Argentina / Córdoba: Ante el fuego en el monte nativo, la brigada como respuesta comunitaria
Charbonier, una pequeña localidad de las sierras cordobesas, quedó envuelta por el fuego de fines de septiembre. Tras los incendios de 2020, la comunidad se organizó en el espacio cultural La Minga, que ante las llamas funciona como base operativa de la brigada vecinal, centro de donaciones y olla popular. "Acá podrían hacer un loteo turístico. Pero primero tienen que barrer a quienes estamos defendiendo el monte", advierten.
Por Mariángeles Guerrero
Desde Córdoba
“Nos quieren correr con el fuego”, asegura Sandra Antón. Está sentada a la sombra de un árbol, al costado de la Ruta 38, en Charbonier, Córdoba. Frente a ella, una mesa de cemento, un termo, un mate, galletitas, mochilas, camperas. Sandra no está sola. A su alrededor, sus compañeros de La Minga-Multiespacio acaban de terminar una charla sobre cultivo de especies nativas en el monte cordobés. Ahora conversan sobre el último incendio forestal que vivieron, las causas —que ligan a la especulación inmobiliaria y a la construcción de una autovía— y lo que quedó tras el desastre. "Si cambian el uso del suelo, acá sería un loteo turístico. Pero primero hay que barrer a quienes estamos defendiendo el monte con las brigadas", completa.
El sol comienza a perderse lentamente tras el cerro Quniputu, pero aún hay buena luz. Al este, otros cerros —el Uritorco y el Pajarillos— exhiben solemnes grandes manchas negras: la piel quemada de su monte, herido por el fuego. La Minga bien podría ser el nombre de ese encuentro, mate en mano, donde la palabra circula entre gente que se despide y gente que llega, saluda, se presenta. Pero es más que una reunión: es el espacio cultural, social y productivo que sirvió como refugio y base operativa a la brigada de vecinas y vecinos de la localidad cordobesa, que ayudó a combatir el último gran fuego que asoló las sierras entre el jueves 19 de septiembre y los primeros días de octubre.
No es casual: el surgimiento de La Minga está directamente vinculado a la organización de la brigada que se conformó en el pueblo por los incendios forestales de 2020. Antes de ese año, aclaran, no habían vivido una quema de esas dimensiones.
Dos son las claves que organizan su funcionamiento: la autogestión y el hacer desde y para la comunidad. Actualmente —cuando no asola la urgencia de bomberos y brigadas— en el interior fresco de la casa-minga se ofrecen talleres de cerámica (a cargo de Sandra), yoga, guitarra y piano, telar, entre otros. Bien organizada, cubriendo una pared por completo, se despliega una biblioteca popular, que ofrece libros de literatura, antropología y ciencias sociales. Quien necesita alguno, a la vieja usanza, completa una ficha y lo toma prestado.
Exactamente enfrente de la biblioteca, una vitrina de madera exhibe productos hechos por las y los lugareños: artículos de cerámica, cosmética, libros, mermeladas de frutos del monte. La cocina del lugar, bien amplia, también fue pensada en clave colectiva: habilitada —según los requerimientos normativos— para la elaboración de alimentos, es alquilada a mujeres de la zona para cocinar y poder vender en las ferias.
En esa misma cocina se prepararon las viandas para los brigadistas. La Minga funcionó como un centro operativo donde se organizó la logística de las brigadas y se recibieron donaciones de ropa, agua, comida y elementos de higiene. Fue también adonde acudieron las mujeres del pueblo con sus hijos durante la primera noche del incendio, ante el peligro del fuego incontrolable.
César Carballo, otro integrante del espacio, explica que el incendio trajo de todo: angustia, alarma y desinformación. Así que una de las tareas fue recibir y dar información real sobre la situación del territorio, acompañar en la angustia, canalizar las ganas de ayudar. “La gente siempre tiene ganas de colaborar, de ser parte; y por ahí necesita los espacios. La Minga fue eso, un espacio contenedor y dinamizador de todas las cuestiones que iban faltando”, afirma.
Junto a Antón y Carballo, comparten la charla otros integrantes: Daniel Pregal, Alexis Zappettini, Mabel González, Bernardo Kehoe y Daniel Gutiérrez.
