El Decrecimiento desde las aulas
El Decrecimiento como corriente crítica al actual sistema de producción capitalista es una revolución cultural, social, ideológica y educativa que debe ser insertada dentro del sistema educativo como una respuesta crítica a los problemas a los que se enfrenta actualmente el mundo capitalista consumista y globalizado.
Ana Velasco Gil
Las bases sobre las que sustento la necesidad de dar a conocer esta revolución ideológica, cultural, y social es la propia idea o concepto de desarrollo, donde se plantea un nuevo enfoque sobre los aspectos que se vinculan al desarrollo. Y considero fundamental que este llegue a las aulas como una vía alternativa o posibles vías alternativas de desarrollo.
En este aspecto me parece fundamental distinguir lo que son las propuestas de desarrollo sostenible, donde no se disminuye el crecimiento sino que simplemente se plantea una reformulación del mismo en términos de sostenibilidad. Hecho que hace que muchos nos cuestionemos esta alternativa, optando por ir a la propia raíz de lo que representa el problema: el propio crecimiento. La cuestión es: ¿crecer para qué?, ¿con qué finalidad, con qué motivo, en qué sentido?
Es necesario un análisis más profundo del propio concepto de desarrollo omitiendo del mismo la asociación o similitud al que ha sido vinculado hasta la actualidad con el crecimiento económico.
Desarrollo no significa crecimiento económico, o no de forma intrínseca; el desarrollo no tiene por qué venir dado de la mano de un aumento económico, ni se puede derivar de este hecho un mayor estado de bienestar o de alcanzar otros aspectos fundamentales que definen el progreso, como es la educación, la igualdad, la participación ciudadana o el medio ambiente. O no, desde luego, desde un punto de vista en el cual el concepto de desarrollo se vincula a una serie de aspectos o valores relacionados con una cultura determinada en un momento de la historia, en el que por tanto hace referencia a una serie de cuestiones relacionadas con construcciones de la realidad en base a valores sociales y culturales, así como otras cuestiones como el contexto social, cultural, político, económico, o el propio entorno natural. Por lo que del desarrollo, como definición universal, podemos extraer la idea de alcanzar mejoras en la sociedad en todas sus esferas, aunque dependerá de cada una de las culturas o comunidades lo que sea considerado como tal.
Cuando se habla de crecimiento en el ámbito del progreso o del desarrollo en raras ocasiones nos encontramos un crecimiento ligado al aumento de conocimiento, al incremento del tiempo personal, al aumento de las relaciones humanas o de la libertad del individuo, de la participación social o de la igualdad de género. Más bien se asocia la idea de desarrollo al crecimiento económico como base principal que sustenta el desarrollo de la sociedad, sin tener en cuenta que este no tiene por qué ir asociado a un mayor reparto de la riqueza, un incremento en la igualdad, ni en una sociedad más participativa, ni más informada, ni con más libertades, ni con más tiempo y calidad de vida, ni siquiera una sociedad más feliz.
La razón está en que la riqueza económica permite el desarrollo y dotación de determinados servicios como son los educativos, sanitarios, pero la vorágine del sistema de producción consumista actual convierte este fenómeno en una verdadera trampa sin salida, donde para poder obtener estos servicios o este estado del bienestar debo pagar un precio muy alto. El coste no es otro que el aumento de desigualdad a nivel mundial, la brecha Norte Sur, la desigualdad social, el deterioro del ecosistema, la sobreexplotación de los recursos y la disminución del tiempo, el poder, los derechos y la libertad del individuo. Un sistema donde la meta final es que todos seamos consumidores de los productos que elaboramos de manera que se mantenga el círculo vicioso sin fin, o hasta que el mundo explote.
Para poder tener todo lo que considero imprescindible y necesario —y aquí entra la labor publicitaria y de los medios de comunicación como estrategia de marketing y de creación de realidades ficticias — debo consumir hasta morir, para tener un empleo, y poder acumular y comprar cosas. Es necesario tener cosas, renovarlas y cambiarlas cuando estás queden obsoletas y pasadas de moda y así continuar con la cadena. La obsolescencia programada y percibida han sido ejes clave para la imposición del sistema productivo tal y como lo conocemos en la actualidad.
