Juntos desenchufemos Hidroaysén
Por Juan Pablo Orrego
El domingo 9 de diciembre ocurrió algo significativo. Más de 12 mil personas se congregaron en Santiago, en el frontis del Museo de Bellas Artes, durante seis horas, bajo un sol intenso, para escuchar a diez de los canta-autores y bandas más populares del momento: Alonso Nuñez, Joe Vasconcellos, Kaskivano, Villa Cariño, Mano Ajena, Manuel García, Subhira, Los Vásquez, Juana Fe y Ana Tijoux. ¡Gratis!
Los músicos, con total entrega, literalmente regalaron su arte por amor al medio ambiente, a chilenos y chilenas involucrados en conflictos socio-ambientales a lo largo y ancho del territorio… y a la Patagonia. El público se enteró del evento a través de las redes sociales. Algunos medios como Radio Biobío y Cooperativa lo anunciaron y lo cubrieron, pero en la TV y en algunos periódicos masivos fue como si no hubiera sucedido, y así, pocos fuera de Santiago supieron que se había dado algo tan bello y generoso, demostrativo de los nuevos tiempos que corren en Chile.
La TV, en particular, simplemente no pescó. ¿Qué onda? ¿Cuál es la explicación? ¿Línea o sesgo editorial? Es lo más probable porque el llamado al acto político-cultural era “¡Juntos Desenchufemos HidroAysén!” en vista que el Gobierno ha anunciado que en enero se reunirá el impopular Comité de Ministros, presidido por la Ministra de Medio Ambiente, para dirimir el caso del malhadado mega-proyecto hidroeléctrico en los ríos Baker y Pascua en el corazón de la Región de Aysén.
La intención de los convocantes era terminar el año 2012 con la campaña Patagonia Sin Represas en alto, así como mandar una inequívoca señal al Gobierno y empresariado respecto del estado de alerta del Consejo de Defensa de la Patagonia, y de la ciudadanía en general, respecto de los tortuosos procesos a través de los cuales estos sectores pretenden imponerle proyectos tan rentables para los privados como destructivos para el país. Se trataba de alertar e informar respecto de conflictos socio-ambientales que atormentan nuestro territorio y sus comunidades. Y ¿cómo no?, cuando el telón de fondo fue la situación en Freirina, donde “le cuidan más el poto a los chanchos que la calidad de vida de la gente”, en las palabras de una indignada madre, y donde el mismo Comité ministerial acaba de autorizar por secretaría, y con alevosía ambiental, otra termoeléctrica a carbón, Punta Alcalde, de Endesa. Sí, la misma del Alto Biobío y de HidroAysén.
Hoy Freirina y Arauco en llamas. Hace poco Calama y Aysén. Antes, otras comunidades del Valle del Huasco impactadas por la fiebre del oro de Barrick y su mina Pascua Lama destructora de glaciares y economías locales… y Puchuncaví y Ventanas, y los niños contaminados con metales pesados de la Escuela La Greda, y suma y sigue. Entre los “¡Patagonia Sin Represas!” vitoreados por la multitud, diversos voceros hablaron de estas situaciones, de la necesidad de cambios estructurales profundos en la sociedad chilena, de alternativas, de la responsabilidad de cada uno en visualizar, gestar, y hacerse parte proactiva de una tan indispensable como inevitable transformación. Se escuchó reiteradamente que “la situación ya no da para más.”
Al final del día, sin que los organizadores nos percatáramos, algunos furibundos, al parecer, tiraron las vallas de contención en la Av. Andrés Bello. La explosiva respuesta de Carabineros fue atacar indiscriminadamente a todos los rezagados, incluyendo los que desarmaban el escenario, con brutales chorros de agua, y gases, sin reparar en que la mayoría eran ciudadanos nomás que comentaban el acto, niños y mujeres. Instantáneamente ardió la furia.
¿En qué país vivimos? Jóvenes extranjeros que visitan nuestras oficinas nos comentan su extrañeza por la crispación síquica y el estrés que se respira en este país que ha vendido la imagen de ser un modelo de estabilidad social y éxito económico. En la realidad cunde la ingobernabilidad y proliferan los conflictos. Lo bello, detrás de esto, es que se trata de un nuevo despertar de Chile. El problema es que al ir saliendo del estupor de las últimas décadas nos descubrimos, como Gulliver, atados. Nuestro país se debate vigorosamente en busca de niveles más altos de libertad, inteligencia y armonía social. Porque son fundamentales, es lógico que la ecología –la ciencia del hogar-, y lo socioambiental, estén catalizando fuerzas de cambio y sirviendo para delatar las múltiples y feroces imperfecciones de un sistema anclado a un pasado muy poco virtuoso en lo sociopolítico, en equidad y sustentabilidad.
A pesar de la indiferencia de los grandes medios cooptados, los cantos y las voces de eventos como “Juntos Desenchufemos HidroAysén” ayudan a remecer las conciencias, y a removerle el piso al modelito de desarrollo primario y ultra neoliberal que se tambalea cada día más precariamente en nuestro país.
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