La economía feminista como paradigma alternativo
Por Paco Puche
La economía neoclásica, neoliberal o capitalista ha fracasado. Casi ningún economista convencional lo reconoce, pero el crack del 2008 y sus consecuencias, la crisis climática, el ensanchamiento de la brecha de desigualdad y el hambre crónica del 20 por ciento de la población constituyen los argumentos irrefutables de cómo una economía que domina el mundo industrializado, sin competencia intelectual ni de poder, nos está llevando a una crisis global. El que esté en su crepúsculo no quiere decir que vaya a caer por sí sola, necesita de una eutanasia asistida.
La única ideología que desafía frontalmente el modelo macho-dominador y hembra-dominada de las relaciones humanas, así como también el principio de jerarquización humana basada en la violencia, es, desde luego, el feminismo. - Riane Eisler -
La primera pregunta que sugiere el título es la de ¿alternativa a qué?
Alternativa al paradigma convencional de corte neoclásico, que en su expresión real sería la denominada economía capitalista. Aquella que domina en las facultades, en las empresas y en la mentalidad de los políticos y de mucha gente, en Occidente. No así en la mayor parte del mundo empobrecido o no industrializado, en donde sigue predominando una economía de la tierra que alimenta el mundo, ya que en torno al 85 por ciento de toda la producción agrícola se destina al autoconsumo o a los mercados locales y la mayoría de las semillas sigue en manos de las/os campesinas/os (Silvia Ribeiro, 2010):
La economía neoclásica, neoliberal o capitalista ha fracasado. Casi ningún economista convencional lo reconoce, pero el crack del 2008 y sus consecuencias, la crisis climática, el ensanchamiento de la brecha de desigualdad y el hambre crónica del 20 por ciento de la población constituyen los argumentos irrefutables de cómo una economía que domina el mundo industrializado, sin competencia intelectual ni de poder, nos está llevando a una crisis global. el que esté en su crepúsculo no quiere decir que vaya a caer por sí sola, necesita de una eutanasia asistida.
Las propuestas de la economía feminista
La economía feminista parte de cambiar los objetivos de la economía convencional. En lugar de pretender maximizar las utilidades (beneficios o “satisfacción” del consumidor) pone el centro de la actividad económica en la reproducción, el mantenimiento de la vida y en la consecución de una vida digna para todos. Lo que se llaman trabajos domésticos y de cuidados. Por tanto, podemos decir que sus propuestas son: que la vida continúe en su dimensión humana, social y ecológica para las presentes y futuras generaciones (sostenibilidad); que sea una vida de calidad, una vida buena, que abarca a toda la población y a los ecosistemas.
“El feminismo está en la búsqueda de una relación profunda entre la actividad y actitud de las mujeres hacia el cuidado de la vida y el cuidado de la naturaleza como base de toda la vida” (Bosch y otras, 2005: 325). De esto se desprende una buena sintonía entre la economía feminista y ecológica y un avance en la crítica del antropocentrismo fuerte.
“Esta actividad -los trabajos domésticos y de cuidados- según Cristina Carrasco (2006:46), “es la que debería servir de referente y no el trabajo realizado en el mercado… porque es el trabajo fundamental para que la vida continúe. Esto representa un cambio de paradigma: el eje central de la sociedad y, por tanto, del análisis debería ser la actividad compleja realizada en el hogar, que permite a las personas crecer, desarrollarse y mantenerse como tales”.
Esto conecta muy bien con la definición literal del término “economía”, cuya raíz griega oikos quiere decir “casa”, y todo el término se puede traducir como “administración de la casa”.
