«Una vía para compensar las derrotas sociales es recuperar el arte y la naturaleza»

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) aparece puntualísimo en Zoom a nuestra cita. Recién llegado de Colombia, ha estado asimismo en Estados Unidos para promocionar la Liternatura, un género que en inglés se llama nature writing y se está enraizando en España gracias, en buena medida, a su labor cultural. Autor de más de una docena de libros -entre los que se encuentran novelas y relatos de viajes– ha recorrido el mundo para centrarse ahora en lo local, como ya hiciera con su anterior obra Un cambio de verdad: una vuelta al origen en tierra de pastores.

Entrevista de: Azahara Palomeque

Fundador del festival literario Siberiana, en Extremadura, que va camino de la quinta edición y ha recibido el Premio al Compromiso Medioambiental del programa MaB de la UNESCO. Pero, ¿qué es eso de la Liternatura? “Ni cuestiones bucólicas ni infantiles”, advierte; más bien tiene que ver “con dinámicas cotidianas” que atañen a las relaciones con la naturaleza.
En línea con este proyecto, acaba de publicar Delta, una suerte de reportaje novelado, hibridado también con el ensayo, donde narra su estancia de un año en el Delta de l’Ebre y la convivencia con sus habitantes. El libro, un canto a la (bio)diversidad, incluida la lingüística – pues son notables las incursiones del catalán – no escatima en problematizar las dinámicas sociales que allí se dan: “el cambio climático depende de quién suelte la subvención”, ironiza en sus páginas. Charlamos sobre esta obra y su trayectoria personal.
¿De dónde surge la idea? ¿Cómo decidiste comenzar este proyecto?
Yo venía de escribir libros de todo tipo, pero, sobre todo, de viajes y, después de ver cómo nos relacionábamos con los otros y los pocos libros de viajes que había, pensé: “si no nos interesamos por otras personas, ¿cómo vamos a interesarnos por los no humanos?”; es decir, ¿cómo va a haber literatura de naturaleza? Vi ese hueco enorme, y llegué a la conclusión de que había llegado la hora de escribir de lo más próximo, de hacer “literatura de proximidad”. Así, empecé a escribir sobre Barcelona, sobre mi familia… Mi madre había sido pastora, mis abuelos son extremeños… Y lo que hice fue fijarme, en un momento que veía éticamente decepcionante, en las personas en quienes yo creía, y que no seguían las pautas que los supuestos líderes morales de la sociedad aconsejan. Dije: “pues mi líder es mi madre, mi líder es mi padre, y voy a ver de dónde sale esa moralidad”. Entonces me fui a intentar reproducir la forma como ella había vivido en la Siberia extremeña cuando era pequeña y, a partir de ahí, a hablar de la tierra, los agricultores, y de las personas que están fuera de foco pero son fundamentales para que todo funcione, como después demostraría la pandemia.
Pero me estás hablando de Un cambio de verdad, tu anterior libro.

