Evolución y comunión: una mirada al desarrollo de la sexualidad
Si analizamos la evolución de la vida, es posible descubrir que la sexualidad tiene más que ver con un propósito de restauración y de coevolución que la reproducción en sí misma. ¿Qué nos dicen los orígenes de este comportamiento y qué implicaciones tiene para la vida como la conocemos? ¿Cómo afecta culturalmente nuestra visión de la sexualidad que su origen no sea estrictamente reproductivo?
Texto por Carolina Estrada
El diálogo de la vida
La vida en la Tierra es un diálogo, una conversación permanente entre las criaturas que habitan el planeta. El lenguaje de la Tierra es la interacción entre las diversas formas de vida que es capaz de generar. La vida es en sí misma el lenguaje. Para no interpretar constantemente un soliloquio, la Tierra da origen a oyentes que son al mismo tiempo palabras y hablantes.
Un oso es una palabra pronunciada en el intercambio con su medio y los seres que lo rodean. Su vida es una conversación con los salmones de los que depende, los árboles que lo rodean y el suelo en que se asientan sus patas. Un salmón también es una palabra que platica con el agua, el río y el mar y que sabe los secretos para conciliarlos y hacerlos fluidos en su propio cuerpo. Juntos escriben un mensaje profundo al dialogar. Las gotas de lluvia que caen por mi ventana, incluso sin ser vivientes, son ideas cósmicas que arrastran consigo el polvo y la contaminación, al mismo tiempo que chacharean con las plantas que nutren a su paso y con el suelo en el que se depositan. El charco que crean en el asfalto me habla a mí de despropósito, casi un desperdicio; en cambio, la tierra húmeda y bendecida por la lluvia me trae esperanza.
Dice Mariana Matija en Niñapájaroglaciar que “Cada estar es un lenguaje de la Tierra, una palabra que inventó el universo. Son antiquísimos, sus vidas empiezan hace miles de millones de años, cuando yo todavía estaba desparramada en muchas otras formas y no sabía decir nada”. Y aunque cada viviente es una palabra que se pronuncia renovada una vez que nace, hay ciertos seres tan primigenios, tan primordiales que conforman por sí mismos el abecedario completo de la vida en la Tierra, los caracteres que permitieron crear palabras y que dan asiento al lenguaje que todos juntos conformamos y recreamos en cada respiración e intercambio: las bacterias.
¿Cómo se escribió el lenguaje de la vida?
Las bacterias son microorganismos unicelulares. Uno de los seres más antiguos del planeta. Crearon el código fundacional de la vida en todas sus formas. No sólo porque hicieron posible la vida en la Tierra a través del diseño atmosférico y climático que generaron y que luego otros organismos se encargarían de completar y sostener, sino porque al vivir, diversificarse y adaptarse, inventaron funciones que hoy forman parte de macrorganismos de todo tipo.
Gracias a mecanismos como la simbiosis, hoy sabemos que, mucho más que ser una carrera lineal por el perfeccionamiento y un campo de batalla en el que simplemente sobrevive el más fuerte, la evolución es un trabajo conjunto donde las especies colaboran entre sí y juntas son capaces de formar seres más complejos y contribuir las unas con otras para la subsistencia en común. Las bacterias son un gran ejemplo de organismos que trabajan mediante la simbiosis en sus diferentes formas.
Las evidencias científicas sugieren que las primeras formas de vida, aunque no se puede afirmar que se tratase de bacterias, sí comparten la mayor parte de sus características con las bacterias modernas. El ser vivo más antiguo del que se tiene registro data de hace 3.500 o 3.800 millones de años: LUCA, el Último Ancestro Común Universal, por sus siglas en inglés, quien representa al abuelo más remoto de todos los organismos que compartimos actualmente la vida en la Tierra.