La economía feminista propone que el trabajo de las mujeres, que ha sido invisibilizado durante mucho tiempo, debe ser el centro de atención de la economía porque la tareas de la mujer no solo se han ocupado de las denominadas tareas domésticas (cocinar, limpiar, comprar, etc.), o de las específicas y diferenciales de las mujeres (gestación, alimentación y crianza de los bebés), o en los cuidados dedicados a los niños y niñas, a los mayores y a los enfermos, sino que han proporcionado el equilibrio afectivo y emocional imprescindible para la buena salud de los familiares y para su capacidad de realizar otras tareas, sean o no productivas. (“Toda vida en condiciones de humanidad necesita del amor y del cuidado”, Bosh, 2005: 338)
En el caso de las mujeres de países empobrecidos, además, realizan tareas de traídas de agua y leña así como tareas de subsistencia en el campo. Algunos datos nos pueden ayudar a comprender su situación particular: “las campesinas tienen un papel fundamental en la producción de alimentos; según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), son mujeres quienes producen el 70 por ciento de la alimentación familiar en los países en desarrollo, y el 50 por ciento a nivel planetario. A pesar de esto, la pobreza, el hambre y la falta de reconocimiento profesional, afectan de una manera muy importante a las campesinas de todo el mundo” (Congreso Mundial de la Mujeres de la Vía Campesina, 2006)
En el Informe de Naciones Unidas sobre el estado de la mujer en mundo (1985:1) se dice que “la mayoría de las mujeres trabajan doble jornada y cultivan alrededor de la mitad del alimento mundial, prácticamente carecen de terrenos propios, encuentran dificultad en obtener préstamos, están concentradas en las ocupaciones peor remuneradas y todavía perciben menos de tres cuartos de los salarios que los hombres por hacer un trabajo similar” Constituyendo la mitad de la población, “realizan dos tercios del trabajo mundial en términos de horas, ganan un décimo de lo que perciben los hombres y son dueñas de un centésimo de las propiedades que poseen los hombres”.
En las encuestas de tiempo realizadas en el año 2000, los resultados encontrados son claros.
En España, más de dos tercios del tiempo del trabajo se realiza fuera del mercado, es trabajo no remunerado, cuya mayor parte realizan las mujeres, y segundo, que las mujeres trabajan en conjunto -trabajo remunerado y no remunerado- cerca del 50 por ciento más que los hombres.
Otra manera de cuantificarlo es la que hace la propia Mª Ángeles Durán (2001), según la cual el montante de trabajos de cuidados no remunerados que reciben, anualmente, niños/as y otras personas adultas en el estado español, equivaldría, en número de empleos a tiempo completo, a 11,4 millones. De esas horas, el 81,1 por ciento son realizadas por mujeres.
Una clara reivindicación feminista sería la consideración social del trabajo doméstico y de cuidados -trabajo no remunerado, realizado mayormente por las mujeres- lo cual supondría que dejara de ser no remunerado, en forma por ejemplo de una renta básica directa e indirecta, y que las tareas susceptibles de reparto -todas, excepto la gestación, la alimentación materna, parte de la crianza y algunas pocas más- fuesen realizadas por igual por hombres y mujeres, y en iguales condiciones.
Aplicar estas reivindicaciones supondría ir del esquema anterior a otro en el que la división entre trabajo remunerado y el que no lo está tendería a desaparecer y en el que la línea en diagonal se convertiría en una vertical que dividiría en dos al cuadrado.
¿Qué quiere decir tener una vida digna?
Quiere decir que para todas y todos estén cubiertas sus necesidades básicas. Según Doyal, L. y Gough, I. (1994) “mientras que las necesidades individuales básicas de salud física y autonomía son universales, muchos de los bienes y servicios que se requieren para satisfacerlas varían según las culturas”.
Hay que diferenciar, pues, entre necesidades y satisfactores. Por ejemplo, la necesidad básica de alimentación puede realizarse según distintas dietas, tipos de alimentos y gastronomías para cumplir con el objetivo de una buena salud para la vida buena. Esquemáticamente podríamos relacionarlo de la siguiente manera:
Objetivo Universal (Salud) – Necesidad Básica (Nutrición) – Satisfactor Sociocultural (Dieta)
Manfred Max-Neef, ha considerado las necesidades existenciales predominantes (ser, tener, hacer y estar) y las ha combinado con las necesidades axiológicas, fundamentadas en valores, y ha confeccionado un cuadro de "satisfactores".
Esa matriz nos muestra que muchos de los satisfactores que subvienen necesidades básicas están fuera del mercado y del estado y pertenecen a los ámbitos de la economía doméstica y de los cuidados y afectos.
Economía feminista y economía de género
La diferencia entre economía de género y economía feminista es que la primera se encuentra centrada en denunciar las desigualdades económicas entre hombres y mujeres, sin cuestionar el marco global, en cambio la economía feminista está reformulando los conceptos centrales del análisis económico (Carrasco, 2009).
