Bosques con la gente





Origen de los bosques

Hace unos 430 millones de años, plantas y artrópodos comenzaron a
ocupar tierra firme y a evolucionar, adaptándose a su nuevo hábitat
a la vez que adaptándolo. Tipos mayores y más variados de plantas se
extendieron por los pantanos y las orillas de los lagos hasta formar
los primeros bosques terrestres – versiones gigantescas de lo que
hoy la ciencia clasificó como licopodios, equisetos y helechos –
que podían alcanzar una altura de hasta 12mts y que se poblaron con
los parientes primitivos de los milpiés, ciempiés, insectos, ácaros
y arañas.

La vida siguió evolucionando y aparecieron las plantas leñosas
vasculares y productoras de semillas (gimnospermas), que hace
aproximadamente 245 millones de años dominaron los bosques del
planeta. Unos cien millones de años más tarde hicieron su aparición
las primeras plantas con flor (angiospermas), que derivaron en una
enorme cantidad de especies – incluidas las plantas arbustivas y
herbáceas y la mayor parte de los árboles –. En evolución
conjunta con insectos, pájaros y mamíferos, se extendieron
rápidamente y ocuparon prácticamente todos los nichos ecológicos
posibles, presentando una mayor diversidad en zonas tropicales y
húmedas. Los bosques tropicales dominaron la superficie del planeta
extendiéndose hasta las regiones polares y alcanzando su punto más
alto hace unos 38 millones de años.

Pero una vez más, el paisaje de la Tierra cambió paulatinamente en
la época del último periodo glaciar, que comenzó hace
aproximadamente 100.000 años y acabó hace unos 10.000 a 15.000
años, época en la cual las selvas retrocedieron. Al final de la era
glaciar, en el hemisferio norte se extendieron los bosques templados.
Actualmente los bosques en todos sus distintos tipos ocupan alrededor
de un tercio de la superficie terrestre del planeta.

El bosque, matriz de vida

Este proceso vital que se inició hace millones de años hasta su
expresión en el actual ecosistema bosque, alberga una enorme riqueza
de diversidad biológica. El bosque no es en modo alguno un conjunto
de árboles y menos aún una mera fuente de madera, como muchas veces
suele considerarse desde una mirada industrial, occidental, urbana y
ajena. En los bosques bulle la vida, el color, los sonidos, los
matices: en un viejo árbol pueden encontrarse hasta 1500
invertebrados viviendo en él. Y si bien en el bosque predominan los
árboles, proliferan además plantas de diversas especies, tamaños,
edades y formas de vivir: lianas, enredaderas, helechos, arbustos,
árboles jóvenes y árboles antiguos que podrían contarnos historias
de hace millones de años. Todo ese entorno vegetal, además, es
albergue de infinidad de especies animales y durante miles de años ha
dado cobijo y sustento incluso a esta recién llegada especie al
planeta que es el ser humano.

Hay dos elementos básicos que son esenciales para la vida orgánica
de la Tierra: el aire y el agua. Y con ellos el bosque tiene un
vínculo vital. Donde quiera que haya un bosque, hay agua, pero a su
vez los bosques se desarrollan y evolucionan en equilibrio con la
cantidad de agua de que disponen. Cuando llueve en el bosque las copas
de los árboles atrapan el agua, que se desliza por el tronco o gotea
suavemente a través de las hojas hasta el suelo, perméandolo,
evitando la erosión, alimentando las napas subterráneas, las
cuencas, los arroyos y ríos. Los bosques no solamente capturan el
agua sino que la filtran y purifican cuando ésta pasa a través de su
follaje y suelos. A su vez, la profusa vegetación brinda una sombra
que mitiga la temperatura e impide que el agua se evapore. También
sirve de amortiguación de vientos y tormentas. Los manglares –
“bosques de agua salada”, como se les llama – son una férrea
contención a los embates de tempestades y tsunamis. Hay bosques, como
los bosques nublados en zonas altas de montañas tropicales o
subtropicales expuestas a climas oceánicos, que condensan agua del
aire cargado de humedad y aumentan entre un 5 y un 20 por ciento la
disponibilidad normal de agua.

