UNA MINA DE URANIO EN EL PARAISO
La mítica y desconocida Ruta 40, en sus casi cinco mil kilómetros de recorrido, avanza con sus meandros en las estribaciones de nuestra cordillera.
Aproximadamente en su Km. 4500, atraviesa los Valles Calchaquíes, partiendo de Salta, internándose en este maravilloso escenario natural, luego de 3 ó 4 horas para hacer un poco más de 25 leguas, recorriendo caminos de cornisa y atravesando altiplanos se llega a Cachi.
En el camino quedaron los colores deslumbrantes de los cerros, el Valle de los Cardones (hoy Reserva Natural) y la presencia salpicada de la fauna que los habita, llamas, vicuñas, burros, zorros y no mucho más.
Cachi es un poblado enclavado en el altiplano, entre los cerros, íntegramente construido con adobes, pero con una arquitectura fantástica y armoniosa que acaricia la vista con sus formas y colores blancos y ocres.
En el centro de esta población de casi cinco siglos de antigüedad esta la plaza, con su capilla, su museo, algunos comercios, el municipio; en fin el corazón de la actividad local.
En el centro de la plaza las hilanderas y tejedores muestran sus destrezas ancestrales ante la vista admirada de turistas, principalmente extranjeros, principalmente nórdicos, que caminan o reposan como lagartos fascinados ante esta cultura impoluta que los sorprende en la sencillez de sus costumbres y la complejidad de sus diseños y colores.
Los habitantes locales, con su historia cincelada en los rostros rústicos, cobrizos, como los que moldean en sus cerámicas; su mirada profunda y su andar cansino, porque el oxígeno en la montaña escasea.
Sus orígenes se remontan a los pueblos Diaguitas y Calchaquíes que habitaron estos territorios, hasta que en el siglo XV-DC-, el imperio Inca tomó posesión de los Valles, dejando vestigios claros de su cultura tan andina como la de los pobladores originales.
El sol, que llega sin filtros de smog ni contaminación y el aire puro de la montaña, generan una atmósfera que pareciera inducirnos a la levitación. De algún modo todo parece flotar un poco en esta realidad de Cachi que definitivamente nos impone una paz y una serenidad que no tienen parangón.
Volviendo a la R40, cualquier desprevenido podría pensar que su planteo obedece a una intención de federalismo, al unir territorios que están por lo menos a mil kilómetros del unitarismo capitalino.
Aunque la ruta en su mayor parte es sólo una ilusión, un esbozo, una senda que avanza bosquejada por desiertos, bordeando precipicios, atravesando cañadones y desfiladeros.
Pero “la cuarenta” tiene destino de concreción, porque en este mundo que compartimos signado por la irracionalidad consumista esta será la ruta de la minería. Los más de novecientos mineros proyectos que se están concretando a lo largo de la falda oriental de la cordillera le auguran futuro, porque será necesaria para distribuir los explosivos y tóxicos que cambiarán para siempre Los Andes y terminarán con los acuíferos de las montañas.
Y los habitantes de Cachi están viviendo, sin saberlo, los últimos momentos de su paraíso en la tierra.
Inconscientes de lo que les espera comentan que “pronto en aquellos cerros, señor, vio -mientras señalan hacia las montañas bajas que los rodean- van a empezar a sacar uranio y oro”.
Resulta que el uranio, mas que para las usinas nucleares, lo necesitan para la punta de los proyectiles, porque es un mineral extremadamente duro, especial para perforar blindajes, y como la industria de la guerra es una de las más prosperas vienen aquí a buscarlo.
Y de paso llevarse también el oro, cuya existencia ya conocían los Incas hasta que su civilización fue saqueada y destruida por los españoles.
Los nativos de Cachi, en su mayoría no saben donde queda Andalgalá, aunque está apenas a unos cientos de kilómetros, si la conocieran sabrían que pronto las explosiones masivas en los cerros van a comenzar a aturdirlos y taparlos de polvo.
Que el aire dejará de ser diáfano, que los gringos dejarán de venir a ver las hilanderas y a reposar como lagartos al sol en la plaza del pueblo, que los pimientos que desde siempre cultivan para secar y moler transformándolo en el pimentón dulce mas rico del mundo, ya no se podrán cultivar porque el agua que hoy baja absolutamente pura de la montaña, lo hará sucia y envenenada.
Que enorme impotencia se siente al ver lo que se viene: Una mina de uranio en el paraíso.