¿Qué hacer?
A todos los que queremos que exista la posibilidad de salir con bien de este mundo en el que estamos metidos y vivir de verdad una humanidad plena, la pregunta que más nos lacera, la que nos deja paralizados, la que nos impide realmente proponer algo que sea considerado útil es esta: ¿qué hacer? Desde hace mucho tiempo lleva esta pregunta rondando a los que nos alistamos en las filas de la alternativa real a este mundo de muerte y prevaricación. Es la pregunta clave, aquella que nos deja sin palabras, la que nos lanzan como dardo envenenado los defensores del modelo actual. Ellos, muy realistas, nos dicen que no hay alternativas, que hagas lo que hagas lo harás dentro del modelo, paradigma le llamo yo, capitalista y que por tanto no existe el afuera.
Todo está dentro del sistema, todo está engullido por el modelo, no hay nada que le pueda hacer caer, pues hasta las alternativas acaban fortaleciéndolo. Pensemos en el socialismo que mediante su versión más risible, la socialdemocracia, acabó apuntalando al sistema y, de paso, eliminando a los verdaderos revolucionarios, como fue el caso de Rosa Luxemburgo. Pensemos en el movimiento feminista, integrado en todos los partidos defensores del sistema. Pensemos también en el ecologismo y en todos los movimientos contraculturales habidos hasta la fecha. Todos, sin excepción, han terminado haciendo más grande a la Bestia. Nada escapa a su mirada, su número está marcado a fuego en nuestras frentes.
Creo que el error está en la misma pregunta y en intentar contestarla. Cuando los apologetas del sistema preguntan qué proponen, cuando los que quieren cambiarlo preguntan qué debemos hacer, están entrando dentro del sistema. Una vez metidos en la retórica de la acción, del productivismo, estamos insertos de lleno en el modelo economicista de productividad a toda costa, de lucro desenfrenado, lo que sucede es que se trata de un lucro muy otro, es el lucro de las ideas. Se basa en el supuesto que las ideas, los sentimientos, las sensaciones, como el trabajo y los recursos, deben ser productivos, de ahí el sesgo productivista del interrogante ¿qué hacer? Occidente entero, toda la modernidad, se ha creado en torno a este mantra activista, hijo de una manera de ver el mundo que se ancla en el subjetivismo, el individualismo y la razón técnica. ¿Qué hacer? se convierte así en el arma y en el campo de batalla, ocupa todo el escenario y el supuesto crítico del sistema acaba engullido por él aún antes de empezar la batalla.
La única manera realista de salir del sistema es no caer en su estratagema. Hay que situar la batalla en otro terreno, no podemos luchar en su territorio. Lo primero invirtiendo la pregunta: ¿qué harán para evitar la catástrofe? Y en segundo lugar, planteando un santo decir sí, a lo Nietzsche. al revertir la pregunta hacemos recaer el onus probandi sobre el acusado, el sistema capitalista. Es él quien debe probar que el productivismo ilimitado, que el uso intensivo y extensivo del planeta, que la reducción del hombre aconsumptor, que la eliminación de las diferencias, son viables en el futuro. Y no nos puede servir el fácil recurso al cambio tecnológico, eso ya lo rebatió uno de ellos, Daniel Bell, en su clarividente Las contradicciones culturales del capitalismo. Ellos han de probar que esto es viable y al no poder, quedará claro que es un sistema llamado a la extinción.
Entonces, debemos dejar claro que nada queremos saber de él y que nosotros tenemos nuestro modelo, al que yo he llamado economía del don y otros llaman de otra manera. Hemos de quitarnos de la cabeza que ir hacia otro sistema desde este se realizará por pasos progresivos, no, no hay evolución posible desde el capitalismo hacia otro modelo. Leyendo a Jay Guold, lo que habrá es exaptación, es decir, un cambio radical sin continuidad con lo anterior. La humanidad habrá de exaptar o morir y ahí es donde estamos nosotros. Cuando llegue el día, estaremos preparados, porque no habremos perdido ni un minuto en discutir qué hacer y porque habremos dedicado todas nuestras energías a otro mundo. Por eso, la pregunta no es qué hacer, sino esta otra, qué no hacer.
