctica el enorme caudal de información y conocimiento de que disponemos para gestionar nuestros problemas. Resolviendo lo que va surgiendo cada instante. Y reconstruyendo de abajo arriba el tejido de nuestras vidas, en lo personal y lo social. ¿Utópico? Lo que es utópico es pensar que el poder destructivo de las actuales instituciones pueden dejar de reproducirse en nuevas instituciones creadas a partir de la misma matriz. Y como la destrucción de un Estado para crear otro lleva necesariamente al Terror, como ya aprendimos en el siglo XX, podríamos experimentar y tener la paciencia histórica de ver cómo los embriones de libertad plantados en nuestras mentes por nuestra práctica van creciendo y transformándose. No necesariamente para constituir un orden nuevo. Sino, tal vez, para configurar un caos creativo en el que aprendamos a fluir con la vida en lugar de apresarla en burocracias y programarla en algoritmos. Dada nuestra experiencia histórica, tal vez aprender a vivir en el caos no sea tan nocivo como conformarse con la disciplina de un orden.

Fuente: Publicado en ClimaTerra -
https://www.climaterra.org/post/manuel-castells-en-el-claroscuro-del-caos -
El autor es sociólogo y profesor universitario español, que ejerció como ministro de Universidades entre enero de 2020 y diciembre de 2021. Según el Social Sciences Citation Index 2000-2017, es el sexto académico del ámbito de las ciencias sociales más citado del mundo y el erudito en comunicación más citado del mundo.​ -  Año de publicación: 2017

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