Biblias y “disease mongering”





Por Miguel Jara

El doctor Thomas Insel, jefe del Instituto Nacional de Salud Mental, ha declarado que los psiquiatras estadounidenses deben dejar atrás una “cultura de la influencia” generada por sus acuerdos económicos con la industria farmacéutica. Y es que se está tratando bastante el tema de los conflictos de interés entre psiquiatras e industria tras el anuncio de la publicación de un anticipo del DSM-V, la “biblia” de la psiquiatría que estará lista en 2013. El pasado domingo la revista XL Semanal publicaba un reportaje al respecto bajo el título de La Biblia de todos los males, por ser éste el manual de diagnóstico de las enfermedades mentales. La periodista me envió un cuestionario por correo electrónico que paso a reproducirles dado que en el reportaje aparece una versión resumida:
-¿Por qué el catálogo de enfermedades del DSM no deja de crecer?
En buena medida por los enormes intereses comerciales que tiene en ellas la industria farmacéutica y de paso numerosos psiquiatras. En 2006 se publicó un estudio en la revista Psychotherapy and Psychosomatics titulado “Nexos financieros entre los miembros del panel del DSM-IV y la industria farmacéutica”. Cuatro psicólogos y profesores de las universidades de Massachussets y Tufts concluyeron que más de la mitad de los 170 miembros del panel responsable del DSM y todos los “expertos” encargados de los trastornos de la personalidad del manual tenían lazos financieros ocultos con la industria. Los psiquiatras de la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), que es quien realiza el DSM, no sólo se lucraron por expandir las enfermedades mentales a título individual, la APA recibió 7,5 millones de dólares de las farmacéuticas en 2003 para su revista en concepto de publicidad, cantidad que se incrementó un 22 por 100 en un año hasta llegar a los 9,1 millones, según este estudio.

-¿Qué significa hoy en día ser un enfermo mental?
Los psicólogos Héctor González Pardo y Marino Pérez Álvarez argumentan que “no hay todavía al día de hoy establecida ninguna causa biológica de ningún trastorno psicológico por muy ‘enfermedad mental’ que se diga”. Antoni Talarn, doctor en Psicología, dice que “en décadas de trabajo no se ha conseguido aislar ni un solo —ni uno, insistimos— marcador biológico específico —presente en todos los casos y solamente en ese tipo de casos— para un trastorno mental cualquiera”. Esto quiere decir que no puede demostrarse “científicamente” la enfermedad mental aunque haberlas ailas, claro. Pero esa dificultad está sirviendo de excusa para diagnosticar como enfermos mentales a personas sanas y para la represión del diferente o de los no convencionales como cada vez más se hace.
-¿Crees que la etiqueta de enfermos nos tranquiliza o nos angustia?
El DSM indica que para diagnosticar TDAH a un niño éste deberá presentar un mínimo de seis conductas problemáticas sobre un total de nueve. Los criterios son tan subjetivos que muchos infantes sanos pueden ser calificados como enfermos de Déficit de Atención. Nada mejor que ponerle un nombre a nuestros temores para clasificar, contener y tratar, en este caso farmacológicamente, un miedo. Muchos padres respiran con alivio y lanzan un suspiro de aprobación cuando se les comunica que su hijo tiene TDAH y que el problema “desaparecerá” sólo con ingerir una pastillita. El miedo a que su vástago sea diferente al resto en una sociedad que ensalza los términos medios ha sido conjurado, aunque para ello haya tenido que drogarlo con medicamentos hechos con metilfenidato, una droga de similares características que la cocaína.
-¿Un antidepresivo como el Prozac sirve “para todo”?
El caso de Prozac para infantes es un ejemplo de cómo se utiliza el miedo para crear nuevos mercados de medicamentos abriendo el espectro de aplicación de esos fármacos hasta abarcar por completo nuestra vida, desde nuestra más dulce infancia. En 2006, la Agencia Europea del Medicamento (EMA) aprobó Prozac para personas de entre ocho y dieciocho años. Lo hizo como acostumbra, sin investigaciones propias y olvidando las, éstas sí, alarmantes advertencias de la institución que controla los fármacos en Estados Unidos, la FDA. Las reacciones adversas que constata el propio fabricante son verdaderamente escalofriantes: ansiedad, nerviosismo, insomnio, temblor, anorexia, náuseas, mareo, cefalea, arritmia cardíaca, anomalías hepáticas, síndrome cerebral agudo, convulsiones, reacciones maníacas, disfunción sexual, alopecia o visión borrosa, entre otras muchas. Además, puede incitar al suicidio en niños y jóvenes.
-¿Qué clasificaciones del DSM te parecen más ridículas: la fobia social, el trastorno negativista desafiante, el atracón, la calculia, el síndrome premenstrual…?
Hay tanto donde elegir… quizá la fobia social porque es la natural timidez la que se está medicando con fármacos de probada peligrosidad; el Trastorno Negativista Desafiante porque es la rebeldía natural de los niños lo que se medica. Pero sin olvidar el Incumplimiento terapéutico que es la libre decisión del ciudadano o paciente de no medicarse llevada al paroxismo patológico, puro totalitarismo.
-¿La invención de enfermedades a quien más afecta es a los niños?
En los últimos años asistimos a un incremento del diagnóstico de este tipo de “enfermedades” en los niños (aunque también en adultos), un mercado muy jugoso para los laboratorios con menos escrúpulos pues los pequeños no pueden defenderse. Los niños, precisamente por serlo, necesitan atraer la atención de sus progenitores y de las personas que les rodean porque quieren comunicar a su manera sus sentimientos. Para ello utilizan sus movimientos, sus insaciables ganas de jugar, el habla o los gritos o expresiones no verbales que entienden como un acto de comunicación. Coartar, silenciar o paralizar esta expresión de búsqueda en un mundo que no han elegido y que les es desconocido no hará más que poner en riesgo su desarrollo emocional, intelectual y físico, como manifiestan los profesionales contrarios a la medicalización de la infancia. Todas estas manifestaciones de la naturaleza infantil vienen diagnosticándose como “patológicas”. En realidad, los medicamentos para someter a los niños son diseñados para los padres. De nuevo el miedo a perder la libertad que disfrutaban antes de tener a sus hijos o a encarar ese nuevo y enorme trabajo voluntario que se adquiere cuando se estrena progenitura llevan a muchos padres a elegir el camino fácil de las drogas psicotrópicas.
Hasta aquí mis respuestas. En algunos foros se han reproducido comentarios descalificadores e insultantes contra quien escribe estas líneas por hablar en estos términos de la fobia social, algo que ya ha ocurrido cuando he tratado el presunto Síndrome de las Piernas Inquietas o el propio Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDA/TDAH). Claro que hay personas que pueden presentar síntomas similares a los descritos por la “literatura científica” ad hoc. Pero lo que advertimos quienes escribimos sobre el fenómeno del disease mongering o tráfico de enfermedades es precisamente que hay laboratorios que crean nuevos conceptos de enfermedad para “explicar” -y tratar de medicar- lo que sienten algunas personas -ni mucho menos la mayor parte de las diagnosticadas con estas denominaciones-. Muchas de ellas están sanas.

Más info: El libro La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo (Península, 2009) contiene un capítulo titulado El malestar confortable. La salud es un lema de palabras enfermas que trata sobre estas “enfermedades”. El libro Medicamentos que nos enferman e industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes, de Ray Moynihan y Alan Cassels también contiene capítulos específicos sobre el Trastorno por Déficit de Atención o la fobia social.

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