La madera ilegal que viaja de Siberia.





Los bosques boreales. El verdadero pulmón del mundo. Más de 12 millones de kilómetros cuadrados, dos veces más que el bosque amazónico. Hileras interminables de vagones repletos de troncos esperan turno en la estación de trenes de Dalnerechensk. El ruido ensordecedor de los altavoces anuncia la llegada del próximo Transiberiano a la ciudad, un lugar con cielo plomizo en la región rusa de Primorsky, a unos 9.000 kilómetros al este de Moscú, casi rozando Corea del Norte. La madera siberiana apilada pronto cruzará la frontera china donde será utilizada para la construcción de casas, puentes y edificios o en la fabricación de muebles de jardín que luego serán vendidos en España y otros países occidentales. El negocio de la tala brota a la vista de todos. Parece limpio, sí, pero tiene truco. Se calcula que cada año, en total, se extraen de los bosques rusos unos siete millones de toneladas de troncos, de ellas más del 30% provienen de la tala ilegal. Es lo que muchos califican ya como «robo del siglo». Un meganegocio que controlan con mano dura las mafias rusas y chinas, y que amenaza con cargarse para siempre los milenarios bosques siberianos de robles, tilos, pinos silvestres, piceas y abedules.

«En el norte los traficantes de madera dejan un rastro desolador», dice Anatoly Lebedev, ex agente del KGB reconvertido en activista medioambiental, que nos acompaña en el andén de Dalnerechensk, principal lugar de paso de troncos rusos a China. Un tercio de los más de tres millones de toneladas de troncos rusos que pasan al gigante asiático son de contrabando. Talados de manera ilegal. Anatoly tiene el pelo canoso y viste chaqueta color marrón claro con camisa a cuadros. «El bosque siberiano parece estar bien pero en realidad está muerto, lo están vaciando a marchas forzadas, es un escándalo», remata con gesto indignado el antiguo espía, 1,70 de estatura, mientras vemos pasar el Transiberiano.

Crack ecológico

De continuar el expolio al ritmo actual, sería el fin del ecosistema más rico del hemisferio norte, último reducto de tigres siberianos, y del sustento de millones de familias. Se estima que en dos décadas podrían desaparecer los bosques boreales como el siberiano. Un crack medioambiental en ciernes que de un modo u otro terminará afectándonos a todos. Y un mercado negro de unos 1.000 millones de euros en juego.

La voz de alarma sobre el peligro creciente de extinción del bosque boreal o taiga, una área que se extiende a lo largo de Rusia, Canadá, Alaska y Escandinavia, ha sonado esta semana por boca de un grupo de científicos. «Mucha de la atención mundial se ha concentrado en la pérdida y degradación de los bosques tropicales en las tres últimas décadas, pero ahora el bosque boreal ha pasado a convertirse en el próximo Amazonas», afirma el biólogo Corey Bradshaw, de la Universidad de Adelaida, quien junto a investigadores de universidades de Canadá y Singapur ha pedido medidas urgentes para evitar la desaparición de uno de los mayores sumideros de CO2 del planeta. Según estos expertos, cuyo informe ha sido publicado en la revista Trends in Ecology and Evolution bajo el título Conservación urgente del almacén de carbono boreal y la biodiversidad, el bosque ruso es el más degradado. Los expertos del informe apuntan directamente a la tala incontrolada de árboles debido a la demanda creciente de la industria maderera. Se estima, de hecho, que el 60% de estos bosques ya se ha perdido total o parcialmente. En dos décadas podría desaparecer. Un escándalo.

Parte de la madera manchada llega a España, que compra más de un millón y medio de toneladas de madera anualmente. WWF/Adena estima que cerca del 20% tiene origen ilegal. Y Greenpeace sitúa a España como uno de los mayores importadores del mundo de madera sucia, el 10% de ésta, según la ONG, proviene de la patria de Putin.

