Historia secreta de la obsolescencia programada
por Valquíria Padilha, Renata Cristina A. Bonifácio
A menudo, un teléfono celular va a terminar en el tacho de la basura con menos de ocho meses de uso, o una impresora nueva sólo durará un año. En 2005, más de 100 millones de teléfonos celulares fueron desechados solamente en los Estados Unidos. Un CPU de computadora, que en 1990 duraba cuando menos siete años, ahora tiene una duración media de solamente dos años. Los teléfonos celulares, computadoras, televisores, cámaras fotográficas caen en desuso y se descartan con una velocidad aterradora. ¡Bienvenido al mundo de la obsolescencia programada!
En el artículo “Obsolescencia programada: trampa silenciosa en la sociedad de consumo”, veremos porqué el crecimiento por el crecimiento es algo sumamente irracional. Precisamos de descolonizar nuestros pensamientos construidos en base a esta irracionalidad para abrir nuestra mente y salir del letargo que nos impide actuar.
En la sociedad de consumo, las estrategias de publicidad y la obsolescencia programada mantienen los consumidores atrapados en una especie de trampa silenciosa, un modelo de crecimiento económico basado en la aceleración del ciclo de acumulación de capital (producción-consumo-más producción). Mészáros (1989, p.88) dice que vivimos en una sociedad desechable que se basa en la “tasa de uso decreciente de los bienes y servicios producidos”, es decir, el capitalismo no procura la producción de bienes durables y reutilizables. La publicidad es el instrumento central en la sociedad de consumo y una gran motivación para nuestras elecciones, ya que generalmente es a través de ella que se presentan los productos por los que pasamos a sentir necesidad. La función de la publicidad es persuadir convenciendo de un consumo dirigido. Para aumentar las ventas, trabajan duro para convencer a los consumidores de la necesidad de productos superfluos. Es lo que Bauman (2008) llama “la economía del engaño“. Para Latouche (2009, p.18), “la publicidad nos hace desear lo que tenemos y despreciar aquello que ya disfrutamos. Ella crea y recrea la insatisfacción y la tensión del deseo frustrado”.
Obsolescencia programada.
Para mover esta sociedad de consumo precisamos de consumir todo el tiempo y desechar nuevos productos para sustituir a los que ya tenemos – ya sea por falla, o porque creemos que surgió otro ejemplar más desarrollado tecnológicamente o simplemente porque pasaron de moda. Serge Latouche, en el documental Comprar, tirar, comprar, dice que nuestra necesidad de consumir es alimentada en todo momento por un trío infalible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia.
Planificar cuando un producto va a fallar o se volverá viejo, programando su fin incluso antes de la acción de la naturaleza y del tiempo, es la obsolescencia programada. Se trata de una estrategia para para establecer una fecha de la muerte de un producto, ya sea por mal funcionamiento o deterioro antes que las últimas tecnologías. Esta estrategia fue discutida como una solución a la crisis de 1929. El concepto comenzó a idearse alrededor del 1920, cuando los fabricantes comenzaron a reducir a propósito la vida de sus productos para aumentar las ventas y las ganancias. La primera víctima fue la bombilla eléctrica, con la creación del primer cartel global (Phoebus, formado esencialmente por Osram, Philips y General Electric) para controlar la producción. Sus miembros se dieron cuenta que las bombillas que duraban mucho no eran muy ventajosas. La primera bombilla inventada tenía una durabilidad de 1,500 horas. En 1924, las bombillas duraban 2,500 horas. Para 1940, el cartel logró su objetivo: la vida estándar de las bombillas era de 1,000 horas. Para que ese objetivo fuera alcanzado, precisaron de crear una bombilla más débil.
En 1928, el lema era: “Aquello que no se desgasta no es bueno para los negocios“. Como solución a la crisis, Bernard London propone, en un panfleto en 1932, que fuera obligatoria la obsolescencia programada, apareciendo así por primera vez el término por escrito. London predicaba que los productos debian tener una fecha de caducidad, creyendo que, con la obsolescencia programada, las fábricas continuarían produciendo, las personas consumiendo y, por lo tanto, habría trabajo para todos, que trabajando podrían consumir y de esa manera lograr que el ciclo de acumulación de capital se mantuviera. En la década de 1930, la durabilidad comenzó a ser propagada como anticuada y no correspondiente a las necesidades de la época. En la década de 1950, la obsolescencia programada resurgió con el objetivo de crear un consumidor insatisfecho, haciendo así que siempre deseara algo nuevo. No sería hasta después de la guerra que se sentarían las bases de la sociedad de consumo actual, a través de estilo de vida americano (American way of life), basado en la libertad, la felicidad y en la idea de abundancia en sustitución de la idea de suficiencia.
