La solución final
Por Pablo Cingolani
Imaginen lo que alguien publicó: que el lugar donde viven “los TIPNIS” , o sea la selva del TIPNIS, está lleno de bichos (mosquitos, boros, larvas de mosca, parásitos de los ríos, arañas, chulupis, hormigas, serpientes y tigres). Es algo inconcebible: ¡cómo se puede vivir así? Tienen razón los que dicen que esta gente vive para la mierda. Habría que considerar dónde meterlos: un museo, una caja, un barrio en la periferia de Santa Cruz o de Buenos Aires o Miami –mejor Miami, de una vez; Obama puede pagar los pasajes-, un cementerio, una jaulita, una página web.
Habría que considerar primero a dónde meterlos: un museo, una caja, un barrio en la periferia de Santa Cruz o de Buenos Aires o Miami –mejor Miami, de una vez; Obama puede pagar los pasajes-, un cementerio, una jaulita, una página web.
A los Pacahuaras, que son bien poquitos, podrían meterlos en una cabina telefónica o en un Volkswagen violeta.
Los Araonas –unos 100 sobrevivientes del genocidio de la época del caucho- pueden ser colocados en un gimnasio o en un restaurante chino, corriendo las mesas y los jarrones para hacer espacio. Luego, comerían chop suey y pastelitos de tofú; no yuca y jochi pintao, como comen siempre.
A los Yuquis, los podríamos meter detrás de un biombo persa o en un crucero de tres pisos de esos que van por el Caribe, así van pescando tiburones y divirtiéndose a lo loco. Si se aburren, se van al casino o ven una película de Rambo o hablan del clima con el capitán.
Los chimanes son más. Algunos podrían ser llevados hasta Quetena, en las punas de Sud Lípez, donde hay poca gente, y hacen faltan más patriotas en la frontera. Otros pueden caber en un cohete japonés teledirigido o en un Airbus, de esos nuevos, para 700 pasajeros. No tendrían problemas de cacería, de sobrevivencia, de nada, porque la azafata vendría a cada rato con bocaditos de atún y pepinillos y con vasos de whisky escocés o vodka ruso, como ellos quieran de acuerdo a consulta previa.
Hay que respetar, bien respetado, eso de la consulta previa. Yo dije whisky o vodka por decir, si alguno quiere ron cubano o un caramelo de menta o un paracaídas para bajarse del avión, para eso está la dichosa consulta.
La cosa hay que pensarla bien, planificarla mejor.
Esto que están “descubriendo” los del gobierno –que “los TIPNIS” viven para la mierda- es muy grave.
Imaginen lo que alguien publicó: que el lugar donde viven, o sea la selva del TIPNIS, está lleno de bichos (mosquitos, boros, larvas de mosca, parásitos de los ríos, arañas, chulupis, hormigas, serpientes y tigres). Es algo inconcebible: ¡cómo se puede vivir así? Tienen razón los que dicen que esta gente vive para la mierda.
Algo habrá que hacer.
Algún ingenuo puede creer que el tema de los bichos se puede solucionar fácil: dándoles Baygón a los TIPNIS. Y una Uzi para que maten a todos los tigres. No es tan fácil. Digamos que acaben con todos los tristes tigres pero ¿van a poder terminar con todas las hormigas? Estos bichos son miles de millones, que digo: son miles de miles de millones y se reproducen segundo a segundo.
Mao quiso acabar con todas las hormigas de China, y un día, mil millones de chinos se pusieron a pisar hormigas –por orden de Mao, claro. Mao daba una orden y ¡guay! que un chino o china no la cumpliera. Bueno, pero la cosa es que no pudieron. Ese día mataron 231 mil millones de hormigas; cada chino, descontando a los bebés que obviamente estaban exentos de la labor, aniquilaron promedio unas 800 hormigas cada uno. Vayan a ver qué pasa hoy en China: ¡sigue lleno de hormigas![1]¿Quién puede creer que los TIPNIS, que son tan pocos, vayan a poder con sus hormigas? Está claro que así no hacemos nada, y que los beneficios de la civilización, del progreso y de la justicia social tampoco van a llegar a los TIPNIS, así que hay que pensar en soluciones más de fondo, soluciones de verdad.
