Geoingeniería, la última tentación del capitalismo

Blanquear las nubes para reflejar la luz solar o utilizar un absorbente químico para atrapar el dióxido de carbono y luego enterrarlo en tanques bajo la tierra. Esas son algunas propuestas de la geoingeniería que, en la batalla contra el calentamiento global, buscan utilizar tecnologías para manipular el clima. El uso de estas tecnologías podría ocurrir más pronto de lo que nos imaginamos, sus consecuencias también.

Entrevista a Silvia Ribeiro de ETC por Ignacio de Alba

Los inicios de la geoingeniería, como se llama a estas técnicas, son de uso militar. Alguna vez se pensó en utilizar el clima como arma y de ahí surgió el Convenio sobre la Modificación Ambiental para el no uso de este tipo de técnicas en la guerra. Pero desde hace varios años, la geoingeniería ha sido retomada por universidades como Harvard, petroleras como Exxon y fundaciones como la del empresario informático Bill Gates, el hombre más rico del planeta.
Las técnicas propuestas son muchas y variadas. Por ejemplo, la fertilización oceánica por medio del vertido de nutrientes para que crezca fitoplancton que, en teoría, absorberá el dióxido de carbono. O el movimiento de masas de agua para obtener alimento para el fitoplancton. O la captura mecánica de gases. O combinar el CO2 con minerales calcificantes para obtener un producto como el cemento y emplearlo en la construcción.
Otra opción es la gestión de la radiación solar, que implica la inyección estratosférica de aerosoles, el blanqueamiento de las nubes marinas para que reflejen la luz o el adelgazamiento de nubes cirrus para que el calor pueda escapar hacia el espacio. O hacer plantaciones de monocultivos alterados genéticamente para que reboten los rayos solares.
Otro tipo de geoingeniería es la alteración del tiempo atmosférico sembrando nubes para cambiar los patrones de precipitación.
Hoy, el uso de cualquiera de estas tecnologías está impedido por una moratoria. Los 193 países que forman parte del Convenio Sobre Diversidad Biológica reafirmaron el año pasado el no uso de estos métodos para controlar el clima. Pero la llegada de Donald Trump al poder podría cambiar las cosas.
Los impulsores de la geoingeniería ocupan posiciones estratégicas en el gobierno de Estados Unidos. El propio secretario de estado, Rex Tillerson, quien además es director ejecutivo de la petrolera Exxon Mobile, es un declarado pro-geoingeniería.
Para muchos lo más grave es quien va a ser el depositario del poder de cambiar el clima a una escala global. Raymound Pierrehumber, profesor de física de la universidad de Oxford escribió: “ya bastante malo es el hecho de que Trump tenga en sus manos los códigos de lanzamientos de las armas nucleares. ¿Realmente queremos dale a alguien como él las herramientas para cambiar el clima del mundo?”
A la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas que busca acuerdos entre representantes de más de 200 países para combatir el cambio climático (COP23), que se realiza en esta ciudad desde el 6 de noviembre, han acudido empresas, gobiernos y organizaciones con propuestas de todo tipo.
En un stand, por ejemplo, están los Boy Scouts. El movimiento juvenil de calcetines largos podría parecer fútil en un evento como este, pero no lo es. En sus filas hay más de 40 millones de muchachos repartidos en 224 países. La organización tiene más capacidad de acción en la lucha contra el cambio climático que muchas naciones.
En otro de los stands está IETA, donde “se discuten prioridades en los negocios y soluciones sobre el cambio climático”. IETA conglomera a petroleras como Chevron, Shell, PetroChina, Total y Repsol, todas ellas responsables en gran medida de la crisis ambiental. Pero aquí llegaron “a proponer”, y en su stand se ofrece té orgánico y pláticas sobre financiamientos, inversiones, energía nuclear y geoingeniería.
La organización Action Group on Erosion, Technology and Concentration (Grupo ETC), que tiene reconocimiento consultivo ante la ONU, acusa que este tipo de tecnologías no sólo “no pretenden influir en la concentración de gases de efecto invernadero, que es la causa física del cambio climático”, sino que pueden implicar un riesgo mayor, pues no se conocen a fondo las consecuencias de su implementación.
¿Por qué en Latinoamérica no hay un debate más extendido sobre este tema?
“Porque estas discusiones están en las grandes instituciones anglosajonas, en enclaves de científicos. La inequidad del debate también es muy grave. Yo creo no hay suficiente conciencia en América Latina sobre el peligro de estas tecnologías”, dice, en entrevista con Pie de Página, Simone Lovera, de la organización Coalición Global de Bosques.
“La acumulación de poder de este tipo de tecnologías es tremendo, si esta tecnología acaba en manos de las personas equivocadas podrían utilizar estas tecnologías para ocasionar grandes tormentas. Como arma de guerra”.
La activista insiste en que hay otras soluciones, muy básicas, como el uso de las bicicletas, bajar el consumo de carne o detener la deforestación. “No se necesitan tecnologías tan complicadas para solucionar el cambio climático. Es falso que necesitamos una tecnología con tantos riesgos y con tanta inversión de plata”.
Nele Marien, encargada de bosques de la organización Amigos de la Tierra, también apuesta por soluciones más simples y menos riesgosas: “Necesitamos parar todo tipo de emisión que no sea necesario para el bienestar básico de los pueblos. La agricultura industrial causa muchas emisiones por las formas de producción y por las grandes distancias en las que viajan los alimentos. Necesitamos movernos de un sistema alimenticio global a uno local”.
— ¿De verdad es posible cambiar ese sistema alimenticio?
— La gente pensaba que no se podía acabar la esclavitud porque era un sistema en el que había mucho dinero e intereses muy grandes. Y a pesar de eso se acabó.
Es posible, repiten aquí los activistas. Pero en la esfera de la política las cosas parecen avanzar para el otro lado.

Fuente: Pie de Página

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