Formar una brigada
Quizás la cara más visible de las brigadas comunitarias sean las personas con mochilas y chicotes internándose monte adentro, enfrentando el fuego. Pero hay un entramado comunitario que sostiene esa tarea. Así lo explican desde La Minga: están quienes apagan el fuego, pero también quienes hacen compras de implementos, quienes consiguen donaciones, quienes cocinan, quienes se ocupan de la logística.
¿Cómo se conforma una brigada? Carballo responde con contundencia: “Con voluntad”. Y ejemplifica: “Acá hubo una compañera encargada de anotar las personas que salían en las brigadas, cuándo salían y cuándo volvían para asegurarse que todo el que iba volvía sano y salvo. Hubo otra compañera encargada de anotar qué pasaba con la comida, quiénes cocinaban, cuánto se cocinaba, si los brigadistas comían. Hubo otras que iban registrando la plata que entraba por las donaciones y qué se compraba. Otro compañero se comunicaba con los bomberos o con Defensa Civil".
Había mucho por hacer: juntar las cosas que iban llegando, acopiar el agua, hasta tocar la guitarra un rato para bajar el estrés que se estaba viviendo. En aquellos días, las necesidades básicas se redujeron a tres palabras: hambre, fuego, agua. El fuego estuvo, esta vez, demasiado cerca de las viviendas. Y hubo mucha espontaneidad para acercarse a colaborar. “Nos dimos cuenta de que no hay un héroe o un par de héroes, sino que el conjunto hace al héroe, a los héroes”, afirma Carballo.
“La gente donó alimentos, ropa y plata que usamos para comprar elementos de seguridad: guantes, antiparras, mochilas, borcegos, pantalones, camisas, barbijos, colirios. Cada brigadista llevaba un kit de primeros auxilios”, cuenta el brigadista.
El trabajo en La Minga se complementó con el que se hacía en otra base, un pequeño campamento también organizado por las y los vecinos en la entrada al paraje Barrio Santa Isabel, a medio camino entre Charbonier y Capilla del Monte. Las manos se sumaron a las 12 personas que mantienen la cotidianidad del espacio.
“Todo el mundo sentía que había que sostener una comunidad para algo que estábamos enfrentando y que no sabíamos cuándo terminaba”, dice Antón. Y agrega: “La gente se autoconvocó y sintió al espacio como suyo. Fue algo superior a nosotros. Llegamos y ya estaban organizando las ollas”.
Cuando La Minga abrió sus puertas, lo primero que hicieron sus integrantes fue preparar la cocina para que sea un espacio de uso comunitario. Durante el incendio, allí se armaron las ollas para alimentar a las brigadas. Fueron ocho días de trabajo incesante.
Cuando suenan las alarmas de los incendios forestales
El fuego comenzó el jueves 19 de septiembre en la zona de Dolores, un barrio de la localidad de San Esteban, ubicada unos seis kilómetros al sur de Capilla del Monte. Ese día, cuando se dirigía a su trabajo, Carballo llegó a ver desde la ruta un fuego pequeño, aparentemente controlado por los bomberos que estaban en el lugar. Cuando quiso regresar, al anochecer, la ruta 38 ya estaba cortada y el incendio avanzaba hacia este. En cuestión de horas, llegó a quemar franjas de monte nativo en dirección al norte.
El viernes 20 se activó la brigada. El fuego corría entre los cerros, y ya bajaba por la ruta 17 a la altura de Quebrada de Luna, en dirección a Charbonier. Para el domingo, ya estaban funcionando las dos bases. Se armó un grupo de WhatsApp de autoconvocados y se fueron sumando las y los voluntarios. La experiencia de las brigadas se replicó en cada localidad afectada por el fuego.
Los incendios forestales de 2020 significaron la pérdida de 360.000 hectáreas de monte nativo. En esa oportunidad, murió un brigadista de la zona de San Esteban. “Fue muy shockeante para todos. Entonces somos muy conscientes de que acá nadie va a ir de frente a llamaradas de cuatro metros. Primero porque no tenemos entrenamiento, y segundo porque no tenemos equipos”, explica Carballo.