---------------------------------------------
La Editorial Universidad de Granada, el CICODE y la Cátedra “José Saramago” publican “La tierra no es muda. Diálogos entre el desarrollo sostenible y el postdesarrollo”, un libro con edición de los profesores de la UGR Alberto Matarán y Fernando López Castellano, en el que se compilan textos de varios autores, que tratan, entre otros asuntos, del desarrollo sostenible y el postdesarrollo, la globalización, el “decrecimiento”, o la sostenibilidad.
Según los editores de este volumen, “en el verano de 1930, J. M. Keynes, uno de los economistas más influyentes del pasado siglo, dictaba una conferencia de significativo título en la Residencia de Estudiantes de Madrid: El futuro económico de nuestros nietos. A lo largo de su discurso, el economista británico mostraba su confianza en que la abundancia creada por el crecimiento iba a permitirles cultivar el arte de vivir y que su auténtico problema sería el de cómo ocupar el tiempo de ocio conseguido mediante la ciencia y el interés compuesto”.
De la abundancia a la escasez
Así, durante unas décadas pareció que este anhelo iba a lograrse, pero la crisis de los 70 tornó la certidumbre en miedo y la abundancia en escasez. La globalización era el nuevo “simulacro” del desarrollo y el Consenso de Washington su fetiche. En paralelo a las propuestas del Consenso surgieron nuevos planteamientos que venían a considerar otra vez la idea del progreso y a revisar los fines y medios del desarrollo. El Informe sobre el Desarrollo Humano del PNUD, de 1990, recogería estas ideas y las plasmaría en el índice de desarrollo humano (IDH).
Del lado ambiental surgió el concepto de desarrollo sostenible para manifestar que la naturaleza no permitía cualquier modalidad de desarrollo. El análisis postdesarrollista niega el propio concepto de desarrollo argumentando que el problema no es la falta de desarrollo sino la propia naturaleza, capitalista y depredadora, del desarrollo. La apuesta por el decrecimiento, “sangre de la tierra”, en póetica expresión de Georgescu-Roegen, implica que éste ha de ser sostenible, que no debe generar una crisis social que cuestione la democracia y el humanismo.
Los editores afirman que “ha pasado casi un siglo y los nietos de la generación de Keynes siguen lejos de superar el problema económico, de cultivar el arte de vivir y de resolver el dilema de cómo ocupar el tiempo de ocio. ¿Cuál será el futuro de los nuestros? Para asegurarlo habría que sustituir el concepto convencional de bienestar, basado en el acceso al consumo, por el de buen vivir”, que incorpora una dimensión ecológica, e implica un cambio cultural; y seguir clamando, con Max-Neef, para que al mundo distinto de lo humano se le reconozcan sus derechos”.
La obra reúne, así, las reflexiones y contribuciones sobre alternativas para la sostenibilidad de un conjunto de autores, tales como Koldo Unceta, Wolfgang Sachs, Jorge Riechmann, Federico Aguilera, Serge Latouche, Eduardo Gudynas, M. Max-Neef, Enrique Leff, Raffaele Paloscia, José Fariña, Esther Vivas, Luis González y Ernest García.
Que la tierra no es muda lo hemos ido aprendiendo poco a poco. Mientras, muchos pueblos originarios han sabido respetar los ciclos de la tierra y avanzar sin amenazarla. El crecimiento de nuestra sociedad está basado en un consumo avasallador con nuestros recursos. Estos son algunos de los planteamientos de partida del libro La tierra no es muda. Diálogos entre el desarrollo sostenible y el posdesarrollo, publicado por la Universidad de Granada.
Ilustracion: www.igooh.com