Sí, pero después de ese proyecto, relacionado con mi madre, quería contar a mi padre, y de alguna manera también a mí mismo: iba a cumplir 50 años, mi padre llevaba un tiempo enfermo, empecé a mirar el final de otra manera… Además, Delta tiene el componente de mar, de luz, de playa en el que he crecido. Yo soy mediterráneo como mi padre, me he vinculado mucho a esos espacios, y la idea de luz y de final, y de frontera, coincidían en ese espacio. Al mismo tiempo, me preguntaba cómo era posible que un lugar tan atractivo, tan fértil, tan de mezcla, tuviese tan poca literatura. Claro, a partir de ahí te das cuenta de que vives en un país que es una península, con dos archipiélagos enormes, apreciados por mucha gente, pero que, sin embargo, no tiene una literatura en la que el agua sea protagonista. ¿Por qué? La Transición fue una locura especulativa donde la naturaleza se observaba desde un punto de vista mercantilista, siempre monetizando lo que había alrededor. Además, somos un país con 52 reservas de la biosfera y no hay demasiados autores que se hayan dedicado a eso. Es más, te diría que aquí los pocos que han estado cultivando ese espacio han sido los filósofos: Jorge Riechmann, Marta Tafalla…, o Yayo Herrero desde la antropología.
¿Hasta qué punto este libro es una búsqueda de raíces en un mundo desarraigado? Dices que los sedimentos son raíces…
Por eso te hablaba de mis padres. Tiene que ver con cómo nos construimos como individuos, cómo nos vemos como seres vivos en el planeta, y como seres mortales. Dentro de la idea de “final” está la muerte. Según cómo miramos a la muerte, así vivimos. Y, claro, como hemos acelerado de manera increíble y hasta nos estamos planteando la inmortalidad pues… eso denota la ceguera ante la evidencia de que todo muere. He podido ver cómo personas de otras etnias, tribus, se relacionan con la muerte, y sus ritmos vitales llevan una cadencia distinta a los nuestros. Ves que su salud integral – tanto física como espiritual – acostumbra a ser mejor, si hablamos de pueblos que están verdaderamente en contacto con lo natural. Creo que pensar en la muerte como algo que forma parte de la vida nos lleva a vivir más saludablemente, y eso lo quería reflejar en el libro. Igual que la relación entre naturaleza y violencia. La Comisión de la Verdad en Colombia [en el marco del Acuerdo de paz con las FARC]… ellos decían que la violencia es el reflejo de una sociedad desconectada de la naturaleza.
Ahora se está extremando todo, los radicalismos con violencia se están multiplicando, y tiene que ver con lo que estamos hablando. O el informe PISA: esos resultados [educativos] pésimos a nivel mundial… Ocurre que la tecnología mal entendida está ocupando espacios que no debería ocupar en nuestras vidas. Y la violencia, dos esencias que cada vez están desbordándonos más. Creo que una vía para compensar las derrotas sociales que no paramos de encadenar es, precisamente, recuperar el arte y la naturaleza. Esto es algo que hace la Institución Libre de Enseñanza después de 1898: como no hay dinero, pero sí decepción, se llevan a los chavales a tocar tierra, y de ahí te sale la última gran generación de poetas, la del 27. Eso es el resultado directo de una campaña política.
¿Podemos organizar algo parecido teniendo en cuenta la atomización social, el individualismo, la influencia de las redes sociales en este momento? Incluso a nivel logístico, para tu proyecto, comentas que te dieron una beca.
Yo he vivido viajando sin dinero; también es verdad que viví un momento en que el periodismo te permitía esos viajes, y ahí me hice con un nombre que me permitió recibir de vez en cuando algún adelanto editorial para seguir viajando o, si no, podía pagarme el viaje con el libro que acababa de escribir. Pero yo el libro de Extremadura lo hice sin dinero, pactando un pequeño adelanto con la editorial, no suficiente para vivir durante un año, y al Delta me fui sin haber ganado la beca Finestres. Llevaba dos meses allí cuando me lo comunicaron. Lo que ocurre fue que, por primera vez, tuve el tiempo suficiente para entrar en la escritura con una calma que no había tenido nunca. Eso es cierto. Quiero decir, sí que hay condiciones atmosféricas y económicas que pueden determinar cosas, pero no lo son todo.

