BARILOCHE: ¡Qué paren de limpiar!








En relación con las costas, la preocupación de la sociedad suele limitarse a la problemática del acceso, es decir, al incumplimiento de la normativa por parte de gran parte de los propietarios quienes con sus construcciones, impiden el libre tránsito hacia las orillas. El asunto suele adquirir ribetes polémicos sobre todo durante el período veraniego cuando en busca de esparcimiento, los vecinos se ven impedidos de disfrutar de los lagos.
Pero existe otra faceta menos considerada socialmente aunque quizá sea más trascendente: la modificación de los ambientes costeros. En efecto, a raíz de determinadas prácticas relacionadas con la creciente urbanización que experimenta Bariloche, se registra un considerable impacto que de no contemplarse, en poco tiempo convertirá a las costas de los lagos en un paisaje muy distinto al original.
Las voces de alerta ya se emitieron hace rato desde Parques Nacionales y entidades de la sociedad que se preocupan por la preservación. Es necesario tomar conciencia sobre el deterioro que se practica sobre el ambiente costero para evitar que se generalice, porque aún existen importantes áreas que pueden preservarse. Para los especialistas, la preocupación primaria tiene que ver con la conservación del huillín.
El emblemático animalito habita sobre las orillas del Nahuel Huapi. En general, cuando los biólogos y demás especialistas se detienen en una especie amenazada, se trata de identificar a los factores que constituyen esas amenazas. En este caso, observaron que los ambientes costeros se alteran en demasía, especialmente en los ejidos municipales de Villa La Angostura, Bariloche y Dina Huapi.
Si bien el proceso comenzó hace décadas, en los últimos tiempos se aceleró notablemente a raíz de prácticas “culturales” que deberíamos desechar. En efecto y en general, la gente que accede a un terreno considera que tiene que “limpiarlo”, expresión que lamentablemente significa extraer a toda la vegetación nativa posible. Desde cuando y por qué identificamos a las especies vegetales como desechos que hay que “limpiar”, es materia digna de análisis... Esa manía destructora implica que en los terrenos que dan a la costa, se elimine la franja de vegetación costera.
Las observaciones indican que la cuestionable “limpieza” se lleva a cabo para que los propietarios tengan acceso directo al espejo de agua o por una razón muy suntuaria: disfrutar de vista al lago. En los últimos años, no sólo se “limpiaron” infinidad de terrenos, además se intentó convertirlos en parques de césped inglés. Suponemos que la mayoría de los recién llegados ignoraba el daño que provocaba, pero pensar en jardines de campiña británica en plena Patagonia, es un despropósito, además de un hecho de colonialismo cultural.
Hay que pensar que inclusive construyendo en cercanías de las orillas, las edificaciones pueden adquirir un formato racional y convivir de mejor manera con la naturaleza de la región, que no es la misma que la de Villa Devoto o Lomas de Zamora. De hecho, la normativa en vigencia establece el concepto de retiro de costa, que exige abstenerse de edificar a una cantidad determinada de metros de la costa. La violación persistente de las ordenanzas en la materia generó innumerables reacciones vecinales en los últimos años.
No obstante, las alteraciones también tuvieron lugar, inclusive con las construcciones en regla, ya que justamente, al poner en práctica discutibles criterios estéticos y privilegiar el valor de la “vista”, se eliminaron centenares de metros de ambiente costero, franjas de importancia en términos de biodiversidad y no sólo por la presencia del simpático huillín. Éste insiste en habitar del kilómetro 8 hacia el Oeste.
A la hora de preservar la vegetación que es vecina de las aguas, se corre con una ventaja en relación con el bosque. A pesar de los cuatro o cinco años de bonanza económica, no se avanzó en forma sustantiva en la tarea de dotar de redes de gas a los sectores más vulnerables de la población. En consecuencia, los bosques que caracterizan a Bariloche sufren el asedio de quienes no tienen acceso a otro recurso para calefacción. Como contrapartida, el área costera se depreda solamente por una cuestión suntuaria, en consecuencia debería ser más fácil la tarea de generar conciencia.
La tarea no tiene que ver solamente con el huillín y sus posibilidades de supervivencia. Esa estrecha franja de vegetación costera cumple una importante función ecológica porque filtra el impacto que se genera desde la tierra hacia el ecosistema acuático. Es una especie de colchón que atenúa impacto, contaminación y sedimentación. Por otro lado, también cuenta con especies propias en los 10 metros que median entre la orilla y el bosque. Por ejemplo, pueden encontrarse allí el arrayán, el siete camisas, la patagua... La enumeración es más extensa, pero el dato que hay que retener es que viven en esa zona  flora y fauna especiales, porque se trata de un ecosistema propio al que hay que preservar, aún cuando se intervenga. La vegetación costera es un tipo especial de bosque.
Como siempre en estos casos, hay que bregar porque el Estado asuma un poder de regulación que por el momento no posee, no sólo porque no hay normativa alguna que imponga restricciones a la “limpieza” de terrenos costeros, además porque si existiera, el poder fiscalizador de la Municipalidad no se caracteriza por su vigor. Por eso, mientras además las distintas jurisdicciones se ponen de acuerdo para ver qué hacen, sería interesante apelar a la conciencia de quienes tienen la posibilidad de convivir con los ambientes costeros en forma estrecha y pedirles que no arrasen con la herencia natural, solamente para tener una mejor vista. Concepto discutible además, porque la visión de los ambientes costeros es bastante más hermosa que la de un jardín con pastito.
http://www.elcordillerano.com.ar/index.php/editorial-carta-de-lectores.html

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