El tiempo del dinero. El tiempo del tiempo. Y el uso del tiempo




86.400 segundos. De ese tiempo dispone durante cada día de su vida, cada una de las 7.000 millones de personas que habita el planeta. Ricos, pobres, asiáticos, europeos, latinoamericanos, hombres, mujeres, niños o ancianos. Todos, sin excepción.
Si bien el párrafo anterior muestra una verdad absolutamente demostrable e inapelable, se trata de una verdad a medias, una ley natural más, que los seres humanos hemos ido modificando a lo largo de nuestra existencia y, como es habitual, su alteración beneficia a una minoría, un porcentaje pequeño de la población mundial, a expensas de la gran mayoría.
Poco a poco, quizás desde los primeros asentamientos humanos en el Neolítico, el tiempo ha sido un bien cada vez más preciado. Y como a todo bien preciado, se le ha ido poniendo precio, se lo ha ido mercantilizando.
Hemos estado aumentando la cantidad de horas utilizadas para cubrir nuestras necesidades. En parte porque se nos han inculcado como necesidades básicas cosas que antes no lo eran y, en parte porque contamos con la posibilidad o la necesidad de “vender” nuestro tiempo, en lugar de utilizarlo. En contraposición, como la cantidad de horas de cada día se ha mantenido estable, el tiempo dedicado al disfrute personal, a la familia o a la comunidad ha ido disminuyendo.
Nos topamos cada vez mas seguido con la frase “no tengo tiempo” y lo más lamentable es que solemos referirnos a cosas que nos gustaría hacer, que nos darían placer. Pero esa frase encierra un tema mucho mas profundo. El tiempo lo tenemos, como ya hemos dicho, al igual que cualquier otro ser humano, pero el caso es que nos hemos visto prácticamente obligados a venderlo para comprar cosas o contratar servicios.
El mercado del tiempo es injusto, abusivo, hasta cruel. Obliga a las personas a dedicar una gran parte de su vida a tareas que no le producen ningún disfrute, incluso muchas veces todo lo contrario, que le generan angustia, rechazo, malestar. Pero además porque ese tiempo vendido, no puede ya ser utilizado para otras ocupaciones que harían su vida más placentera y posiblemente también la de quienes las rodean. Incluso mengua su necesario aporte filantrópico a la sociedad.
Estamos en el tiempo del dinero, de la mercantilización de todo. Prácticamente no quedan cosas en este mundo que no puedan ser adquiridas si contamos con el capital suficiente. Incluso el tiempo de las personas, parte de sus vidas puede comprarse.
Y estamos tan engañados o somos tan inocentes, que creemos estar progresando en la vida cuando ganamos mas dinero y no cuando podemos disponer mas libremente de nuestro tiempo.
Nos ponemos contentos con un aumento de sueldo porque nos ayudará a cambiar el automóvil, comprar un nuevo televisor o actualizar nuestro guardarropas para estar a la moda, aunque eso signifique trabajar más horas, quitándoselas a nuestros seres queridos, a nuestros disfrutes personales y no nos deje tiempo para ser solidarios, para hacer aportes a nuestra sociedad.
En el tiempo del dinero no ocupamos nuestro valioso tiempo, el único que tenemos, en lo que nos gusta. No lo utilizamos para lo que nos da placer, lo que hace felices a nuestros seres queridos, para ayudar a nuestra sociedad, sino en lo que mejor paga. Y el remanente, lo que nos queda, cansados y desanimados, lo repartimos en lo que realmente nos gustaría.
El tiempo del tiempo sería muy diferente. Con menos cosas materiales, menos comodidades innecesarias. Sin comida rápida, ni megaciudades, sin paseadores de perros ni jardines maternales, sin tanto stress, ataques de pánico, fobias ni aspirinas. En el tiempo del tiempo, habría tiempo para la vida. El tiempo del tiempo es una utopía. Pero alguna vez expresó un hombre sabio: Las utopías sirven para caminar.

Director de EcoPortal.net
Fotos: http://bancodetiempobelen.files.wordpress.com - http://www.desmotivar.com/img/desmotivaciones/5290_el_tiempo_es_dinero.jpg

Entradas populares de este blog

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Sobre transgénicos, semillas y cultivos en Latino América

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué