Seamos como Sydney Possuelo





Por Pablo Cingolani

Si algo aprendí de Possuelo estos días de tenerlo aquí conmigo, es lo que decía Drummond y que también decía el Talmud a su manera: un hombre, cualquier hombre, son todos los hombres. Salva a un hombre y salvarás a la humanidad. Protege a un indio aislado y te protegerás a vos mismo. Salva la selva y salvarás al mundo. Siente lo que late adentro tuyo y sentirás al cosmos. Possuelo trabajó 43 sacrificados años en la selva y la marca del entorno y de su gente, la marca de los árboles centenarios y de los indios -los seres más felices del mundo dijo alguna vez-, se le nota, fluye dentro de él, lo traspasa y lo rebasa.


No necesitamos dinero, o mejor dicho, no es dinero lo que necesitamos, ni siquiera es poder, sólo necesitamos lo que se adquiere con el poder y no puede adquirirse sin él: la conciencia tranquila y solitaria de la fuerza. - Parafraseando a Fedor Dostoievsky
En la noche entre los cerros y la comunión que propicia el vino, el hombre empezó a cantar. En torrente fecundo, su voz tan melodiosa, dejaba escuchar un testimonio irrepetible del estar, el saber y el sentimiento popular americano. Era Violeta Parra y era su Gracias a la vida. Alma de diamante, corazón del corazón de la selva, la Amazonía y la que todos llevamos o deberíamos llevar adentro: Sydney Possuelo.
No voy a escribir en este texto sobre el hombre que defendió e impuso el principio del No Contacto para la relación de respeto y reciprocidad que debe primar entre los Pueblos Indígenas Aislados y el resto de la sociedad dominante. Tampoco del hombre que acometió la hazaña de conducir la demarcación del territorio indígena más vasto del mundo, el de los Yanomamis, o el que creó, en un solo año, más territorios indígenas que en toda la historia de Brasil. Voy a escribir sobre la persona que está adentro de ese hombre. Voy a escribir sobre el ser humano llamado Sydney Possuelo.
Voy a escribir sobre el Possuelo-humano ya que, ahora que se me ha revelado tras una semana de convivencia aquí en Bolivia, creo que es la única manera de entender cómo alguien ha empeñado su vida entera en una sola causa: la defensa irrestricta de los derechos humanos de los indígenas de la Amazonía; y como eso, como ese ejemplo de vida y de lucha, como ese testimonio de coherencia y de dignidad sin fisuras, puede convertirse en su mejor legado, en aquello que puede no sólo inspirarnos sino definitivamente enseñarnos algo que valga la pena saber.
Y saber que eso es el secreto de la vida y ningún otro: la osadía de vivirla, labrando un camino donde uno no pueda extraviarse jamás porque el corazón lo guía y el sentimiento de amor por los otros, por nuestros semejantes, así estén aislados, atemorizados y acosados en el medio de la selva, lo ilumina.
Alguna vez escribí sobre Possuelo que era “el último héroe del mundo real”. No sólo lo es, literalmente, y lo sigue siendo, y su figura seguirá abonándose de leyenda y gloria genuinamente ganada. Pero ahora quiero escribir que Sydney, el hombre, el ser humano, es la persona pública más conmovedora y más entrañable que he conocido a lo largo de mi vida –y conocí a muchos; alguien tan puro, tan duro y a la vez tan frágil como el cristal más raro del universo, alguien capaz de emocionarse hasta las lágrimas y emocionar a todos los que lo rodean, alguien que sabe lo que pocos saben: transmitir un mensaje, decir algo significativo, convencer y conmover con lo que expresa, y no sólo con sus palabras, sino con sus gestos, sus ojos penetrantes, su don de transmitir.
Possuelo trabajó 43 sacrificados años en la selva y la marca del entorno y de su gente, la marca de los árboles centenarios y de los indios -los seres más felices del mundo dijo alguna vez-, se le nota, fluye dentro de él, lo traspasa y lo rebasa. Por eso, no habla como un “bronce” dando cátedra de cómo ganó una a una sus batallas (aunque las ganó todas); habla como un tapir, o como un colibrí, como un ser que conoce los rincones y los secretos más recónditos del bosque, las caricias de la luna en medio de la soledad extrema del monte, la alegría por encontrar agua fresca, la ternura de un abrazo con alguien que lo esperó 5000 años, la sonrisa de un niño indígena de la floresta. Habla con la belleza de aquel que lleva adentro de sí mismo lo más estremecedoramente bello de todo: saberse vivo y conciente de lo vivido.
Possuelo vino a Bolivia invitado a dar unas charlas y participar de unos encuentros con organizaciones indígenas pero nos sorprendió a todos, a mí especialmente: en realidad, acudió a darle alegría a nuestros corazones, a decirnos con vehemencia que el camino de la vida sólo se recorre con el sentimiento y que sin amor, no hay nada y no se puede construir nada.
Tamaña lección de vida. Me cuesta hasta ahora digerirla a plenitud. Por eso, escribo. Porque frente a una humanidad como la de Sydney que se abrió siempre, que se compartió sin mesura, que vibró y brilló hasta el infinito, la memoria y las palabras pueden quedar chiquitas, pueden ser incapaces de decir lo que sólo se debería sentir y guardarlo en el fondo del fondo del corazón. Pero, a veces, uno se obliga también a transmitirlo a los demás, por fe y convicción comunitaria.


