Argentina: La amenaza de los discursos de odio
Es alarmante el incremento de las narrativas odiantes y excluyentes en la esfera pública, que encuentra su auge en la voz de cada vez más representantes políticos, sociales y económicos.
Por: Héctor Shalom
¿Por qué hablar de discursos de odio en la actualidad? Advertimos cambios en las formas contemporáneas de exclusión y discriminación en la región y a nivel mundial, y desde hace años observamos atentos las mutaciones en la comunicación política y en la construcción de identidades. Es preocupante el incremento de las narrativas odiantes y excluyentes en la esfera pública, que encuentra su auge en la voz de cada vez más representantes políticos, sociales y económicos.
Los actores del discurso de odio eligen un enemigo y lo demonizan. Lo cargan de la responsabilidad por todos los males y construyen la ilusión de que con su desaparición, todos los males también van a desaparecer. Convencen a la sociedad de que entonces su destrucción es el camino.
El Holocausto fue construido desde este tipo de discursos, al igual que otros genocidios y el terrorismo de Estado en Argentina. En la actualidad, los discursos de odio construyen estigmatización, destrucción, humillación de diferentes grupos o minorías por cuestiones de género, religión, pueblos indígenas, pobreza. En definitiva, el discurso de odio es un constructor de actos de violencia, fracturas sociales y quiebre del entramado social.
Hoy sabemos lo que pasó durante el nazismo, cómo funcionó y cuáles fueron sus consecuencias. Releyendo a Joseph Goebbels, ministro de propaganda y educación del régimen que asume con Hitler en 1933, y sus once principios de la propaganda, encontré alarmantes similitudes con el marketing político de nuestro tiempo.
Goebbels fue, probablemente, el principal responsable de la construcción del Holocausto. No hay genocidio posible si no se pasiviza a gran parte de la sociedad, si no se construye pánico o adhesión. En este punto, los discursos de propaganda son constructores, crean nada menos que las condiciones para que algo suceda. Me tomo el atrevimiento de mencionar algunos de los 11 principios:
-Principio de enemigo único: consiste en individualizar al adversario en un único enemigo.
-Principio de transposición: se trata de cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo al ataque con el ataque. Significa que, si no es posible negar las malas noticias, sí se puede inventar otras que las distraigan.
-Principio de exageración y desfiguración: convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
-Principio de la orquestación: la propaganda se limita a un número pequeño de ideas repetidas incansablemente, presentadas desde diferentes perspectivas, pero que siempre convergen sobre el mismo concepto.
-Principio de transfusión: por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Los Discursos de odio son las herramientas predilectas de los fundamentalismos de cualquier signo, promueven guerras, incitan a que escalen y se ocupan de destruir todo intento de construcción pacifista. En este contexto, es importante diferenciar el derecho a la libre expresión, baluarte de toda democracia, de la incitación a la violencia, que deviene en acto.
El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, asegura que hacer frente al discurso de odio no significa limitar la libertad de expresión ni prohibir su ejercicio, sino impedir que este tipo de discursos degeneren en algo más peligroso como la incitación a la discriminación, la hostilidad y la violencia, prohibidas por el derecho internacional.
Héctor Shalom es Director del Centro Ana Frank Argentina para América Latina
Fuente: Clarin.com