El agua también depende del bosque. En el número especial que
publicamos sobre Bosques, agua y clima (1) Alejandra Parra escribía
que “Cuando el bosque que se desarrolló en equilibrio con las
condiciones ambientales del lugar desaparece, ese equilibrio se ve
seriamente alterado. Los suelos y laderas se ven expuestos a los
agentes de la erosión, de los cuales el agua es el más fuerte. Es
eso justamente lo que mejor explica la relación entre estos tres
factores. Sin la existencia del bosque, el agua y el suelo casi se
repelen mutuamente en los lugares con topografía que no sea plana.
Con la presencia del bosque en cambio, se genera una red natural que
permite que el agua y el suelo mantengan una relación más estrecha,
se acerquen y permanezcan juntos por mucho más tiempo”.

A la conexión bosque-agua hay que agregar otro elemento: el clima.
El clima determina en gran medida la clase de bosque en tanto incide
sobre su flora y su fauna y su diversidad. A su vez, los bosques han
sido cruciales para la evolución del clima mundial por su función de
atrapar dióxido de carbono y liberar oxígeno. Como referíamos en el
boletín citado (2): “Un estudio de la Universidad de Oxford arroja
luz sobre la vinculación que existe entre las precipitaciones y el
movimiento atmosférico de la cuenca del Congo y la cuenca del
Amazonas, citando estudios satelitales que dan cuenta de una
oscilación natural en todo el Océano Atlántico por la cual las
inundaciones de la cuenca amazónica tienden a coincidir con las
sequías de la Cuenca del Congo y viceversa. A su vez las grandes
variaciones de los patrones de lluvia del Amazonas y el Congo
repercuten en la hidrología y el clima de otras regiones.

El estudio brinda datos que ponen en cifras y escenarios un legado de
conocimientos antiguos, pero aparentemente olvidados: que la vida es
interdependiente y que lo que se haga en una parte repercute
indefectiblemente en otra. Por ejemplo, la deforestación de la Cuenca
del Congo --con un índice aproximado de destrucción de un millón y
medio de hectáreas de bosque por año-- ha provocado un descenso de
las precipitaciones en la región de los Grandes Lagos en Estados
Unidos de aproximadamente 5-15% y también afecta a Ucrania y Rusia
(norte del Mar Negro). Por su parte, el cambio de la cobertura del
suelo de las grandes cuencas de África y Asia tiene efectos en el
Monzón asiático. Esa conexión agua-bosque-clima tiene alcances más
allá de lo local y de lo directamente comprobable”.

La presencia de los bosques, por otro lado, hace posible la vida en
la Tierra tal como la conocemos. A través de la fotosíntesis la
población vegetal del bosque absorbe dióxido de carbono y libera
oxígeno, que es lo que muchos seres vivos incluidos los seres humanos
necesitamos para respirar, sosteniendo así un equilibrio vital entre
las especies que exhalamos dióxido de carbono y absorbemos oxígeno,
y las especies que toman dióxido de carbono y eliminan oxígeno.

También los bosques cumplen un papel importante en la
estabilización física del suelo, en especial en las cuencas altas
donde las precipitaciones son abundantes y el terreno es empinado y
sujeto a movimientos de tierra. Las raíces de los árboles reducen el
riesgo de deslizamientos de tierra en la medida que absorben el agua y
contribuyen a reducir el contenido de humedad del suelo, y conforman
una estructura que ayuda a fijarlo.

Además de ser el ecosistema terrestre que contiene la mayor
diversidad de especies de flora y fauna, los bosques se han adaptado a
distintos ambientes – altitudes bajas y altas, valles húmedos,
zonas áridas de montaña, entornos de agua dulce y salada – dando
así origen a distintas y numerosas clases de bosques. En su
clasificación más simplificada se distinguen los bosques tropicales
– todos aquéllos ubicados entre los trópicos de cáncer y
capricornio – de los bosques templados y boreales – el resto –.

Los bosques tropicales

Los bosques tropicales han crecido exuberantes, mecidos por el
cálido aliento de la región que se extiende entre los trópicos de
Cáncer y Capricornio y alimentados por abundantes lluvias y la
intensa energía solar propia de la región ecuatorial. La franja
verde intenso corre a través de los continentes uniendo en sus
diferencias a la selva amazónica, que abarca casi 8 millones de
kilómetros cuadrados distribuidos en Bolivia, Brasil, Colombia,
Ecuador, Guyana, Perú, Suriname, Venezuela y la Guayana Francesa; los
bosques de la cuenca del Congo, un bloque contiguo de bosques
tropicales compartidos por seis países de África Central: Guinea
Ecuatorial, Gabón, República del Congo (Brazzaville), la República
Democrática de Congo (ex Zaire), Camerún y la República
Centroafricana; los bosques monzónicos del sureste asiático que se
extienden desde el sur de la India hasta las Filipinas y las Islas
Sunda y se hacen presentes también en pequeñas islas en los océanos
Índico y Pacífico; y los bosques lluviosos tropicales de Australia y
Nueva Guinea.

