LITORAL: SAQUEO Y CONTAMINACIÓN. ESCRIBE HERNÁN LÓPEZ ECHAGUE EN ´MIRADAS AL SUR´
LA TALA INDISCRIMINADA DE ÁRBOLES Y LA FUMIGACIÓN CON GLIFOSATO ACARREAN PROBLEMAS GRAVES.
Puerto Esperanza, Misiones. En las primeras imágenes hay cedros, lapachos, cañafístulas de ramas acicaladas con orquídeas, y un hombre robusto que camina por un sendero selvático rumbo al pulmón del oquedal. Lleva consigo una motosierra. Su tarareo tiene de asiento el rumor de pasos sobre hojas secas. El hombre, con indolencia, sacude el cordón de la motosierra. Sonido continuo y bronco. Primer plano de los dientes de la máquina mordiendo el talón de un árbol. Música autóctona, de bombos y flautas plañideras, perturbada por el restallido de una secuencia de árboles de tronco alto precipitándose sobre el suelo. Voz en off: "La selva misionera, con sus especies características, ha pasado a ser historia. Las grandes fábricas hacen que éstas sean reemplazadas por otras especies, como las coniferas". El hombre de la moto-sierra, empleado de la papelera Alto Paraná, pliega los párpados, elude la cámara. Dice que trabaja a destajo, todos los días; recibe ochenta centavos por cada árbol que derriba y libra de gajos. De pronto, el monte transfigurado. Ahora es un páramo en llamas. Volutas de humo atezado se remontan sobre un horizonte de cenizas. Bernardo Preukschat, el realizador del documental, continúa mudo, el control remoto entre las manos, la mirada taciturna en la pantalla del televisor. Alto Paraná es propietaria de trescientas mil hectáreas, poco más del diez por ciento del territorio misionero. Cada día desmantela treinta y cuatro hectáreas de monte nativo y acto seguido, en la tierra lacerada, enquista sus pinos ortopédicos. Colonia San Antonio, departamento San Miguel, norte de Corrientes. Hablan a media voz, con extremada timidez procuran vaciarse de una obediencia atávica que no ha hecho más que encaminarlos a la desolación. Ramiro, Flores, Yolanda, Villal- ba, los hermanos Almirón. Producen sandías, melón y zapallo para la venta; mandioca, batatas, porotos y maíz para consumo doméstico. Algunos tienen gallinas, acaso un par de ovejas, una vaca lechera, un viejo arado. Las huertas y chacras de las doscientas familias que habitan la colonia están sitiadas por plantaciones de cultivo de soja transgénica y sus avionetas del demonio. -La otra vez, cuando hubo la fumigada en un campo vecino, había un olor impresionante pero nadie le dio bolilla. La gran sorpresa fue al día siguiente, cuando vimos las plantas de la sandía, el maíz, zapallo, melón. Tenían todas muertas las hojas. -El veneno nos mató toda la cosecha de sandía, lo único que nos da unos pesos porque la exportamos a Misiones. -Contratamos un ingeniero agrónomo, para que nos explique, y él dijo que echaron un glifosato, que le dicen, y otro producto, doscuatrodé, que se mete dentro de uno. -Hubo productores con problemas graves de pulmón. -Yo sufro ataques de cabeza, entonces voy al médico y él me dice: "¿A vos alguna vez no te afectó el veneno?". ¡Y yo qué sé! Tantas veces andan fumigando. Capitán Bermúdez, Santa Fe. Todo huele a ponzoña. Es que está soplando el viento del Este y trae consigo las emanaciones que escupen las chimeneas de Celulosa Argentina. "Ese olor a huevo podrido que sentís, es ácido sulfhídrico. Vos lo respiras y te mata los glóbulos rojos, los liquida", me tranquiliza Víctor Zoratti, hombre largo y flaco, ingeniero químico que trabajó 38 años en la pastera. En un papel, sobre la mesa de madera añeja, Zoratti traza líneas, escribe fórmulas químicas que me resulta ímprobo comprender. "Si en Fray Bentos van a usar el sistema ECF, sin cloro elemental, y blanqueo mediante gases oxigenados y dióxido de cloro, con calderas de recuperación de reactivos químicos, se forman indefectiblemente mercaptanos, terpenos, ácido sulfhídrico. Y el anhídrido sulfúrico, que mezclado con el agua, con la humedad del ambiente, forman el ácido sulfúrico, uno de los componentes de la lluvia acida. O el monóxido de azufre, S02, que con el agua hace S03 y con el agua hace otra vez ácido sulfúrico y sigue la lluvia acida". A través de los cristales de la ventana entreveo un cielo apolillado, abatido por la bruma. Isla del Corte, río Gualeguaychú. "Cuando llueve estás jodido, la lluvia arrastra todos esos remedios de la soja para acá y mata todos los pescados. Queda el río aceitoso. Al sábalo no le hace nada, pero vos lo sacas de la red y ves el manchón de aceite. Yo lo he comido, porque no puedo elegir, loco, y a las horas se te viene para arriba una cosa como combustible. Lo eructas, loco, sale como un olor a gas, una cosa amarga." La boca de Montenegro, pescador de siempre, debe de andar lanzando vestigios de glifosato, cordial invención de los grandes laboratorios y empresas de los países del norte. "Empezaron a aparecer dos patologías: la muerte del bebé durante el parto y la otra que se llama muerte fetal precoz", dice Darío Gianfelici, del hospital Doctor José M. Miranda, de Cerrito, Entre Ríos. "Para el año 2000, cuando empecé la investigación, tenía idea de lo que era el pueblo antes y después de la soja. He visto gente que se ha muerto de cáncer a los 30 años, problemas de gestación, aumento en problemas de fertilidad. Desde 1994 al 2004 las dermatitis se quintuplicaron. Las enfermedades respiratorias aumentaron entre un 100 y un 200 por ciento". En la última década, en Entre Ríos, la soja devoró las tierras de seis mil productores. Formidables plantaciones de pinos y eucaliptos, destinados a la producción de pulpa de celulosa; estupendas praderas corrompidas por el monocultivo de soja transgénica; tierra, agua, aire y gente envenenados a causa del gracioso empleo de plaguicidas mortíferos. El éxodo de chacareros y pequeños productores hacia los suburbios de las grandes ciudades es incesante. Los asentamientos están creciendo con la misma celeridad que los pinos y eucaliptos. La codicia loca del capitalismo ha logrado desbaratar las tradicionales actividades agropecuarias de la región. Thomas Carlyle lo supo resumir ciento cincuenta años atrás: "Nosotros luchamos contra la Naturaleza, y, por medio de nuestros incansables motores, salimos siempre victoriosos y cargados de botines''^1'» (1)Thomas Carlyle (1795-1881), ensayista e historiador escocés. Tomado de Rebels Against the Future. The Luddites and their War on the Industrial Revolution. Lessons for the Computer Age, Addison Wesley ed., Estados Unidos, 1995, de Kirpatrick Sale. Por Hernán López Echagüe Fuente: Miradas al sur