Más alimentos, más hambre






Gustavo Duch
Palabre-ando



Les ofrezco una fórmula infrecuente para analizar el hambre en el mundo, revisar las estadísticas de producción de alimentos. En la década de los 90 la producción de alimentos mundial creció un 25%.  En cuestión de alimentos de origen animal en 1980 se producía en el mundo un total de 465 millones de toneladas de leche, ascendiendo en el 2007 a 671 millones, lo que equivale, más o menos, a un vaso de leche al día para cada persona de este planeta. En esos mismos años la producción de carne se duplicó hasta alcanzar 285 millones de toneladas, unos 100 gramos de carne por persona y día. Llamativamente el 60% de toda esta carne se produce en los países llamados ‘en vías de desarrollo’. La producción de huevos ha aumentado 2.5 veces obteniéndose el 70%  también en dichos países.
Con estos datos parciales podríamos deducir que disponemos de suficientes alimentos para todas y todos, y especialmente en los países empobrecidos. Pero  la realidad es que mientras la producción de alimentos ha ido aumentando, el hambre también. Si en 1990, 842 millones de personas padecían hambre, la cifra ascendió a 873 millones en el 2004 para situarnos a finales del año pasado en 1.200 millones. Como dijo el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al presentar estos datos el pasado 16 de marzo a la Asamblea General, “nunca antes se había alcanzado esta cifra”.  También explicó que este aumento se ha dado  tanto en números absolutos como en la proporción que las personas con hambre representan de la población mundial.

Así pues, me atrevo a teorizar -por irracional que parezca- que no es cierto que el hambre en el mundo obliga a más producción de alimentos, bien al contrario, cuanto más se produce, más hambre y desigualdad se genera. Porque este sistema alimentario global capitalista que tenemos en funcionamiento se basa, al menos, en tres mecanismos perversos. Por un lado se intensifica tanto la producción que  apenas se requiere mano de obra y así  millones de personas son expulsadas de su medio de vida. Segundo, la mano de obra que se el sistema se ve obligado a utilizar es remunerada con salarios insuficientes para proveerse de su alimento. Y tercero, la búsqueda de beneficios de las corporaciones que están en este sector es tan ávida que esquilman la tierra y vacían los mares agotando los recursos y las posibilidades de alimentación de las poblaciones rurales, mayoritariamente en el Sur.

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