La economía de género propone que la solución a los problemas de la mujer pueden resolverse en los márgenes que permite la estructura actual, siguiendo cuatro ejes de intervención: búsqueda de pleno empleo de calidad, atención a la dependencia, la conciliación de la vida familiar y laboral y la redistribución del trabajo no remunerado en el seno de los hogares. Todo ello sin tocar el sistema capitalista.
La búsqueda de pleno empleo es hoy día un oxímoron.
En efecto, Si la productividad aumenta un 2 por ciento, para mantener el empleo se necesita un crecimiento del orden del 2,5 por ciento anual. La carrera hacia el pleno empleo en las actuales condiciones de reparto del tiempo de trabajo, con productividad creciente, exigen un crecimiento exponencial e, igualmente, la maximización del beneficio exige también ese crecimiento exponencial.
Pero en un mundo lleno, en el que ya hemos sobrepasado la capacidad de carga del planeta, un crecimiento exponencial es imposible a largo plazo, y a corto plazo solo es posible para unos cuantos y a costa de las capacidades del planeta para mantener a las siguientes generaciones. Se dice, con razón, que extender los modos de vida de un americano medio al resto de los habitantes es un imposible, estallaría el mundo.
El que hayamos llenado el mundo lo manifiestan varios indicadores. Uno muy gráfico y sintético es la huella ecológica. Si dividimos la capacidad biológica del mundo entre su población nos da una cifra de 1,8 hectáreas por persona y año, de la que disponemos cada uno si el mundo estuviese igualmente repartido. No lo está, pero además, por término medio, estamos consumiendo 2,2 hectáteas. Esto quiere decir que hemos sobrepasado en un 23 por ciento la capacidad biológica del planeta, que no podemos crecer más.
“No se trata de recuperar el pleno empleo porque este nunca ha existido, sino que se ha basado siempre en exclusiones múltiples: la apropiación de los trabajos gratuitos de las mujeres, el expolio de la naturaleza y la explotación de los países no occidentales” (Amaia Pérez, 2005: 28)
De aquí se desprenden dos conclusiones. Una, que el pleno empleo sólo es posible con un reparto del tiempo de trabajo, en un contexto de decrecimiento de materiales, energía y contaminación y en deshacer la ecuación de trabajo igual a empleo, es decir en no seguir invisibilizando el trabajo no remunerado de cuidados, en manos mayormente, como hemos visto, de las mujeres. (Ver anexo, al final del texto). La segunda es que para que ese empleo sea de calidad como se propone, es necesario atender a las observaciones que la economista Joan Robinson (1976) nos daba hace ya unas décadas, ella nos advertía que:
El éxito económico nacional se identifica con las estadísticas del Producto Nacional Bruto (PIB). Nadie se cuestiona acerca del contenido de la producción. El éxito del capitalismo durante los últimos 25 años ha estado fuertemente ligado a la carrera de armamentos y al comercio de armas (para no mencionar las guerras en que han sido utilizadas); los gobiernos capitalistas no han logrado superar la pobreza en sus propios países, y tampoco se han visto acompañados del éxito a la hora de ayudar (por llamar de algún modo) a promocionar el desarrollo del Tercer Mundo. Se nos dice ahora que ese capitalismo está en camino de hacer el planeta inhabitable, incluso en tiempo de paz.
No sólo hay que decrecer globalmente y repartir mejor las rentas, es necesario cerrar líneas enteras de producción que más que “bienes” lo que producen son “males”, y resituar y hacer emerger los trabajos de cuidados como indispensables en la sostenibilidad de la vida.
En cuanto a la atención a la dependencia, la economía feminista no niega esta necesidad social, pero va mucho más allá. No quiere que se considere esta atención de forma paternalista o unilateral, dividiendo el mundo entre los/as “dependientes” y los/as “autónomos” porque considera, y con razón, que lo que somos es interdependientes. No se trata de generosidad, o de incapacidad, que también, sino de la visión más holística de que todos/as nos necesitamos y de que todos/as somos seres frágiles y contingentes y por tanto lo que se practica en este tipo de cuidados es una fórmula de reciprocidad, es el “hoy por ti y mañana por mí” que lo voy a necesitar, casi seguro que en distinto grado y consideración. Pero aún más, no hay que esperar a mi mañana necesitado, “dependiente”, porque hoy mismo, ahora mismo, todos necesitamos recibir cuidados, por tanto también hay que dar cuidados. Evidentemente, las situaciones especiales, exigen atenciones apropiadas. Somos seres sociales y afectivos. Somos más homo reciprocans que homo economicus.