Los pueblos de los bosques

Este escenario de penumbras y claros rutilantes de sol, de vahos,
murmullos y cantos, chapoteos y graznidos, dio albergue a los humanos
y los hizo sus hijos. Y aquellos primigenios ocuparon el bosque y lo
hicieron su morada. A lo largo de cientos y miles de años develaron
muchos de sus secretos, preservaron otros y tejieron allí sus
historias. Reverenciaron su suelo, donde enterraron a sus ancestros.
Quedaron así ligados profundamente al bosque, interconectados,
hablando en cantos y leyendas, que es la manera de nombrar lo sublime.

Durante siglos, los pueblos indígenas y las comunidades que dependen
de los bosques han vivido en él y convivido con él, satisfaciendo
sus necesidades materiales y espirituales a través de un manejo
experto. Los bosques tropicales cubren aproximadamente el 12% del
planeta y casi todos están habitados, asegurando a sus habitantes no
solamente sustento sino brindándoles una identidad y formando parte
integral de su forma de vida, una vida de celebración y aprendizaje,
y generalmente pródiga, de escasas posesiones y pocas necesidades.

La recolección, la caza, la pesca y la agricultura itinerante en el
bosque alimentaron a los pueblos del bosque, que encontraron en él,
cuando aún no se conocía el concepto, su soberanía alimentaria.
Miel, frutas, semillas, bellotas, raíces, tubérculos, insectos,
animales silvestres, han sido una importante fuente adicional de
nutrición. También las resinas, el rattan, el bambú, taninos,
colorantes, hojas, paja, pieles, cueros, han complementado las demás
necesidades, así como las plantas para forraje, de especial
importancia para la producción de ganado vacuno, ovino, cabras,
burros y camellos.

En una publicación sobre los derechos a la tierra y los pueblos de
los bosques de África (3) Christopher Kidd y Justin Kenrick hacen
referencia a la forma en que los pueblos indígenas perciben al
bosque, como “algo con lo que pueden interactuar a diario, por lo
que no hay ninguna diferencia fundamental entre las relaciones con los
componentes humanos y no humanos del medio ambiente. Como destaca [el
antropólogo Tom] Ingold, ‘se llega a conocer el bosque, y las
plantas y animales que habitan en él, de la misma forma en que se
logra familiarizarse con otras personas, pasando tiempo con ellos,
invirtiendo en la relación los mismos cuidados, sentimientos y
atención’.” Y citan experiencias similares “respecto a la
relación del pueblo Baka del bosque con los elefantes, en el sentido
de que para todos estos grupos ‘la caza en sí misma comienza a ser
considerada no como una manipulación técnica del mundo natural sino
como una suerte de diálogo interpersonal, parte integrante del
proceso total de la vida social donde individuos humanos y animales
tienen su propia identidad y objetivos’”.

Por otra parte, en la interconexión con su hábitat los pueblos de
los bosques han encontrado elementos importantes que conforman su
integridad. Más allá de que el bosque constituye la farmacia que los
abastece de una amplia variedad de plantas medicinales, las
comunidades viven y mueren dentro de un determinado contexto cultural
y ecológico, y de esos contextos derivan el significado de sus vidas,
un componente central del bienestar humano y por lo tanto de la salud.
En 1999, los representantes de comunidades indígenas, naciones,
pueblos y organizaciones presentes en la Consulta Internacional sobre
la Salud de los Pueblos Indígenas, 1999, organizada por la OMS,
definieron que la salud de los Pueblos Indígenas es “un continuo
colectivo, individual e intergeneracional que incluye una perspectiva
integral que incorpora 4 dimensiones compartidas de la vida. Estas
dimensiones son, el espíritu, el intelecto, lo físico y lo
emocional. Uniendo estas cuatro dimensiones fundamentales, la salud y
el bienestar se manifiestan en múltiples niveles donde el pasado, el
presente y el futuro coexisten simultáneamente. Para los Pueblos
Indígenas, la salud y el bienestar son un equilibrio dinámico que
incluye interacciones con los procesos de la vida y la ley natural que
gobierna el planeta, todos los seres vivientes y la comprensión
espiritual.”