El lado oscuro es la infelicidad, esa otra cara de la moneda que nadie o casi nadie quiere ver, el alto coste que debe pagar por ello el individuo, la falta de tiempo y de libertad., la desigualdad y la miseria, la perdida de los recursos naturales y la escasez. O, como expone sabiamente Samuel Alexander (2015), la renuncia a algo tan valioso como el “tiempo y libertad para alcanzar otras metas vitales —el tiempo con la familia, la participación política y comunitaria, la creación artística o la espiritualidad— con el objetivo de tener una vida más llena, feliz y libre en armonía con la naturaleza”.
Ana Velasco Gil
Las bases sobre las que sustento la necesidad de dar a conocer esta revolución ideológica, cultural, y social es la propia idea o concepto de desarrollo, donde se plantea un nuevo enfoque sobre los aspectos que se vinculan al desarrollo. Y considero fundamental que este llegue a las aulas como una vía alternativa o posibles vías alternativas de desarrollo.
En este aspecto me parece fundamental distinguir lo que son las propuestas de desarrollo sostenible, donde no se disminuye el crecimiento sino que simplemente se plantea una reformulación del mismo en términos de sostenibilidad. Hecho que hace que muchos nos cuestionemos esta alternativa, optando por ir a la propia raíz de lo que representa el problema: el propio crecimiento. La cuestión es: ¿crecer para qué?, ¿con qué finalidad, con qué motivo, en qué sentido?
Es necesario un análisis más profundo del propio concepto de desarrollo omitiendo del mismo la asociación o similitud al que ha sido vinculado hasta la actualidad con el crecimiento económico.
Desarrollo no significa crecimiento económico, o no de forma intrínseca; el desarrollo no tiene por qué venir dado de la mano de un aumento económico, ni se puede derivar de este hecho un mayor estado de bienestar o de alcanzar otros aspectos fundamentales que definen el progreso, como es la educación, la igualdad, la participación ciudadana o el medio ambiente. O no, desde luego, desde un punto de vista en el cual el concepto de desarrollo se vincula a una serie de aspectos o valores relacionados con una cultura determinada en un momento de la historia, en el que por tanto hace referencia a una serie de cuestiones relacionadas con construcciones de la realidad en base a valores sociales y culturales, así como otras cuestiones como el contexto social, cultural, político, económico, o el propio entorno natural. Por lo que del desarrollo, como definición universal, podemos extraer la idea de alcanzar mejoras en la sociedad en todas sus esferas, aunque dependerá de cada una de las culturas o comunidades lo que sea considerado como tal.
Cuando se habla de crecimiento en el ámbito del progreso o del desarrollo en raras ocasiones nos encontramos un crecimiento ligado al aumento de conocimiento, al incremento del tiempo personal, al aumento de las relaciones humanas o de la libertad del individuo, de la participación social o de la igualdad de género. Más bien se asocia la idea de desarrollo al crecimiento económico como base principal que sustenta el desarrollo de la sociedad, sin tener en cuenta que este no tiene por qué ir asociado a un mayor reparto de la riqueza, un incremento en la igualdad, ni en una sociedad más participativa, ni más informada, ni con más libertades, ni con más tiempo y calidad de vida, ni siquiera una sociedad más feliz.
La razón está en que la riqueza económica permite el desarrollo y dotación de determinados servicios como son los educativos, sanitarios, pero la vorágine del sistema de producción consumista actual convierte este fenómeno en una verdadera trampa sin salida, donde para poder obtener estos servicios o este estado del bienestar debo pagar un precio muy alto. El coste no es otro que el aumento de desigualdad a nivel mundial, la brecha Norte Sur, la desigualdad social, el deterioro del ecosistema, la sobreexplotación de los recursos y la disminución del tiempo, el poder, los derechos y la libertad del individuo. Un sistema donde la meta final es que todos seamos consumidores de los productos que elaboramos de manera que se mantenga el círculo vicioso sin fin, o hasta que el mundo explote.
Para poder tener todo lo que considero imprescindible y necesario —y aquí entra la labor publicitaria y de los medios de comunicación como estrategia de marketing y de creación de realidades ficticias — debo consumir hasta morir, para tener un empleo, y poder acumular y comprar cosas. Es necesario tener cosas, renovarlas y cambiarlas cuando estás queden obsoletas y pasadas de moda y así continuar con la cadena. La obsolescencia programada y percibida han sido ejes clave para la imposición del sistema productivo tal y como lo conocemos en la actualidad.