El peligro es que estas reivindicaciones necesarias, relativas a la situaciones de dependencias especiales, “puedan ser cooptadas y utilizadas para reforzar el sistema que buscamos convulsionar” (Amaia Pérez, 2005:30)
Sobre la conciliación de la vida laboral y social, la economía feminista resalta la propia ambigüedad del término que niega la existencia de conflicto entre lógicas sociales incompatibles, la que se da entre la esfera del trabajo remunerado sujeto a un lógica productivista y la del conjunto de la experiencia vital, y porque reduce el termino laboral al ámbito del empleo, lo que supone, implícitamente, una renuncia a una lucha histórica por el reconocimiento de que hay trabajos que no se pagan, como hemos visto más arriba.
El reparto de tareas, desde la perspectiva de la economía feminista sólo tiene sentido si no se reduce a una actividad privada, tiene un reconocimiento social y pasa a considerarse como un trabajo socialmente imprescindible, a todos los efectos.
Mujer y violencia
Marx trató de ver la verdad de la historia en la violencia. Dejó dicho que “la violencia es la partera de la historia”, frase que ha podido leerse también como la de considerar necesaria la violencia para abolir la propia violencia.
Y parece confirmarse su análisis. Según cuenta Arrambide (1988: 182) “la historia nos muestra que la humanidad prefiere la guerra a la paz. Desde 1496 antes del nacimiento de Cristo, hasta 1986 de nuestra era (3.482 años), la humanidad sólo ha disfrutado de 227 años de paz. Por el contrario, durante los 3.255 años restantes ha estado combatiendo… Y no pocas veces papas, obispos y sacerdotes arengaban al ejército al combate... el siglo XX, el siglo “civilizado” por antonomasia, es el siglo de las movilizaciones generales”
Pero aunque lo anterior, esa propensión a la violencia, la suscribiría mucha gente, los descubrimientos de una arqueóloga eminente, Marija Gimbutas, que ha realizado sus trabajos en la por ella llamada Vieja Europa (zona que comprende parte de Italia, Grecia, los Balcanes, parte de Turquía y las desembocaduras del Danubio y el Dniester), ha podido comprobar que durante cientos de años, más de 1.500, en el Neolítico, no hay restos ni señales de guerra alguna.
En la glosa que Riane Eisler (1990: 19-20) ha hecho de los descubrimientos de la citada arqueóloga, nos dice que no han aparecido ni imágenes de “nobles guerreros” o escenas de batalla, tampoco huellas de “heroicos conquistadores” arrastrando a su cautivos encadenados, u otras evidencias de esclavitud, ni trazas de poderosos gobernantes que acarrean consigo a la otra vida a otros seres, como en la cultura egipcia. Tampoco se han encontrado grandes depósitos de armas, ni fortificaciones militares.
Nos dice Gimbutas: “los emplazamientos europeos antiguos fueron escogidos por sus hermosos panoramas y no por su valor defensivo. La característica ausencia de pesadas fortificaciones y de armas revela el carácter pacífico de la mayoría de estos pueblos amantes del arte”. Es más, aquí como en Catal Huyuk y Hacilar- que no muestran señales de guerra durante un periodo de más de mil quinientos años- el testimonio arqueológico indica que el predominio masculino no era la norma… “la evidencia de Vinca sugiere una sociedad igualitaria y claramente no patriarcal” y asimismo “la evidencia arqueológica deja pocas dudas acerca del rol esencial de la mujer en todos los aspectos de la vida de la Europa Antigua”. Todo esto coincide con que las miles de piezas descubiertas en esta zona, como en el caso de las cuevas del paleolítico y en otros sitios neolíticos del Cercano y Medio Oriente, las estatuillas y símbolos femeninos ocupaban el lugar principal (Eisler:15-16-17). El arte de la Vieja Europa- en su mayoría obra de mujeres, según Gimbutas- rinde homenaje a la vida y a este mundo.
