EDITORIAL DEL GRR (22-3-09)



por Jorge Eduardo Rulli
 
Tratar de mantener el modelo agro exportador de commodities transgénicas frente a la debacle internacional, resulta a todas luces una insensatez. Sin embargo, es lo que se intenta, si bien se lo trata de enmascarar con algunas reformas, con innovaciones, y envolturas que nos presentan lo viejo como renovado, lo que se persiste en mantener, sigue siendo el mismo modelo sojero de los años noventa inspirado en las políticas de Monsanto y de Cargill. Las tensiones actuales entre el campo y el gobierno reflejan esos acomodamientos dolorosos que, alguna vez en el año anterior y durante la llamada crisis del campo, denominamos como: reconfiguración del modelo agro exportador sojero, hacia un modelo similar pero de mayor concentración y con mayores paquetes tecnológicos. Una legión de chacareros devenidos rentistas, y una cantidad de pequeños tamberos o criadores de ganado que se subsidian a sí mismos, haciendo soja en una parte de su campo, conforman una masa de sectores medios rurales que se resiste a desaparecer y que, contra toda lógica, se aferran a prácticas y producciones que dejan de ser económicas por la propia dinámica del proceso de capitalismo agrario que ellos mismos condujeron. Esos productores y rentistas rurales son acompañados por una buena parte de lo que resta del tejido rural, de las pequeñas y medianas localidades en que habitan, las poblaciones dispersas que ofician los servicios de la agricultura industrial y las memorias rotas de un pasado que ya no puede volver.
 
El estado de rebelión rural generalizada configura un cataclismo social en que los bandos carecen de conciencia suficiente y de discursos apropiados. El bando del campo mientras protesta contra el gobierno, esta seriamente amenazado de ser engullida por los grandes pooles, los acopiadores, la industria aceitera, los feedloteros, los dueños de frigoríficos, los que construyen las refinerías para agrocombustibles y las Corporaciones exportadores. Todos ellos, parecieran haber conformado un bloque cerrado y centralizado en torno a intereses comunes: los de mantener pero sobre todo ahondar, el actual modelo de monocultivos transgénicos. No parece haber demasiadas posibilidades para los primeros, para los productores de soja que arriendan el campo en quintales de porotos o que aún producen soja por sí mismos, generalmente en negro, para un acopiador que, generalizadamente se encuentra asociado a los exportadores. No parece haber demasiadas posibilidades, al menos en la medida en que no son capaces siquiera de visualizar ni comprender, su propio rol sacrificable en el esquema colonial del que participan, también, porque a falta de un propio discurso incorporan antiguas arengas gorilas que les ganan la animadversión generalizada de las poblaciones urbanas que sobreviven en buena medida, gracias a los planes asistenciales que se financian con las retenciones a la soja.
 
