Menos para vivir mejor




Reflexiones sobre el necesario decrecimiento de la presión sobre los sistemas naturales


Yayo Herrero,
co-coordinadora de Ecologistas en Acción

Las actuales propuestas del decrecimiento ya formaban parte del ideario del ecologismo social desde hace décadas. Sin embargo, este nuevo y provocador término del decrecimiento está permitiendo una mayor receptividad en muchos sectores sociales a planteamientos ecologistas que, hasta hora, nos habían resultado especialmente difíciles de transmitir.


D enunciar la imposibilidad del crecimiento continuo ha sido una de las principales señas de identidad del movimiento ecolo- gista desde sus orígenes. La imposibilidad de extraer materiales de forma infinita, la generación de cantidades cada vez más grandes de residuos, los riesgos de arrojar al medio productos xenobióticos a gran escala o las consecuencias del crecimiento ilimitado de la población, fueron abordados en las obras de autores emble- máticos para el ecologismo como Rachel Carson, Paul Erlich o Boulding durante la
década de los 60.
También a finales de la misma década, los trabajos de Ivan Illich, André Gorz o Cornelio Castoriadis abundaban sobre la necesidad de llegar a sociedades austeras y autónomas que abandonasen la obsesión
por el incremento incesante de la produc- ción y el consumo.
Es, sin embargo, el informe Meadows sobre los límites al crecimiento, publicado por el Club de Roma en 1971, el verdadero aterrizaje forzoso en la toma de la conciencia pública de la inviabilidad del crecimiento permanente de la población y sus consumos.
Desde finales del siglo XIX la ciencia económica neoclásica había desplazado la idea de sistema económico (apuntalado sobre las nociones de producción, crecimiento y consumo) al terreno simplificador del valor. Se había extendido la creencia de que el bienestar y la emancipación humana se basaban en el aumento continuo de los bienes y servicios producidos y consumidos, pero se cerraba los ojos ante los inevitables deterioros que acompañaban a esa producción. La curiosa suposición de que tierra y trabajo eran sustituibles por capital, despojó a la ciencia económica de cualquier viso de materialidad y permitió crear la ilusión de que el sistema económico podía crecer ilimitadamente al margen de los flujos físicos que realmente lo sostenían.
El informe Meadows asestó un fuerte varapalo a esa pretensión de inmaterialidad y volvió a poner en el centro del debate la conexión física que existía entre la economía y los materiales y las dinámicas de los sistemas naturales. Esta dimensión material de la economía se vio aún más visibilizada cuando en 1973 estallaba la
primera crisis energética, a la que seguiría otra en 1979.

Fe en el desarrollo

Sin embargo, en la década de los 80, el abaratamiento de las materias primas, la fe en la tecnociencia y en las nuevas tecnologías de la información y comunicación como instrumentos que permitirían avanzar hacia una
economía del crecimiento y conocimiento que cada vez requiriese menos materiales, y un fuerte aparato de propaganda que tildaba de agoreras y apocalípticas las cautelas anteriores, revitalizaban la fe en el crecimiento económico, transformando este término en otro más ambiguo, el de desarrollo, que posteriormente se fue
acompañando de diversos calificativos (sostenible, humano, justo, etc.).
A partir de ese momento fueron minoritarias las voces que siguieron alertando de los riesgos que comportaba ignorar los deterioros que inevitablemente acompañaban a la producción y al crecimiento, así como la enorme dimensión física de la actividad económica. Con el mismo fundamento que un bebé que cree haberse escondido cuando cierra los ojos, la mayor parte de nuestra sociedad continúa celebrando el crecimiento de la dimensión
monetaria de la producción, ignorando la destrucción, tanto más grande cuanto más crece, que este crecimiento comporta.
Salvo valiosas excepciones, la comunidad científica, las administraciones o incluso parte de las organizaciones ambientalistas-ecologistas se fueron olvidando de las preocupaciones que hicieron nacer la conciencia ecologista y se empeñaron en tratar de alcanzar un “desarrollo respetuoso con el medio ambiente y compatible con el crecimiento de la economía” que, articulado a través de los instrumentos de mercado de la economía convencional, confiaba en las aportaciones que la tecnología podía realizar en términos de ecoeficiencia.
Durante las últimas décadas hemos visto avances en la inclusión de temas ecologistas en las agendas políticas: las energías renovables, la gestión del agua, la preocupación por la polución, la aparición de figuras de protección de los espacios naturales, la creación de leyes e instrumentos jurídicos para la defensa del medio
ambiente, etc. Sin embargo, los grandes problemas ambientales han ido a peor. Los desórdenes de los mecanismos de autorregulación del clima, el agotamiento de recursos naturales, el crecimiento de los residuos, la desertificación, la pérdida de biodiversidad y la alteración de los servicios ecosistémicos, etc.
Las encuestas aseguran que el medio ambiente forma parte de las preocupaciones de ciudadanos y ciudadanas y son innegables los avances de la tecnociencia en materia de eficiencia energética o material. Pero a pesar de ello, la extracción de materiales y la emisión de residuos han seguido creciendo y se estima que dos tercios de los servicios ambientales que prestan los ecosistemas se están degradando ya.
La ecoeficiencia no ha permitido, tal y como prometía, disminuir la presión sobre el medio físico, ya que los ahorros obtenidos por unidad de producto fabricado han sido anulados por el aumento de la escala de la fabricación y consumo. La desmaterialización de la economía, hoy por hoy, es una falacia y el PIB continúa acoplado con el uso de materiales y energía y la generación de residuos. Se demuestra así que la sostenibilidad no es sólo un asunto tecnológico, sino que nos encontramos ante un grave problema sistémico que requiere cambios políticos, sociales, económicos y éticos.