Los tipos de obsolescencia.
Se consideran tres tipos de obsolescencia: obsolescencia de función, de calidad y de deseabilidad. “Puede haber obsolescencia de función. En esta situación, un producto existente se convierte en obsoleto cuando se introduce un producto que lleva a cabo una mejor función. Obsolescencia de calidad. En este caso, de forma premeditada, se planea el tiempo en que un producto se rompa o desgaste, por lo general no es demasiado tiempo. Obsolescencia de deseabilidad. En esta situación, un producto que sigue siendo sólido en términos de calidad o de rendimiento, se torna obsoleto en nuestra mente porqué una cambio de estilo u otra modificación hace que sea menos deseable” (Packard, 1965, p.51).
Slade (2006) denomina a la “obsolescencia de la función” como “obsolescencia tecnológica”, que es el tipo más antiguo y permanente de obsolescencia desde la Revolución Industrial, debido a la innovación tecnológica. Por lo tanto, la obsolescencia tecnológica, o de función, siempre ha estado ligado a una determinada concepción del progreso visto como sinónimo de avances tecnológicos infinitos. Los teléfonos celulares y las computadoras portátiles son el mejor ejemplo de esto.
La “obsolescencia de calidad” es cuando una empresa vende un producto con una vida útil mucho más corta, sabiendo que podría ofrecer al consumidor un producto con mayor vida útil. En la década de 1930, se apelaba constantemente a los consumidores para intercambiar sus productos por nuevos en nombre de convertirse en buenos y verdaderos ciudadanos estadounidenses.
El último y más complejo tipo de obsolescencia es la de deseabilidad, también conocida como “obsolescencia psicológica”, que es cuando se adoptan mecanismos para cambiar el diseño del producto como una forma de manipular a los consumidores con el fin de que compren el mismo producto en repetidas ocasiones. Esto en realidad se trata de “gastar” el producto en las mentes de las personas. En este sentido, los consumidores son inducidos a asociar lo nuevo con lo mejor y lo viejo con lo peor. El diseño y la apariencia de las cosas se vuelven importantes como cebos para los consumidores, que siempre pasa a desear lo más nuevo. Es el diseño lo que da la ilusión de cambio a través de la creación de un estilo. Esta obsolescencia también se conoce como “obsolescencia percibida“, que hace que el consumidor se sienta incómodo cuando utiliza un producto que se ha convertido en obsoleto a causa del nuevo estilo de los nuevos modelos.
La lógica de la sociedad capitalista precisa de crear o renovar estrategias que favorecen la acumulación de capital (no sólo a través de la expropiación de la plusvalía en la producción, sino también del beneficio obtenido en la venta de los productos). Mészáros (1989) nos muestra que la tasa de uso decreciente en el capitalismo es un mecanismo inevitable de la producción destructiva del capital. El autor considera este fenómeno intrínseco al modo de producción capitalista, el cual debe estimular la sociedad desechable para perdurar como sistema económico hegemónico. Él dice: “Es, pues, extremadamente problemático el hecho de que [...] la ‘sociedad desechable’ encuentre el equilibrio entre la producción y el consumo necesarios para su continua reproducción, sólo ella consumir artificialmente a alta velocidad (esto es, descartar prematuramente) grandes cantidades de productos, que anteriormente pertenecían a la categoría de productos relativamente duraderos. De ese modo, se establece en un sistema productivo manipulado, incluso en la adquisición de los llamados “bienes duraderos”, de tal manera que necesariamente tienen que ser arrojados a la basura (o enviados a ‘cementerios de coches’ como depósito de chatarra, etc.) mucho antes de su supuesta vida útil se haya agotado” (Mészáros, 1989, p.16).
