La perspectiva que tendría que cambiarlo todo: cómo podría ser el proceso de colapso
Lo que sigue no son más que mis opiniones. No pretendo aparentar una seguridad que no tengo. Es más, estoy convencido de que es imposible hacer previsiones mínimamente seguras cuando en un sistema histórico se están produciendo cambios que van mucho más allá de las alteraciones o desviaciones susceptibles de reequilibrio por el propio sistema. La inseguridad, la imprevisibilidad y la vulnerabilidad forman parte esencial de esta etapa, entre otras razones porque cada intervención humana significativa abre procesos que convierten lo previsto en imposible y lo imprevisto en posible. Es decir, que en buena medida el futuro depende de lo que hagamos… y de lo que no hagamos.
Ricardo Sosa
Creo que habría que empezar por mirar el colapso en su conjunto, como un proceso largo punteado de acontecimientos de diverso signo. No olvidemos que se trata de la desaparición de todo un sistema, de toda una civilización… y su sustitución por otra muy diferente. De una civilización en la que predominan unas instituciones, unos grupos sociales, una ética real, unos modelos, unas aspiraciones… por otra en la que predominen instituciones, grupos, éticas… diferentes e incluso, en el mejor de los casos, antagónicas. Y esto no parece posible de un día para otro, ni siquiera de un decenio para otro.
Cuando apunto la necesidad de mirar el colapso en su conjunto me refiero a incluir en nuestro campo de visión tanto el precolapso ―el tiempo que precede a los acontecimientos más negativos (catastróficos en mayor o menor medida―, como el colapso propiamente dicho ―el tiempo del descenso abrupto más el tiempo de permanencia en el fondo (en el agujero más o menos profundo y extenso)― como, finalmente, el postcolapso ―el tiempo de la lenta recuperación, posiblemente muy lenta al principio, más el tiempo en que las diversas opciones de salida luchan por afianzarse, las etapas de predominios provisionales, los vaivenes, las caídas, las sustituciones…― hasta consolidar una nueva civilización, un nuevo sistema histórico
En el “precolapso” asistiríamos al paso de crisis parciales ―en las que el equilibrio del sistema se recupera, mostrando en el medio plazo un perfil ascendente o, al menos, horizontal― a nuevas crisis encadenadas en las que la recuperación, si se da, siempre queda por debajo de las posiciones anteriores. El perfil en el medio plazo ya no es sólo descendente, sino que este descenso se hace cada vez más pronunciado: la curva va inclinándose más y más hacia abajo y las recuperaciones, cuando se dan, son cada vez más cortas y más débiles y apenas sirven para frenar momentáneamente la caída. Durante algún tiempo estas crisis parciales (climáticas, sociales, económicas, políticas, culturales, sanitarias…) pueden pasar como pasajeras y recuperables, pero poco a poco, o de golpe, la sociedad cobra conciencia de que lo que está pasando es algo distinto, de que no son los subibajas habituales.
Quienes dominan en el sistema suelen inclinarse, al menos en principio, por minimizar la trascendencia y la novedad de las crisis recurrentes, “esto ya ha pasado más veces”, pero también pueden optar, sobre todo cuando el proceso está más avanzado, por atemorizar ―o incluso aterrorizar― a la población, preparando así el terreno para incrementar el control y el autoritarismo. Pretenderían así, por una parte, controlar la indignación y posible movilización populares y, por otra, dirigir el proceso hacia nuevos modos de garantizar privilegios, riqueza, poder y prestigio, aunque eso signifique incrementar el sufrimiento y la exclusión (o incluso la desaparición) de la mayoría de la población.
Uno de los desencadenantes más importantes de esta etapa es lo que se ha llamado “la revuelta de los privilegiados”. Se trataría en esencia de que quienes detentan los privilegios de riqueza, de poder y de prestigio se niegan a renunciar a nada, a cualquier forma de solidaridad ante la crisis que su propio sistema ha provocado. Una especie de “locura de la avaricia” les lleva a incrementar el expolio, la explotación, el saqueo, la acumulación hasta el punto de derivar hacia formas cada vez más autoritarias, más represivas y más manipuladoras. Esta actitud, lejos de detener la decadencia, no hace sino exacerbarla.