Ya lo decíamos…

Ecologistas en Acción recoge como base y eje de sus principios ideológicos el reconocimiento de los límites biofísicos del planeta y la necesidad de ajustar el funcionamiento de los sistemas socioeconómicos a su existencia, considerando además la equidad y justicia entre los pueblos, y dentro de las propias sociedades. Los
ecologistas sabemos bien lo difícil que ha sido durante este tiempo defender la idea de que inevitablemente teníamos que aprender a vivir con menos si de verdad queríamos sociedades compatibles con el funcionamiento de lo vivo. Durante muchos años fuimos tildados de cavernícolas y alejados de la sociedad al plantear que
hacían falta menos carreteras y coches, que era necesario disminuir el consumo de energía y la generación de residuos, que los viajes en avión debían espaciarse lo más posible, que debíamos apostar por una dieta más vegetariana, o comer alimentos producidos cerca y de temporada.
Nos ha costado mucho transmitir que el medio ambiente no era parte de la economía sino lo contrario; que el crecimiento del PIB no aseguraba que las personas viviesen mejor o que la riqueza estuviese más distribuida y, desde luego, tampoco garantizaba la eliminación de la pobreza; que el aumento del PIB sigue directamente acoplado al uso de materiales y energía; que las soluciones tecnológicas a menudo no sirven para resolver los problemas que muchas veces ellas mismas han causado; que el dinero no puede sustituir al capital natural; que los procesos económicos no pueden sortear las leyes de la termodinámica…
Afortunadamente pudimos apoyarnos con solvencia en el trabajo de personas incombustibles como José Manuel Naredo, Antonio Estevan, Antonio Valero, Ramón Fernández Durán o Joan Martínez Alier, entre otros, que han proporcionado el conocimiento, herramientas y los argumentos más consistentes e incontestables
para desmontar los mitos en los que se apoya la economía convencional.
El principio de suficiencia y la idea de vivir (bien) con menos y la recuperación de los tiempos para la vida fueron temas profusa y rigurosamente trabajados, por ejemplo, por Jorge Riechmann y nos aportaron brillantes ejemplos y metáforas que nos ayudaron a plantear mejor la deconstrucción necesaria en la forma en que nuestra sociedad percibe la realidad.
Además, no estuvimos solos. A través de recorridos diferentes, otros sectores crí- ticos han venido llegando a planteamientos muy parecidos. Desde la experiencia del trabajo antropológico o la relectura de la etnografía anterior realizada en sociedades del Sur y ante el fracaso de los intentos de desarrollo y la pérdida de referencias en el Norte, pensadores y activistas que no tenían trayectoria previa en el movimiento ecologista, han llegado
conclusiones similares al replantearse la sociedad de producción y consumo y las categorías que la sostienen: el progreso, la ciencia y la técnica.