La primera función que desarrollaron los seres primigenios en la Tierra fue, por su puesto, la alimentación, la capacidad de surtirse del medio para sobrevivir, metabolizar lo ingerido y hacerlo parte de sus propios cuerpos. En esos momentos, la luz fungió como parte primordial de la existencia. Elevarse en el caldo de cultivo primigenio para poder huir de los depredadores y encontrar aquello que les diera vida en el calor y la claridad, también fue uno de los primeros instintos vitales.
Al correr del tiempo, nuestros ancestros bacteriológicos desarrollaron la fabulosa capacidad de generar su propio alimento a partir de la luz del sol o de otros compuestos. Con la fotosíntesis, la capacidad de asimilar la luz y convertirla en energía propia, nacieron los primeros seres autótrofos.
Los peligros de la luz y los retos que plantea
Generar energía a partir de la luz trajo consigo muchos retos. Los rayos UV emitidos por el sol dañan los cuerpos bacterianos, así que, para enfrentarlos y recuperarse, las bacterias inventaron nuevas funciones que más tarde darían pie a la generación de seres complejos. Dos fueron las maneras de evolucionar ante el reto: prevenirlo o reparar el daño. Antes de analizarlas, es importante decir que quizá la forma más característica de la reparación es el sueño, pues implica volver a la oscuridad, apagar las funciones más básicas de la percepción y entrar en un estado de reposo que permite al propio organismo regenerarse. De ahí la importancia de los llamados “ciclos circadianos” —los ritmos biológicos que se siguen cada 24 horas y son definidos por factores como la luz y la temperatura—, para especies como la nuestra. Dormir nos mantiene sanos, incluso jóvenes.
“Quizá la forma más característica de la reparación es el sueño, pues implica volver a la oscuridad, apagar las funciones más básicas de la percepción y entrar en un estado de reposo que permite al propio organismo regenerarse”.
Para prevenir los daños causados por los rayos UV, las bacterias generaron respuestas tan originales como el uso de lo que hoy serían “gafas de sol”, es decir, esconderse detrás de los sedimentos minerales como el nitrato de sodio que deja pasar la luz visible pero no los rayos UV. Otra forma de defenderse fue generar mecanismos protectores parecidos al bronceado: la síntesis de pigmentos que absorben la radiación ultravioleta. Una manera más “amorosa” de lograr la supervivencia es la organización comunitaria; este tipo de comportamiento da origen a fenómenos como los estromatolitos —formaciones de bacterias que se asemejan a grandes piedras y se encuentran todavía en algunos ecosistemas de la Tierra, como Bacalar, en México—. En estas formaciones, numerosos grupos de bacterias se reúnen para trabajar en conjunto, protegidos por los miembros de la orilla; las bacterias que recubren el estromatolito y que se sacrifican por la supervivencia comunitaria actúan como barreras protectoras para todo el grupo.
La luz ultravioleta daña especialmente las cadenas del ADN de las células, lo que propicia la necesidad de generar mecanismos específicos de reparación. Uno de estos mecanismos es la “reparación por escisión”, en el que las bacterias utilizan enzimas para reconocer y cortar las bases dañadas del ADN y posteriormente rellenar el hueco. Otra forma de reparación es la SOS que ocurre cuando, en situaciones de daño extremo, las bacterias pueden activar una respuesta rápida que induce la activación de varios mecanismos emergentes que, aunque pueden producir errores, permiten la supervivencia de la célula bacteriana ante una situación crítica.
