Costa da Morte

He estado caminando por donde hace 21 años ocurrió la catástrofe del Prestige, por la Costa da Morte, en Galicia (España). Todavía se ven rocas negras. Negro chapapote. Se identifican fácil. El color negro de la naturaleza es diferente a ese negro. Sentada en cualquiera de las rocas que desde lo alto dan al mar, resulta inevitable imaginar ese ecosistema cubierto de una masa viscosa llenándolo todo. Igualmente es inevitable imaginar todos esos lugares llenos de gente tratando de quitar el chapapote, de esa “Marea blanca” de personas tratando de devolver su color a ese lugar. Cada cual según la medida de su fuerza. De sus manos. De su tesón. De su rabia. De sus ganas de no dejarlo todo morir.

María González Reyes

El libro Dignos de ser humanos, de Rutger Bregman, comienza con una frase que dice: “En esencia, la gran mayoría de la gente es buena”. No dice que los humanos seamos buenos por naturaleza, sino que, por naturaleza, tenemos una preferencia muy marcada por nuestro lado bueno. Y dedica quinientas páginas a argumentarla y desarrollarla.
Creo que es en sitios como este donde se vivió esa idea. Supongo que la tarea parecería casi imposible y que hubo desánimo y tristeza por ver todo aquello, pero eso no impidió que miles de personas de todo el mundo se congregaran allí para tratar de hacer lo que fuera para paliar ese desastre ecológico. Es cierto que, mientras todo aquello ocurría, los políticos decidían un sinsentido de movimientos del buque entre el 13 y el 19 de noviembre de 2002 cuando, finalmente, se hundió. Primero acercarlo a la costa. Luego alejarlo como si el océano fuera capaz de hacer desaparecer el petróleo.
En cualquier caso, el número de personas que ayudaron frente al número de personas que tomaron decisiones incorrectas es abrumador. Cuando hay adversidades la gente reacciona con muestras de rotunda solidaridad. Son las autoridades, quienes ostentan el poder de tomar las decisiones, las que se dejan llevar habitualmente por el “pánico de las élites”, lo que conduce a que las situaciones complejas se complejicen mucho más.
En la facultad de Biología donde estudié nunca incidieron en esta idea. La idea de que cooperar sirve para sobrevivir. Se centraban más en que la vida es una lucha por la supervivencia. Luego descubrí a Lynn Margulis, que decía que “la vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian”. Decía también que la vida en la Tierra no se puede definir con un nombre porque se parece más a un verbo. “Repara, conserva, crea y se sobrepasa a sí misma”. Eso es justo lo que se ve en la Costa da Morte dos décadas y pico después.
Quizás se trate de eso. De entender que la vida no es una certeza, sino una posibilidad que depende de que comprendamos que somos agua y tierra y oxígeno y memoria e historias. De saber que el futuro de muchas especies, incluida la nuestra, depende de a qué verbos le dediquemos nuestro tiempo. Contaminar o cuidar. Acaparar o repartir. Sembrar o quemar.
De saber que los humanos tenemos mucha más tendencia a cooperar que a destruir.

Fuente: El Salto https://www.elsaltodiario.com/vida-ya/costa-da-morte - Imagen de portada: JUAN CARLOS ROJAS

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