De la recesión inevitable al decrecimiento justo y solidario
Frente a los cantos de sirena de un crecimiento ilimitado, de “eco-capitalistas” y Green New Dealers, pasos radicales para salvar un planeta y a quienes lo poblamos: Periódicamente los gobiernos occidentales y sus medios de comunicación celebran sin sonrojo los sucesivos hitos del crecimiento económico contabilizados en el aumento porcentual del PIB. Se sigue utilizando este indicador como si fuera una inmejorable medida de la riqueza y del crecimiento económico. Crecimiento que se ha convertido en un bien sagrado en sí mismo de esa religión laica que es la Ciencia Económica.
Fernando Llorente Arrebola
Pero lo cierto es que el PIB no dice nada de cómo se distribuye la riqueza de un país, ni de la desigualdad, y además es una medida radicalmente perversa, al contabilizar como riquezas actividades que en absoluto lo son. Sirvan como ejemplo que fatalidades como los accidentes de tráfico, el consumo de fármacos y gastos sanitarios por la extensión de enfermedades físicas y mentales, los incendios forestales, la producción de armas y las aventuras bélicas del ejército en el exterior o los desastres llamados ‘naturales’ como inundaciones, elevan el crecimiento y el PIB, aunque sean, todas ellas, actividades que objetivamente destruyen la vida y felicidad de las personas y producen por tanto valor negativo o disvalor.
Aunque el sacrosanto crecimiento económico es el objetivo, al parecer irrenunciable, de todos los gobiernos de derechas e izquierdas del orbe occidental, desde la crisis de 2008 estamos en una situación de huida hacia delante en la que sólo se ha logrado esquivar el escenario de contracción y recesión económica a base de darle a la impresora de dinero. Desde entonces, el mundo ha vivido una sucesión de crisis económicas, sociales y ambientales, como la del Covid, la guerra inter-imperial sobre el suelo y el pueblo de Ucrania, el genocidio perpetrado por USA-UE sirviéndose de la entidad sionista contra Palestina y otras guerras, que son violencias brutales bajo las que subyace una realidad geológica insalvable: el agotamiento de los recursos energéticos fósiles en los que se sustenta el crecimiento del PIB, un agotamiento que agudiza la competencia feroz entre las potencias hegemónicas.
La impresora mágica de dinero se ha utilizado para tratar de ocultar que hemos llegado al final del ciclo expansivo del capitalismo, y ha tenido el costoso precio de provocar inflación, endeudamiento masivo público y privado, y una burbuja financiera desligada de todo anclaje material y productivo que amenaza con desmoronarse en cualquier momento.
En Europa la situación es crítica, el precio de habernos dejado arrastrar por la potencia hegemónica declinante yanqui a una guerra infausta contra nuestro vecino ruso, que era uno de nuestros principales proveedores de energía, es la quiebra de amplios segmentos del sector industrial, la carestía energética, el incremento de paro y de la pobreza (recientemente conocíamos los datos de la región extremeña: un 30% de la población está en el umbral de la pobreza) y el aumento exponencial de una deuda que ya resulta del todo impagable.
A pesar de que el Banco Central Europeo trata de reactivar la exhausta economía continental reduciendo los tipos de interés, lo cierto es que la recesión ha empezado, aunque trate de ocultársenos apelando a que el PIB europeo sigue creciendo. La realidad es que lo único que realmente crece es la riqueza de los muy ricos, de las élites extractivistas y de las minorías rentistas, y esta crece tanto que todavía compensa la caída del poder adquisitivo y de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y populares, e incluso de las cada vez más precarizadas clases medias. Sectores desfavorecidos para los que el empobrecimiento y la recesión es ya su paisaje cotidiano.
Las otras recetas que la Comisión Europea y demás entramado institucional proponen para seguir con su huida adelante son, igualmente, un delirio.
Una es la reactivación del sector industrial militar, las inversiones en ‘defensa’ y la apuesta por la guerra y la militarización de aspectos de la vida civil como el control de los flujos migratorios o la intervención en catástrofes y eventos indeseables. Se agita el miedo al otro entre la población y se exageran o fabrican amenazas externas para hacernos tragar con la rueda de molino de dedicar cada vez más parte de los presupuestos públicos, que proceden del trabajo vivo, al agujero sin fondo de la inversión en armamento, en los ejércitos y en la maquinaria de destrucción que suponen.