De acuerdo con Lynn Margulis y Michael F. Dolan, las bacterias pudieron haber inventado la sexualidad colaborando unas con otras al buscar formas de repararse. En su libro Los inicios de la vida. La evolución en la Tierra precámbrica (2002), proponen que antes de la aparición de la capa de ozono, las bacterias tuvieron que generar mecanismos que les permitieran enfrentar los problemas causados por los rayos UV, y uno de estos fue la recombinación genética. Se trata de un proceso biológico mediante el cual se intercambia material genético entre diferentes moléculas de ADN que pueden pertenecer al mismo ser vivo o a otros; puede ocurrir durante la formación de gametos en organismos sexuales o en algunos procesos de reparación y adaptación del ADN de organismos asexuales. En sus palabras: “El método tan sofisticado para controlar la peligrosa luz ultravioleta probablemente se ha conservado porque permitió otra innovación evolutiva: la aparición del sexo”. Una forma de recombinación es la conjugación, un proceso donde una bacteria transfiere material genético a otra a través de un puente citoplasmático llamado pilus, algo así como un pequeño falo que sirve como puente entre un organismo y otro. Este intercambio de ADN puede considerarse una forma temprana de “sexo” en el sentido de que implica el contacto corporal en el que un donante aporta material genético a un receptor, aunque no implica la reproducción en sí misma. Además de la conjugación, la recombinación también puede darse a través de la transformación —absorción de ADN libre del ambiente— y la transducción —transferencia de ADN.
Intercambiar genes no sólo es útil para la reproducción
La forma esencial de la reproducción celular es la división procariótica; en la cual la célula progenitora hace una copia de su única molécula de DNA, que se adhiere a la membrana celular interna y comienza a crecer hasta que la nueva molécula y la vieja se separan en dos aportadores de genes o genóforos. Una vez que se tienen los dos genóforos, las células se separan por fisión, una forma de división celular directa que produce dos células idénticas.
Otras bacterias suelen reproducirse por gemación: la célula progenitora produce una pequeña célula hija dentro de sí misma, a la que dota del material genético necesario para desarrollarse hasta alcanzar el tamaño de la célula madre y separarse de ésta. Estas formas de reproducción, junto con algunas más como la formación de una espora interna, tienen sólo un progenitor, por lo cual se traducen como formas de reproducción asexual.
En algún momento de la evolución bacteriana, la habilidad para recombinarse de distintas formas generó, de acuerdo con la teoría de Lynn Margulis y Michael F. Dolan, que las bacterias utilizaran las nuevas formas de recombinación para la reproducción:
[…] el sexo, en este sentido limitado, pudo aparecer porque antes ya era posible recombinar los fragmentos rotos de DNA que la radiación ultravioleta había dañado. La recombinación proporcionó a las poblaciones bacterianas una manera de sobrevivir. […] La cuestión del género no significa nada para una bacteria, que puede pasar de ser receptora a ser donadora en pocos minutos y que es capaz de no proporcionar genes a centenares de bacterias dentro de la comunidad en la que vive.
Como forma de transferencia de información genética; un encuentro físico que deriva en el intercambio de materiales y sustancias, el sexo no tiene inicialmente un fin reproductivo, sino sanador. Las bacterias inventaron la sexualidad como un método de colaboración que les permitió sanarse las unas a las otras.
Las plantas son buscadoras incansables de luz y son la base de la vida terrestre. ©Abhishek Koli
El sexo es un intercambio que busca la reparación mutua
Si las bacterias escribieron los códigos de la vida, ¿qué herencia nos han dejado?, ¿cuáles son los mensajes que podemos descifrar de todo este entramado evolutivo y cuáles son sus implicaciones? ¿La humanidad escribió sus códigos culturales por sí misma o es posible rastrear parte de nuestras creencias y comportamientos hasta los orígenes de la vida y sus primeras criaturas?
Pienso en la visión que se tiene de la luz, y la manera en que ciertas tradiciones ven en la claridad, en lo alto, ahí donde está la mayor fuente de luz, el origen, la fuente de todo alimento y todo beneficio. Se trata de algo que está inscrito en la herencia genética, pues las bacterias que formaron el mundo e hicieron posible la aparición de toda la vida en la Tierra así lo experimentaron. Las plantas son buscadoras incansables de luz y son la base de la vida terrestre. Otros seres han experimentado la luz de diversas formas, pero los mamíferos homínidos, regidos por la claridad y la oscuridad del día, sabemos, incluso antes de poder cuestionarlo, que la luz es una aliada. La manera en que la evolución comenzó permite entender la forma en que pensamos, en que sentimos y en que actuamos. Está escrito en nuestro ADN. Mucho más allá de nuestras concepciones ideológicas, nuestras células contienen información que nos guía y que nos dicta cómo actuar, porque así fue como evolucionaron.