Insisto, sólo por eso, escribo.
En la segunda tarde de nuestra estadía en Cobija, la capital del maltratado departamento boliviano de Pando –el de la selva, la sangre y el saqueo, lo rebauticé hasta que la paz entre hermanos y la justicia social se imponga-, María, Rabi, Lucio y Manuel le entregaron a Sydney una placa en forma de plato que llevaba inscripto:
La Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), la Central Indígena de la Región Amazónica de Bolivia (CIRABO), la Central Indígena de Pueblos Originarios de la Amazonía de Pando (CIPOAP) y el Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo (FOBOMADE) reconocen y declaran a SYDNEY POSSUELO AMIGO Y DEFENSOR DE LOS PUEBLOS INDÍGENAS DE LA AMAZONÍA BOLIVIANA Por su lucha de toda la vida y por su solidaridad permanente en defensa de los Pueblos Indígenas Aislados de nuestras selvas. Es dado en Cobija, Amazonía, Bolivia, el 15 de diciembre de 2009
Sydney lo dijo allí y me lo repitió hasta el cansancio, para que alumbre como un faro de esperanza latiendo dentro de mí: me han entregado, decía, premios y regalos los reyes, los presidentes, los primeros ministros, las naciones unidas. Pero, aclaraba, nunca voy a olvidar este honor: que los pueblos indígenas de Bolivia me entreguen este reconocimiento, es más importante y más sentido que todos los otros.
Manuel Lima lloró de emoción cuando tuvo que dirigirle la palabra frente al homenaje tan merecido. Lloró, como hombre que lucha y como hombre que es, por todos. Todos naufragamos en el llanto de Manuel porque sentimos la conmoción y el aliento que siente cualquier hombre sensible frente a la inmensa figura humana de Possuelo. ¡Cómo no conmoverse!
Drummond D´Andrade escribió un poema donde advertía que un hombre son todos los hombres. Yo digo: que un hombre que llora por la emoción que nos hace comunión en la lucha, es también todos los hombres. Y Manuel lloró por todos nosotros que seguimos sintiendo que se puede cambiar al mundo y que se puede salvar a la selva. Como Possuelo lo hizo toda su vida y Manuel vino de la manera más hermosa a ratificarlo.
También lloro ahora, cuando voy anotando estas palabras. ¿Por qué no hacerlo si me sacude la misma energía que cuando las viví? ¿Por qué no conmoverse hasta el final sabiendo que si queremos salvar a la selva y cambiar este mundo de mierda no sólo hay que enjuagar las lágrimas sino calentar la sangre, disponerse a perderlo todo si es necesario y más, dar mucho más de lo que sentimos y de lo siempre supusimos que somos, para acometer semejante tarea?
Sólo existen personas corrientes a las cuales se les piden cosas extraordinarias en circunstancias terribles –anotó Timothy Mo en una novela excepcional cuyo título lo dice todo: La redundancia del valor.
Ese valor central e intransigente por la defensa de la vida, ese valor que se pone a prueba por esos otros valores que nos configuran como especie humana (la libertad, la dignidad, el respeto) es lo que produce esos “héroes desconocidos del diálogo”, como lo premió Naciones Unidas, que, en definitiva, son esas personas corrientes –como Sydney, como deberíamos ser todos- que siempre darán el primer paso, que siempre estarán allí entregando lo mejor de sí, su don, su disponibilidad para hacer del mundo, un lugar más amable y menos necio, un sitio más humano y menos dominado por fuerzas que nos son ajenas.
