Sobre el ataque a los ‘levantamientos de la tierra’ en Francia
El Gobierno de Macron inicia una ofensiva legal contra el movimiento ciudadano que reúne ya a más de 100.000 personas en defensa del territorio: El 25 de marzo, 30.000 personas se dan cita en el distrito rural francés de Sainte-Soline bajo la bandera de los Soulèvements de la terre (levantamientos o sublevaciones de la tierra, diríamos en castellano). Columnas de manifestantes repletas de niños, coloridos animales totémicos, fanfarrias, máscaras de gas y escudos chocan frontalmente contra una línea policial que defiende con profusión de armamento... el vacío. Granadas, cañones de agua y gases lacrimógenos para salvaguardar el enorme hueco abierto por el proyecto de una megabalsa de riego. Armas de guerra para defender un cráter –indestructible por definición e insuperable símbolo de la barbarie de la agricultura industrial– de los cutters con los que el movimiento se propone liberar el agua. Tras 5.015 proyectiles disparados en algo más de hora y media, es decir, casi un proyectil por segundo, tantos como en todo 2009, el balance es de 200 manifestantes heridos, 40 gravemente mutilados y dos en coma (por suerte a día de hoy ya despiertos).
Adrián Almazán Gómez
Aunque sin demasiada intensidad, y en muchos casos desfigurado por la ambigüedad populista de los medios de comunicación, el huracán que la jornada de Sainte-Soline creó en el Estado francés comienza a alcanzar también nuestras costas. Algunas personas dentro y fuera del ámbito ecologista han comenzado a preguntarse: ¿qué son los levantamientos de la tierra? ¿De dónde han salido? ¿Cómo es posible unir a 30.000 personas bajo la bandera del ecologismo, el anticapitalismo, el feminismo, la crítica colonial o el sabotaje al desarrollismo? ¿Deberíamos imitarlos?
Antes de Sainte-Soline
Un primer paso imprescindible para responder a estas preguntas es comprender que la “batalla de Sainte-Soline” no es flor de un día, sino el punto culminante de una campaña de movilización y alianzas que el pasado marzo cumplía ya casi dos años de vida. En marzo de 2021, jóvenes rebeldes, habitantes comprometidos con la defensa de sus territorios y campesinos publicaban el “Llamamiento de los levantamientos de la tierra”. En él se reivindicaba la necesidad imperiosa de tres gestos. El primero, “tirar del freno de emergencia” y desmantelar las industrias tóxicas que destruyen la tierra. La tierra tanto en su sentido agrícola como en aquel que la comprende como el hogar de la vida, su condición de posibilidad, como Gaia. El segundo, reapropiarse de dicha tierra para convertirla en un común que haga posible la defensa del campesinado y su expansión. Y el tercero, ocupar los lugares de decisión en los que en la próxima década se dirimirá el destino de los terrenos que la desaparición de granjas dejará a merced de la agroindustria y los especuladores.
La “batalla de Sainte-Soline” no es flor de un día, sino el punto culminante de una campaña de movilización y alianzas que el pasado marzo cumplía ya casi dos años de vida
Este llamamiento se convirtió en el pistoletazo de salida de una dinámica de movilizaciones que incluyó todo tipo de acciones: desde la defensa de terrenos agrícolas urbanos amenazados por la edificación hasta sabotajes a las industrias del cemento, pasando por la destrucción de megabalsas, los bloqueos de carreteras en construcción o la defensa de zonas boscosas y humedales. El esquema es siempre el mismo. Al inicio de cada temporada anual se designan una serie de territorios amenazados que, mes a mes, serán el escenario de encuentros in situ. Los miembros de los levantamientos, simbiotizándose con los colectivos locales y amplificando sus capacidades, ponen en pie un campamento temporal para recibir a personas venidas de todos los rincones de Francia y organizan movilizaciones en los lugares amenazados que, en la mayor parte de los casos, culminan con una acción de sabotaje (“desarme”, en sus términos) colectiva y festiva.
Sindicalistas campesinos de la Confédération Paysanne, militantes autónomos, naturalistas combativos, feministas, jóvenes del movimiento climático, defensores del territorio… Todos/as ellos/as se han venido dando cita mes tras mes, siendo testigos de un aumento exponencial de su potencia y apoyos. Si en las primeras acciones de 2021 los levantamientos atraían a unos pocos cientos de personas, en 2022 su número escaló hasta acercarse a los miles, catapultándose hasta las decenas de miles que protagonizaron la batalla de Sainte-Soline.