Contra el fundamentalismo
del crecimiento económico

De forma relativamente reciente, primero en Francia e Italia, después también en España y con importantes ecos en sociedades originarias del Sur Global, algunos de estos grupos han buscado confluencias articulándose alrededor de un término, el de decrecimiento, que califican como palabra bomba, como un estandarte que
trata de llamar la atención sobre el desastre del fundamentalismo del crecimiento económico, la necesidad de salir de la lógica que considera deseable el hecho de crecer por crecer, ignorando la naturaleza de las producciones en las que se basa ese crecimiento y el absurdo de centrar la economía en la fluctuación de los indicadores estrictamente monetarios.
Este término, que no representa un concepto ni teoría, sino una provocación en una sociedad en la que la necesidad de crecer es dogma de fe, está suscitando un interés creciente en ámbitos sensibles a las problemáticas sociales y económicas, a las que desde el movimiento ecologista no habíamos conseguido llegar.
Al leer los libros, textos y ponencias de quienes se intentan articular alrededor del decrecimiento, vemos conectados los esfuerzos que se han hecho desde la economía ecológica, la economía feminista, los teóricos del desarrollo, la filosofía de la ciencia, la ética ecológica y el activismo políticos en todos los frentes hacia otros
mundos posibles. El resultado es una potente deconstrucción del imaginario colectivo hegemónico y un repertorio de propuestas, más maduras unas que otras, que entre todos y todas tendremos que articular. Es importante reconocer y valorar que, por fin, y probablemente espoleados por el desastre social y ambiental cada vez más evidente, más personas empiezan a ser más permeables a lo que tanto tiempo fue tan poco escuchado.
En efecto, la dificultad de llevar este debate central a la sociedad ha venido siendo muy grande, y una buena parte de los movimientos sociales y de las izquierdas transformadoras con los que no habíamos conseguido hablar de estos temas, ahora poco a poco nos abren sus asambleas y reuniones para compartir visiones, análisis,
diferencias y contradicciones.

Un término que convoca

Existe la duda de si el término decrecimiento, en estos tiempos de crisis eco- nómica puede ser atractivo o no. De momento, la evidencia empírica es que en donde se convoca cualquier charla o taller que lleva decrecimiento en el título, la afluencia es numerosa. Desde este punto de vista y teniendo en cuenta que una buena parte de los planteamientos son los que venimos haciendo desde hace tiempo con un éxito discreto en la capacidad de
convocar, tenemos que reconocer que el término puede que haya sido un acierto aunque no se nos haya ocurrido a nosotros, quizás no desde la pureza de las categorías económicas (extremo que nunca ha pretendido cumplir), pero sí desde la capacidad de sorprender y concitar interés, aunque sea para polemizar.
En los últimos meses ha sido una constante recibir invitaciones en ámbitos menos frecuentados anteriormente por el movimiento ecologista para hablar de los mitos de la producción, el crecimiento y el desarrollo. Lo central es poder hablar de lo que nos importa, una vez abierto el debate, la potencia del análisis es tal, que como poco, revuelve muchos de los supuestos mayoritariamente asumidos.
Esto no quiere decir que el discurso le guste a todo el mundo o que no necesite ser explicado. Obviamente, a una buena parte de las personas no les gustará oír hablar de decrecimiento, como tampoco de vivir con menos, de reducción, de austeridad o en definitiva de nada que tenga que ver con ajustarse a los límites del planeta distribuyendo la riqueza y el trabajo (incluidos los de cuidar) con criterios de justicia y equidad. En una
sociedad como la nuestra explicar que la producción o el crecimiento son mitos que no se fundamentan en ninguna base física requiere explicación. Sin embargo cuando podemos explicarlo, como poco, interpela y remueve contradicciones y creencias.
Hay voces que recuerdan con buen criterio que no todo tiene que decrecer. Al igual que sabemos bien que en la sociedad del crecimiento no todo crece, efectivamente no todo tiene que mermar. La noción de decrecimiento propone superar la visión hegemónica que reduce la noción de valor a lo monetario; defiende que mirar solamente los indicadores monetarios conduce a celebrar el incremento de sus magnitudes, aunque paralelamente se produzca un deterioro acelerado en el ámbito biofísico. Los defensores del decrecimiento no pretenden quedarse en el ámbito de lo estrictamente monetario, sino impulsar un cambio en el actual metabolismo de la
economía hacia otro modelo que imite y se ajuste a los procesos y límites de la biosfera, tal y como hicieron los seres humanos hasta la civilización industrial. Esto supone adoptar estilos de vida más austeros, viajar
menos en transporte motorizado, repartir todos los trabajos socialmente necesarios, garantizar unas rentas mínimas y marcar rentas máximas, recuperar tiempo para la vida y las relaciones, reconocer los saberes de las culturas originarias para transitar a una vida más sencilla, valorar las aportaciones de los feminismos para construir una visión de lo socioeconómico que sitúe el mantenimiento y la reproducción de la vida en el centro y apostar, en definitiva, por una buena vida, sencilla en lo material y rica en los vínculos y en la convivencia.
En cualquier caso y con la que está cayendo es importante compartir espacios, con nuevos o viejos términos, en los que podamos ir sumando esfuerzos a la hora de demostrar que vale la pena optar por una sociedad igualitaria que viva con mucho menos con el fin de evitar un colapso brutal y dramático.

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