Contestando a Leonardo Boff




Jaime Richart (especial para ARGENPRESS.info)

Estupendo artículo el de Leonardo Boff, 
“Cómo enfrentarnos a la sexta extinción masiva”.

Lástima que no sirva para nada, excepto como catarsis personal que comprendemos bien porque a ella también recurrimos algunos hace mucho tiempo, quizá porque miramos más al cielo que los dirigentes y que la mayoría de los mortales. Porque los dirigentes ni escuchan ni leen a nadie que les moleste, ellos van a lo suyo. No leen a Boff ni a Swimme ni a Ehrlich ni a Berry, ni escuchan a sus consejeros medioambientales, ni a tantos otros que lejos de estar ciegos padecemos una extrema lucidez aunque sólo sea por la edad y porque miramos al cielo. Pero nos llaman agoreros. Y lo “suyo” es su éxito personal, su éxito corporativo, el de su ideología, su beneficio y el de los suyos. Y por si fuera poco, cada uno por separado atribuye a los demás la responsabilidad y la culpa de todo lo que está sucediendo y pueda sobrevenir... Así se va trenzando un tejido destructivo de proporciones telúricas que nos oprime y terminará por acabar con todo.

Lo de menos es la catástrofe mundial que con su inconsciencia o incompetencia o pequeñez vienen preparando. Es más, los que podrían cambiar el rumbo de la vida en el planeta hacen que hacemos o sencillamente se desentienden. Y se desentienden por varias causas, y entre ellas porque no saben, no pueden y, lo que es peor, porque carecen de conciencia. Para estar en la política, y también en los negocios de las actuales proporciones en este sistema, tiene uno que arrancarse de la cabeza o el alma la conciencia. Así es que bien por acción, bien por omisión, todos los dirigentes, tanto políticos como económicos, del mundo son responsables y a la vez culpables de la deriva que lleva el biocidio o ecocidio en puertas. Pero para cada uno de ellos por separado la responsabilidad es de "el otro", de los otros. La extinción masiva, al parecer la sexta en la historia del mundo, es inevitable, y más que retrasar el proceso, lo que se hará es precipitarlo. Estamos atrapados por el fatum, gobernados por la fatalidad. O bien, como todo ser vivo, a esta civilización le ha llegado su agonía.
Dos o tres ejemplos: un alcalde deseca una laguna o un humedal desafiando a las ordenanzas o modificándolas; aquel patrón de pesquero ha de pagar ese fin de semana una larga nómina y ello justifica la pesca de arrastre o explica por qué ha acabado con un banco en aguas jurisdiccionales de un país, transformadas por la fuerza en "internacionales"; aguas, por cierto, que defienden sus habitantes que pasan por piratas. El otro, por un puñado de monedas a quienes se encargan de hacerlo, maquina y logra la quema de un bosque y otro y otro… llevada a cabo por sicarios para luego, pasado el tiempo, él o sus herederos poder construir esa planta industrial o aquella urbanización que son el eje de su pensamiento y de su vida. Y todo así. Por separado todos son gentes respetables y hasta solemnes. Pero tienen otro "yo", el yo público, ése que obliga o incita a muchas cosas monstruosas a su vez espoleadas por la ambición, por la envidia y por el protagonismo personal, por las vanidades del mundo y por la necedad en suma. El proceso de degradación en marcha es imparable. Eso sin contar con la amenaza prácticamente cierta de una guerra nuclear y otras yerbas… El saneamiento y la depuración del planeta se antojan ya imposibles. El factor demografía, la necedad y la listeza desplazando a la inteligencia de los humanos rectores de la Tierra son tan patentes que da pereza hasta pensar cada concepto.
En este país, desde el que escribo, las cosas turbias y las corrupciones y la falta de sensibilidad en los poderes públicos de todos los colores son muy evidentes, pero además priman las "necesidades" del turismo, la ambición siempre, y ahora la falta de puestos de trabajo. En aquel otro país, además de eso mismo, son las exigencias de los dividendos de aquella otra corporación o sociedad los que imponen la realidad del país que está ahora siendo esquilmado, talado, devastadas sus selvas y sus aborígenes para introducir un cultivo ajeno, para lavar dinero y para no sé cuántas cosas más… En los organismos y en los congresos internacionales no hay más que simulación e hipocresía, además de una absoluta falta de voluntad por parte de los llamados a tenerla; en buena medida porque saben que no dependen de la suya si no de la de otros, que los transgresores ni están presentes ni van a respetar leyes que en el mejor de los casos van a esquivar, o cuyas conductas criminológicas van a saldarse con ridículas penas económicas o carcelarias que no van a cumplir. El desarrollo sostenible es otro mito. La salvación sólo está en el decrecer…
La sociedad humana, ríos, mares, océanos, bosques, lagunas y humedales del planeta están condenados a desaparecer o a convertirse en vertederos absolutos, en basura. No hay paz ni tregua para el fin de los tiempos, sea gradual pero galopante, sea en forma de convulsión telúrica, sea en un estallido infernal del planeta por dentro, sea éste golpeado por un cuerpo celeste.
Esto no es cuestión de optimismo/pesimismo. Esto es cosa de sentido común, de sensatez y, si se me apura, de una lucidez que se adquiere (o se padece) quitándose uno la careta, no engañándose uno a sí mismo, no culpando del desastre que no cesa a los demás. Sobre todo, prestando atención a la evidencia.
De nada sirven los llamamientos a la cordura. Y no sirven, porque los humanos rectores de las sociedades occidentales que dominan la tierra, están cegados por la creencia interesada de que el sistema socioeconómico es el mejor posible. Pero también, porque llega un momento en que predomina la pulsión de muerte freudiana sobre la pulsión de vida sin poder evitarse, como también le ocurre a veces al ser individual, La mera constatación de que nadie piensa en las generaciones siguientes es el método “endeudamiento” absolutamente por encima del concepto y praxis del concepto “ahorro” que ya ni existe. La desaparición virtual del concepto ahorro en términos económicos ha supuesto, está suponiendo, que no se considera de interés, que no vale la pena invertir en “futuro”. Ni en el nuestro ni el de nuestros nietos; ni en nuestro interés ni en el de ellos.
La sociedad mundial occidental está diseñada por el fatum, como decía antes, o por la estulticia suma para agotar los escasos recursos del planeta y los pocos lugares vírgenes que quedan. Los polos pronto se quedarán sin hielo. La suerte está echada. Pero sigamos escribiendo y clamando contra la maldición caída sobre nuestras generaciones. Dejemos al tiempo que cumpla su cometido y consolémonos viendo como una prerrogativa (de la que carecen las generaciones anteriores) el poder presenciar en vivo y en directo el magno e inédito espectáculo del fin de la civilización, de la que seremos todos al tiempo actores, protagonistas y espectadores...

Ilustracion: giannibb.blogspot.com

Entradas populares de este blog

Francia: ‘Mi orina contiene glifosato, ¿y la tuya?’ Denuncia contra el polémico herbicida

Sobre transgénicos, semillas y cultivos en Latino América

Antártida: qué países reclaman su soberanía y por qué