Que la sexualidad no haya surgido con la finalidad de procrear, la dota de un significado profundo y especial. Muchas tradiciones ancestrales, como el Taoísmo, el Tantra, El Yoga Kundalini, el Gnosticismo y diversas tradiciones indígenas, ven en la sexualidad un acto sagrado capaz incluso de conectar al ser humano con lo divino. La sexualidad implica entonces que cuando nos conectamos con otro ser e intercambiamos fluidos y, por tanto, información genética, estamos recibiendo también su energía y parte de su ser. Con esta información genética podemos repararnos si es que lo recibido aporta lo que necesitamos para nuestro propio bienestar.
¿Qué le damos al otre en cada intercambio sexual? Eso dependerá del estado de salud de nuestras células, del bienestar que tengan. Que le otre pueda repararse a través nuestro es también un acto de generosidad y entrega. Y si la colaboración antes de la reproducción no fuera suficiente, hay algo todavía interesante en esta reflexión biológica: de acuerdo con Margulis y Dolan, la cuestión del género no es importante para la reproducción bacteriana. Si bien se reconoce al donante como “macho” y al receptor como “hembra”, la realidad es que, durante el encuentro sexual, es posible ser receptor o donador indistintamente, pues lo relevante es la transmisión de material genético en sí misma.
Las adaptaciones corporales que se generaron con el tiempo en los millones de especies resultantes de la evolución bacteriana y que capacitan para la reproducción sexual de cada una, parten de necesidades funcionales para hacer más eficiente la reproducción. El origen, la esencia misma de la sexualidad, tiene inscritos códigos tan especiales como la sanación y la importancia por igual de donante y donador.
El lenguaje de la sexualidad es la comunión, la generosidad de darse a uno mismo para que le otre sobreviva, para que encuentre la salud y el bienestar. Tener sexo es un acto cuya profundidad abarca el cuerpo, el goce sensorial y mental, pero es también un encuentro de profundo significado espiritual y místico: implica que estamos dando parte de nuestro propio ser y recibiendo algo al mismo tiempo, lo cual podrá traernos sanación, bienestar y evolución o quizá lo contrario si le otre no puede aportar lo que necesitamos.
¿Qué nos dice la sexualidad de nosotros mismos? ¿Qué más podemos extraer de ese encuentro en el que nos damos pero también tomamos? Y, quizá lo más importante, ¿qué implicaciones espirituales nos brinda el conocimiento científico de nuestros orígenes, la evolución que inventaron y escribieron otros seres para nosotros? El diálogo de la vida se desarrolla en cada criatura, desde la más pequeña hasta la más grande y compleja. Somos un mensaje vivo, conformado por pequeños símbolos que juntos cuentan un relato vasto y complejo, rico y lleno de matices: el de la evolución simbiótica.
Bibliografía
Coccia, Emanuele. (2021). Metamorfosis. La fascinante continuidad de la vida. Madrid: Ediciones Siruela.
Margulis, L. (1998). Symbiotic Planet. A New Look at the Evolution. Sciencewriters.
Margulis, L., & Dolan, M. F. (2002). Los inicios de la vida. La evolución en la Tierra precámbrica. Tusquets Editores.
Margulis, Lynn y Sagan, Dorion. (1996). ¿Qué es la vida? Barcelona: Tusquets Editores.
Matija, M. (2018). Niñapájaroglaciar. Editorial Rey Naranjo.
Morán, A. (2022). LUCA, el abuelo de todos los seres vivos. Dciencia. Ver: https://www.dciencia.es/luca-el-abuelo-de-todos-los-seres-vivos/
Fuente: Revista Endémico - https://endemico.org/evolucion-y-comunion-una-mirada-al-desarrollo-de-la-sexualidad/ - Imagen de portada: ©Nature Uninterrupted Photography