Industria
Relato: Una vez vi una película antigua que se llama “Tiempos modernos”. Va de un obrero que trabaja en una cadena de montaje apretando tuercas y se le va la cabeza. Algo loquísimo en varios sentidos. Cuando digo que la peli es antigua, no lo digo porque sea en blanco y negro y sea muda. Lo digo porque te lleva a otro mundo.
Luis González Reyes
miembro de Ecologistas en Acción
A un mundo muy lejano en el que existían grandes fábricas y cadenas de montaje. Industrias movidas por petróleo que ocupaban grandes extensiones. Gigantescas infraestructuras de transporte para alimentarlas de cantidades brutales de materiales y dar salida a su, no menos brutal, producción.
Me encanta visitar los restos de esos lugares donde la vida crece ahora, aunque con dificultad. No me refiero a los que se han convertido en museos al aire libre del horror pasado. Del delirio al que llegó la idea de que el ser humano podía controlar el resto de la naturaleza. Museos que cumplen el papel que tuvo, aunque con ciertas diferencias, el que se montó en el campo de concentración nazi de Auschwitz.
Pero ya digo que no son esos los que me gusta visitar, sino los que están abandonados. En ellos realizo pequeños rituales. Si la fábrica era de viscosa, esa materia prima que se usaba en la fabricación de ropa que contaminaba los acuíferos, tejo con lana una funda para una de sus tuberías. Si era del conglomerado que se utilizaba para fabricar muebles de cocina, tallo un trozo de madera que adorne el dintel de la entrada. Si era de acero, forjo un pequeño arado con el que atravieso una de las toberas por donde se forzaba el paso del aire precalentado para quemar el carbón. Si era de abonos químicos, esparzo purín de ortigas alrededor de los depósitos de amoniaco para encerrarlos en un seto verde.
Así voy dejando pequeños símbolos no de los horrores del pasado, como el museo de la Citroën que han creado en Vigo, sino de cómo los hemos superado en el presente. Quiero mostrar cómo nuestro catálogo de artesanías humildes han desterrado la locura de omnipotencia de la industria.
El ritual no termina ahí, sino que después busco los despachos de los ingenieros, casi siempre hombres. Cuando tengo suerte, encuentro alguna carpeta cargada de planos, cálculos o planificaciones, aunque las más de las veces solo quedan las carcasas de los ordenadores. Son mis muestras preferidas de una sociedad miope compuesta por personas que solo podían ver lo que tenían delante de sus narices y, además, una única cosa. Personas hiperespecializadas en apretar una de las tuercas de la inmensa cadena de montaje que era el capitalismo, como el tipo de la peli.
Yo no entiendo lo que pone en esos papeles porque yo no soy miope. Yo sé carpintería, ebanistería, forja, tejido y un montón de cosas más. Yo sé trabajar en equipo para fabricar lo que necesitamos para vivir de manera feliz en paz con los ecosistemas.
Entrevista.
¿Cómo sería una industria decrecentista?
¿Existe una industria verde? Igual no debe llamarse industria, ya que implicaría:
- El fin de las industrias que destruyan la vida.
- Una amplia diversificación productiva, ya que la economía tiene que ser local.
- Basada en técnicas humildes: más artesanía que industria.
- Rural en lugar de urbana.
- Cooperativa.
Este relato forma parte de la colección “relatos decrecentistas”, escrita por María y Luis González Reyes, ilustrada por Emma Gascó y con la dirección artística de la grabación realizada por Nelo Royner para Perifèries. La experiencia busca ser integradora, pues el relato se puede escuchar, leer o mirar. Además, se acompaña de una pequeña introducción de cómo sería la energía en un contexto decrecentista.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ecotopias/industria - Imagen de portada: Industria EMMA GASCÓ