La sociedad del consumo tienes como objetivo satisfacer las necesidades de acumulación del capital más que las necesidades básicas de sus miembros. Si la satisfacción de todos fuera realmente el objetivo del sistema de producción, los productos serían reutilizables. Pero, al igual que el capitalismo “tiende a imponer a la humanidad la forma más perversa de existencia inmediata” (Mészáros, 1989, p.20), toda la sociedad está sometida a la lógica de la acumulación del capitalismo, según la cual la no aceleración del ciclo producción-consumo se convierte en un obstáculo. Por lo tanto, la obsolescencia programada se convierte en una estrategia clave para cumplir con los requisitos del modo capitalista expansionista de la producción. ” [ ... ] Cuanto menos un producto determinado es realmente utilizado y reutilizado (en lugar de consumirlo rápidamente, lo que es perfectamente aceptable para el sistema), [...] es mejor desde el punto de vista del capitalista: con eso, tal subutilización produce la posibilidad de venta de otra pieza de mercancía ” (Mészáros, 1989, p.24).
Todo termina como basura.
Obsolescencia programada es una tecnología al servicio del capitalismo. Para aumentar la acumulación de la riqueza privada, el capitalismo devasta, destruye y agota la naturaleza. El aumento de la riqueza de capital es proporcional a la destrucción de la naturaleza. En la sociedad de la obsolescencia inducida, todo termina en la basura. Cuando más rápida y pasajera sea la vida de los productos, mayor es el descarte. La publicidad es el motor que hace a toda esta dinámica funcionar. Este modelo de sociedad basado en la estrategia de la obsolescencia está siendo determinante en el agotamiento de los recursos naturales (que ocurre en la fase de producción) y en el exceso de residuos (que se produce en la fase de consumo y eliminación). Magera (2012) señala que la humanidad, que existe en el planeta desde hace miles de años, consiguió alcanzar la mayoría de los avances tecnológicos y de información en los últimos doscientos años. Sin embargo, esta sociedad de consumo, que, en el nombre del progreso, aumenta el volumen y la velocidad de las cosas producidas industrialmente, también aumenta el volumen de los residuos. E irónicamente al mismo tiempo, se alienta a los consumidores a crear conciencia acerca de la generación de residuos. La basura es algo de lo que las personas quieren deshacerse lo antes posible y, preferentemente, que sea llevada lejos.
Leonard (2011) presenta numerosos datos relacionados con la extracción de recursos naturales y la producción y generación de residuos al final del ciclo. Algunos ejemplos: para producir una tonelada de papel, se utilizan 98 toneladas de otros materiales; 50,000 especies de árboles se extinguen cada año, los estadounidenses poseen alrededor de 200 millones de ordenadores, 200 millones de televisores y 200 millones de celulares, en los Estados Unidos se consumen alrededor de 100 mil millones de latas de aluminio al año. El autor demuestra que todo nuestro sistema productivo consumista, potenciado por las estrategias de obsolescencia, produce una destrucción espantosa de los recursos naturales, mientras que aumenta en gran medida la generación de residuos. Con la tasa decreciente del valor de uso de los productos, todo lo que el sistema consigue es aumentar la acumulación de capital, mientras que aumenta de la destrucción del planeta.
La producción de tecnologías verdes y programas de reciclaje no se ocupan de esta gama de cuestiones. Es urgente revisar el modelo de crecimiento económico que se sustenta en los pilares de la obsolescencia programada.
El decrecimiento económico
Podemos afirmar que la columna vertebral de la sociedad de consumo actual es la aceleración del ciclo de producción-consumo-más producción-más consumo, generando productos descartables y residuos. El consumo es visto como el motor responsable del crecimiento económico – siempre visto como algo bueno y necesario – con base en un paradigma productivista-consumista. La publicidad sigue siendo una aliada fundamental para mantener la llama del consumo y la tasa decreciente del valor de uso de los bienes, haciendo a los consumidores víctimas de una trampa invisible.