El lado oscuro es la infelicidad, esa otra cara de la moneda que nadie o casi nadie quiere ver, el alto coste que debe pagar por ello el individuo, la falta de tiempo y de libertad., la desigualdad y la miseria, la perdida de los recursos naturales y la escasez. O, como expone sabiamente Samuel Alexander (2015), la renuncia a algo tan valioso como el “tiempo y libertad para alcanzar otras metas vitales —el tiempo con la familia, la participación política y comunitaria, la creación artística o la espiritualidad— con el objetivo de tener una vida más llena, feliz y libre en armonía con la naturaleza”.
Muchos de los problemas a los que se enfrenta la sociedad actual, problemas a escala planetaria, están intrínsecamente relacionados con el afán de incrementar, aumentar y generar más producción, más riqueza, más abundancia, dando por supuesto el hecho de que esto es positivo. Se fabrica, se invierte y se crean multitud de productos, servicios, bienes y recursos materiales que son totalmente innecesarios, donde la justificación máxima viene dada por la generación de empleo y de un aumento de la sociedad del bienestar. Pongo en duda esa sociedad de bienestar, que yo denomino sociedad del malestar por el aumento de los problemas de salud derivados del estrés, la ansiedad, la depresión, el insomnio, la mala alimentación, así como incremento de enfermedades asociadas a la contaminación y la mala alimentación, y de los problemas sociales relacionados con la desigualdad social, el incremento de la pobreza en los países del Sur, la precariedad laboral, la falta de tiempo para dedicar al cuidado de los hijos, de la familia, de los ancianos, de la realización personal, o del disfrute de la vida sin vinculación a algo que redunde en productividad económica. Así como un incremento de los conflictos a nivel internacional, porque en este mundo todo está conectado, desde el terrorismo hasta la inmigración, o ¿acaso no es todo una lucha por los recursos existentes, donde el origen de dichos problemas a los que se enfrenta la sociedad está relacionado con la desigualdad?
Respecto al argumento de la generación de empleo para que gracias al sistema todos podamos vivir en ese estado narcótico del bienestar, es sólo un falso reflejo, ya que el análisis de la realidad nos muestra un panorama bien distinto. Lo primero es que ese crecimiento genera desigualdad social, desigualdad Norte-Sur, para exponerlo en términos muy claros, para que unos vivan muy bien (y cuestiono esta denominada calidad de vida en muchos términos) otros deben vivir muy mal (hablo concretamente de explotación laboral, explotación infantil, contaminación y destrucción de recursos naturales).
Si el acceso masificado a los productos nos hace creernos que existe una menor desigualdad social es que nos hemos puesto una venda en los ojos. El producto que compras lleva el sello de la explotación laboral, falta de seguridad laboral, precariedad y empleo temporal, la pérdida de libertad del individuo, a cambio de un producto asequible a tu bolsillo para que el propio productor sea el propio comprador, o donde el sello de la explotación en otro país perdido del mundo o aislado del selecto conjunto de países considerados desarrollados (de nuevo planteo la duda de qué denominamos por desarrollo, y el propio reduccionismo del termino con un carácter claramente etnocéntrico del mismo, obviando la cantidad de ideas, enfoques o valores sociales y culturales que puede entrañar el propio concepto). La realidad es que el coste del producto adquirido es muy alto ya que para pagarlo has debido hacer muchas horas extras, trabajar por salarios irrisorios o formar parte, de manera indirecta, del entramado de explotación mundial y de destrucción del ecosistema.
Como expone Julio García Camerero, en su Manifiesto de la Transición al Decrecimiento Feliz:
La gente solo quiere ver que puede seguir adorando al Dios crecimiento. Ya que el Poder Mediático ha introducido este chip, de esta mayor mentira de la historia, en el cerebro de todo terráqueo. Es por esta circunstancia por lo que, hoy en día casi todos los esfuerzos verdes, NO HABLAN DE DECRECIMIENTO (por temor a perder votos) solo se atreven a intentar simplemente reformar esa sociedad, de tal modo que se reduzca algo su agresión al medio ambiente, siempre reformismos insuficientes, y por esto prácticamente no hay campañas de decrecimiento (ni en movimientos verdes-ecologistas, ni en partidos verdes).Y precisamente por eso es indispensable denunciar a fondo las ATROCIDADES DEL CRECIMIENTO.