Estos hallazgos con tal abundancia de estatuillas femeninas y otros registros arqueológicos apuntan hacia una religión ginocéntrica o basada en la Diosa. La correlación que se establece entre ausencia de guerra, predominio de la mujer, florecimiento de las artes, sociedades igualitarias y religión de la Diosa, es más que sugerente. Y desmienten en parte las hipótesis de Marx sobre la violencia.
Pero hoy de nuevo resuenan estos argumentos relativos a la relación mujer y ausencia de violencia. El siguiente texto es muy significativo: “el rol de mediadoras de las mujeres, de colaboración con la naturaleza, se significa de manera específica en una situación muy particular: la gestación (real o potencial) y la crianza. La gestación -que siempre se ha colocado en la parte de la naturaleza- es una situación singular de la especie humana, una situación que favorece una particular manera de estar en el mundo de las mujeres; tanto si son madres como si no. En particular, durante la gestación, la madre tiene todo el poder con respecto a la criatura que está gestando… Esta experiencia -o la posibilidad de tenerla- tal vez proporciona a las mujeres una identidad en lo humano; es decir, da conciencia de formar parte de la humanidad. Probablemente por esta conciencia de la humanidad nos aleja de la violencia porque nos dificulta reificar a la otra persona y nos sitúa en una práctica continua de relación”.
Por otra parte, además de la gestación existe la crianza, que supone una serie de tareas/trabajos que apoyan el crecimiento, maduración y la adquisición de autonomía de una criatura viva. En consecuencia, las mujeres en la gestación y la crianza -con el saber y la conciencia de lo que cuesta hacer crecer la vida- están renovando continuamente la colaboración con la naturaleza y afirmando la vida frente a la degradación y a la posibilidad de destrucción” (Bosch, 2005 : 332).
Por todo ello la economía feminista se centra en la vida y de aquí su primordial papel.
¿Pero qué es la vida?
Esta pregunta ya es un clásico. Se la hizo Schrödinger (1944) y se la ha vuelto a hacer Lynn Margulis (1996).
Una respuesta también clásica es la misma que se usa para responder a la pregunta sobre la naturaleza del tiempo: si no me lo preguntas sé lo que es, pero si lo haces no tengo respuesta.
Pero sigamos de la mano de Margulis, como Dante lo hizo de Beatriz en su Divina Comedia, para recorrer tres cuestiones que entroncan con la economía feminista.
La primera, sobre la importancia del microcosmos en el conjunto de la biosfera.
En su investidura como doctora honoris causa por la Universitat de València en 2002, Lynn Margulis concluía su lección magistral de la siguiente manera: “el mundo vivo invisible en último término es el fundamento del comportamiento, desarrollo, ecología y evolución del mundo visible del cual formamos parte y con el cual coevolucionamos” (Margulis, 2003: 34).
La segunda, sobre la importancia crucial de los fenómenos de simbiosis y cooperación en la evolución y mantenimiento de la vida.
A este respecto nos dice Margulis en Microcosmos (1995: 20): “la simbiosis (es) uno de los promotores más significativos en la producción de innovaciones evolutivas” y más adelante concluye diciendo que “la vida es algo más que un simple juego mortal … es también una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian”.
Y la tercera se refiere a la necesaria vuelta al origen del término “humano”. Éste procede de la denominación en indoeuropeo del término “Tierra” (dhghem) del que surgió la palabra humus, que es el resultado del trabajo de las bacterias del suelo, y de ahí surgieron las palabras “humilde” y “humano”. En palabras de Margulis (1995:23) “entendemos a la humanidad como un fenómeno microbiano más entre muchos otros, y al nombrar nuestra especie (un poco en broma) como homo insapiens hemos querido tener presente que debemos rechazar la idea tan frecuente de que todos los humanos dominan o pueden dominar a Gaia… (este) nombre más humilde nos parece más adecuado y en cierto modo más socrático. Por lo menos sabemos que nada sabemos”.
La síntesis de estos tres recorridos con Margulis la hace la propia autora (1995:23) diciendo que “(se puede acreditar a la humanidad) como un sistema en evolución simbiótica que se basa en los microorganismos, está reforzado tecnológicamente y se encuentra interconectado de manera global”.
