Raíces





Por Diego Griffon

Las raíces del cambio climático se encuentran en nuestro modo de vida, son inherentes a nuestro modelo civilizatorio. En el estado actual de las cosas, solo podemos considerar opciones que estén orientadas hacia la construcción de un modelo de sociedad sustentable. El sistema económico debe sufrir una profunda transformación en sus valores y principios. En el sistema agrícola, la agricultura de pequeña escala es mas productiva y sabemos que la agricultura de base agroecológica puede producir iguales o mayores cantidades de alimentos que la agricultura convencional. No existe razón científica para seguir atados a una racionalidad agrícola que ha demostrado ser dañina para el planeta.


Pérdida de biodiversidad, consumismo, hambrunas y guerras, son todos síntomas de una misma enfermedad: nuestro modelo de sociedad. En este ensayo, se discute las relaciones que existen entre el cambio climático y la agricultura convencional, argumentando que ambas, de igual manera son consecuencias de una misma causa.
Hace mucho tiempo, mi amigo Luis me enseñó que para desyerbar, es necesario sacar la raíz, no basta con solo cortar el vástago. Este razonamiento aplica para todo: para encontrar soluciones reales y duraderas hay que buscar las causas, no es suficiente paliar las consecuencias.
Actualmente se habla mucho sobre gases de efecto invernadero, uso irracional de energía, deforestación, acidificación de los mares, migraciones climáticas, deshielo polar, agricultura contaminante y una larga lista de otros tópicos relacionados al cambio climático.
Estos temas son considerados tan importantes, que un significativo número de líderes mundiales se reunieron en Copenhagen para discutirlos. Pero, ¿se está apuntando a la raíz o al brote? Podríamos preguntarnos: la liberación de gases de efecto invernadero, la deforestación, la dependencia en el petróleo ¿son causas o son consecuencias?
El Colectivo La Patilla (entre otros) ha denunciado que son consecuencias. Las causas son otras, muy profundas, invisibles para muchos. Las raíces del cambio climático se encuentran en nuestro modo de vida, son inherentes a nuestro modelo civilizatorio.
Forma parte de este modelo, hacer externalidades de todos los costos relevantes. En esta lógica, tiene sentido producir granos en países pobres, para engordar a las vacas de los países ricos. Esto, sin importar el combustible malgastado, las emisiones de metano o la dignidad del campesino hambriento.
Este sistema es capaz de propagarse a todos los ámbitos del quehacer humano. Inclusive, mediante créditos de carbono, ha logrado privatizar el aire. El problema de fondo es el modelo, fundamentado en el dinero y el crecimiento.