Reapropiación de la tierra
No obstante, la dinámica ofensiva de los levantamientos no es más que una de las tres patas estratégicas con las que esta nueva constelación de movimientos en defensa de la tierra lleva dos años dando cuerpo a los tres gestos que reivindicaron en su manifiesto. Tan importante como la defensa de la tierra y el “desarme” del capitalismo industrial son la reapropiación de la tierra y la reconstrucción de una capacidad autónoma de subsistencia.
La primera es la tarea que se ha impuesto el colectivo Reprise de terres (toma de tierras). Este aglutina a habitantes de territorios en lucha y de proyectos agroecológicos, investigadoras y militantes ecologistas, hortelanas urbanas, campesinos o sindicalistas agrarios. Un colectivo plural atravesado también por multitud de perspectivas: militantes, campesinas, feministas, urbanas, decoloniales… Todos ellos comparten una constatación y una inquietud. La constatación: durante los próximos diez años la mitad de los/as agricultores/as franceses/as se jubilarán, lo que supondrá que aproximadamente un cuarto de todas las tierras agrícolas del país tendrán que cambiar de manos y, si nadie se opone a ello, también de uso. La inquietud: que todas ellas acaben en manos de especuladores, urbanistas, ingenieros, constructores o agroindustriales que pongan en marcha un nuevo cercamiento masivo y prosigan metódicamente con una destrucción de la tierra que nos empuja a marchas forzadas hacia el precipicio.
Frente a este riesgo, el colectivo Reprise de terres insta a construir un movimiento masivo de recuperación y defensa de los terrenos agrícolas. Compras, expropiaciones, tenencia comunal… Lo que sea necesario para frenar en seco el proyecto desarrollista y conseguir que en 2050 uno, dos o hasta tres millones de nuevos campesinos hayan puesto en marcha proyectos agroecológicos en el territorio. Estos no tendrían únicamente en sus manos la posibilidad de avanzar hacia la autonomía alimentaria y económica, sino también la posibilidad de defender la vida de Gaia. Tanto favoreciendo un manejo campesino compatible con la biodiversidad como directamente liberando tierras que pudieran reasilvestrarse y quedar en manos de nuestros compañeros vivientes. Agroecología y reasilvestramiento, por tanto, caminan de la mano en la propuesta de este colectivo.
Reapropiación de los saberes
La tercera pata estratégica, como decíamos, pone su foco en la necesidad de una reconstrucción y reapropiación de la subsistencia, de la capacidad social autónoma de sostener la vida, libre por tanto del yugo de un salario con el que comprar mercancías y capaz de reapropiarse al menos de parte de los servicios que brinda hoy el Estado. Sin duda la base de esta subsistencia tiene que ser la tierra, sin la cual la vida, humana y no humana, es imposible.
Pero el colectivo Reprise de savoirs (Reapropiación de saberes) nos propone ir más allá. Si a día de hoy nos resulta casi impensable oponernos a los desmanes de la industria (contaminación, urbanización, desigualdad Norte-Sur, agresión a Gaia) es sobre todo porque, como auguró Ivan Illich hace ya más de 50 años, nos hemos vuelto absolutamente dependientes de ella. ¿Qué comunidad es hoy capaz de construir o mantener su casa, fabricar su ropa, cultivar sus alimentos, cuidar a los cercanos, etc.? Rota la cadena de transmisión del conocimiento heredado y capturada la innovación por expertos alineados con los intereses del capitalismo industrial, los habitantes de los países del centro del mundo nos vemos condenados a ser espectadores impotentes de la catástrofe industrial.