En la fría Rusia, donde el atraso y la miseria conviven hoy con la opulencia, crecen los mayores bosques del mundo -más de 12 millones de kilómetros cuadrados-, concentrados sobre todo en Siberia, un área que va desde los Urales hasta el Mar de Japón tocando el Ártico. Desde aquí salen dos tercios de los troncos que consume su insaciable vecino, cantidad nada despreciable considerando que seis de cada 10 troncos talados en el mundo terminan en China. El gigante asiático -actualmente el mayor exportador de productos madereros del planeta- luego los procesa y vende sin grandes problemas en el extranjero. Pese a que en China se prohibieran las cortas tras las devastadoras inundaciones de 1998, la industria está en expansión gracias al suministro siberiano. A mediados de esta década el negocio alcanzaba los 11.600 millones de euros de facturación.

A pocos minutos del centro de la ciudad de Primorsky, uno de las zonas con mayores reservas madereras de Siberia, muy cerca de la estación de trenes donde se encuentra el reportero, junto a bloques de pisos medio derruidos del régimen soviético, lucen lujosas mansiones. En ellas viven los barones de la madera ilegal.

Una postal muy distinta al desolador panorama de las afueras de Dalnerechensk: la mayoría de los campos yacen abandonados y el único rastro de las poderosas granjas colectivas de antaño son edificios derruidos y cubiertos de maleza espesa. No hay forma de ganarse la vida en este lugar sin hacer daño. La depresión económica ha hecho que la gente se lance a la tala indiscriminada de árboles sin pararse a pensar en las consecuencias.

El capo chino

Los mafiosos chinos son los grandes beneficiados de este desquiciado negocio. El capo mayor es Sun Laijun, con una fortuna de varios cientos de millones de euros, dueño de la empresa Longjiang Shanglian. Su base de operaciones se encuentra en la ciudad china de Suifenhe, un antiguo puesto fronterizo zarista donde se levantan más de 400 aserraderos, al otro lado de la frontera. Laijun creó esta compañía hace casi una década y ahora importa uno de cada 10 troncos talados en Rusia, que luego transporta en más de 600 vagones de tren diarios.

El tráfico -seguido de cerca por la ONG Environmental Investigation Agency (EIA) de Washington, liderada por Alexander Von Bismarck, descendiente directo del canciller alemán- es posible gracias a la complicidad no sólo de la omnipresente mafia. Haciéndose pasar por empresarios de la madera, investigadores de la EIA consiguieron reunirse con el hermano menor del dueño, Laiyong, el año pasado. Éste reconoció que pagaba millones de dólares en efectivo, a través de intermediarios, a mafiosos rusos y a policías, a cambio de importar madera sin abonar impuestos. «Hay costes de transporte, pagos de aduanas, protección de la mafia...», comentó Laiyong a los falsos empresarios sin darse cuenta de que estaba siendo filmado. «Hasta la policía», terció un colaborador suyo, «actúa como la mafia».

Los de Von Bismarck han denunciado que muchos de los productos elaborados con la madera ilegal de Siberia, por esta y otras empresas chinas, acaban en centros comerciales occidentales como el gigante estadounidense Wal-Mart. «Hay presión contra los bosques en el noroeste de Rusia, tocando Escandinavia, pero el gran problema está en el extremo oriental de Siberia donde la mafia es especialmente virulenta», asegura a Crónica Alexander von Bismarck.

La denuncia nos toca de cerca. «Hemos visitado una decena de empresas», añade la misma fuente, «y en la mayoría nos han dicho que exportan a toda Europa, incluyendo España». La mercancía llega por mar a nuestros puertos. El pino silvestre y la picea, por ser madera blanda o semiblanda, serán utilizados para producir muebles, ventanas y puertas. El abedul, en cambio, se usará para fabricar chapas y pasta de papel.

[Aunque no hay cifras fiables, fuentes del sector calculan que, por ejemplo, media tonelada de pino coreano, se paga a 140-200 euros, y un ejemplar puede tener unas cinco toneladas, por lo que su precio podría alcanzar entre 1.400 y 2.000 euros.]

A pesar de la enorme escala del negocio, la destrucción de los bosques corre a manos de pequeñas brigadas -unas cuatro personas con camiones- que trabajan en su mayoría como autónomos y venden los troncos a aserraderos controlados por la mafia. Tras varios intentos, el líder de una de estas brigadas -un joven ex policía que viste chandal y dice llamarse Yevgeni- acepta explicar cómo funciona el entramado ilegal. Nos cita en el claro de un bosque de la región de Primorsky, la más afectada por las talas.