Es necesario revisar los principios que guían a este modelo de crecimiento económico. Inspirémonos en el movimiento del reciente decrecimiento económico, que tiene al economista francés Serge Latouche como uno de los principales exponentes. El PIB ya no puede seguir considerándose como una tasa que siempre deba crecer. No es razonable pensar en un crecimiento infinito en un planeta finito. El movimiento por el decrecimiento económico parece una salida para muchos de los problemas que hemos señalado aquí. No es hora de volver a las cuevas, sino de detener inmediatamente este modelo de crecimiento, progreso y felicidad anclado en la sociedad de consumo. El crecimiento por el crecimiento es irracional. Hay que descolonizar nuestros pensamientos construidos sobre la base de esta irracionalidad para abrir nuestra mente y salir del letargo que nos impide actuar. Latouche dice: “La palabra clave decrecimiento tiene como objetivo principal enfatizar fuertemente el abandono del objetivo del crecimiento ilimitado, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda de beneficios por los propietarios del capital, con consecuencias desastrosas para el medio ambiente y por lo tanto, para la humanidad” (2009, p.4). La nueva lógica que debe ser construida es que podemos ser felices trabajando y consumiendo menos. En este proyecto, ya no tiene sentido hablar de desarrollo sostenible – otro slogan de moda que los capitalistas inventaron. Hablar en ecoeficiencia es continuar la “diplomacia verbal” .
El asunto no termina aquí, por supuesto, pero es esencial para revelar el principio de la obsolescencia programada para que podamos renovar nuestras utopías de un mundo en el que la naturaleza sea preservada, donde hay más presencia y menos presentes, más lazos humanos y menos bienes de consumo..
Referencia Bibliográfica.
Bauman, Z. La vida para el consumo. Río de Janeiro: Zahar, 2008.
HAUG, W. F. La crítica de la estética de mercadotecnia. São Paulo: Editora UNESP, 1997.
Latouche, S. Pequeño tratado de decrecimiento sereno. Sao Paulo: Martins Fontes 2009.
LEONARD, A. La historia de las cosas. Naturaleza de los residuos, lo que pasa con todo lo que consumimos. Río de Janeiro: Zahar, 2011.
Magera, M. Los caminos de la basura. Campinas (SP): Átomo, 2012.
Meszaros, I. Producción destructiva y el Estado capitalista. Sao Paulo: Ensayo, 1989.
PACKARD, V. Residuos de estrategia. Sao Paulo: Ibrasa, 1965.
SLADE, G. Made to break: technology and obsolescence in America. Harvard University Press, 2006 - Fuente: http://marcianosmx.com/historia-obsolescencia-programada/
En el artículo “Obsolescencia programada: trampa silenciosa en la sociedad de consumo”, veremos porqué el crecimiento por el crecimiento es algo sumamente irracional. Precisamos de descolonizar nuestros pensamientos construidos en base a esta irracionalidad para abrir nuestra mente y salir del letargo que nos impide actuar.
En la sociedad de consumo, las estrategias de publicidad y la obsolescencia programada mantienen los consumidores atrapados en una especie de trampa silenciosa, un modelo de crecimiento económico basado en la aceleración del ciclo de acumulación de capital (producción-consumo-más producción). Mészáros (1989, p.88) dice que vivimos en una sociedad desechable que se basa en la “tasa de uso decreciente de los bienes y servicios producidos”, es decir, el capitalismo no procura la producción de bienes durables y reutilizables. La publicidad es el instrumento central en la sociedad de consumo y una gran motivación para nuestras elecciones, ya que generalmente es a través de ella que se presentan los productos por los que pasamos a sentir necesidad. La función de la publicidad es persuadir convenciendo de un consumo dirigido. Para aumentar las ventas, trabajan duro para convencer a los consumidores de la necesidad de productos superfluos. Es lo que Bauman (2008) llama “la economía del engaño“. Para Latouche (2009, p.18), “la publicidad nos hace desear lo que tenemos y despreciar aquello que ya disfrutamos. Ella crea y recrea la insatisfacción y la tensión del deseo frustrado”.
Obsolescencia programada.
Para mover esta sociedad de consumo precisamos de consumir todo el tiempo y desechar nuevos productos para sustituir a los que ya tenemos – ya sea por falla, o porque creemos que surgió otro ejemplar más desarrollado tecnológicamente o simplemente porque pasaron de moda. Serge Latouche, en el documental Comprar, tirar, comprar, dice que nuestra necesidad de consumir es alimentada en todo momento por un trío infalible: la publicidad, el crédito y la obsolescencia.