Si algo aprendí de Possuelo estos días de tenerlo aquí conmigo, es lo que decía Drummond y que también decía el Talmud a su manera: un hombre, cualquier hombre, son todos los hombres.
Salva a un hombre y salvarás a la humanidad. Protege a un indio aislado y te protegerás a vos mismo. Salva la selva y salvarás al mundo. Siente lo que late adentro tuyo y sentirás al cosmos.
The meaning, the sense and the secret of life: las conversaciones que me traje puestas de Colombia y con Restrepo. Las tres S: el significado, el sentido y el secreto de la vida.
Nos enseñan cuando somos niños sobre misterios insondables –un hombre se murió hace dos mil años en una cruz por todos nosotros-, nos reprimen y nos angustian –el estado, la propiedad privada y la familia, diría el hermano Engels-, nos avasallan y nos imponen asuntos que no son propios –el consumo, la publicidad, la frivolidad y la hipocresía como norma, la violencia y la guerra como regla-, y nosotros, los del sur que también existe, los de la selva, los llanos y los Andes sagrados, todos ellos sacro y vital, perplejos y ensimismados –somos buena gente, al fin y al cabo, aún no hemos perdido ni la humildad ni la ingenuidad-, todos nosotros, preguntándonos, de buena fe, ¿qué hacemos? ¿Qué hacemos frente a todo esto, trágico y oscuro, que voy planteando?
Pues, mis amigos, mis compañeros, mis hermanos de todo el mundo, quiero decirles: no nos hagamos tanto rollo. Hace 42 años, cuando el momento mundial clamaba por una revolución que con las armas en la mano arrase lo viejo y forje un mundo nuevo de hombres nuevos, Fidel Castro, in memoriam del Che, que se inmoló fusilado en Bolivia, dijo que lo único que se precisaba para hacerlo era seguir el ejemplo del Che, era ser como el Che.
Y lo mejor de una generación sudamericana siguió ese ejemplo y también se inmoló y los atesoramos en el fondo de nuestros corazones porque son nuestros mártires, y nuestros hermanos en el alma herida pero nunca rendida de nuestros pueblos.
Hoy, ahora, en este momento que lees, que lo único que deseamos como humanidad lacerada por todos los poderes es salvar del mundo lo bueno y lo bello que siempre ha tenido, sus ecosistemas y sus pueblos originarios, para luego ponernos de acuerdo que mundo queremos compartir entre todos, los del sur y los del norte, los del campo y los de las ciudades, la fórmula es sencilla: debemos ser como Possuelo, debemos seguir el ejemplo único y transparente de una persona llamada Sydney Possuelo, la conciencia tranquila y solitaria de la fuerza.
El mundo clama por un nuevo paradigma: crean en mí cuando les digo que Possuelo es un ser paradigmático, una ave rara, uno de los pocos que quedan y resisten. Defiende a los indios, salva a la selva. Seamos libres, seamos consecuentes, seamos dignos como es Sydney Possuelo. Lo demás, de verdad, no importa nada.

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Pablo Cingolani, Río Abajo, Bolivia, 19 de diciembre de 2009

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