El motor de esta entelequia es la acumulación incrementada de capital. Se espera que esta acumulación no se detenga, como un perpetuum mobile. Sin embargo, preguntémonos: ¿es real un modelo de sociedad que suponga crecimiento infinito, en un mundo con recursos finitos?
La miopía de este sistema nos está dejando sin futuro. Esta ceguera también se encuentra en la forma en la cual estamos abordando las posibles soluciones. Por decir lo menos, es una ingenuidad intentar solucionar el cambio climático, utilizando las herramientas del sistema que lo ha generado.
Por ejemplo, es ampliamente conocido que la agricultura convencional tiene una gran responsabilidad en el cambio climático. Recordemos que este tipo de agricultura es responsable de 1/3 de las emisiones globales de gases de invernadero. En el ámbito agrícola se han realizado muchas propuestas para frenar el cambio climático: uso ampliado de cultivos genéticamente modificados, revolución verde para África, intensificación de los sistemas de producción, agricultura de precisión, agrocombustibles, etc. Todas las propuestas anteriores buscan prolongar o incentivar el sistema agrícola responsable del problema. El cambio climático no es una cuestión simple, no lo podemos solucionar utilizando esquemas convencionales. Es indispensable un cambio radical en el enfoque. Tenemos que replantearnos nuestras sociedades, sus escalas, valores y principios.
En este sentido, la generación de alimentos no puede seguir siendo considerada una actividad marginal. No se puede permitir que un reducido número de compañías tengan en sus manos la seguridad alimentaria del planeta. Es una locura incentivar un modelo, que ha producido la extinción de la abrumadora mayoría de las especies, variedades y razas de las cuales nos alimentamos (Griffon, 2009). Es inviable un sistema que reduce el alimento a una mercancía. En definitiva, no es posible continuar con el modelo agrícola actual. Esta no es una manifestación de principios, es la conclusión final a la que llegó el grupo de expertos de la IAASTD en su evaluación del sistema agrícola mundial (IAASTD, 2008). Este trabajo, que fue llevado a cabo por 400 investigadores durante 4 años (utilizando datos de todo el planeta) señala que es imperativo cambiar el modelo agrícola dominante (Revolución Verde) por otro que permita desarrollar sistemas agrícolas sustentables (Agroecología).
Los enfoques convencionales no son capaces de aportar soluciones, no importa como nos los quieran vender. Por ejemplo, se nos ha dicho que parte de la solución se encuentra en el uso de agrocombustibles. Sin embargo, es sabido que el balance energético de la producción de estos combustibles es muy precario, inclusive en algunos casos se necesita emplear más energía en su producción que la obtenida al final del proceso. Son conocidos los desiertos verdes producidos por los monocultivos de soya, palma aceitera y jathropha. Los agrocombustibles han incrementado la concentración de la tierra, han desplazado al campesinado, empobrecido a las comunidades rurales, envenenado con sus agroquímicos a los trabajadores, distorsionado el mercado mundial de alimentos y debilitado fuertemente la soberanía agroalimentaria de los países del sur global. Sin embargo, abundan los grupos de cabildeo en favor de los agrocombustibles. Entonces, esta supuesta solución, ¿beneficiará al planeta o a un grupo de empresarios inescrupulosos?
No podemos seguir dándonos el lujo de escuchar y evaluar las alternativas propuestas por avariciosas compañías, que solo responden al beneficio propio. Los políticos, concentrados en perpetuarse en el poder, no han ofrecido, ni ofrecerán soluciones genuinas y desinteresadas. No debemos perder el tiempo en esfuerzos sin esperanza, que apunten a un cambio promovido por el actual sistema político-económico. Tal vez llegó la hora de escuchar, a los que nunca han podido hablar.
En el estado actual de las cosas, solo podemos considerar opciones que estén orientadas hacia la construcción de un modelo de sociedad sustentable. El sistema económico debe sufrir una profunda transformación en sus valores y principios. No hay espacio para ambientalismos a ultranza, que desconozcan los derechos de los pueblos. No tiene sentido abordar el problema, sin cuestionarse la estructura jerárquica y excluyente de las sociedades actuales. Es decir, debemos considerar (al menos) los aspectos sociales, ambientales y económicos del problema actual y de las posibles alternativas.
Parte de la solución del problema se encuentra en el sistema agrícola. Debemos repensarlo por completo. Los movimientos de base han señalado el camino. Se ha demostrado que la agricultura de pequeña escala es mas productiva (Rosset, 1999) y sabemos que la agricultura de base agroecológica puede producir iguales o mayores cantidades de alimentos que la agricultura convencional (Bradley, 2007). No existe razón científica para seguir atados a una racionalidad agrícola que ha demostrado ser dañina para el planeta.
La agricultura no puede seguir siendo un arma de coloniaje, desconocedora de los valores ancestrales de los pueblos. La actividad agrícola debe ser liberadora. No puede existir agricultura exitosa, sin que este éxito contemple la eliminación de las relaciones de dominación y explotación. Efectivamente, en la agricultura se encuentran algunas de las soluciones reales al cambio climático. En el estado actual de las cosas, debemos, como ya se ha dicho, ser realistas y soñar lo imposible. Soñemos un mundo nuevo... no un mundo enmendado. www.ecoportal.net
Diego Griffon

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