Efectos marinos del desastre de Fukushima
El regreso de la expedición de Malaspina
Javier Salas informaba en Público [1] del regreso de “Malaspina”. La Expedición, “uno de los proyectos más ambiciosos de la ciencia española, ha llegado a buen puerto”. El Hespérides, el buque insignia, atracó el pasado jueves, 14 de julio -el día en que recordamos con menos atención de la debida la gran Revolución francesa- en Cartagena, el puerto del que partió hace ahora siete meses y en el que tantos republicanos españoles perdieron toda esperanza hace más de 70 años.
Con el buque, señala Salas, “llegan 6.000 gigas de datos y 120.000 muestras que, tras descargarse este jueves, alimentarán a la investigación española durante décadas”. Algunos logros del proyecto se conocieron mientras la expedición estaba en alta mar; la información obtenida mientras se circunnavegaba el globo -Atlántico, Pacífico e Índico a lo largo de 32.000 millas náuticas- nutrirá a generaciones de científicos españoles o de cualquier lugar del mundo.
No se trata de dar cuenta de la expedición ni del tesoro “en arcones ultracongelados llenos de botecitos" que ha obtenido ni tampoco de comentar las declaraciones de la Ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, que ha sostenido, como el que no dice la cosa, que los logros de esta misión científica no sólo "transformarán el entendimiento" (¿transformarán el entendimiento?) sino que "garantizarán la independencia tecnológica de España". Ignoro también la existencia, o inexistencia, de tareas “complementarias” por parte de la tripulación militar del buque. Me temo lo peor desde luego.
Sofisticados sistemas para la toma y el análisis de muestras a una escala nunca probada han sido usados para escrutar todos los océanos del globo. Los científicos de la expedición, señala Salas, han regresado muy satisfechos: "Hemos cumplido con el 120% de los objetivos; porque no sólo hemos logrado lo que buscábamos, sino que hemos añadido nuevas maniobras y observaciones a medida que descubríamos cosas o situaciones inesperadas", ha declarado el investigador del CSIC Carlos Duarte, el coordinador del proyecto.
Vale la pena apuntar algunas conclusiones que los investigadores han podido obtener, antes incluso de llegar a puerto: se observa una "preocupante" pérdida de oxígeno en las aguas subtropicales y tropicales y los expedicionarios no dudan en señalar al calentamiento global “como culpable de la falta de ventilación”: el aumento de calor hace crecer las necesidades respiratorias de la fauna marina al mismo tiempo que merma el oxígeno. Salas apunta que la hipoxia afecta ya “al 8% de las áreas oceánicas del planeta” y que “como en otros lugares del planeta donde las condiciones de vida se complican, los microbios se han adaptado”. ¡Un planeta poblado, dominado y dirigido por microbios adaptables! Tema para una ciencia ficción que toca realidad. De la más reciente.
Un punto a destacar: los científicos de la expedición, comenta Salas, “han registrado un récord de transparencia en las aguas del Pacífico sur, algo que está achicharrando literalmente a innumerables organismos”. La luz solar alcanza ahora, en esa zona, los 200 metros de profundidad; lo habitual es que no llegue a cien, a la mitad. ¿Por qué ese incremento? Por culpa de la destrucción parcial de la capa de ozono “la radiación ultravioleta penetra hasta 60 metros bajo la superficie en dosis suficientes para causar la muerte de las células que forman el plancton”.
Además de ello, en el tramo del viaje entre Australia y Hawai, la expedición ha recogido muestras para analizar cómo ha afectado al océano Pacífico el vertido de material radiactivo tras el desastre de la central nuclear de Fukushima de marzo de 2011.
Podemos sospechar y conjeturar lo peor. La distancia entre Australia y Japón es considerable pero no tardaremos mucho, así lo deseamos, en conocer otro corolario nada marginal de uno de los peores accidentes de la era de la industrialización humana: el reguero de muerte y destrucción marinas, y la contaminación radiactiva subsiguiente y sus efectos a lo largo de las cadenas tróficas, que, con muy alta probabilidad, los miles y miles de litros de agua radiactiva lanzados al mar han provocando y siguen provocando.
Otro legado más, junto a toneladas de residuos radiactivos, de una irresponsable apuesta nuclear herida ya de muerte. La ampliación a las futuras generaciones del imperativo categórico kantiano de Hans Jonas vuelto del revés. ¡Ande yo caliente y ríase la gente! El resto es silencio, naufragio y destrucción.
Notas:
[1]
[2] Alejandro Malaspina (1754-1809), marino italiano al servicio de España, brigadier de la Real Armada, realizó entre 1788-1794 el mayor proyecto científico español de ultramar de su época. Conspiró para derribar a Godoy y cayó en desgracia.