A los TIPNIS los podríamos meter en una galería de arte –ahora que son bien conocidos, remarketineros. En una galería donde no haya hormigas, claro.
A los Chácobos se los puede enviar a Amsterdam, que son buena gente y tienen una ley que prohíbe el canibalismo. Por otra parte, un amigo que vive allí me dijo que casi no hay hormigas en Holanda.
Me olvidaba de los Yaminawas, que por suerte también son bien poquitos. Ellos estarían felices en la cafetería de algún aeropuerto o en una fotografía. En la foto, seguro que no habrá hormigas. A la cafetería habría que revisarla bien, minuciosamente, con cuidado, ¿eh?
Hay que buscar una solución final para esta gente que vive –pobrecita- en medio de la selva. ¿Quién hablaba de “solución final”? ¿Mick Jagger? No. ¿La Madre Teresa de Calcuta? Tampoco. No me acuerdo ahora -¿García Márquez?- pero no puede ser que los TIPNIS no tengan computadoras Apple ni tostadoras de pan, no tengan lavarropas atómicos ni perfumes franceses, canchas de golf con césped sintético ni corbatas de seda. Todo por vivir en un lugar que además está lleno de hormigas. ¿Si los metemos encima de un iceberg con pingüinos? ¿O en una pollería?
Un ingeniero ideoso y voluntarioso me escribió un correo diciéndome que una solución definitiva puede ser tirar abajo todos los árboles y pavimentar la zona, y construir una playa de estacionamiento de 132.000 kilómetros cuadrados que inclusive sería, según él, la más grande del mundo. No estaría mal. Buena publicidad. ¡O maior praia do estacionamento do Mundo! Le pedí al ingeniero –es un tipo muy serio que trabaja para la Petrobrás- que me mande números, cuidado que nos pase como a los chinos y al Gran Timonel.
Números, ejemplos: ¿Cuántos días necesitamos para arrancar todas las plantas, plantitas, yuyos, chumeríos y malezas? ¿Qué hacemos después con toda esa basura? Habría que hacer un pozo bien hondo, donde meter todo. El pozo: ¿cuán profundo? Y… cuanto más profundo mejor, porque así se pueden enterrar otras cosas. Hay que pensar siempre en grande. Después: ¿Cuánto asfalto precisamos para cubrir toda el área? Si la capa asfáltica es, digamos, de dos metros x 132.000 Km2, ¿será que tenemos tanto asfalto? Si no nos alcanza, podemos llevar piedras. Eso tenemos mucho. Podemos cortar en dos al Illimani, y llevar toda esa piedra hasta allá, y con eso tapamos todo, y listo como diría mi amigo Nicolás. Esperaremos lo que me dice el Inge, porqué estas cuestiones técnicas no hay que tomarlas a la ligera.
Bien visto, eso de pavimentar toda la selva tiene una ventaja. A los indios no habría que meterlos en ningún otro lado, los ponemos encima de la playa de estacionamiento y sanseacabó el problema. Así dejarían de ser un estorbo y un obstáculo: a un ladito, los coches. A otro ladito, ellos. Se van a aprender de memoria todas las marcas de los carros y aparte van a estar chochos de contentos porque ninguna hormiga los va a joder nunca más. Todos tenemos un lindo lugar que ocupar bajo el sol del desarrollo.
La Plata-Argentina, 19 de octubre de 2011
[1] Para mayor información sobre este tema, ver Xu Yi: La influencia de la fauna local en las contradicciones secundarias de la Revolución China (Ediciones Progreso, Pekín, 1964) y Fumang Chui: Mao entomólogo. ¿Son contrarrevolucionarios los insectos? Cuatro hipótesis (Editorial Cartago, Madrid, 1972). Para ser justos, Mao no fue el primer líder oriental que impulsó una campaña de exterminio animal. En el siglo XVI, el emperador Sam Sun ordenó acabar con todas las garzas naranjas del imperio. Una de ellas, había defecado encima de su real sombrilla durante una visita del monarca a las playas del Mar Amarillo. La ira de Sam Sun provocó la huida de las aves hacia el sur, donde fueron veneradas por sacerdotes budistas de Camboya. Ironías de la historia: los jemeres rojos se las terminaron comiendo a todas antes de la caída de Phnom Penh en 1975.