¿Y superar el individualismo rampante para fundar proyectos colectivos…?
¡Ah, sí! Yo todo lo que tengo lo he hecho por lo que he escrito, y a partir de ahí aparece el proyecto Liternatura. Con Liternatura, asociándome, actuando en red, con redes sociales [digitales] las justas, manejándome con personas, hemos montado dos caravanas. La primera es una caravana negra, con oveja negra criada en ecológico en Extremadura, en la Siberia, con un ganadero que es protagonista de Un cambio de verdad; luego otra caravana con vaca brava y toro en el Delta, con el ganadero que aparece en el libro. Llevando a artistas, desde músicos a directores de cine, ilustradores, pintores, que viajan con los animales y después crean una obra para proyectar ese territorio más allá de la propia caravana, de manera que cuando ésta acaba, empieza la historia creativa de esos animales viajando por el mundo. Esos festivales han sentado las bases para que ahora estemos en Los Ángeles (California) y en Colombia, de donde acabo de volver, de hacer el primer festival Liternatura en Latinoamérica. Y estoy hablando con Perú, con Chile, con gente que quiere hacer estos festivales al darse cuenta de que, en lengua española, no existe una narrativa que precisamente te lleve a otro lugar. ¿Cómo lo haces? Pues creando relato. Resulta que una palabra –Liternatura– está consiguiendo aglutinar a muchas personas para llevar adelante relatos, cada uno desde su lugar, que explique cómo son esas naturalezas.
Yo he crecido leyendo a David Foster Wallace, Josep Pla, ahora estaba con Rachel Carson. O sea, yo me nutro de la gran literatura universal, Moby Dick, o Jack London. Wenceslao Fernández Flores… él es columnista político y cuando dice: “vale, ahora voy a escribir en serio”, lo que hace es escribir El bosque animado (1943). Lleva 120 ediciones. ¿Qué nos estamos contando? Si, hasta ahora, nos estamos contando una historia en la que la tierra está destrozada y tenemos que crear cohetes para colonizar otros planetas, como Elon Musk, no sabemos siquiera de la existencia de otros relatos. Si conseguimos generar esos relatos y extender la Liternatura, empezaremos a crear un todo colectivo que nos lleve a, por lo menos, cuestionar a quien nos dice que hay que salir de aquí en cohete. Y los medios de comunicación son los que crean los estados de opinión, así que, entrando por los medios, podemos llegar a cambiar un poquito todo este ecosistema tan contaminado.
Hay una reflexión constante en el libro sobre el pasado, desde los ancestros remotos a tu padre, quien “ha conocido el sol que no arrasa, los gélidos inviernos con nieve y los mares sin plástico”. ¿Cuál es tu relación con la nostalgia? ¿Deberíamos recuperarla en el aspecto climático?
Yo durante muchos años me sentí como esos niños viejos: era melancólico, muy tímido. Supongo que ahí se gesta… Para ser escritor creo que alguna deformación debes tener [risas]. Como caí en el pozo de la melancolía muy temprano, ahora me encuentro en otro momento. Una parte buena es que te hace pensar en el pasado, aunque sea melancolía proyectada hacia el futuro. Te permite fijarte en ciertos detalles y contextos, y eso te ayuda a forjar un pensamiento que va más allá del tiempo presente. Y creo que la idea de nostalgia ayuda a echar de menos un tiempo que consideras que ha valido la pena, pero debe servir como motor para generar una nueva situación de confort para quienes vengan. Para mí fue muy importante la llegada de mi hijo. Entendí muchas cosas, y vi que no podía dejar esto [el planeta] peor de como lo había encontrado. Una parte buena de esos sentimientos que nos hacen, aparentemente, estar más tristes, es que nos sirvan para arreglar cosas de cara al futuro. 

Yo creo muchísimo en el arte. En el libro… Cuando hablamos de estos temas, siempre se habla desde las etiquetas. El “ecologista”, el “medioambientalista”, etc. Yo soy escritor, y lo que he pretendido aquí es crear una estructura híbrida que sea una apuesta que parece clásica, pero ofrece algo distinto, y, a la vez, dar voz al coro, de manera que mientras estás dentro del ensayo tienes la sensación de estar dentro de una novela. Y que el coro sea biodiverso. He intentado que el coro sean también todos los elementos naturales, desde seres vivos a minerales, que forman parte de ese espacio, y eso, que parece de Perogrullo, es una apuesta vanguardista.
Precisamente te iba a preguntar sobre el coro. ¿Cómo te relacionaste con esas personas? ¿Te fue difícil integrarte?
Entras en un espacio en el que no están acostumbrados a forasteros. En realidad, yo me relacionaba con cuatro personas, y muchas veces no los veía en todo el día porque era muy grande el espacio, pero saberlas cerca me tranquilizaba, porque si ocurría cualquier cosa podía contar con ellas, algo que no pasaba en Extremadura, por ejemplo. Pero bueno, uno de ellos durante dos meses y medio me respondía con monosílabos, pero ocurrió algo y, a partir de esos acontecimientos, empezó a abrirse y me contó muchísimas cosas. Luego hubo gente muy amable; en general, la gente es amable. Y luego hubo alguien muy hostil desde el principio hasta el final. Yo creo que las personas, para autoidentificarse como individuos con carácter, buscan el espacio que el otro no está ocupando; por lo tanto, puedes ser su antagonista. Y creo que, en los lugares donde hay poca gente y el carácter de las personas es fuerte, acostumbran a verse claramente los arquetipos, luego llenos de matices. Pero las personas, en general, son generosas.
¿Has traicionado a alguien? Es una de las preguntas del libro.
Aquí la pregunta es cuáles son tus principios, a qué honras, qué te ha llevado a contar eso. Y lo que intento contar es la realidad. Y ser lo más honrado posible: si están pasando cosas, no ocultarlas. El problema de la literatura y el periodismo, que es un desastre, son las presiones enormes que sufren los periodistas para no contar lo que está ocurriendo. Así estamos. Yo, en ciertas historias, para proteger a las personas que me han contado cosas que no van a poder probar, y para protegerme yo, he cambiado nombres… aunque esté todo basado en hechos reales.

Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/gabi-martinez-delta-arte-naturaleza/

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