Mientras las tensiones sociales se exasperan, el complejo aceitero sojero exportador se beneficia de una legislación generosa, pensada a la propia medida del Agronegocio, una legislación que les permite expropiar con impunidad a los productores y arrendatarios de buena parte de sus ganancias, descontándoles las retenciones o derechos de exportación a nombre del Estado y quedándose con ingentes diferencias a titulo de subsidios que les son concedidos, en la medida en que ellos procesan los porotos en aceites, lecitinas, pelets, agrocombustibles o los transforman en proteína animal. Una vez más, al igual que durante la Dictadura, lo que tenemos es una oligarquía prebendaria, cuyas principales ganancias provienen de las arcas del Estado o al menos de las riquezas que el Estado les permite apropiarse. Juegan del lado del Gobierno pero no son leales. Roma no paga traidores y menos aún los Elsztain, los Werthein y los Grobocopatel, que aprovechan el terrible desgarramiento de la sociedad argentina para apropiarse con impunidad de la renta de una enorme cantidad de productores y arrendatarios, muchos de los cuales trabajan en negro, y a los que de todos modos se les descuentan los derechos de exportación. Lo que para ellos es todavía tanto o más importante, es que aprovechan el momento para extender sus capitales por América del Sur y proponer sus empresas como nuevas corporaciones transnacionales de los agronegocios.  Ellos no tienen nada que perder en esta disputa del campo con el Gobierno y del Gobierno con el campo. Una disputa en que son los principales protagonistas y a la vez, sorprendentemente, unos espectadores aparentemente ajenos al conflicto. Ellos tienen sus ganancias aseguradas y la decisión a que se arribe sobre las retenciones, no los afecta porque se ha institucionalizado que los derechos de exportación se los descuentan al productor, y que el productor lo acepta dócilmente, aunque esté en negro, lo cual significa un negocio fantástico para el bloque aceitero exportador: el de ser recaudadores en nombre del Estado y a la vez quedarse con los dineros de los contribuyentes…. Ellos tienen sus ganancias aseguradas, porque las retenciones condicionan los precios en el mercado interno, pero no afectan el precio internacional en el que venden. Ellos tienen sus ganancias aseguradas, porque no solo son exportadores sino que se han adentrado en el propio territorio con factorías que han reemplazado a los antiguos acopiadores. Ellos tienen sus ganancias aseguradas, porque los puertos han sido privatizados y en ellos actúan a discreción de sus propios intereses, y porque el país carece de flota mercante y se desangra pagando fletes y otros gravámenes. Ellos tienen sus ganancias aseguradas, porque sus víctimas son a su vez sus socios menores y sus cómplices, y ellos han aceptado la relación de servidumbre y prefieren enfrentar con discursos regresivos, tanto al Gobierno como al Estado, en vez de hacer el esfuerzo y tener el coraje de imaginar un país para todos y un Estado en construcción, donde sus propios derechos a un precio justo y a vivir en el campo, estén contemplados y protegidos.
 
El complejo del Agronegocio, esa alianza de pooles, aceiteros y exportadores,  no son leales siquiera con un Gobierno que les ha  permitido, no solo mantener y acrecentar sus privilegios, sino que les ha consentido quedarse con la fabulosa suma, de más de mil setecientos millones de dólares comprobados, recaudados ilegalmente gracias a ciertos retoques realizados durante el año 2008, en la ley sobre retenciones por el Senador Urquía. Ellos dejan que el gobierno que tanto los ha favorecido, se hunda lentamente en los desaciertos, en la incapacidad de elaborar políticas agropecuarias, en la imposibilidad de comprender el sentido de sus propias acciones y en especial, en la  ceguera de leer el propio destino.
 
Justamente, el próximo 24 de marzo nos convoca a reflexionar sobre aquellas intensas experiencias vividas por nuestros sectores medios en los años setenta,  y en el modo en que esa etapa deviene, en paradigma de todo pensamiento, en patrón ineludible de cualquier interpretación histórica, en la forma que fija conductas y reflejos, y en cómo se reproduce en una nueva generación más joven. Asimismo, nos convoca a reflexionar en cómo nos convertimos en una Republiqueta sojera útil para expandir las semillas transgénicas de Monsanto, hacia los países vecinos, mientras manteníamos conceptos y discursos contra la oligarquía vacuna, conceptos vigentes cincuenta años atrás. Algunos funcionarios e intelectuales que no son precisamente de derechas, alientan la esperanza de que, no sólo continuemos siendo una “potencia” en producción de aceites y biocombustibles, sino que, además, exportemos maquinaria agrícola e insumos, para los mismos propósitos de sembrar soja que nos han colonizado. De igual manera, esos funcionarios sueñan con que reproduzcamos en nuestros laboratorios, tanto para nosotros como para el resto de América Latina, una Biogenética atada a la propiedad intelectual de los conocimientos y de los patentamientos de las Corporaciones. Si no somos capaces de resolver los desafíos del presente, que pasan por establecer políticas de soberanía y de emancipación, perderá su sentido ante la historia que continuemos encarcelando a los verdugos del proceso militar, porque seguiremos cumpliendo con el mandato impuesto por el golpe genocida del 24 de marzo que, fue justamente el de mantener las dependencias en el mundo globalizado.
 
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