¿Paz con la naturaleza?

La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad, se enfrenta al desafío de pensar la defensa de la naturaleza frente a las soluciones mercantiles que hoy entusiasman a gran cantidad de inversores y del gran negocio de la conservación: Cuando se trata de proteger la vida, ningún sacrificio, ningún costo puede ser exagerado. Extrañamente, cuando se trata de proteger el tejido que hace posible la vida, aquel ecosistema planetario complejo del que somos parte y dependemos, esta perspectiva parece cambiar.

Miriam Lang

Los múltiples desastres ambientales localizados –olas de calor, sequías e incendios, diluvios e inundaciones– se cobran cotidianamente múltiples vidas, tanto humanas como no humanas. Muchos expertos advierten que la pérdida acelerada de biodiversidad que presenciamos constituye la sexta gran extinción, esta vez causada exclusivamente por actividades humanas. Sin embargo, el umbral duro que distingue hoy en la política ambiental global lo «viable» de lo «imposible», y que orienta las decisiones, no es la eficacia ecológica o política de una medida, sino su rentabilidad.
Según Andre Standing, del Transnational Institute, «la financiarización de la conservación se ha convertido en la ideología dominante de la mayoría de las grandes ONG medioambientales del mundo. También es promovida activamente por el Banco Mundial, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea». El autor explica que «la premisa básica de la financiarización de la conservación es que salvar la naturaleza y evitar la crisis climática requiere de enormes fondos, pero el dinero procedente de subvenciones públicas y filantrópicas es lamentablemente insuficiente. (…) Para ello, salvar la naturaleza debe convertirse en una empresa lucrativa que atraiga a los llamados ‘inversores de impacto’».
Un giro radical en la política ambiental global
En pocas décadas, la política ambiental global ha dado un giro decisivo. En las décadas de 1960 y 1970, constituía una arena en la que grupos y movimientos ecologistas emergentes peleaban contra grandes corporaciones contaminadoras, haciendo uso de los poderes judiciales y legislativos. Lograban sentencias condenatorias en juzgados y tribunales y normas reguladoras en Parlamentos que apostaban a limitar la contaminación y reparar efectivamente el daño. Pero a partir del giro neoliberal de las décadas de 1980 y 1990, la política ambiental pasó de centrarse en la prohibición y sanción de los procesos de contaminación o destrucción de la naturaleza que excedían ciertos umbrales a una política que apostaba solamente a «mitigar los daños», centrándose en acciones voluntarias de las empresas. Se transitó de una política que declaraba, en nombre del bien común, que ciertos emprendimientos extractivos o industriales eran inviables a una que permitía el avance de la mayoría de los proyectos extractivos o industriales, priorizando los procesos de acumulación capitalista por sobre la salud humana y de los ecosistemas. Se pasó del uso de la capacidad reguladora de los Estados a un enfoque en el que estos únicamente generan «incentivos de mercado» para que las empresas contaminadoras opten voluntariamente por implementar acciones de mitigación.
Históricamente, y en contraste con la perspectiva de las regulaciones ambientales estrictas, el de la mitigación fue siempre visto como el enfoque más «amigable» con el crecimiento económico y se tendió a apelar a él en nombre de la «libertad». Supuestamente, existe una secuencia jerárquica en las acciones de mitigación: primero hay que evitar y, si eso no es posible, se debe buscar la minimización de daños. Si eso tampoco es posible, se debe restaurar el ecosistema previamente afectado. El último eslabón de la cadena es la compensación del daño. Sin embargo, la experiencia de varias décadas con los créditos de carbono muestra que muchas veces la compensación de emisiones pasa a ser la primera opción, ya que es el camino más fácil para las grandes empresas, en tanto está más alineado con el imperativo de rentabilidad que las rige. Voces críticas como la Coalición Global de Bosques (GFC, por sus siglas en inglés) señalan que es probable que esto también ocurra con los créditos de biodiversidad. Es decir, se evitan o postergan transformaciones necesarias en los sistemas productivos para reducir sus impactos de manera eficaz, agravando así la crisis ambiental.