Planificar cuando un producto va a fallar o se volverá viejo, programando su fin incluso antes de la acción de la naturaleza y del tiempo, es la obsolescencia programada. Se trata de una estrategia para para establecer una fecha de la muerte de un producto, ya sea por mal funcionamiento o deterioro antes que las últimas tecnologías. Esta estrategia fue discutida como una solución a la crisis de 1929. El concepto comenzó a idearse alrededor del 1920, cuando los fabricantes comenzaron a reducir a propósito la vida de sus productos para aumentar las ventas y las ganancias. La primera víctima fue la bombilla eléctrica, con la creación del primer cartel global (Phoebus, formado esencialmente por Osram, Philips y General Electric) para controlar la producción. Sus miembros se dieron cuenta que las bombillas que duraban mucho no eran muy ventajosas. La primera bombilla inventada tenía una durabilidad de 1,500 horas. En 1924, las bombillas duraban 2,500 horas. Para 1940, el cartel logró su objetivo: la vida estándar de las bombillas era de 1,000 horas. Para que ese objetivo fuera alcanzado, precisaron de crear una bombilla más débil.
En 1928, el lema era: “Aquello que no se desgasta no es bueno para los negocios“. Como solución a la crisis, Bernard London propone, en un panfleto en 1932, que fuera obligatoria la obsolescencia programada, apareciendo así por primera vez el término por escrito. London predicaba que los productos debian tener una fecha de caducidad, creyendo que, con la obsolescencia programada, las fábricas continuarían produciendo, las personas consumiendo y, por lo tanto, habría trabajo para todos, que trabajando podrían consumir y de esa manera lograr que el ciclo de acumulación de capital se mantuviera. En la década de 1930, la durabilidad comenzó a ser propagada como anticuada y no correspondiente a las necesidades de la época. En la década de 1950, la obsolescencia programada resurgió con el objetivo de crear un consumidor insatisfecho, haciendo así que siempre deseara algo nuevo. No sería hasta después de la guerra que se sentarían las bases de la sociedad de consumo actual, a través de estilo de vida americano (American way of life), basado en la libertad, la felicidad y en la idea de abundancia en sustitución de la idea de suficiencia.
Los tipos de obsolescencia.
Se consideran tres tipos de obsolescencia: obsolescencia de función, de calidad y de deseabilidad. “Puede haber obsolescencia de función. En esta situación, un producto existente se convierte en obsoleto cuando se introduce un producto que lleva a cabo una mejor función. Obsolescencia de calidad. En este caso, de forma premeditada, se planea el tiempo en que un producto se rompa o desgaste, por lo general no es demasiado tiempo. Obsolescencia de deseabilidad. En esta situación, un producto que sigue siendo sólido en términos de calidad o de rendimiento, se torna obsoleto en nuestra mente porqué una cambio de estilo u otra modificación hace que sea menos deseable” (Packard, 1965, p.51).
Slade (2006) denomina a la “obsolescencia de la función” como “obsolescencia tecnológica”, que es el tipo más antiguo y permanente de obsolescencia desde la Revolución Industrial, debido a la innovación tecnológica. Por lo tanto, la obsolescencia tecnológica, o de función, siempre ha estado ligado a una determinada concepción del progreso visto como sinónimo de avances tecnológicos infinitos. Los teléfonos celulares y las computadoras portátiles son el mejor ejemplo de esto.
La “obsolescencia de calidad” es cuando una empresa vende un producto con una vida útil mucho más corta, sabiendo que podría ofrecer al consumidor un producto con mayor vida útil. En la década de 1930, se apelaba constantemente a los consumidores para intercambiar sus productos por nuevos en nombre de convertirse en buenos y verdaderos ciudadanos estadounidenses.