Quisiéramos en este artículo hablar del bosque y sus bondades, de
su historia, amalgamada con la de las criaturas que cobijó,
concientes de que no se trata de una visión romántica del pasado
perdido sino de una mirada que pretende enfocarse en la esencia, para
rescatar lo mejor de esa experiencia y aprender de ella. Sobre todo,
una mirada que desafíe el paradigma dominante del desarrollo lineal,
progresivo y reducido exclusivamente a las bases materiales. Pero es
difícil hablar de los bosques y sus hijos e hijas sin hablar de la
tragedia que han vivido desde que la sociedad colonizadora devenida en
industrial y mercantil avanzó sobre los bosques. Kariuki Thuku,
nacido y criado al borde del Bosque Sagrado Karima, en lo que hoy es
Kenia, cuenta en su libro “The Sacred Footprint. A Story of Karima
Sacred Forest” que en 1910, “Los colonos blancos británicos
anexaron vastas porciones de nuestro territorio sagrado. Lo hicieron
sin respeto alguno por la ceremonia de adopción mutua. Los ancianos
del Consejo de Paz y Reconciliación se sentaron con ellos por varios
días, intentando ayudarlos a entender el significado de la tierra
para nosotros. Pero no pudieron escuchar, porque tenían las armas.
Consideraron irrelevantes nuestras tradiciones de paz. Alambraron
nuestra tierra e hicieron porteras. De buen grado dimos a los
misioneros un lugar donde armar sus carpas. Como verdaderos
colonialistas, se apropiaron y cercaron la tierra que, en este caso,
les había sido regalada. Actualmente poseen miles de acres en
Mathari, al pie del Cerro Muhoya. Por toda esa tierra pagaron con tan
solo una manta. Hoy en día, mucha gente de Mathari es pobre y no
tiene tierra.” Y continúa diciendo: “Apropiarse de nuestro
territorio no fue diferente de arrancarnos el corazón. Perdimos tanto
nuestra tierra como nuestro cielo. Perdimos nuestro sol, que brinda a
nuestra tierra la energía de la fertilidad. Perdimos nuestra luna
llena, que simboliza el ciclo de las estaciones. Nuestra cosmología
ancestral, construida a lo largo de millones de años, fue subyugada y
se perdió. Nuestro calendario ecológico entero fue destruido.
Perdimos todo sentido de vida comunitaria porque se cortó nuestra
conexión primaria con la tierra. Muchas otras comunidades de lo que
hoy es Kenia soportaron crisis similares”.

En un artículo sobre las comunidades amazónicas, Hildebrando Vélez
(4) hablaba de la importancia del territorio para los pueblos
indígenas, y subrayaba que “es necesario que se establezca la
diferencia entre tierra y territorio, pues al hablarse de los derechos
a la propiedad de la tierra no necesariamente quedan inscritos los
derechos al reconocimiento del territorio como espacio cultural y
social. La vida de las comunidades ha transcurrido ligada a su
terruño, por ello hay que referirse al aseguramiento de la tenencia,
a los derechos de titulación y distribución de la tierra además de
los derechos territoriales. Reconocer entonces los territorios
colectivos es una demanda”. Pero advertía que “en este escenario
otorgar propiedad en el sentido de la propiedad privada para la
generación de mercados de tierra no resolverá la exclusión para
aquellos que han habitado durante generaciones el territorio y se
verán presionados por conflictos jurídicos donde antes había
convivencia”.