Decrecer implica por tanto reducir nuestro impacto en el medio ambiente, reciclar y reutilizar, algo que da lugar a un amplio abanico de posibilidades de crecimiento en otros ámbitos como el del conocimiento, la libertad o la igualdad, así como espacio para el mantenimiento de la producción, pero racionalizada, limitada y basada en unas necesidades y servicios que responden a la calidad de vida de las personas y del medio ambiente. También da lugar a la reinvención de nuevos empleos y formas de emprender ligados a una cultura del reciclaje, de la reutilización, de la sostenibilidad y de una sociedad de verdadero bienestar, donde se reduzcan las jornadas laborales, promoviendo la generación de otro tipo de riqueza como es el cultivo de las relaciones humanas, la dedicación a la familia, el cuidado de los hijos y de los mayores, la realización o autorrealización personal y profesional y el disfrute de la vida y de la naturaleza.
La propuesta del Decrecimiento no es una visión basada en la escasez sino en la abundancia de aspectos que para el individuo son fundamentales, que sustentan su sentido del ser y del universo, que se relacionan con las necesidades vitales y con las motivaciones de estos para alcanzar una vida plena y satisfactoria. No abundancia de cosas, sino de experiencias, de relaciones, de conocimientos, de vida. Esto no significa un retroceso a una edad de piedra ni la pérdida de todos los bienes materiales sino una revolución cultural y del pensamiento en el que se racionaliza la producción y la compra, donde se tienen en cuenta los aspectos sociales, medioambientales, y se promueva la libertad individual.
Me reafirmo en que compramos basura, comemos basura y nos ponemos basura, y digo esto por en el sistema en que se producen los productos que llegan a nuestras manos, están manchados por la explotación, manchados por la destrucción del ecosistema, manchados por la falta de calidad de los mismos. Lo que comemos no es sano, lo que nos viste contamina y aboca a miles de personas a la pobreza extrema y, lo que es más importante, nos hace cada vez más dependientes y menos libres para tomar nuestras propias decisiones.
Este mundo hace tiempo que da señales de caducidad, la caducidad de una sistema cíclico que contiene crisis, hambrunas, migraciones masivas, muerte y destrucción a escala planetaria, y todo ello en aras del alabado crecimiento económico o mal denominado desarrollo. Hay que comenzar a plantearse que tal vez no necesitemos diez pares de zapatos, ni tres ordenadores, dos televisiones, dos coches, ni cambiar el salón de tu casa cada año, y esto debe comenzar desde el sistema educativo, desde edades tempranas. Esta revolución debe comenzar desde lo local, desde las pequeñas comunidades, desde el entorno rural o urbano, desde lo público pero también desde lo privado, desde la propia familia, este proceso debe ser un movimiento social que imponga cambios al sistema. Es la sociedad civil y los propios movimientos sociales los que determinan los cambios sociales, por tanto debe ser algo que se construya desde la ciudadanía. Y es algo que conlleva un cambio profundo de todas las esferas sociales, a largo plazo, sin fórmulas mágicas, basado en el conocimiento, la información, la sensibilización desde la infancia hasta la vejez.
La cultura de la producción local, la vuelta al entorno natural, la apropiación del espacio natural en las ciudades, la vuelta a los oficios relacionados con la reparación, la reutilización, la creación de legislación y políticas de protección medioambiental, de calidad, de exigencias de derechos laborales a nivel internacional, la inclusión de la educación medioambiental y del propio decrecimiento en el sistema educativo, son algunas de las medidas que fomentan el cambio, un cambio que ha de ser social, educativo, cultural, económico y político.
Lo que no es viable ni racional es creer que podemos seguir viviendo en una cultura del despilfarro como la actual, como si el mundo fuese infinito y sin pensar en las consecuencias futuras; esperar una solución mágica en manos de la ciencia o la tecnología capaz de resolver todos los males de nuestra civilización y dotarnos de nuevos recursos sin tener que realizar esfuerzos ni reducir nuestro consumo. No podemos vivir de forma irresponsable, se requiere una voluntad política y una ciudadanía informada, responsable y activa que tome consciencia de los problemas reales a los que nos enfrentamos como sociedad con una visión amplia y global, más allá del confort de nuestras vidas, de la seguridad de lo conocido, para dar una respuesta que traiga consigo un cambio social, económico, político y educativo que permita que nuestros hijos, nuestros nietos y el resto de generaciones futuras puedan tener una calidad de vida garantizada.
Como profesora, como madre y como socióloga considero clave una educación basada en una mirada crítica a nuestro sistema de producción, desde una global, objetiva, crítica. Una mirada amplia del mundo. Y creo firmemente que debe comenzar desde esferas clave como la familia, el barrio, las escuelas, las universidades, las comunidades, desde la propia ciudadanía.