El último y más complejo tipo de obsolescencia es la de deseabilidad, también conocida como “obsolescencia psicológica”, que es cuando se adoptan mecanismos para cambiar el diseño del producto como una forma de manipular a los consumidores con el fin de que compren el mismo producto en repetidas ocasiones. Esto en realidad se trata de “gastar” el producto en las mentes de las personas. En este sentido, los consumidores son inducidos a asociar lo nuevo con lo mejor y lo viejo con lo peor. El diseño y la apariencia de las cosas se vuelven importantes como cebos para los consumidores, que siempre pasa a desear lo más nuevo. Es el diseño lo que da la ilusión de cambio a través de la creación de un estilo. Esta obsolescencia también se conoce como “obsolescencia percibida“, que hace que el consumidor se sienta incómodo cuando utiliza un producto que se ha convertido en obsoleto a causa del nuevo estilo de los nuevos modelos.
La lógica de la sociedad capitalista precisa de crear o renovar estrategias que favorecen la acumulación de capital (no sólo a través de la expropiación de la plusvalía en la producción, sino también del beneficio obtenido en la venta de los productos). Mészáros (1989) nos muestra que la tasa de uso decreciente en el capitalismo es un mecanismo inevitable de la producción destructiva del capital. El autor considera este fenómeno intrínseco al modo de producción capitalista, el cual debe estimular la sociedad desechable para perdurar como sistema económico hegemónico. Él dice: “Es, pues, extremadamente problemático el hecho de que [...] la ‘sociedad desechable’ encuentre el equilibrio entre la producción y el consumo necesarios para su continua reproducción, sólo ella consumir artificialmente a alta velocidad (esto es, descartar prematuramente) grandes cantidades de productos, que anteriormente pertenecían a la categoría de productos relativamente duraderos. De ese modo, se establece en un sistema productivo manipulado, incluso en la adquisición de los llamados “bienes duraderos”, de tal manera que necesariamente tienen que ser arrojados a la basura (o enviados a ‘cementerios de coches’ como depósito de chatarra, etc.) mucho antes de su supuesta vida útil se haya agotado” (Mészáros, 1989, p.16).
La sociedad del consumo tienes como objetivo satisfacer las necesidades de acumulación del capital más que las necesidades básicas de sus miembros. Si la satisfacción de todos fuera realmente el objetivo del sistema de producción, los productos serían reutilizables. Pero, al igual que el capitalismo “tiende a imponer a la humanidad la forma más perversa de existencia inmediata” (Mészáros, 1989, p.20), toda la sociedad está sometida a la lógica de la acumulación del capitalismo, según la cual la no aceleración del ciclo producción-consumo se convierte en un obstáculo. Por lo tanto, la obsolescencia programada se convierte en una estrategia clave para cumplir con los requisitos del modo capitalista expansionista de la producción. ” [ ... ] Cuanto menos un producto determinado es realmente utilizado y reutilizado (en lugar de consumirlo rápidamente, lo que es perfectamente aceptable para el sistema), [...] es mejor desde el punto de vista del capitalista: con eso, tal subutilización produce la posibilidad de venta de otra pieza de mercancía ” (Mészáros, 1989, p.24).
Todo termina como basura.
Obsolescencia programada es una tecnología al servicio del capitalismo. Para aumentar la acumulación de la riqueza privada, el capitalismo devasta, destruye y agota la naturaleza. El aumento de la riqueza de capital es proporcional a la destrucción de la naturaleza. En la sociedad de la obsolescencia inducida, todo termina en la basura. Cuando más rápida y pasajera sea la vida de los productos, mayor es el descarte. La publicidad es el motor que hace a toda esta dinámica funcionar. Este modelo de sociedad basado en la estrategia de la obsolescencia está siendo determinante en el agotamiento de los recursos naturales (que ocurre en la fase de producción) y en el exceso de residuos (que se produce en la fase de consumo y eliminación). Magera (2012) señala que la humanidad, que existe en el planeta desde hace miles de años, consiguió alcanzar la mayoría de los avances tecnológicos y de información en los últimos doscientos años. Sin embargo, esta sociedad de consumo, que, en el nombre del progreso, aumenta el volumen y la velocidad de las cosas producidas industrialmente, también aumenta el volumen de los residuos. E irónicamente al mismo tiempo, se alienta a los consumidores a crear conciencia acerca de la generación de residuos. La basura es algo de lo que las personas quieren deshacerse lo antes posible y, preferentemente, que sea llevada lejos.