Es vital actuar en esta etapa y, entre otras tareas que trataré de desarrollar más adelante, articular y extender relatos esperanzadores no engañosos. Tan importante es mostrar la fundamentación real de la altísima probabilidad de una catástrofe como señalar las posibilidades de acción para aminorar sustancialmente la intensidad, la duración y la extensión de la misma. Al mismo tiempo, esta posibilidad de mitigación no es sólo una reducción del sufrimiento y de la dureza del derrumbamiento, lo que ya sería tremendamente importante, sino una oportunidad para empezar a construir otro sistema más comunitario, igualitario y solidario y abordar en mejores condiciones, con más potencialidad, las luchas del postcolapso.
En el colapso propiamente dicho (el descenso abrupto, el derrumbe y el tiempo en el fondo) lo específico es la incapacidad del sistema para recuperar posiciones anteriores. La pendiente del descenso se hace tan pronunciada que las anteriores fases de recuperación (cada vez más cortas y más débiles) son ahora, como mucho, pequeños frenazos en la caída, reducción pasajera e insuficiente de su velocidad. Cuando ya apenas se puede frenar es cuando realmente empieza el colapso. Las posibilidades de actuar sobre el proceso existen, pero son considerablemente más difíciles y dolorosas que en la etapa anterior. Y dependen muy estrechamente de lo que se haya hecho en ella.
Aunque todo parece encaminado a un colapso catastrófico no están predeterminados ni la profundidad y dureza del proceso destructivo, ni la extensión del mismo a los diversos ámbitos y/o zonas, ni el tiempo que se tardará en levantar cabeza. Es decir, no es inevitable un colapso catastrófico, aunque sea previsible un colapso real y éste, necesariamente, traiga consigo destrucción y sufrimiento.
La paradoja está en que cuando se puede actuar con más eficacia es cuando la evidencia del colapso no ha calado y movilizado a las diversas sociedades y a sus grupos más activos a la resistencia, la desobediencia y la rebelión. Mientras que, cuando el colapso se haga innegable y sus diversas consecuencias se sientan sin posibilidad de mirar para otro lado, será cuando ya resulte más difícil actuar y, sobre todo, actuar eficazmente.
Tal vez lo más grave del colapso sea su posible conexión con episodios significativos de violencia directa. No tendría por qué ser así, pero las reacciones de los privilegiados del sistema, sobre todo, y las explosiones de rabia y odio sin finalidad y sin cauce, en menor medida, pueden llegar a formar una parte sustancial de los acontecimientos encadenados. Por ello es tan fundamental construir autoorganización, proyecto y sentido.
En el postcolapso se sucederían, sin orden ni linealidad previsibles, la fase de “lamerse las heridas”, las diversas y lentas recuperaciones ―muy lentas, al principio― según las zonas y los ámbitos de niveles básicos de satisfacción de necesidades, los primeros ensayos de otros sistemas, con sus consiguientes errores, de una notable diversidad de nuevos modelos, las luchas previsibles de estos modelos por desarrollarse e imponerse, las etapas de los predominios provisionales y limitados de algunos de estos modelos, sus decadencias y caídas, las sustituciones por otros modelos, los vaivenes… y así hasta consolidar nuevos sistemas-mundo y nuevas culturas.
¿Hay, en el imaginario colectivo predominante, un montón de falsos mitos, de concepciones tal vez erróneas? ¿No tendríamos que romper ya con la idea de que la historia, aunque tenga algunas crisis, progresa ininterrumpidamente creciendo hacia un futuro de riqueza abundante y prácticamente ilimitada?
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/medioambiente/perspectiva-tendria-cambiarlo-todo-podria-ser-proceso-colapso - Imagen de portada: Fotografía: Issy Bailey, en Unsplash.