Es necesario una solidaridad intergeneracional que tome conciencia de la importancia de decrecer en términos económicos para crecer en términos sociales, intelectuales, y espirituales. Y es necesario la implicación de la educación en estos términos, dentro de la escuela y de las universidades, de la capacidad de dar a conocer, de analizar, de fomentar el desarrollo de ciudadanos críticos, informados y participativos, para ello es fundamental analizar los problemas a los que se enfrentan las sociedades y las generaciones futuras, despertar del sueño irreal y dar a conocer la opción de decrecer para crecer, para crecer en desarrollo humano y medioambiental.
Respecto al argumento de la generación de empleo para que gracias al sistema todos podamos vivir en ese estado narcótico del bienestar, es sólo un falso reflejo, ya que el análisis de la realidad nos muestra un panorama bien distinto. Lo primero es que ese crecimiento genera desigualdad social, desigualdad Norte-Sur, para exponerlo en términos muy claros, para que unos vivan muy bien (y cuestiono esta denominada calidad de vida en muchos términos) otros deben vivir muy mal (hablo concretamente de explotación laboral, explotación infantil, contaminación y destrucción de recursos naturales).
Si el acceso masificado a los productos nos hace creernos que existe una menor desigualdad social es que nos hemos puesto una venda en los ojos. El producto que compras lleva el sello de la explotación laboral, falta de seguridad laboral, precariedad y empleo temporal, la pérdida de libertad del individuo, a cambio de un producto asequible a tu bolsillo para que el propio productor sea el propio comprador, o donde el sello de la explotación en otro país perdido del mundo o aislado del selecto conjunto de países considerados desarrollados (de nuevo planteo la duda de qué denominamos por desarrollo, y el propio reduccionismo del termino con un carácter claramente etnocéntrico del mismo, obviando la cantidad de ideas, enfoques o valores sociales y culturales que puede entrañar el propio concepto). La realidad es que el coste del producto adquirido es muy alto ya que para pagarlo has debido hacer muchas horas extras, trabajar por salarios irrisorios o formar parte, de manera indirecta, del entramado de explotación mundial y de destrucción del ecosistema.
Como expone Julio García Camerero, en su Manifiesto de la Transición al Decrecimiento Feliz:
La gente solo quiere ver que puede seguir adorando al Dios crecimiento. Ya que el Poder Mediático ha introducido este chip, de esta mayor mentira de la historia, en el cerebro de todo terráqueo. Es por esta circunstancia por lo que, hoy en día casi todos los esfuerzos verdes, NO HABLAN DE DECRECIMIENTO (por temor a perder votos) solo se atreven a intentar simplemente reformar esa sociedad, de tal modo que se reduzca algo su agresión al medio ambiente, siempre reformismos insuficientes, y por esto prácticamente no hay campañas de decrecimiento (ni en movimientos verdes-ecologistas, ni en partidos verdes).Y precisamente por eso es indispensable denunciar a fondo las ATROCIDADES DEL CRECIMIENTO.
Decrecer implica por tanto reducir nuestro impacto en el medio ambiente, reciclar y reutilizar, algo que da lugar a un amplio abanico de posibilidades de crecimiento en otros ámbitos como el del conocimiento, la libertad o la igualdad, así como espacio para el mantenimiento de la producción, pero racionalizada, limitada y basada en unas necesidades y servicios que responden a la calidad de vida de las personas y del medio ambiente. También da lugar a la reinvención de nuevos empleos y formas de emprender ligados a una cultura del reciclaje, de la reutilización, de la sostenibilidad y de una sociedad de verdadero bienestar, donde se reduzcan las jornadas laborales, promoviendo la generación de otro tipo de riqueza como es el cultivo de las relaciones humanas, la dedicación a la familia, el cuidado de los hijos y de los mayores, la realización o autorrealización personal y profesional y el disfrute de la vida y de la naturaleza.
La propuesta del Decrecimiento no es una visión basada en la escasez sino en la abundancia de aspectos que para el individuo son fundamentales, que sustentan su sentido del ser y del universo, que se relacionan con las necesidades vitales y con las motivaciones de estos para alcanzar una vida plena y satisfactoria. No abundancia de cosas, sino de experiencias, de relaciones, de conocimientos, de vida. Esto no significa un retroceso a una edad de piedra ni la pérdida de todos los bienes materiales sino una revolución cultural y del pensamiento en el que se racionaliza la producción y la compra, donde se tienen en cuenta los aspectos sociales, medioambientales, y se promueva la libertad individual.