Este hostigamiento y cercamiento a los pueblos indígenas,
arrebatándoles sus tierras, destruyéndoles sus bosques,
empujándolos a otros estilos de vida en los que terminan siendo
parias y excluidos, ha sido férreamente resistido por algunas
comunidades. Los pueblos indígenas en aislamiento voluntario procuran
un aislamiento no solamente geográfico sino histórico. La
organización Survival International ha identificado a más de 100
tribus en todo el mundo que han escogido rechazar todo contacto con
foráneos. La mayoría vive huyendo, escapando invasiones de colonos,
madereros, petroleros y latifundistas. A menudo son diezmados por
masacres o epidemias. Marcus Colchester, del FPP, reflexionaba que
“para muchos pueblos indígenas del Amazonas y también de otras
partes del mundo, la búsqueda del aislamiento ha sido una elección
informada –la respuesta lógica de pueblos que se han dado cuenta de
que el contacto con el mundo exterior les trae la ruina y no
beneficios. La vida en los bosques sin el comercio puede tener sus
privaciones, no solo porque la ausencia de artefactos de metal como
las hachas, los machetes, anzuelos y recipientes de cocina hace que la
subsistencia implique un trabajo más duro; sino también porque el
comercio tradicional, el trueque y el intercambio entre pueblos
indígenas eran también -en un tiempo- formas de hacer la vida más
variada y rica. Pero es la elección de estos pueblos”. (5)

Dentro de la vida en el bosque seguramente cabe un análisis de
género en la medida que, por los roles asignados en cada sociedad, en
cada comunidad, en cada cultura, hombres y mujeres acceden al
conocimiento de distintas cosas, adquieren un conocimiento distinto
sobre las mismas cosas, organizan su conocimiento de formas diferentes
y lo transmiten de distintas maneras. Sin duda a las mujeres de los
bosques también las marca a fuego su condición de madres. Pero sobre
todo son las mujeres las que, cuando se degrada o destruye el bosque,
cargan con la responsabilidad de quedarse para cuidar de los hijos,
mientras en muchos casos los hombres emigran. Asumen tareas que antes
desempeñaban los hombres, se enfrentan a la escasez de agua, de
leña, de plantas medicinales, a la falta de la base material del
bosque que antes proveía sus necesidades.

El bosque, una comunidad amenazada

Los bosques tienen mucho para enseñar. No se trata de una mera
colección de especies sino que constituyen una comunidad donde
diversas y múltiples especies establecen vínculos de
interdependencia que dan lugar a una red de relaciones no lineales a
través de las cuales la materia y la energía circulan en flujos
cíclicos, se reciclan. Todos estos procesos sugieren aprovechamiento,
integración, cooperación y flexibilidad. Con eso han logrado la
sustentabilidad.

No parece que el modelo dominante de la sociedad globalizada siga
este patrón. Por el contrario. Cuando para los intereses comerciales
los bosques dejaron de ser hogar y bien común, cuando se dejó de
apreciar en ellos la vida diversa que despliegan, la inspiración que
despiertan, y pasaron a ser madera en rolos y astillas, petróleo
contaminante, diamantes y minerales de la guerra, el planeta entero
cambió. El verde intenso comenzó a desaparecer, al igual que las
especies animales y vegetales. Los ríos y arroyos mermaron o se
secaron, espacios enteros enmudecieron, despoblados. Avanzaron los
alambrados y cercos para dar paso a las grandes extensiones de
monocultivos: desde el cacao y el té hasta la caña de azúcar, la
soja, la palma aceitera, los eucaliptos y los pinos. Se construyeron
carreteras que fueron tajos en los bosques, venas abiertas por donde
extraer sus riquezas e introducir la fragmentación, degradación y
destrucción. Los grandes proyectos del mal llamado “desarrollo”
exigieron mucha energía para lo cual se construyeron gigantescas
represas que han inundado grandes extensiones de bosques. Se rompieron
las redes, se expulsó, degradó y exterminó a los pueblos de los
bosques, se profanaron los santuarios, se removieron las tumbas. Esas
historias se repitieron y se siguen repitiendo una y otra vez en los
bosques de América, de Asia, de África, de Oceanía.

Las cifras de la deforestación son alarmantes, desde hace mucho
tiempo ya. Como citamos en el editorial, según la FAO más de 13
millones de hectáreas de bosques desaparecieron anualmente en el
mundo entre 2000 y 2010. No obstante, este relevamiento está
desvirtuado por la propia definición que la FAO da a los bosques, que
se basa en la cobertura forestal y abarca a las plantaciones de
árboles, que carecen en absoluto de la característica biodiversa y
dinámica del ecosistema bosque. Otros organismos siguen los pasos de
la FAO y es así que los dos grandes tipos en que el PNUMA clasifica a
los bosques del mundo - templados y boreales, y tropicales - abarcan
no solamente a las plantaciones de árboles sino incluso las
plantaciones de árboles exóticos. Este disfraz de bosque con que se
presentan los monocultivos industriales de árboles ha tenido
repercusiones muy negativas para numerosas comunidades y también para
la protección de los bosques del mundo. Es necesario que insistamos
en la importancia de elaborar una definición de bosques desde la
gente, desde una mirada ecológica, para devolver al bosque su
verdadero significado.