Las brigadas de vecinos acuden a controlar los fuegos más pequeños, que significan una amenaza si no se controlan a tiempo. Hay árboles como el quebracho —explica el brigadista— que se queman por dentro. Arden el tronco y las raíces y, si el fuego encuentra por dónde salir, se prende de nuevo. Para esos casos es fundamental la guardia de cenizas, otra tarea que hacen las brigadas, y que es necesaria para evitar reinicios. También se ocuparon de desarmar el mantillo, una cobertura de vegetación seca que contribuye a propagar el incendio.
En cada grupo van doce o quince personas con mochilas, chicotes, rastrillos y azadas; acompañadas por alguien que conozca bien el territorio. Carballo nació en Charbonier y, un poco por eso y otro poco por su trabajo como ingeniero agrónomo, tiene un buen conocimiento de la zona. “La función que tuve fue entender dónde estaban los fuegos, en qué campos, por qué caminos acceder, quiénes son los dueños”, relata. Esa tarea se complementó con otro equipo, que fue siguiendo las llamas a través de imágenes satelitales.
En Charbonier, una localidad con poco más de 200 habitantes ubicada a 124 kilómetros al norte de Córdoba capital, no hay, hasta el momento, un cuartel de bomberos o un sistema de alarmas. En estos momentos se está conformando un área de defensa civil.
“Después de cada incendio llega un barrio privado o una megaobra”
¿Qué queda después de un incendio forestal? El color de la muerte, un páramo oscuro e inquietante. Un silencio sin pájaros. Cadáveres de árboles, hormigas acarreando lo que queda y perdiéndose en suelos cenicientos. Después del incendio, sobre los restos de árboles añejos ya muertos, queda un nudo en la garganta y una sensación de soledad.
Cerca de donde comenzó el último incendio se emplaza un sitio arqueológico indígena. Juana Manuela López es casqui curaca (autoridad política y espiritual) de la comunidad comechingona Hijos del Sol. Fue la primera autoridad comunitaria transgénero de esa comunidad, que nuclea a diez familias. López cuenta que en ese territorio hay vestigios de construcciones ancestrales: “Una especie de ciudadela con casas, corrales, lugares donde se fabricaban herramientas, piedras donde se curtía el cuero”.
En la cosmovisión del Pueblo Comechingón, el monte nativo es central. “Creemos que nuestro cuerpo es el territorio y viceversa. No nos pensamos separados de la naturaleza, nos mezclamos, nos mimetizamos y creamos una armonía con el territorio porque nos sentimos parte de él, como un órgano”, explica. “En el monte tenemos medicinas, alimentos y habitan espíritus como el del puma o el del zorro, que sienten y viven como nosotros”.
El 8 de octubre, cuando aún estaban tibias las cenizas, el Gobierno nacional resolvió por decreto eliminar el fondo fiduciario para la protección de los montes nativos. “No me sorprende”, dice López. “El tema es la gente que no lo escuchó antes, porque siempre dijo lo que iba a hacer. Sí me sorprende que haya gremios o sectores que no saltan. En tanto y en cuanto el pueblo se lo permita, va a seguir haciendo”.
Para López, las causas de los incendios forestales son claras. “Ves que se prende un fuego y después aparece un emprendimiento inmobiliario como un barrio privado o una megaobra”. Y vincula lo ocurrido con el RIGI --la adhesión de Córdoba se aprobó este miércoles-- y la política de saqueo del gobierno nacional.
“Hasta el 2020, nunca habíamos vivido una situación así. Siempre pasó, y era tema de las noticias, que había algún fuego en las sierras. Pero nunca había sido tan dramático como en estas últimas dos veces. Nunca fue tanta la violencia, ni hubo tanto riesgo ni tanto miedo”, describe Carballo.
¿Cuál es la causa de este cambio? Entre los integrantes de La Minga la respuesta también aparece sin rodeos: el negocio inmobiliario y la continuidad de la autovía del Corredor Bioceánico, que buscan unir al centro-norte del país con Chile. Dicha megaobra ya motivó el repudio en Punilla por su avance contra el monte nativo.