El colectivo Reprise de savoirs nos propone revertir este estado de impotencia y comenzar a reaprender todo aquello que necesitamos para garantizar nuestra subsistencia colectivamente. Para ello lleva ya varios veranos organizando talleres en diferentes puntos de Francia dedicados a la cantería, la albañilería, el cultivo de alimentos, el horneado de pan, el cuidado desde una perspectiva ecofeminista o la carpintería, entre otros. En lo que llevamos de año, son ya 21 los talleres celebrados y planeados. Estos espacios aspiran a ofrecer a la población urbana una oportunidad de habitar temporalmente comunidades rurales y, junto a otros, profundizar en sus conocimientos para la autonomía. Un gesto que, quizá, despierte el deseo de abandonar los trabajos que son hoy cómplices del capitalismo industrial para sustituirlos por oficios orientados a la subsistencia. Ese gesto de “deserción feliz”, como algunos lo llaman, ocupa ya el centro del trabajo de al menos tres colectivos en el Estado francés.
De la Tierra a la tierra
Esta anatomía somera permite ya no solo capturar la exuberancia estratégica de este nuevo movimiento social, sino también constatar hasta qué punto está siendo capaz de avanzar en la integración, encarnación y operativización de todo el universo conceptual que el pensamiento ecologista lleva varias décadas construyendo. Autonomía, comunes, ecofeminismo, Estado, Gaia, ludismo o viviente son solo algunos de los términos que podemos encontrar en los documentos políticos del movimiento, entre los que destaca el libro On ne dissout pas un soulèvement. Este pequeño diccionario, que constituye lo más cercano a un manifiesto político que el movimiento ha construido, recoge una cuarentena de voces entre las que se incluyen algunos de los nombres propios cruciales del pensamiento político francés contemporáneo: Descola, Baschet, Stengers, Berlan, Pruvost, Despentes, Jarrige, Izoard, Azam, etc.
Es indudable que no podemos entender ni la naturaleza de este movimiento ni su éxito al margen de este ejercicio de territorialización y asimilación de la crítica ecologista y sus aparataje conceptual. De hecho, quizá uno de sus gestos políticos clave ha sido pasar de la defensa de la Tierra en abstracto, tan propia del movimiento climático o de algunos sectores del movimiento ecologista, a la defensa de la tierra con minúscula. Es esta tierra la que puede ser a la vez hogar de la vida de Gaia y escenario de los conflictos económicos más importantes que desgarran el capitalismo contemporáneo. La tierra, así, permite acercar y anudar, en términos del movimiento, la lucha contra “el fin del mundo” y la lucha “por llegar a fin de mes”.
Composición como potencia estratégica
No obstante, desde mi punto de vista, la clave del éxito de los levantamientos a la hora de afectar el debate público, y la práctica del ecologismo, el anticapitalismo, el feminismo, la crítica a la colonialidad y el antidesarrollismo, reside más bien en su madurez y generosidad estratégica. Resulta de enorme interés ver cómo en el libro anteriormente citado las entradas de plumas ilustres conviven con reflexiones estratégicas de todos los actores que vienen agrupándose bajo la bandera de los levantamientos de la tierra. El leit motiv de todas ellas coincide: nuestro discurso y nuestra práctica, aislados, son incapaces de hacerle frente a la destructividad del capitalismo industrial. Ni el sabotaje y la acción directa de los colectivos autónomos, ni el sindicalismo agrario o la defensa jurídica del territorio, ni la desobediencia civil del movimiento climático, ni la producción de conocimiento científico de los naturalistas han sido capaces de evitar quedar atrapados en diferentes trampas: la marginalidad y la represión, en el primer caso; el bloqueo institucional, en el segundo; la trituración mediática, en el tercero; o la impotencia, en el último.
¿Y cómo superar estos límites? No tratando de hegemonizar una estrategia sobre todas las demás, apostando a que su crecimiento cuantitativo será capaz de solventar sus insuficiencias cualitativas. Tampoco aliándose o construyendo un frente en el que cada bando se une temporalmente en un equilibrio inestable que obliga a dedicar gran parte de la energía a guardar la retaguardia y defender el territorio político propio de las intromisiones del resto. Para superar colectiva y virtuosamente esos límites los levantamientos de la tierra, de la mano de Blue Monk en su contribución a On ne dissout pas un soulèvement, nos invitan a “componer”.