Recursos económicos públicos que necesitaríamos para intensificar la escasa protección social y tratar de mitigar la enorme destrucción ambiental en marcha, se dilapidan en inversiones en una maquinaria bélica que sólo beneficia a unas cuantas multinacionales, bancos y fondos de inversión que tienen las manos manchadas de sangre inocente, que son verdaderos traficantes de muerte.
Los verdaderos enemigos de la convivencia y la felicidad de los europeos no son los rusos, ni los chinos, ni los árabes, ni los refugiados, ni los migrantes económicos. Los enemigos de los pueblos europeos son: la desigualdad económica que deteriora el tejido social y la convivencia de nuestros barrios y pueblos; la disrupción climática que nos trae huracanes, sequías y olas de calor que rozan cada vez más la letalidad; la contaminación bestial de aires, aguas y tierras que ya llega hasta nuestros cuerpos y nuestra sangre, por la que corre un torrente de micro-plásticos y sustancias químicas dañinas como los disruptores endocrinos, glifosato y otros pesticidas empleados en la insostenible agricultura industrial (toxicidad que en paralelo llega también a nuestra alma por la que corren ideas xenófobas y supremacistas vergonzosas e imperdonables); la brutal destrucción de los paisajes, los ecosistemas y los servicios ambientales que necesitamos para tener no ya ni siquiera una vida buena y digna, sino ya simplemente para tener vida.
Así que no queda más remedio que declarar que nuestros gobiernos, incluidos el presuntamente progresista español con todos sus socios, al sumarse al coro militarista e incrementar el gasto bélico, al mismo tiempo que aceleran la producción de desorden social (desigualdad, pobreza, anomia) y ambiental, han de figurar también en la lista de enemigos de la felicidad, la paz y la convivencia de los pueblos europeos y sus naturalezas.
Otra estrategia delirante de huida adelante del capitalismo europeo es la denominada Transición Energética. Esta cuenta con apologistas y defensores incluso en sectores que se reclaman de izquierdas. Partidos (o simulacros de) como Sumar, o el de Errejón y sus Green New Dealers, o ‘los verdes’, son feroces propagandistas de esta línea de desarrollo. Incluso ONGs ambientalistas justifican y apoyan aquí esta estrategia.
No hace mucho, en estas mismas páginas, tres integrantes de Ecologistas en Acción escribían un artículo lleno de medias verdades y unos cuantos ocultamientos para justificar el giro de tuerca desarrollista pintado de verde por el que los grandes destructores de la estabilidad climática (las empresas energéticas y eléctricas) se presentan ahora como los grandes héroes de la descarbonización y la ‘transición energética’, con su despliegue de macro-plantas ‘renovables’, mientras engrosan sus cuentas de resultados con millonarias ayudas y subvenciones públicas que son, de facto, otra extracción de riqueza a las capas pobres y trabajadoras. Otro robo.
Autores tan solventes como Antonio Turiel, Antonio Aretxabala, Pedro Prieto, Carlos Taibo, etc., dan buena cuenta en sus textos del callejón sin salida al que nos enfrentamos y de los falsos mitos que sustentan el espejismo de la ‘transición energética’, así que no me extenderé mucho aquí en los detalles técnicos y concretos.
Baste decir que estamos en una encrucijada dramática en la que se nos propone pasar de un sistema energético denso y de gran versatilidad (el sustentado en lo fósil) a otro con una densidad mucho menor y con rigideces e intermitencias de generación muy difíciles de solventar, gastando para ello ingentes cantidades de recursos financieros de unas economías ya muy peligrosamente endeudadas. Para ello quizás se pueda seguir dando a la impresora mágica del dinero, pero eso no va a poder evitar el choque con la realidad, y es que la geología va a imponer su rotundo argumentario.
