¿Con animales o sin animales?

La dieta convencional actual llega a los supermercados a partir de unas prácticas agrarias que podemos denominar industriales porque su funcionamiento es precisamente esto: fábricas de fabricar comida. Movidos por el paradigma de los máximos rendimientos, la producción vegetal y la producción animal se han desligado la una del otro, como históricamente habían funcionado, y lo que tenemos son sistemas agrícolas de monocultivos, por un lado; y sistemas ganaderos de macrogranjas por el otro. ¿Qué consecuencias tiene este divorcio?

Por Gustavo Duch


Las más conocidas, seguramente, son todas aquellas que derivan de una ganadería intensiva donde los animales, confinados en granjas, sufren un manejo muy específico para conseguir el engorde más eficiente posible desde el punto de vista económico. La práctica cardinal consiste en modificar su dieta natural de hierba y pasto por una alimentación basada en leguminosas y cereales transformados en piensos. Como se ha denunciado repetidamente, dedicar buenas tierras fértiles para mantener la inmensa industria ganadera provoca graves problemas en el planeta. Con la sequía actual y en países con poca pluviometría como el nuestro, los campos de maíz para piensos mantenidos a base de regadío, ¿es una práctica acertada? Con la crisis energética, ¿qué costes representa traer materias primas de muy lejos? Y, por supuesto, con la crisis climática, ¿por qué no hace tiempo que hemos dejado atrás este modelo?

Esta manera de tratar a los animales como máquinas o piezas de una fábrica, la encontramos también si pensamos en la tierra, explotada y agotada, sin entender qué es otro ser vivo, complejo y ecodependiente. Los vegetales que crecen sobre ella, toman parte de su alimento del carbono de la atmósfera con la energía que les proporciona el Sol. Parte de este carbono, mediante sus raíces, se lo libran al microbioma que habita bajo tierra y este, a cambio, les proporciona otros nutrientes indispensables como el calcio, el fósforo o el nitrógeno. Una multitud de sustancias que esta microfauna encuentra y digiere a partir de los vegetales descompuestos, pero también – y fundamental – de los excrementos del ganado, así como de la sangre, los huesos y la carne de animales muertos y descompuestos. Es decir, la tierra come animales y sin estas aportaciones se está contribuyendo a la pérdida de tierra fértil que, según Naciones Unidas, avanza a un ritmo de 24.000 millones de toneladas en el año y al menos un tercio de la tierra ya está “gravemente degradado” por este tipo de agricultura.
Esta agricultura y ganadería industriales, como era de esperar, ya han entrado en “fallo de sistema”. La crisis alimentaria es insalvable. Era una fantasía suponer que la prepotencia del ser humano, con el uso del petróleo y los fertilizantes minerales, podrían sustituir indefinidamente a la complejidad de intercambios que se dan en estos pocos centímetros fértiles de tierra que viste el planeta. Era una fantasía creer que agricultura y ganadería podían funcionar en dos circuitos independientes, ignorando sus vínculos absolutamente vitales para cualquier ecosistema.
Y este diagnóstico no lo podemos perder de vista. Desde hace unos años, las dietas vegetarianas o veganas, y ahora también los alimentos de laboratorio, se proponen como alternativas. Pero, si finalmente esto comporta, como predica el animalismo, mantener un modelo agrícola sin animales, despreciando sus funciones … ¡ojo!, no saldremos del mismo callejón sin salida en el que nos encontramos.
Actualmente, modelos de agricultura regenerativa como Planeses o Mas Les Vinyes, son un muy buen ejemplo de como esta agricultura con animales nos reconecta con los ciclos naturales antes explicados, que garantizan la fertilidad de la tierra, su capacidad de retención de agua y la captura de carbono que enfría el planeta. Del mismo modo, la ganadería de pastores y pastoras – mayoritariamente de cabras y ovejas, pero también de vacas y caballos en las zonas de montaña – son modelos que generan alimentos sin restar vida: se alimentan de pastos que el ser humano no puede digerir, gestionan el paisaje reduciendo el riesgo de incendios, con sus excrementos también dispersan semillas… «Ep, ¿has dicho sin restar vida?». Exactamente, el consumo de carne de ganadería extensiva es (también) un mecanismo natural que, evitando una sobrecarga de animales comiendo más allá de la posibilidad de regeneración de los pastos, garantiza la vida colectiva de la manada. Por eso hay que enfatizar que tan importante es dejar de comer carne de producciones industriales como comer carne de este tipo de ganaderías tradicionales.
Cuando se habla de cómo recoser los vínculos entre cultura y naturaleza que la civilización moderna occidental ha roto, pensamos en los orígenes, cuando hace 10.000 años, los animales humanos y la ganadería encontraron que en una relación de mutualismo era posible convivir cuidando conjuntamente de su madre: la tierra.

Fuentes: Palabreando https://gustavoduch.wordpress.com/2022/10/20/con-animales-o-sin-animales/

 

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