La vida se inicia con las bacterias, organismos procariotas de células sin núcleo, desde hace 3.500 millones de años. A partir de simbiosis de bacterias se originan las eucariotas, organismos que tienen células nucleadas, que dan origen, hace 1700 millones de años, al reino de los Protoctistas (desde diatomeas a gigantescas algas pardas y rojas que suman unas 250.000 especies), a partir de los cuales aparecen los otros reinos, los reinos de los hongos, los animales y las plantas. Por ello los humanos “somos colonias integradas de células ameboides –protoctistas- de la misma forma que esos seres ameboides son colonias integradas de bacterias. Nos guste o no, venimos del limo” (Margulis, 1996:115).
Por eso la respuesta de Margulis es taxativa: “los microbios procariotas (las bacterias), y no los animales o las plantas, siguen rigiendo todos los ciclos biogeoquímicos que hacen el planeta habitable… ¿una respuesta legítima a la cuestión ‘qué es la vida’? Es “bacterias’” (1996: 69,131).
Esta hipótesis de Margulis encaja con lo que venimos diciendo de las propuestas de la economía feminista: lo invisible como central en el mundo de la economía y de la vida; la cooperación, la interdependencia y el afecto como fundamento de la existencia de los seres vivos y de la administración de la casa común; la necesaria modestia y huida de la hybris como reconocimiento de la importancia de la tierra y de la Tierra, del humus y de la biosfera, para la realización de la buena vida para todos.
Aquí, de nuevo, se entroncan la economía feminista y la economía ecológica.
A modo de conclusión.
Es evidente que hay muchas otras “economías” aparte de la manoseada en las facultades y pregonada a los cuatro vientos. Pero el enfrentamiento fundamental se produce entre la economía convencional-neoclásica-neoliberal-capitalista- y las economías de la vida -feminista y ecológica. las economías marxistas e institucional son paradigmas que se enfrentan a la economía convencional en el ámbito de la socioesfera, pero no en el de la biosfera.
Todas juntas proponen las alternativas al capitalismo.
Si la vida ha de ser el centro y no la ganancia, ni el empleo como tal, ni el hacerse ricos o que los ya ricos puedan hacerse aún más, estamos hablando de un cambio de paradigma revolucionario. (Margulis llama a sus propuestas “una revolución en la evolución”).
Esta economía feminista, que viene a convulsionar el sistema económico imperante, el capitalismo en todas sus formas, porque no se puede hablar de una forma buena y otra mala del mismo, y que sostiene que “los cuidados son un punto estratégico desde el que cuestionar la perversidad de un sistema económico que niega la responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida y cuyo mantenimiento precisa de la exclusión y la invisibilidad de múltiples colectivos sociales” (Amaia Pérez, 2005: 31), creo que necesita seguir haciendo indagaciones en los siguientes puntos: en lo relativo a una cierta idealización de la mujer, a una cierta invisibilización de las tareas realizadas por los hombres y a un cierto deslizamiento hacia un nuevo antropocentrismo.
A la luz de los planteamientos margulinianos, el antropocentrismo en todas sus formas queda bastante desacreditado. Hay que aceptar que la Tierra no nos pertenece que somos nosotros los que pertenecemos a la Tierra, con todo su humus.
La idealización femenina niega la socialización de la mujer realmente existente en los valores, sensibilidades y comportamientos del capitalismo-patriarcal dominante, por eso hay un feminismo reformista y una economía de género que no se atreven a abordar las cuestiones esenciales de la superación del capitalismo patriarcal.
Y la cierta invisibilización de los varones queda subsumida en la crítica que se hace del trabajo en el mercado y de su aparente incapacidad de ternura.
La arqueología de la no violencia, las experiencias gestatoras y de crianza de las mujeres, la propensión de la vida a la cooperación y a la proliferación, el entramado en el que se urde la existencia de todas las especies, la importancia crucial del microcosmos, la biosfera como casa común, la sociabilidad afectiva del género humano, en definitiva, hacen de la economía feminista un paradigma muy potente y, por tanto, a tener muy en cuenta… por la cuenta que nos trae.
Para terminar sin abandonar este ambiente viene muy a cuento el emplazamiento a que nos remite Jorge Riechmann: “siempre nos quedarán las bacterias y los bosquimanos”, al que yo añadiría… y las mujeres.
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Paco Puche, Librero y ecologista . Revista el OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com