Quizás haya dinero, pero no hay ni petróleo, ni gas, ni cobre, ni plata, ni otros metales y tierras raras necesarios para electrificar el sistema productivo y el transporte más allá del escaso 20% actual del total de la energía primaria consumida. Nuestros “eco-capitalistas” y Green New Dealers no quieren ni mirar la contundencia de estos límites energéticos y materiales que hacen imposible la generalización del coche eléctrico; que hace cada vez más costosa en términos de gasto petrolífero la minería, por la cada vez menor concentración de mineral en las menas. Se niegan a considerar el inocultable agotamiento de los yacimientos del cobre indispensable para la electrificación, o el déficit crónico de la producción de la plata necesaria para la producción fotovoltaica y de dispositivos electrónicos. No nos explican de qué modo esta ‘transición energética’ y electrificación puede llegar a sectores tan intensivos en gasto energético como la agricultura, el transporte de mercancías por tierra, mar y aire, la industria pesada de bienes de equipo, la minería, etc, etc. Acaso fantaseen con tractores, barcos mercantes, camiones, aviones y hornos de fundición metalúrgica eléctricos, pero eso son sólo fantasías, fantasías peligrosas porque confunden a la población y favorecen a las élites cleptómanas que nos llevan al abismo.
Encima, ahora pisamos aún más el acelerador con el nuevo hito del desarrollo tecnológico: la Inteligencia Artificial, que entraña consumos brutales e ineficientes de energía primaria para los que se propone incluso la construcción de nuevos reactores nucleares y la reapertura de viejos como Three Mile Island en USA. Obviando que la producción de Uranio también está en declive.
Y todo esto en una coyuntura de caos climático que no sólo provoca inundaciones catastróficas, sequías, pérdidas de cosechas y demás eventos que erosionan peligrosamente la economía europea, sino que además nos pone ante el insoslayable reto humano y la responsabilidad moral y política de ser la tierra de acogida de millones de refugiados y migrantes que huyen de regiones del Sur que sufren ya las peores consecuencias del cambio climático y/o de las guerras generadas por el colonialismo. El colonialismo en que se sustenta la riqueza del ‘jardín europeo’.
No hay alternativa: vamos a una recesión y contracción económica de la que ya hemos cruzado el umbral, aunque la mayoría de la población no sea, ni quiera ser, todavía consciente de ello. La economía no va seguir creciendo. El pastel ese que decían que tenía que crecer para a ver si así nos caían más migajas aquí abajo, está disminuyendo y los de arriba en su locura nihilista están decididos a comerse más porciones.
Es lo que el historiador estadounidense Jason W. Moore denomina “el auge del valor negativo”. El capitalismo no sólo no puede crecer, es que decrece catabólicamente, esto es, devorándose a sí mismo, destruyendo las bases físicas, naturales y humanas de la producción y boicoteando e imposibilitando la reproducción social. La fiesta se ha acabado.
Y la única alternativa para salvar el máximo de vidas y el máximo de libertades es oponer a la deriva suicida, bélica y nihilista de los de ahí arriba un plan de decrecimiento radical, solidario y justo. No hay otro modo de iniciar el necesario descenso de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero que desconectando la relación directa que hay entre la satisfacción de las necesidades humanas y el crecimiento de la producción material (el ‘transumo’). Conseguir esta aparente ‘cuadratura del círculo’ pasa por un reparto radical y estructural de la riqueza, algo que sin duda significa reducir la pobreza, pero sobre todo significa combatir la riqueza. Hay poner límites a la acumulación de capital, porque ya hemos comprobado que por encima de cierto punto esta es anti-social y anti-ecológica, y desmontar cueste lo que cueste toda esa burbuja financiera que es el verdadero cáncer con metástasis de la civilización.
Hay que hacer un deslinde entre las necesidades básicas, objetivables y universales y los medios para satisfacerlas y priorizar esto de modo absoluto sobre las necesidades secundarias, suntuarias y vinculadas a ese motor psíquico del capitalismo que es el deseo. Podríamos decir que las ‘necesidades innecesarias’ deben ser abolidas, desterradas, condenadas: en primer lugar, por supuesto las vinculadas a la economía de guerra y el militarismo, la industria nuclear toda, la de bienes suntuarios de las élites, la vinculada al turismo de masas, etc. Pero también tendrán que ser desmontados o radicalmente transformados sectores enteros de la producción industrial actual como la química, la de transportes (el automóvil privado desaparecerá más pronto que tarde). El transporte es una cuestión vital: en general aquí se trata de que dónde el capitalismo ponía el adverbio ‘más’ ahora habrá que poner el ‘menos’, así habrá que mover menos cosas y menos personas a menos distancia y hacerlo más despacio.
