¿Cómo ser buenos antepasados?
El objetivo de este más que interesante ensayo es fundamentar una estrategia de empatía con las generaciones futuras. Trabajar desde ya mismo para evitar que hereden un colapso (como el climático y otros) porque ser buenos antepasados ya no sería poca cosa. Su autor se remite al informe de la ONU “Nuestro futuro común” (1987) como el punto de inflexión para gestionar las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer las suyas. Algo así de simple, y complicado, de lograr.
Albino Prada
Es cierto que durante muchos miles de años las sociedades humanas recolectoras-cazadoras fuimos capaces de ser buenos antepasados, mientras que las sociedades agrarias y ganaderas tradicionales lo consiguieron durante unos pocos milenios, sin embargo nuestras sociedades industriales estarían muy lejos de lograrlo. Porque, como bien señala Krznaric, desde hace algunas décadas empezamos a superar las biocapacidades del planeta, y ese exceso nos aleja de la condición de buen antepasado. En este punto me sorprende que no haga referencia al indicador de huella ecológica en relación a dichas biocapacidades a lo largo y ancho del mundo.
Un indicador que pone de manifiesto de forma sencilla que en nuestro Norte Global es donde menor es nuestra empatía con las generaciones futuras, donde menor es la justicia intergeneracional (de buenos antepasados). Algo que no queda nada claro en el indicador que sí se maneja en este ensayo (el Índice de Solidaridad Intergeneracional) que, sorprendentemente, permite calificar con las mejores puntuaciones a los países más industrializados (ver el mapa inserto en la página 291 del ensayo).
El déficit ecológico -en el mapa reproducido en esta reseña- me parece una mejor aproximación para enfrentar esa verdad incuestionable; pues no tenemos un planeta B al que huir o, dicho de otro modo –a lo Rawls- no tenemos otra forma de trabajar por el mundo que uno querría heredar si no supiese en que generación iba a nacer.
Centrado el objetivo del ensayo, y evaluado el innegable deterioro de nuestra actual condición de buenos antepasados, conviene considerar los cambios que se harían necesarios para mejorar dicha condición.
Y en ese sentido sin despreciar las propuestas que el autor hace en aras a cambiar lo que él llama “las estructuras de la mente moderna” sobre ideas, visiones alternativas, actitudes o creencias, y las seis maneras de hacerlo que propone en la segunda parte de su ensayo, echo en falta una referencia más central y perfilada a lo que alude como “cambios trascendentales en el sistema económico”. Algo que requiere concretar negro sobre blanco en relación a su quinta propuesta sobre “múltiples rutas para la civilización”.
Porque los obstáculos para ser mejores antepasados bien podrían ser más de intereses que de actitudes (“el poder de los intereses creados”), algo que no aparece hasta casi el final del ensayo. Ya que, según el propio Krznaric, “la cultura del consumo y el propio capitalismo ya no son adecuados para la época que vivimos”, y “la tragedia de la crisis económica de 2008 fue que no existía ninguna visión alternativa obvia”. Porque en buena medida la economía dominante suele “atribuir un valor relativamente escaso a los intereses de las generaciones futuras”. No por casualidad, por ejemplo, el sector financiero o el complejo nuclear-fósil se afanan en exclusiva en el corto plazo como se reitera en este ensayo.
Se trataría de “abandonar nuestra adicción al beneficio, al crecimiento del PIB y a la cultura consumista”, aunque el autor tarde mucho en poner esto en el debe de la hegemonía neoliberal y nunca llegue a concretar medidas que permitan un mayor desarrollo social reduciendo el PIB material e incrementando los servicios no monetarizados (fuera del PIB). Tan sencillo como reducir la huella ecológica de los países ricos y permitir su incremento en los menos ricos.
Y así se explica que, por ejemplo, sobre la tiranía del tiempo a corto plazo, del reloj o del cronómetro en las cadenas de producción, que este autor identifica con lucidez, no se realice en el ensayo ninguna propuesta en relación a la reducción de jornadas o vidas laborales. Porque, aunque puede que no sepamos como será el mercado laboral del año 2030 o 2050, sí podríamos considerar que desde ya debe operar con jornadas, semanas y vidas laborales de menor duración.
Serían dos vectores de cambios trascendentales en el sistema económico (como también lo es una renta básica). Una visión alternativa que nos facilitaría el ser mejores antepasados, un camino a recorrer más realista que las promesas tecno escapistas (a otro planeta) o trans humanistas (a otra condición biológica) de las que el autor se ocupa críticamente con detalle. El mismo detalle que se echa de menos en relación, como queda anotado, al “cambio sistémico”.
Albino Prada Colaborador de Sin Permiso. Doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Santiago de Compostela, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo, fue miembro del Consejo Gallego de Estadística, del Consejo Económico y Social de Galicia y del Consello da Cultura Galega. Su último libro es “¿Sociedad de mercado o sociedad decente?” (Universidade de Vigo, 2023).
Fuente: www.sinpermsio.info, 20-10-24 - Imagen de portada: “El buen antepasado” de Roman Krznaric, Capitán Swing, Madrid, 2022