Me reafirmo en que compramos basura, comemos basura y nos ponemos basura, y digo esto por en el sistema en que se producen los productos que llegan a nuestras manos, están manchados por la explotación, manchados por la destrucción del ecosistema, manchados por la falta de calidad de los mismos. Lo que comemos no es sano, lo que nos viste contamina y aboca a miles de personas a la pobreza extrema y, lo que es más importante, nos hace cada vez más dependientes y menos libres para tomar nuestras propias decisiones.
Este mundo hace tiempo que da señales de caducidad, la caducidad de una sistema cíclico que contiene crisis, hambrunas, migraciones masivas, muerte y destrucción a escala planetaria, y todo ello en aras del alabado crecimiento económico o mal denominado desarrollo. Hay que comenzar a plantearse que tal vez no necesitemos diez pares de zapatos, ni tres ordenadores, dos televisiones, dos coches, ni cambiar el salón de tu casa cada año, y esto debe comenzar desde el sistema educativo, desde edades tempranas. Esta revolución debe comenzar desde lo local, desde las pequeñas comunidades, desde el entorno rural o urbano, desde lo público pero también desde lo privado, desde la propia familia, este proceso debe ser un movimiento social que imponga cambios al sistema. Es la sociedad civil y los propios movimientos sociales los que determinan los cambios sociales, por tanto debe ser algo que se construya desde la ciudadanía. Y es algo que conlleva un cambio profundo de todas las esferas sociales, a largo plazo, sin fórmulas mágicas, basado en el conocimiento, la información, la sensibilización desde la infancia hasta la vejez.
La cultura de la producción local, la vuelta al entorno natural, la apropiación del espacio natural en las ciudades, la vuelta a los oficios relacionados con la reparación, la reutilización, la creación de legislación y políticas de protección medioambiental, de calidad, de exigencias de derechos laborales a nivel internacional, la inclusión de la educación medioambiental y del propio decrecimiento en el sistema educativo, son algunas de las medidas que fomentan el cambio, un cambio que ha de ser social, educativo, cultural, económico y político.
Lo que no es viable ni racional es creer que podemos seguir viviendo en una cultura del despilfarro como la actual, como si el mundo fuese infinito y sin pensar en las consecuencias futuras; esperar una solución mágica en manos de la ciencia o la tecnología capaz de resolver todos los males de nuestra civilización y dotarnos de nuevos recursos sin tener que realizar esfuerzos ni reducir nuestro consumo. No podemos vivir de forma irresponsable, se requiere una voluntad política y una ciudadanía informada, responsable y activa que tome consciencia de los problemas reales a los que nos enfrentamos como sociedad con una visión amplia y global, más allá del confort de nuestras vidas, de la seguridad de lo conocido, para dar una respuesta que traiga consigo un cambio social, económico, político y educativo que permita que nuestros hijos, nuestros nietos y el resto de generaciones futuras puedan tener una calidad de vida garantizada.
Como profesora, como madre y como socióloga considero clave una educación basada en una mirada crítica a nuestro sistema de producción, desde una global, objetiva, crítica. Una mirada amplia del mundo. Y creo firmemente que debe comenzar desde esferas clave como la familia, el barrio, las escuelas, las universidades, las comunidades, desde la propia ciudadanía.
Es necesario una solidaridad intergeneracional que tome conciencia de la importancia de decrecer en términos económicos para crecer en términos sociales, intelectuales, y espirituales. Y es necesario la implicación de la educación en estos términos, dentro de la escuela y de las universidades, de la capacidad de dar a conocer, de analizar, de fomentar el desarrollo de ciudadanos críticos, informados y participativos, para ello es fundamental analizar los problemas a los que se enfrentan las sociedades y las generaciones futuras, despertar del sueño irreal y dar a conocer la opción de decrecer para crecer, para crecer en desarrollo humano y medioambiental.
Bibliografía
• Alexander, S. (2015). “Simplicidad”. En: D´Alisa, G., Demaria, F. & Kallis, G. (Eds) Decrecimiento: vocabulario para una nueva era. Icaria. Barcelona. Pp 212-216.
• Garcia Camarero, J. (2017): Manifiesto de la transición hacia el decrecimiento feliz. La Catarata. Madrid.
• García Camarero, J. (2010). El decrecimiento feliz y el desarrollo humano. La Catarata. Madrid
• Latouche, S. (2003). “Por una sociedad de decrecimiento” en Le Monde Diplomatique, 97 (Edición Española).
Imagen: elblogdefarina.blogspot.com
Fuente: decrecimiento.info