Matones a sueldo

«¡Corre, sube rápido al coche! Si ven que hablo con un periodista me pegan un tiro», apura nervioso. Aquí todo tiene un precio, incluso la propia vida. Los agentes de tráfico, explica Yevgeni, cobran entre 70 y 140 euros por camión lleno de troncos dependiendo de si tienen o no los permisos en regla. Una vez dejan la carga en el aserradero, los jefes legalizan la madera, sobornando a altos funcionarios locales.

«La mayoría son corruptos, los inspectores, la policía, todos se protegen entre ellos», en palabras de nuestro confidente. «Mi jefe tiene una persona encargada de silenciar a quien se vaya de la lengua. Hace poco a uno le quemaron el garaje con el coche dentro y fabricaron pruebas contra otro para encarcelarlo». Yevgeni, que no para de mirar desconfiado a su alrededor, zanja la conversación enrabietado: «Los mataría a todos si pudiera, pero aquí no hay otro trabajo y mi familia se moriría de hambre».

Los forestales consultados coinciden en que poco pueden hacer contra los cortadores ilegales ya que éstos suelen ir armados, usan sierras eléctricas que no emiten ruido a más de 10 metros y sitúan vigías en los caminos.

Alexander Vitrik, uno de los inspectores jefe de la zona, comenta que en las escasas ocasiones en que se producen arrestos, como el del ex alcalde de Vladivostok, conocido como el regordete osito Winnie the Pooh, la presión para frenar los juicios es enorme desde altas esferas del Gobierno. «No puedo dar nombres pero gente muy influyente les protege». Admite también que hay inspectores corruptos. «La única solución es que el Gobierno federal aumente los impuestos [de exportación de madera a China]. Si no lo hacen, esto pronto se convertirá en un desierto como China», añade el ex alcalde. [Empresarios chinos se han adelantado y llevan meses comprando aserraderos rusos].

Miles de inspectores además han sido despedidos. Con el colapso de la URSS a comienzos de los 90, la financiación de los servicios forestales se redujo drásticamente en medio de la anarquía que envolvió el país. Para cubrir gastos, los inspectores recurrieron a lo que aquí llaman «talas de rescate», en teoría, para limpiar los bosques de árboles enfermos o viejos. Aunque en realidad lo que hacían era venderlos al mejor postor. Había abusos pero a cambio sacaban un sueldo extra.

La tapadera

El Gobierno de Vladimir Putin reaccionó aboliendo el Servicio Forestal en 2001 y despidiendo a casi todos los inspectores, aunque no creó una alternativa. Lo que hizo fue poner el antiguo servicio forestal bajo el mando del Ministerio de Recursos Naturales y, más recientemente, le dio el poder a las regiones. Una medida que muchos consideraron una tapadera para dar carta blanca a la explotación de bosques y recursos naturales por parte de mafias relacionadas con el Kremlin.

Todo esto no ha disuadido a un puñado de inspectores en su lucha abierta contra los taladores ilegales. Como Alexander Samolienko, 57 años, a quien encuentro subido en su 4x4 camino del bosque, vestido con ropa de camuflaje y armado con un rifle y una cámara de vídeo para recabar pruebas contra cualquier infractor.

«Hace unos años quemaron mi coche y después intentaron prender fuego a la casa de mis padres. Seguro que lo intentarán de nuevo pero somos rusos, no tenemos miedo». Su compañero Anatoly Kabanietz, sentado a su lado, sonríe al escucharlo: «Estas pequeñeces no nos amilanan. Mi hijo era inspector y lo asesinaron, pero seguiremos luchando».

En la estación de Dalnerechensk no hay descanso. Uno de los ocho trenes con madera que ocupan las vías arranca cargado con 1.800 troncos hacia la frontera china. Nadie pregunta. «Están vaciando el bosque», repite el ex agente de la KGB. Es la viva estampa de un colosal desastre ecológico. El réquiem del bosque boreal siberiano.
 
Autor: Alfonso Daniels. El Mundo.

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