“Existe un compromiso político en relación a la autovía y nosotros somos mosquitas en medio de un capitalismo voraz. Después muerden todos: las provincias y los municipios”, resume Antón. Los vecinos mencionan, además, los intereses mineros que comienzan a explorar la posibilidad de extraer en nuevas zonas, como en la cercana localidad de Ongamira, donde la movilización popular le puso un freno a las mineras.
Para ellos, no hay duda alguna de que estos incendios forestales son intencionales. “En el 2020 había policías, ETAC (Equipo Técnico de Acción ante Catástrofes), avionetas, bomberos. Y con este fuego, que no tuvo esa magnitud en términos de hectáreas quemadas (en el 2020 fueron 360 mil y ahora 80 mil), pasó lo mismo: todo empezó con un fueguito no controlado. Por eso todos sospechamos que hay una decisión política de dejar que se queme el monte”, advierte Carballo.
Lo que comenzó como un pequeño incendio en Dolores terminó con la quema de toda la cuenca del río Dolores, que comienza en La Cumbre y desagua en el dique de Cruz del Eje. En la zona, además, se está discutiendo un nuevo ordenamiento territorial.
En el 2020 cada municipio coordinó con defensa civil y con los bomberos. Esta vez, se centralizó el operativo en la órbita del Ministerio del Interior y los gobiernos locales quedaron fuera de ese circuito. “Pedíamos información y no la teníamos. Es la forma que encontraron para lidiar con los vecinos. Están corriéndonos con el fuego para que nos vayamos, nos cansemos y desocupemos. Acá podrían hacer un loteo turístico, si cambian el uso del suelo. Pero primero hay que barrer a quienes estamos defendiendo el monte nativo con las brigadas, que no tenemos intereses lucrativos”, asegura Antón.
Desde La Minga propusieron una mesa alternativa al gobierno comunal (Maricel Sánchez, PJ) y la negaron. “La Mesa de Trabajo era para eso, para que la gente de las brigadas, que son baqueanos, puedan contribuir con su conocimiento sobre el territorio, es gente de acá que obviamente no quiere que se le queme el monte. Pero no lo aceptaron”, aporta Antón.
Que rebrote el monte nativo y la comunidad organizada
“El fuego fue muy shockeante, estuvo muy cerca de la población”, dice López. Y expresa: “Se siente mucha tristeza porque todo esto pasó para la primavera. Deberíamos haber estado festejando el rebrotar, pero fueron días muy duros. Muchos han quedado con traumas psicológicos. Pero algo nos dejó todo esto, y es que se construye de forma colectiva, en comunidad”.
Mientras observa el paisaje desolado, López habla sobre lo que hace falta para recuperar el monte nativo perdido: “El monte necesita estar en reposo por lo menos por 30 años para que puedan rebrotar las raíces y que las pequeñas islas verdes que quedaron puedan expandirse”.
La curaca afirma que el monte es un tejido, un sistema donde las plantas (los espinillos, los talas, los quebrachos) se apoyan entre sí. Esa imagen recuerda a la brigada, cuyos integrantes también se sostuvieron mutuamente para sobrevivir y ayudar al bosque incendiado.
“La aparición de La Minga tuvo bastante que ver con la contención desde la logística. A pesar de que la tragedia fue más grande, creo que emocionalmente vamos a salir mejor parados. En el 2020 estábamos más como individuos y ahora La Minga brindó cobijo y pertenencia”, dice Daniel Pregal.
Para las y los integrantes del espacio, la respuesta es “construir comunidad”. La noche fresca se extiende sobre las sierras y, afuera, en la galería de la sede, quedan aún ropa que se recibió en las donaciones, agua, alimentos. Mañana tocará seguir ordenando y distribuyendo.
Carballo concluye: “Tenemos una disyuntiva, porque hay autoridades elegidas, pero que están funcionando como títeres. Si no pensamos estrategias que lidien con estos poderes políticos, estamos fritos. Lo que funcionó en el territorio fue algo alternativo al Estado”.
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/ante-el-fuego-en-el-monte-nativo-la-brigada-como-respuesta-comunitaria/ Imagen de portada: Foto: Mariángeles Guerrero