Las acciones políticas que este nuevo movimiento está poniendo en marcha se parecen a la composición de una partitura musical, en la que se forma “una extraña unidad que no puede más que declinarse en plural”. Componer no es lo mismo que unificar o formar un frente militar. Para que tenga éxito la composición tiene que respetar e impulsar la pluralidad en el marco de una escucha atenta capaz de simbiotizar las fortalezas de cada movimiento para operar un cambio de escala y superar las diferentes impotencias individuales. Sustituir la cacofonía o la oposición binaria por el sutil arte del acuerdo y el apaño. Sólo en ese marco puede llegar a surgir, como en el Blue Note del jazz, una armonía a partir de la disonancia.
Es esta composición la que está permitiendo una fortaleza sin precedentes y una capacidad de acción ampliada de los levantamientos de la tierra. Compuestas, cada estrategia se colegitima y puede masificarse. Cientos de personas abrazan el sabotaje, pero también las fracciones más radicales del movimiento dejan de dedicar el grueso de su energía a la denuncia del reformismo o la ingenuidad de la guerrilla científica del naturalismo. Las luchas en plural abandonan su balcanización endémica y se metamorfosean en una única lucha por la tierra que incluye la defensa de la biodiversidad, la acción sindical, la reconstrucción agroecológica, la autodefensa feminista, el sabotaje o la acción directa no violenta.
Además, la escucha que implica la composición obliga a poner el cuerpo en el centro. Depende de que se tejan con éxito lazos afectivos y solidaridades cruzadas. La composición no puede generarse más que en un territorio concreto, encarnada en colectivos y personas específicas. De ahí que los levantamientos no se puedan separar del trabajo cotidiano de sus grupos locales, en los que se desarrolla la alquimia del encuentro y de la confianza. Todo ello en el marco de una centralidad de los cuidados, sin los cuales esta composición sería o efímera o directamente imposible.
La represión contra los levantamientos
A la vista de lo expuesto, personalmente no me cabe duda de que por supuesto el movimiento contestatario en el Estado español podría enriquecerse mucho si incorporara las reflexiones y aprendizajes que, desde mi punto de vista, han permitido a los levantamientos llegar hasta el punto de visibilidad, capacidad e influencia política-cultural en el que se encuentran en la actualidad. No sé si deberíamos imitarlos, pero desde luego este nuevo movimiento supone un soplo de aire fresco con el potencial de permitirnos poner en marcha una ofensiva mucho más decidida que la actual contra la destructividad del capitalismo industrial en este Siglo de la Gran Prueba. Es más, diría que es el ejemplo perfecto de aquello que muchos de nosotros entendemos por decrecimiento y del tipo de estrategia necesaria para construirlo.
No obstante, antes de pensar en “recrear” este movimiento tenemos que tener en cuenta dos cosas. Por un lado, los levantamientos están siendo objeto de una violencia represiva sin precedentes por parte del Estado francés. Por supuesto, bajo la forma de dispositivos policiales monstruosos que, en las últimas convocatorias, han llegado incluso a alcanzar en número la mitad del total de personas manifestantes, haciendo así en gran medida imposible el despliegue de las acciones del movimiento y continuando con la deriva militarista y la violencia explícita contra los manifestantes que se vivió en Sainte-Soline. Pero Macron tampoco ha dudado en utilizar todo el poder de represión burocrática con el que cuenta el Estado para tratar, casi a la desesperada, de ahogar este grito de la naturaleza que se defiende.
El 21 de junio el gobierno francés decretó oficialmente la ilegalización de los levantamientos de la tierra, de todos sus miembros y de la participación en cualquiera de sus acciones. Un movimiento que vino precedido, el día anterior, por la detención en sus propias casas de más de 15 activistas que habían participado previamente en las acciones del movimiento. Es así como el Gobierno francés pretende acabar de un plumazo con una red que ya cuenta con más de 110.000 miembros registrados, 180 comités locales y el apoyo de cientos de miles de personas y de cientos de colectivos y sindicatos. Como el propio movimiento ha señalado en el manifiesto de apoyo antirrepresivo que sigue abierto a firmas, el Gobierno se entrega a la infructuosa e imposible tarea de disolver un levantamiento, ya que “ce qui repousse partout ne peut être dissous” (“no se puede disolver lo que brota por doquier”). Un empeño que no por imposible deja de ser doloroso e impactante para decenas de vidas hoy, y quién sabe si cientos en el futuro cercano.
