Batalla contra HidroAysén: haciendo camino al andar







Antes de que Pinochet fuera detenido en Londres hubo muchos abogados que anhelaron que un tribunal chileno sentenciara al ex gobernante de facto, imaginando decenas de querellas presentadas ante el Poder Judicial con el objetivo de alcanzar un poco de justicia para quienes habían esperado por ya demasiado tiempo.  Pero nunca se atrevieron.  “No están dadas las condiciones” se dijeron siempre. 
Fue este karma el que recordaron al jurista Eduardo Contreras cuando, en enero de 1998, interpuso un recurso en contra del dictador. “Utopía” fue lo que menos dijeron al abogado, junto a una frase que venía escuchando por lo menos desde una década: “Ningún miembro del Poder Judicial se atreverá a procesar a Pinochet”.  Pero en octubre de ese año todo cambió.  El juez español Baltasar Garzón logró que el octogenario general fuera detenido en Londres y que en marzo de 1999 retornara al país para someterse a los tribunales chilenos y ser juzgado por esa primera querella… y por las 155 posteriores que tramitó el juez Juan Guzmán. Claramente Pinochet no pasó  ningún día en la cárcel, pero para ello sus defensores tuvieron que acceder a que pasara a la historia como “demente” y “reo”, y no como “inocente”, como hubieran querido. Esa primera presentación permitió además no sólo juzgar a muchos de quienes cometieron crímenes y abusos durante la dictadura militar, sino sanear en parte a un país en el que por décadas no se aplicó la justicia.
Esto recordé cuando muchos chilenos y chilenas reaccionaron con frustración ante el fallo de la Corte de Apelaciones de Puerto Montt.  Ése que por dos votos contra uno desechó los 7 recursos de protección interpuestos en contra de la decisión de la Comisión de Evaluación Ambiental de la región de Aysén que el 9 de mayo aprobó HidroAysén.  Desesperanza no sólo por una decisión adversa - posibilidad siempre- sino por la sensación de que en Chile las instituciones no funcionan.  Que a pesar de los argumentos y las pruebas se permite que avance la iniciativa símbolo de un país injusto.
Pero así ha sido siempre en la historia.  A pesar de su excepcionalidad territorial, en Aysén no ocurre hoy algo que no sea parte de la experiencia de la humanidad: la codicia.  Es la mayoría de los chilenos quienes están pidiendo literalmente a gritos, y también por la vía legal, política e institucional, que el país tome consciencia del error que significaría intervenir irreversiblemente los ríos patagónicos, sus pristinos ecosistemas y sus vulnerables comunidades con, por lo bajo, 8 represas y miles de torres de alta tensión. Y es la mayoría de los chilenos quienes están pidiendo que se apueste por el ahorro y la eficiencia energética, y por tecnologías apropiadas que no sacrifiquen territorios completos.  En concreto, que no se imponga a muchos el interés económico de unos pocos.
Porque no es más que eso, interés económico, el que motiva a sus impulsores.  A los reales, que viven en Santiago, Madrid y Roma, no a los locales que desestiman, desconocen y tampoco les interesa conocer las irregularidades e ilegalidades en la tramitación de HidroAysén ni que cientos de pobladores no tengan hoy acceso al agua.  Tan encandilados están por el brillo de beneficios económicos personales que no imaginan un futuro distinto para Aysén que no sea convertirlo en Santiago.  De otra forma no se entiende que, con únicas honrosas excepciones, los que se reúnen con ministros, presidentes y la empresa no hayan concurrido a la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados para conocer las denuncias de sus coterráneos.
Así como la búsqueda de justicia, el odio y el amor son inherentes a la condición humana, la acumulación material como sino de la existencia también.  Lo ha plasmado la literatura, porque es el devenir de la humanidad, por lo cual no habríamos de sorprendernos que aquello esté ocurriendo hoy en Aysén.
Si algo hemos aprendido en estos años es que la historia se puede escribir de muchas maneras. Y que todos estamos llamados a tomar el lápiz que relatará en el futuro lo que fue el destino de nuestra región.
No será el dinero de las trasnacionales el que detenga el sentir que recorre el Chile profundo.  Aunque algunos se solacen con el fallo de la Corte de Apelaciones de Puerto Montt todavía falta mucho camino por recorrer.
Quizás hoy se piense que es incierta –e incluso oscura- la ruta que se adentra en los vetustos pasillos y salones del máximo tribunal del país.  Y claro que lo es.  Pero al igual que ayer, cuando a Eduardo Contreras le decían que su esfuerzo era infructuoso, es necesario dar la batalla.  Que más temprano que tarde llegará el día en que miraremos hacia atrás y nos avergonzaremos por la locura que hoy algunos (cada vez menos) pretenden materializar.

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