Al atravesar todas las esferas de la vida, la razón neoliberal se ha instalado también en la gobernanza ambiental global. Lo que orienta hoy las decisiones en política ambiental ni siquiera es el costo directo de una medida, sino la expectativa o no de rentabilidad. Respecto de los mercados de biodiversidad, los grandes protagonistas del capitalismo globalizado formulan expectativas de ganancias enormes: el Foro Económico Mundial (FEM) estima que en los próximos diez años, la protección de la naturaleza y el aumento de la biodiversidad podrían generar “oportunidades de negocio” por un valor de 10 billones de dólares anuales y crear cerca de 400 millones de nuevos empleos. Fondos de Inversión como el Boston Consulting Group incluso afirman que, a nivel mundial, los bosques valdrían hasta 150 billones de dólares.
El auge de la financiarización de la conservación no solamente ha transformado la forma en la que se aborda este fenómeno, sino también el tipo d actores que se encuentran involucrados en el proceso. Según Standing, «personas con formación en finanzas, banca y consultoría empresarial están asumiendo la dirección de la mayoría de las grandes organizaciones conservacionistas. Sus consejos directivos están repletos de banqueros de inversión, gestores de fondos de alto riesgo y capitalistas de riesgo. En consecuencia, se están reutilizando instrumentos financieros arriesgados y opacos, procedentes de los mercados financieros, para proyectos medioambientales».
Abundan, además, los eufemismos. Por ejemplo, se suele hablar de «soluciones basadas en» o «positivas para» la naturaleza, lo que significa en primer lugar que, por medio de estas soluciones, la naturaleza generará ganancias para los inversionistas. Al centro de las nuevas políticas ambientales está la creación de créditos como nuevas mercancías o assets financieros «basados en la naturaleza».
La política de biodiversidad y los pueblos indígenas
Hay quienes ven en los mercados de biodiversidad una oportunidad para los pueblos indígenas. Sin embargo, un análisis sistemático de los mercados voluntarios de biodiversidad de 2023 llega a la conclusión de que ninguno de los programas examinados fue desarrollado por personas indígenas, que la mayoría de los programas no establecían requisitos exhaustivos para obtener el consentimiento libre, previo e informado, ni implicaban modelos de copropiedad, asociación o reparto de beneficios con las comunidades. Otro problema es que los tecnicismos y opacidades que caracterizan estos mercados y su volatilidad en los mercados financieros impiden que comunidades campesinas, indígenas o forestales puedan conocer con certeza con quién están tratando y bajo qué condiciones.
Existe un alto riesgo de que en el contexto de la COP16, el hype que se genera alrededor de los créditos de biodiversidad impida que se discutan políticas que, fuera de los mercados, puedan ser realmente eficaces en la preservación de la biodiversidad y que recoloquen el sostenimiento de la vida en el centro de la escena. Es decir, que en el debate estén ausentes cuestiones tan importantes como la posibilidad de una regulación pública fuerte de las actividades productivas contaminantes y del extractivismo; una transformación del modelo agroalimentario global hacia la agroecología; acciones de restauración de bosques y ecosistemas degradados que generen empleo directo para las comunidades locales y no para quienes trabajen en el mundo de las finanzas. Hoy hacen falta políticas que, en lugar de pretender «incluir» a los pueblos indígenas en la lógica de la rentabilidad para que se vuelvan accionistas de sus propios territorios, apuesten a fortalecer sus modos de vida en sus propios términos, a reconstruir y restaurar sus bases materiales de reproducción y de conocimiento. Políticas que reconozcan su aporte histórico y aborden la necesidad de reparaciones, tanto materiales como estructurales, por siglos de agravio, violencia y destrucción.

Fuente: Fragmentos del artículo publicado en la Revista Nueva Sociedad: https://nuso.org/articulo/paz-con-la-naturaleza/  - Imagen de portada: Incendio forestal en la zona protegida del Parque Nacional de Brasilia (2024).

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