Últimamente la importancia de los bosques ha revestido nuevas
aristas en el contexto de la crisis climática, que en los ámbitos
oficiales procura resolverse a fuerza de negocios. Es así que se
creó el mecanismo REDD (Reducción de las Emisiones Causadas por la
Deforestación y la Degradación de los Bosques) que mueve fondos
millonarios en torno a los cuales se movilizan empresas y gobiernos.
El peligro de REDD es que se presenta como una solución para los
bosques pero los mira sin verlos, pues los convierte en meros
reservorios de carbono, con un precio en el mercado, vaciados de sus
pueblos, manejados por empresas, cotizados en la bolsa. Un paso más
en la dirección equivocada. Se calcula que se dispondría de entre 10
mil y 30 mil millones de dólares por año para mantener a ciertos
bosques como reductos intocados - incluso por los pueblos que dependen
de ellos - mediante la venta de créditos de carbono a las industrias,
que con su compra “compensarían” sus emisiones de carbono
causantes de la catástrofe climática, eludiendo así su
responsabilidad de reducirlas.

Mientras se proponen soluciones falsas, las emisiones de combustibles
fósiles (petróleo, gas y carbón) continúan en aumento. El
calentamiento global y otros fenómenos del cambio climático ya
afectan a los bosques y todo indica que los afectarán cada vez más,
poniendo en peligro la supervivencia misma de los bosques y sus
elementos constitutivos: plantas, árboles, microorganismos, animales,
insectos y también los pueblos que viven en los bosques. A la larga,
la de todos los seres humanos.

Durante largo tiempo los gobiernos han estado embarcados en dilatadas
negociaciones para proteger los bosques y la biodiversidad, para
frenar el cambio climático. Se organizan foros y convenciones, se
firman convenios. Sin duda se imponen grandes cambios. Pero los
verdaderos cambios necesarios no se vislumbran. Las actuales amenazas
externas que ponen en peligro la vida de los bosques y los pueblos que
los habitan – explotaciones de gas y petróleo, madereo, minería,
granjas camaroneras, represas, monocultivos agrícolas y forestales,
por citar algunas – son el resultado de un modelo de producción,
comercialización y consumo dominado por el afán de lucro
empresarial, que está llevando al planeta al límite de su capacidad
de recuperación. La expresión última de esas amenazas se
materializa actualmente en el cambio climático, que se presenta como
uno de los peligros globales más devastadores.

Si realmente existiera una preocupación por la conservación de los
bosques, la mejor contribución que pueden hacer los gobiernos es
atreverse a concebir otras formas de producción, intercambio y
comercio. Es tomar el liderazgo para cambiar de rumbo y transitar por
caminos de integración, cooperación y solidaridad. Aprender de los
bosques sería la mejor manera de garantizar la vida y el futuro de
los bosques y del planeta.

(1) “El bosque y el agua”, Boletín Nº 128 del WRM,
http://www.wrm.org.uy/boletin/128/opinion.html#bosque

(2) “La conexión agua-bosque-clima”, Boletín Nº 128 del WRM,
http://www.wrm.org.uy/boletin/128/opinion.html#conexion

(3) “The forest peoples of Africa: land rights in context” de la
publicación de Forest Peoples Programme “Land Rights and the Forest
Peoples of Africa. Historical, Legal and Anthropological
Perspectives”,
http://www.forestpeoples.org/sites/fpp/files/publication/2010/05/overviewlandrightsstudy09eng.pdf

(4) “La Amazonía, otra quimera”, de la publicación de Censat
“Amazonía: Selva y Bosques diez años después de Río”,
http://www.wrm.org.uy/paises/Amazonia/Velez.html

(5) “Después del auge del caucho”, Boletín Nº 87 del WRM,
http://www.wrm.org.uy/boletin/87/opinion.html#Colchester

Boletin Nº 162 WRM

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