Iván Illich como inspirador del decrecimiento

El crecimiento exacerbado encierra para Illich dos problemas. De una parte está la situación que podríamos llamar de finitud, es decir, la imposibilidad lógica de pretender un crecimiento infinito, por mucho que éste busque satisfacer este conjunto siempre creciente de necesidades. En segundo lugar, tenemos un problema de equidad. Un crecimiento indefinido de la producción de la energía conlleva serios problemas en la distribución y en el uso de esta energía, desfavoreciendo a los que tienen menos poder para justificar su “necesidad” de más energía.

Una serie de intelectuales ligados en algún momento con Illich, como Serge Latouche, Andre Gorz y otros, han sistematizado estas ideas en un término: el decrecimiento. Utilizando el paradigma de Illich, así como fuertemente las ideas de Georgescu-Roegen referentes a la aplicación de la idea de la entropía a la economía, este grupo de pensadores aboga por abrir como única posibilidad viable de supervivencia para nuestra civilización la limitación del crecimiento económico, lo cual incluye la limitación con respecto a la producción de la energía.
Según Ridoux, el decrecimiento es “una disminución regular del consumo material y energético, en los países y para las poblaciones que consumen más que lo que es admisible por la impronta ecológica, evacuando prioritariamente el material superfluo, en beneficio del crecimiento de las relaciones humanas”. Esta disminución debe ser implementada considerando dos condiciones importantes: que ésta sea sustentable, es decir, que se realice de una manera progresiva y democrática; y por otra parte, que sea realizada en equidad. Estas dos serían condiciones necesarias (pero probablemente no suficientes) para lograr un proceso de decrecimiento en nuestra sociedad.
Esta noción no tiene pocas críticas. ¿Cómo instaurar una cultura de la limitación, si existen seres humanos que ni siquiera pueden satisfacer sus necesidades básicas? Su implementación requeriría un cambio de conciencia, la liberación de lo que Serge Latouche denomina las “mentes colonizadas” . El proceso partiría con los países desarrollados, quienes son los que principalmente sobre-consumen. Pero eso no quiere decir que los países más pobres debieran dar rienda suelta a su consumo tampoco. La idea es transformar la manera de ver el fenómeno del sobre-consumo como una fuente de peligro para la supervivencia de nuestra civilización: “un crecimiento ilimitado no puede sino que transformarse en desmesura, en un delirio productivista, y conducir directamente al agravamiento de los problemas que constatamos hoy en día” .
Para lograr esto es necesario considerar una filosofía de vida basada en la “simplicidad voluntaria” . Se trata de una transformación de la manera de ver el mundo y de una implicación en éste. De ahí la importancia que otorga este movimiento al desarrollo de una democracia participativa y directa. En el lenguaje de Illich, se trata de construir una sociedad que sea convivencial y que, por lo tanto, esté consciente de su finitud y de la importancia de replantearse lo realmente necesario en sus necesidades.
La postura del decrecimiento –como hemos visto basada fuertemente en la crítica illichiana– implica una postura individual que no es evidente. Un primer problema es el problema micro, de lo que ocurre en la psiquis individual frente a esta proposición. Porque detrás de esto está el problema de las necesidades y de cómo nos posicionamos frente a ellas. Gran parte del problema está relacionado con nuestra forma de plantearnos frente a lo que “necesitamos”, en relación a los mecanismos de la psique humana. El poner esto en cuestión –el lograr esta “simplicidad voluntaria” de los “decrecientes”- no es algo evidente, pero nos indica un punto importante a considerar: la crisis de la energía refleja de cierta manera una crisis interior del ser humano y de la civilización.
Un segundo problema es el tema macro. Una postura decreciente implicaría, a nivel social, una serie de problemas. ¿Implicaría el decrecimiento aumentar las tasas de cesantía? Y si es así, ¿cómo haríamos frente a una recesión tal? Es por esto que una política en esta línea no puede ser concebida si no es con una transformación radical de nuestra forma de hacer las cosas. Un decrecimiento, por ejemplo, no podría ser impuesto por ley –a menos de encontrarnos en el escenario de una catástrofe natural, en cuyo caso sería la ley de la naturaleza la que lo impondría– sino que debe ser un movimiento político que traiga aparejado un cambio en la forma de ver las cosas. La sociedad convivencial de Illich está fundada en un individuo que es conciente de la importancia de esta actitud para su propio desarrollo y para el desarrollo de su comunidad.
El decrecimiento tiene en común con las ideas de Illich lo auto-evidente. ¿Cómo pensar un crecimiento sostenible, en un mundo finito? La contradicción salta a la vista, a pesar de que políticamente no sea tal vez la idea más correcta. Un decrecimiento implica también un volver a dar a las pequeñas unidades productivas el poder de tomar decisiones, el hecho de realmente ejercer una democracia participativa. ¿Es esto interesante para quienes detentan el poder en las comunidades actuales o es más bien visto como una amenaza? En mi opinión, el problema es el cómo. ¿Cómo generar un mecanismo que permita tomar conciencia de esta finitud y cómo tomar las medidas políticas, económicas y técnicas que estén a la altura de esta conciencia? Obviamente todo esto trae aparejado una transformación de nuestra comprensión del mundo, una transformación interior. Nobleza obliga.

Extraído de: 'Humanismo radical, decrecimiento y energía' de Roberto Espejo. - Ilustración: Moro - Rebelión

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