La fotogénesis
- Autor: Joaquín Araújo
Nada tan grande como el abismo: ese ciego mundo, hundido por debajo de los mil metros de profundidad en los océanos. Una inmensidad que obliga a reflexionar sobre el hecho de que también, en nuestro diminuto planeta, lo sin casi nada supera a lo lleno.
Quiero decir que, de la misma forma que la materia oscura forma, sin que sea detectable, la mayor parte del Universo, en la Tierra el 99% de la Biosfera corresponde a los fondos marinos. A los que no llega ni un fotón pero que acogen una enorme cantidad de especies. Nunca masivas, ni concentradas pero con logros tan aparentemente contradictorios como que uno de sus inquilinos, el pez boca de cerdo, sea considerado por los zoólogos como el vertebrado más abundante del planeta. Una criatura, por cierto, que casi nadie ha visto, ni verá. Él tampoco consigue vislumbrar gran cosa aunque cuenta con un sistema de iluminación propio. Es uno de los muchos organismos de las profundidades auxiliado por la bioluminiscencia. Uno de los más complejo logros de la química de los organismos vivos a lo largo de la historia de este planeta. Algo tan raro y precioso como el que seamos capaces de imaginarlo, estudiarlo y comprenderlo. Pero son muchos los miles de millones de seres vivos que pueden producir luz sin más ayuda que su propio cuerpo.
Allá abajo, en los océanos, palpitan como si de una bóveda celeste inversa se tratara millones de pequeñas luces, muchas de ellas intermitentes. Las producen órganos especiales que tienen un gran número de peces e invertebrados marinos .Pero no menos algas, hongos, y especies animales entre las que destacan los crustáceos, anélidos, cefalópodos, rotíferos y, en tierra firme un puñado de escarabajos. La mayor parte de ese prodigio se debe a la acción, controlada por el sistema nervioso, de ciertos órganos ligados a la piel y gracias a la reacción química entre sustancias proteínicas y encimas. Esas luces también pueden ser producidas por la relación simbiótica con bacterias bioluminiscentes que los peces son capaces de incorporar a su propio cuerpo. Con las mismas se llevan a cabo o se facilitan las principales funciones biológicas: atacar a las presas, defenderse de los predadores, encontrar pareja y alimento vegetal o animales ya muertos, deyecciones y otros restos orgánicos. Describiré los más singulares en la próxima entrega.
Allá abajo, en los océanos, palpitan como si de una bóveda celeste inversa se tratara millones de pequeñas luces, muchas de ellas intermitentes. Las producen órganos especiales que tienen un gran número de peces e invertebrados marinos .Pero no menos algas, hongos, y especies animales entre las que destacan los crustáceos, anélidos, cefalópodos, rotíferos y, en tierra firme un puñado de escarabajos. La mayor parte de ese prodigio se debe a la acción, controlada por el sistema nervioso, de ciertos órganos ligados a la piel y gracias a la reacción química entre sustancias proteínicas y encimas. Esas luces también pueden ser producidas por la relación simbiótica con bacterias bioluminiscentes que los peces son capaces de incorporar a su propio cuerpo. Con las mismas se llevan a cabo o se facilitan las principales funciones biológicas: atacar a las presas, defenderse de los predadores, encontrar pareja y alimento vegetal o animales ya muertos, deyecciones y otros restos orgánicos. Describiré los más singulares en la próxima entrega.