Las ZAD y el mundo rural: la singularidad francesa
Por otro lado, es innegable que las condiciones de partida del movimiento contestatario francés en el momento en que los levantamientos se pusieron en marcha eran en muchos aspectos cruciales profundamente distintas a las del movimiento del Estado español hoy. No es este el lugar de realizar un análisis en profundidad de estas diferencias y similitudes, pero sin duda dos ingredientes básicos en el proceso que ha dado lugar a este nuevo movimiento se encuentran lamentablemente ausentes en nuestro territorio.
El primero sería el movimiento de las Zonas a Defender, que ha protagonizado la práctica y las reflexiones del movimiento en defensa del territorio del Estado francés durante la última década. Como ya tratamos de relatar junto con Helios Escalante hace cinco años, este nuevo modelo de lucha exitoso contra el capitalismo industrial supone todo un punto de inflexión. Primero, porque en la práctica ha sido ya un laboratorio de las prácticas de territorialización y composición que antes relatábamos. Segundo, porque ha devuelto al movimiento la ilusión y la fuerza de la victoria, que quedó encarnada paradigmáticamente en la paralización de la construcción de un nuevo aeropuerto para Nantes en las tierras de la ZAD de Nôtre Dame des Landes, a día de hoy un espacio dedicado a la subsistencia gestionado comunitariamente.
Un segundo elemento profundamente diferencial entre el Estado francés y el español, que da en parte también cuenta del éxito de las ZADs en el pasado, es la fisionomía de su mundo rural. Mientras que la construcción territorial franquista se basó en el vaciamiento y la destrucción sistemática del mundo rural –que utiliza hoy los grandes proyectos energéticos donde en el pasado utilizó las tecnologías hidráulicas–, el capitalismo francés no requirió en el siglo XX un aplastamiento tan completo de su mundo rural para expandirse y crecer. Eso ha llevado a la existencia en este inicio del siglo XXI de una estructura productiva y sociológica rural mucho más fuerte y organizada que la del Estado español. Existen, además, mecanismos de protección de la tierra agrícola infinitamente más robustos que los nuestros, al fin y al cabo pensados y diseñados por los protagonistas de la burbuja inmobiliaria. Además, Francia cuenta con una población rural mucho mayor, una dinámica de repoblación rural más robusta y, sobre todo, con la existencia de un sindicalismo agrario contestatario, el de la Confédération Paysanne, con una escala y presencia territorial inconcebibles de este lado de los Pirineos. Parece evidente que sin todo lo anterior la posibilidad efectiva de defender el territorio que los levantamientos están desplegando se vería sensiblemente mermada.
No obstante, lo que los levantamientos nos enseñan es que hoy más que nunca necesitamos un ecologismo social radical que ponga en el centro la defensa de la tierra, precondición de la autonomía social y material. Nos permiten imaginar acciones más allá de la construcción de hegemonía electoral vía guerrilla comunicativa. Nos demuestran que se equivocan los que opinan que el ecologismo ya no puede permitirse soñar con la libertad y tiene que conformarse con quedar encerrado en el estrecho y embarrado cuadrilátero de la política institucional. Es más, lejos de toda ilusión populista, nos muestra en actos que ningún Estado va a dejar de ser lo que siempre ha sido: un aparato represivo que desplegará su violencia “legítima” contra cualquiera que, para defender la tierra, ataque a los intereses del capitalismo industrial. Si levantamos la mirada del suelo y prestamos atención a lo que está sucediendo apenas a unos cientos de kilómetros de nuestras casas, podremos ver que, al contrario de lo que muchos nos quieren hacer creer, asumir con toda rotundidad la gravedad de la actual crisis ecosocial, la posibilidad real de un “fin del mundo” que supondría inevitablemente el “fin de la vida humana”, no tiene por qué ser sinónimo de inacción ni abono para el nihilismo, sino una invitación que haga germinar un decrecimiento rebelde y comunal que aterrice nuestras luchas por la vida.
Adrián Almazán Gómez: Profesor de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, licenciado en física y miembro de Ecologistas en Acción y del colectivo La Torna. Fuente: https://ctxt.es/es/20230801/Firmas/43820/francia-soulevements-de-la-terre-emmanuel-macron-cambio-climatico.htm - Imagen de portada: Protestas en Niort, Francia, durante el pasado mes de marzo contra la construcción de megabalsas. / Partager C'est Sympa