Otro espacio vital para el cambio de paradigma es el de la producción alimentaria, la economía agro-pecuaria y los espacios rurales. Transformar un sistema agro-alimentario globalizado y sustentado en un gasto inverosímil en petróleo (literalmente comemos petróleo) en un contexto de superpoblación, desmesura urbana y cambio climático es un reto que debería ponernos los pelos de punta, y al que debiéramos destinar las cada vez más escasas reservas energéticas que hoy dilapidamos en guerras infaustas y desplazamientos turísticos. Necesitamos relocalizar la producción alimentaria y una transición hacia modelos agro-ecológicos que reduzcan la huella de carbono de los alimentos, restauren la fertilidad de los suelos y preserven el ciclo hídrico y la biodiversidad de los ecosistemas salvajes que circundan los agrosistemas. Se pongan como se pongan unos y otros, hay que reducir el consumo de carne y el tamaño de la cabaña ganadera mundial no un poco, sino drásticamente. Hay que revertir el proceso de urbanización y acometer una extensa e intensa re-ruralización.
Además, es que la pacificación y simplificación de la producción industrial y de la de servicios intensivos en consumo de energía, inevitablemente supondrá una contracción del empleo en estos sectores, y aunque medidas como la reducción de la jornada de trabajo, o la implementación de rentas básicas, puedan ser parches provisionales y necesarios para mitigar el sufrimiento de las poblaciones, lo que vamos a necesitar es una reorientación total del mercado de trabajo hacia el sector primario, porque aquí se va a requerir una sustitución dramática de trabajo maquínico por trabajo humano. Muchas de las personas que hoy trabajan en las ciudades tendrán que trabajar en el campo, no sólo en labores agrarias, sino en restauración de ecosistemas y paisajes, custodia de zonas salvajes, lucha contra incendios y eventos climáticos destructivos, reforestación, etc. En la primera fase de la transición-revolución no habrá menos trabajo humano, sino más y más duro: ¡hay tanto que reparar, curar y restaurar!
Esta economía moral que se fundamenta en valores como la autolimitación, la frugalidad, la cooperación social, la solidaridad, la simplicidad, la autogestión, la soberanía alimentaria y energética comunitarias, la gestión de la demanda y la reintegración del subsistema económico en el sistema superior que la contiene: la Biosfera, Gaia, o la Naturaleza, es lo que defiende con la propuesta de Decrecimiento. Por supuesto, a los que defendemos esta vía de la simplificación y la pacificación se nos acusa de utópicos, los tres defensores de las macro-renovables de Ecologistas en Acción mencionados anteriormente nos definían como ‘colapsistas’, término paradójicamente empleado por los que justifican, alimentan o alientan el colapso al que nos conduce la deriva del desarrollo capitalista para atacar a los que advertimos de ello.
Pero nada hay más utópico, en tanto que ilusorio, que pensar que este régimen de guerra entre humanos y contra la estabilidad climática y la biodiversidad, este régimen de desigualdad lacerante en que unos pocos acumulan más riqueza que la mitad de la población mundial, este régimen de colonialismo y neocolonialismo racista y criminal puede continuar unos decenios más poniendo más molinitos de viento y placas fotovoltaicas producidas en China con carbón… Nada hay más peligroso que estos sueños del ‘desarrollo sostenible’ que fantasean con que el capitalismo se puede pacificar.
El decrecimiento es una utopía, sin duda, pero una utopía urgente, radical y desesperadamente necesaria para trazar una línea de fuga de la pesadilla capitalista que amenaza nuestras vidas y la Vida toda. Requiere una revolución cultural y un salto cuántico de la conciencia humana, pero tenemos la confianza contra-intuitiva y contra-fáctica de que esa re-evolución ya ha empezado.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/decrecimiento/recesion-inevitable-al-decrecimiento-justo-solidario