ATUCHA I y II  PRESENTES EN EL OBELISCO PORTEÑO Y EN LA LOCALIDAD DE ZARATE




Hace un año en Fukushima temblaba Japón y se sacudía el planeta: otra vez la radiación nuclear se desplazaba desde el Pacífico y esta vez sin Enola Gay que arrojara bomba alguna. Tres reactores habían comenzado a fundirse, sus núcleos letales dejaban escapar radionucleidos cancerígenos como antes ocurriera con numerosas plantas atómicas dedicadas a la generación de energía eléctrica. Three Mile Island, de Pensilvania, la Chernobil de Ucrania, eran nombre que volvían a rodar en los medios de prensa mientras una tras otra se sucedían las explosiones de hidrógeno en las plantas colapsadas por un terremoto y tsunami posterior, en el complejo japonés de Fukushima Daiichi, en tanto la televisión globalizada transmitía en directo el cruel espanto de la impotencia humana. 
Un año después, otro 11 de marzo, fue un domingo distinto en el Obelisco, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, como también lo fue en la localidad de Zárate, ciudad dormitorio de gran parte de los trabajadores de las plantas nucleoeléctricas Atucha I y Atucha II (esta última en construcción). Imágenes y altavoces comunicados por Internet propalaban al unísono en ambos sitios una pregunta aún con respuesta pendiente, pero que invitaba a la reflexión a cuanto transeúnte circulaba en el tórrido verano porteño: Si Japón perdió con Fukushima 13.000 kilómetros cuadrados ¿cuál sería el resultado de un incidente semejante en Buenos Aires, a cien kilómetros de las centrales nucleares de Atucha? Fukushima evacuó a  150.000 habitantes próximos a los reactores, el resto también recibió dosis radiactivas que la bibliografía reconoce como cancerígenas. Se registraron 573 muertes relacionadas con la hecatombe nuclear. Costaría 650.000 millones de dólares la limpieza del lugar pero el territorio se perderá por décadas, a tal punto que aún se considera evacuar Tokio, a 250 kilómetros de los reactores  fusionados. Fukushima sigue emitiendo radiación. ¿Quo vadis Japón?
Sobre un costado de la calle Corrientes, la bandera de la UAC (Unión de Asambleas Ciudadanas) insistía contra la contaminación y el saqueo; bordeando el ícono de Buenos Aires, otras banderas y carteles se expresaban por la vida exigiendo al mismo tiempo el cierre de las centrales nucleares, debatir la matriz energética y el retiro inmediato de los residuos enterrados a metros del aeropuerto de Ezeiza y a sólo 26 kilómetros del Congreso Nacional,  envenenando a los habitantes de las numerosas  localidades suburbanas conforme a un peritaje ordenado oportunamente por la justicia: la totalidad del acuífero Puelche se encuentra en serio riesgo de contaminación.
En el centro de Buenos Aires, humeantes tambores,  rememoraban las explosiones de los reactores japoneses flanqueados por activistas que a modo de los “liquidadores” de Chernobyl” deambulaban con trajes sofisticados incompetentes para  detener la radiación: el reactor cuatro ucraniano se cobró 700.000 soldados soviéticos que debían exponerse solamente tres minutos cada uno intentado neutralizarlo, además enterrar los desechos. Cinco millones de personas vivieron en áreas contaminadas y cuatrocientas mil en áreas gravemente contaminadas. En todos los casos se fueron registrando casos de cáncer, ignorándose las cifras finales de mortalidad poblacional en la Ucrania soviética. Nada sirvió. Al día de hoy el macabro esqueleto atómico continúa hundiéndose envuelto en una carcasa de concreto incapaz de contenerlo.
Ahora, otra nube radiactiva circula por el globo cubriendo un circuito caprichoso a merced de los vientos: Fukushima, como Chernobyl, alcanzó el grado 7, el máximo en la escala Inés,  pero muchos otros fueron significativamente tan graves como estos: Mayak (1957, Rusia) fue de magnitud 6 según la escala INES; el mismo año ocurrió en Gran Bretaña el de Windscale, de magnitud 5; el de Three Mile Island (EEUU 1979) fue también nivel 5; el accidente radiológico de Goiania (Brasil) fue 5 y el de Tokaimura, en Japon (1999) fue considerado de magnitud 4.
Todas las centrales nucleares registran escapes radiactivos al exterior y en opinión de John Gofman, eminente científico físico nuclear y médico, integrante del proyecto atómico Manhattan, descubridor del uranio 232 y 233, célebre y prestigioso investigador de la energía nuclear y de sus efectos, considera que la concesión de licencias para plantas nucleares es un “asesinato aleatorio premeditado” porque se sabe lo que se está haciendo; advirtió reiteradamente que “la evidencia sobre la radiación que produce el cáncer está fuera de duda…he trabajado 15 años –dijo Gofman- a partir de l982 y también lo han hecho muchos otros y sabemos que la radiación produce cáncer hasta en las dosis más bajas”. Gofman demostró que “Las dosis admisibles son inadmisibles”.
Explicado de este modo  y con esta convicción, la UAC realizó la marcha a Zárate el año pasado, oportunidad en la que se entregaron 5.000 volantes a los trabajadores de Atucha II con  el claro objetivo de apoyarlos en una eventual reconversión laboral, como ocurre en Europa y en aquellos países que decidieron abandonar la experiencia nucleoeléctrica; pero además la UAC supo advertirles de una actividad altamente peligrosa. Fue relevante porque la concentración del 11 de marzo pasado, en la localidad de Zárate, se congregaron  400 personas que expusieron sus razones para oponerse al plan nuclear argentino.
Los numerosos colectivos que se agrupan en redes oponiéndose  a esta energía contemplan para el mes de abril una concentración convocada por la Unión de Asambleas Ciudadanas frente al Congreso Nacional. Los pueblos exigen ser escuchados y rechazan la inmoralidad política de que les apliquen una matriz energética obsoleta y nociva, alargándole la vida útil a dos plantas, Atucha I y Embalse Rio 3°, que debieran ser decomisadas.  La energía nucleoeléctrica produce altísimos volúmenes de residuos radiactivos que no cuentan con gestión definitiva en el mundo. Es cara, a tal punto que cuesta más la gestión de esos residuos que la energía misma que produce. La UAC propone en consecuencia un debate sobre el tema en cuestión,  al mismo tiempo que sostiene  la imperiosa necesidad de que todos participemos de él.
UAC (UNION DE ASAMBLEAS CIUDADANAS). Zárate - Buenos Aires, 12 de marzo de 2012.
Publicado por Javier Rodriguez Pardo

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