"El progresismo y la era del futuro optimista han terminado"
Entrevista de Ronan Planchon - En su último libro, Logique de l'assentiment (La lógica del asentimiento), el sociólogo y profesor emérito de la Sorbona, sostiene que estamos entrando en una nueva era, en la que nos ajustamos lo mejor que podemos al orden de cosas existente y al mundo tal como es, sin ninguna ambición de darle forma.
LE FIGARO - La modernidad, del siglo XVIII al XX, fue la era del individualismo y la crítica sistemática. En su opinión, estamos entrando en una nueva era, basada en el asentimiento, en la que nos ajustamos lo mejor que podemos al mundo tal y como es, sin pretender darle forma. ¿Qué significa esto? ¿Cuáles son los valores del nuevo mundo que viene?
Michel MAFFESOLI. - En Francia, a menudo hemos temido el fin de lo que comúnmente se llama "modernidad", es decir, el movimiento que comenzó en el siglo XVII con el cartesianismo y ha estado en declive desde mediados del siglo XX. Hoy entramos en una nueva era, que algunos llaman "posmodernidad". Contrariamente a la concepción lineal de la historia, que imagina a la humanidad progresando constantemente desde la barbarie hasta el triunfo absoluto de la ciencia, personalmente creo que hay épocas. La primera es el individualismo, con el "cogito ergo sum" de Descartes, la segunda es el racionalismo, que predominará con la filosofía de la Ilustración, y por último está el progresismo, la gran idea marxista de un "mañana radiante". Desde mi punto de vista, este trípode está llegando a su fin, tambaleándose, de forma bastante difícil. Estamos en un periodo crepuscular. Todo el mundo intuye lo que estamos dejando atrás, pero aún no puede ver con claridad lo que está surgiendo. Apoyo la hipótesis de que el "yo" va a ser sustituido por el "nosotros", el racionalismo por el sentimentalismo, y el progresismo y el futuro prometedor por el "hay que vivir el momento".
Durante mis años de profesor en la Sorbona, tuve la oportunidad de estudiar a las jóvenes generaciones, que representan el futuro de la sociedad. Si se observan de cerca las prácticas de los jóvenes, queda claro que lo que prevalece es la comunidad, el "nosotros". Ya no se trata de una concepción puramente racionalista del mundo, sino de compartir emociones, afectos y pasiones. Ya no hay un compromiso político o una visión de futuro, sino una necesidad de conectar con el momento eterno que es el presente.
P: ¿Qué precipitó la caída del modernismo?
MM: Para describir este declive suelo tomar prestada la idea de "saturación" del sociólogo estadounidense Pitrim Sorokin, que se preguntaba cómo una determinada cultura podía perder su carácter "obvio" y degradarse gradualmente. En química, la saturación se produce cuando las moléculas que componen un cuerpo, por diversas razones, ya no pueden permanecer juntas. Este fenómeno provoca la ruptura del cuerpo y la aparición de una nueva estructura. No se trata pues de una ruptura, sino de una lenta degradación, y llega un momento en que todo lo que antes funcionaba ya no lo hace, todo lo que parecía evidente parece absurdo. Asistimos hoy a multitud de fenómenos que demuestran que ya no nos reconocemos en valores compartidos. Las élites, ya sean políticas, económicas o mediáticas, se han aferrado a los patrones de la era moderna, pero el pueblo ya no se reconoce en ellos. Sorokin da la imagen de un vaso de agua, que puede salarse sin que sea visible, hasta un momento preciso en que la saturación se hace evidente. Somos el último grano de sal.
P: Ves en esta lógica del asentimiento una forma de sabiduría para la vida presente, para la vida cotidiana, con sus desgracias y sus alegrías...
MM: Esa es la diferencia entre lo dramático y lo trágico. La modernidad era dramática en el sentido de que había una solución. Todo el análisis de Marx consistía en mostrar que ciertamente había problemas, pero también soluciones, y que avanzábamos hacia una resolución general de la historia. La época actual es más trágica, y tenemos que vivir con ella y aceptar los problemas. El drama consiste en decir "no" a los problemas, mientras que la tragedia contiene una forma de aceptación. Esta resistencia, que consiste en aceptar las pequeñas cosas de la vida, es una sabiduría milenaria.
P: ¿La omnipresencia de las redes sociales y la proliferación del ocio doméstico (Netflix, etc.) han fabricado o amplificado este fenómeno?
MM: Sí, las redes sociales y otras plataformas refuerzan esta saturación. Es interesante echar la vista atrás al periodo de decadencia romana de los siglos III y IV d.C.. Durante esos dos siglos, el cristianismo no era la religión de los poderosos, sino de los soldados y los pobres. No era este culto el que estaba destinado a triunfar, sino Mitra u Orfeo. Sin embargo, en un momento dado, la pequeña iglesia de Milán decretó el dogma de la Comunión de los Santos. En otras palabras, esta iglesia de Milán estaba espiritualmente vinculada a las iglesias de Lutecia, Roma y Narbona... Fue este vínculo el que condujo al increíble éxito del cristianismo. Y hoy, me parece, internet es la comunión de los santos posmoderna. Las comunidades se vinculan en estas plataformas, creando una alternativa real, una nueva sociedad. El vínculo social se basa ahora en internet.
P:¿No contrarrestan esta idea el movimiento de los "chalecos amarillos" o las protestas contra la reforma de las pensiones? ¿Parece que una franja de la población sigue queriendo cambiar el curso de las cosas?
MM: Hace dos años escribí el libro L'ère des soulèvements (La era de las sublevaciones) en el que adoptaba el punto de vista opuesto al del historiador estadounidense Hobsbawn, autor de L'ère des révolutions, muy leído en los años setenta. Este historiador mostraba que en la tradición marxista y vanguardista existía la idea de que el pueblo fundaría una sociedad perfecta mediante la revolución. Creo que ya no es así; ya no existe esa tensión revolucionaria entre el pueblo y una sociedad perfecta. Ya no nos enfrentamos a revoluciones, sino a levantamientos. En otras palabras, la gente ya no se levanta para establecer una sociedad ideal, sino porque está harta. Las manifestaciones contra la reforma de las pensiones van más allá de la simple cuestión de las pensiones, y apuntan a un movimiento social más amplio que vislumbramos con los "chalecos amarillos". Este movimiento nació de la subida del precio de la gasolina. Pero no era más que un pretexto que reflejaba, en mi opinión, un deseo de volver a estar juntos, de reunirse, de salir del aislamiento. Este movimiento es cada vez más fuerte en nuestras sociedades.
P: Este continuo arreglo, que consiste en "salir del paso", ¿no es un paso atrás? ¿Un pueblo que ha renunciado a la acción está condenado a la ruina?
MM: Yo no lo veo así. Lo veo como una forma de sabiduría popular. Vivimos en un país en el que las élites a menudo desprecian al pueblo y cultivan la desconfianza hacia él. La filosofía de la historia en el siglo XIX, y luego en el comunismo soviético, era esta concepción de la historia como algo evidente, la flecha del tiempo.
El retorno de lo sagrado, la importancia concedida a lo local y el retorno de las tradiciones rurales, reflejan una forma dinámica de arraigo, que es lo contrario de un retorno al pasado. Sólo el arraigo y el retorno al arraigo permiten una forma de crecimiento.
Fuente: ClimaTerra - https://www.climaterra.org/post/maffesoli-el-progresismo-y-la-era-del-futuro-optimista-han-terminado - Fuente: Le Figaro - 30 de enero de 2023