Leonard (2011) presenta numerosos datos relacionados con la extracción de recursos naturales y la producción y generación de residuos al final del ciclo. Algunos ejemplos: para producir una tonelada de papel, se utilizan 98 toneladas de otros materiales; 50,000 especies de árboles se extinguen cada año, los estadounidenses poseen alrededor de 200 millones de ordenadores, 200 millones de televisores y 200 millones de celulares, en los Estados Unidos se consumen alrededor de 100 mil millones de latas de aluminio al año. El autor demuestra que todo nuestro sistema productivo consumista, potenciado por las estrategias de obsolescencia, produce una destrucción espantosa de los recursos naturales, mientras que aumenta en gran medida la generación de residuos. Con la tasa decreciente del valor de uso de los productos, todo lo que el sistema consigue es aumentar la acumulación de capital, mientras que aumenta de la destrucción del planeta.
La producción de tecnologías verdes y programas de reciclaje no se ocupan de esta gama de cuestiones. Es urgente revisar el modelo de crecimiento económico que se sustenta en los pilares de la obsolescencia programada.
El decrecimiento económico
Podemos afirmar que la columna vertebral de la sociedad de consumo actual es la aceleración del ciclo de producción-consumo-más producción-más consumo, generando productos descartables y residuos. El consumo es visto como el motor responsable del crecimiento económico – siempre visto como algo bueno y necesario – con base en un paradigma productivista-consumista. La publicidad sigue siendo una aliada fundamental para mantener la llama del consumo y la tasa decreciente del valor de uso de los bienes, haciendo a los consumidores víctimas de una trampa invisible.
Es necesario revisar los principios que guían a este modelo de crecimiento económico. Inspirémonos en el movimiento del reciente decrecimiento económico, que tiene al economista francés Serge Latouche como uno de los principales exponentes. El PIB ya no puede seguir considerándose como una tasa que siempre deba crecer. No es razonable pensar en un crecimiento infinito en un planeta finito. El movimiento por el decrecimiento económico parece una salida para muchos de los problemas que hemos señalado aquí. No es hora de volver a las cuevas, sino de detener inmediatamente este modelo de crecimiento, progreso y felicidad anclado en la sociedad de consumo. El crecimiento por el crecimiento es irracional. Hay que descolonizar nuestros pensamientos construidos sobre la base de esta irracionalidad para abrir nuestra mente y salir del letargo que nos impide actuar. Latouche dice: “La palabra clave decrecimiento tiene como objetivo principal enfatizar fuertemente el abandono del objetivo del crecimiento ilimitado, objetivo cuyo motor no es otro que la búsqueda de beneficios por los propietarios del capital, con consecuencias desastrosas para el medio ambiente y por lo tanto, para la humanidad” (2009, p.4). La nueva lógica que debe ser construida es que podemos ser felices trabajando y consumiendo menos. En este proyecto, ya no tiene sentido hablar de desarrollo sostenible – otro slogan de moda que los capitalistas inventaron. Hablar en ecoeficiencia es continuar la “diplomacia verbal” .
El asunto no termina aquí, por supuesto, pero es esencial para revelar el principio de la obsolescencia programada para que podamos renovar nuestras utopías de un mundo en el que la naturaleza sea preservada, donde hay más presencia y menos presentes, más lazos humanos y menos bienes de consumo..
Referencia Bibliográfica.
Bauman, Z. La vida para el consumo. Río de Janeiro: Zahar, 2008.
HAUG, W. F. La crítica de la estética de mercadotecnia. São Paulo: Editora UNESP, 1997.
Latouche, S. Pequeño tratado de decrecimiento sereno. Sao Paulo: Martins Fontes 2009.
LEONARD, A. La historia de las cosas. Naturaleza de los residuos, lo que pasa con todo lo que consumimos. Río de Janeiro: Zahar, 2011.
Magera, M. Los caminos de la basura. Campinas (SP): Átomo, 2012.
Meszaros, I. Producción destructiva y el Estado capitalista. Sao Paulo: Ensayo, 1989.
PACKARD, V. Residuos de estrategia. Sao Paulo: Ibrasa, 1965.
SLADE, G. Made to break: technology and obsolescence in America. Harvard University Press, 2006 - Fuente: http://marcianosmx.com/historia-obsolescencia-programada/