Argentina / Crisis ambiental: un tema urgente (del que poco se habla en campaña electoral)

Vivimos en una sociedad de consumo, que utiliza los llamados recursos para lograr mayor confort, y cuanto más consume, se cree mejor y se tilda de avanzada: El ideal de una sociedad global de libre mercado supone la irrestricta distribución de recursos y la obtención de resultados medibles con base en criterios de mercado. La libertad de consumir a libre antojo los recursos (que son limitados y son comunes) es la falsa libertad individualista que hoy muchos parecen elegir, ignorando sus consecuencias ¿Cuánto falta para que nos propongan que debemos pagar por el aire puro o la energía del sol? Las promesas de “salida” de una crisis económica con más extractivismo y explotación del planeta (desde Vaca Muerta hasta los salares de Jujuy) es un atentado a la razón y a la humanidad.

Por Andrés Pabón Lara

En los países “desarrollados”, cada persona consume anualmente el equivalente a 40 barriles de petróleo. ¿Qué pasaría si todos los países imitaran el mismo modelo consumista? ¿Realmente ese es el paradigma al cual debemos apuntar? Probablemente se necesitarían más de dos planetas para subsistir. La verdad es que no se lograría nunca tal objetivo en los países “subdesarrollados”, ya que el capitalismo subsiste de la explotación de estos países para proveer el modo de vida que se da en la mayoría de los países “ricos”. Y esto concierne a la explotación de las fuentes de energía fósil (carbón, petróleo, gas) y a las fuentes tradicionales (agricultura, pesca y bosques).
La cuestión es que el abastecimiento de los recursos es naturalmente limitado. Estas limitaciones naturales o son absolutas dada la magnitud de las reservas geológicas y de tierras cultivables, o relativas cuando la demanda excede la capacidad de estos recursos para su propia renovación, como la excesiva explotación pesquera y de bosques. De acuerdo con las modelaciones científicas, tomando en cuenta nuestras reservas conocidas en el planeta y nuestras crecientes demandas energéticas, las reservas de petróleo están programadas para agotarse en el año 2060.  Las reservas de uranio llegarán a su fin en el 2070.  Las reservas de gas natural verán su límite de producción para el año 2080.  Mientras que las reservas de carbón se verán agotadas para el año 2190. Estas reservas conocidas y estimadas de combustibles convencionales son finitas y palidecen ante la alta calidad de la energía solar.
Entonces el problema energético existe, y radica en un momento en el que las reservas mundiales de petróleo, gas natural, uranio y minerales industriales claves como el cobre y el cobalto empiezan a disminuir y la demanda de esos mismos recursos se está disparando, causando desesperación entre las mayores potencias mundiales por conseguir el control sobre lo que queda de las reservas sin explotar.
Así el mundo se enfrenta a hacer uso de un suministro energético a futuro que habrá de dar respuesta a dos requerimientos fundamentales:
• Satisfacer la creciente demanda de energía con suministros estables y seguros.
• Hacerlo de forma ambientalmente aceptable, en particular equilibrando la concentración del dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.
No obstante, cuando se habla de crisis energética con frecuencia se hacen cálculos sobre el potencial de las energías renovables y se habla de sustituciones generalistas, pero a menudo se pasa por alto que no todas las fuentes energéticas son intercambiables de forma directa y en algunos casos requieren no solo importantes cambios tecnológicos, sino costosas infraestructuras y cambios sociales. Ni los biocombustibles ni los vehículos eléctricos ofrecen en la actualidad soluciones satisfactorias para sustituir al petróleo, ya que los biocombustibles no pueden ser sino una solución para usos muy limitados.
¿Agrocombustibles/Biocombustibles: la solución o el empeoramiento de un problema?
Son los preferidos por EE. UU. y por la Unión Europea, en su búsqueda de “energías limpias”. ¿Pero son realmente favorables a nuestro ambiente? ¿Son verdaderas “energías limpias”? Sí se les quiere presentar como una fórmula de energía sustitutiva se caería en la invisibilización de un problema que traen adjunto estos combustibles “verdes: la siembra de extensiones masivas de cultivos para su producción lo que, evidentemente, los convierte en una opción negativa.
Como “salida” al problema energético es necesario advertir que, por un lado, los biocombustibles brindan prioridad a los vehículos ante las personas. La transición anunciada como “revolución verde” pone a competir la producción alimentaria con la de combustibles por el acceso a la tierra, al agua y a los recursos. A escala planetaria, la gente más pobre ya gasta entre un 50 y un 80% de sus ingresos familiares en alimentación. Sufren cuando los altos precios de los cultivos para combustibles hacen subir el precio de los alimentos. En segundo lugar, su producción implica largas extensiones de tierras para cultivar. Se necesitaría plantar cosechas en una nación entera para producir lo que se precisa en ese país para reemplazar unas cuantas toneladas de petróleo. En tercer lugar, para que se pueda sembrar lo requerido, es necesario arrasar las selvas “vírgenes” que aún quedan en el planeta. Deforestar millones de hectáreas con ecosistemas de gran biodiversidad, probablemente ocupadas por pueblos originarios y campesinos.
Por último, todo esto permite concluir que existe una irracionalidad económica en cuanto a su elaboración y utilización. Se estima que, en los próximos 20 años, el mundo podría producir hasta 147 millones de toneladas de agrocombustibles, que estarán acompañadas por mucho carbono, óxido nitroso, erosión, y por más de 200 millones de toneladas de aguas residuales, y esto sólo compensará el incremento anual de la demanda de petróleo, estimada en 136 millones de toneladas por año.
El cambio climático global ¿supuesto o realidad?
Cada vez resulta más probable la relación directa entre el calentamiento global sostenido y ascendente y el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por la actividad humana. El nivel de emisiones de dióxido de carbono (CO2) ha aumentado un 31%; el metano (CH4) se ha incrementado un 145% y el óxido nitroso (N2O) un 15%. Se sabe que las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera en la actualidad superan las alcanzadas en el último medio millón de años, y probablemente en los últimos 20 millones de años  ¿Por qué? ¿Tiene que ver algo con el problema energético global? Por supuesto.  Todo tiene que ver.
La actividad humana desde la Revolución Industrial ha influido principalmente sobre la emisión de CO2 y otros gases de invernadero que han ayudado a amplificar el efecto invernadero natural. El problema del cambio climático es que en el último siglo el ritmo de estas variaciones se ha acelerado mucho, y la tendencia es que esta aceleración va a ser exponencial si no se toman medidas que lo controlen. El ritmo desbocado de esta modificación climática tendrá como consecuencia grandes alteraciones físicas, como la elevación del nivel del mar, enormes deterioros ambientales y serias amenazas para la humanidad, así como extensión de enfermedades, daños por acontecimientos climáticos violentos, pérdida de cosechas, disminución de los recursos hídricos, entre otras situaciones.
Esto fue y es provocado por las sociedades humanas tanto industrializadas como en desarrollo. La quema de combustibles fósiles, tala y quema de bosques, las empresas eléctricas, las industrias consumidoras de energía, los transportes a base de consumo de gasolina, empresas ganaderas, entre otros, liberan estos gases. Estos gases, de efecto invernadero, atrapan la radiación solar cerca de la superficie terrestre, causando una absorción mayor del calor y, por lo tanto, un calentamiento global. Es decir, absorben y reemiten la radiación en onda larga, devolviéndola a la superficie terrestre, causando aumento de temperatura, fenómeno denominado “efecto invernadero”.
Si el desarrollo mundial, el crecimiento demográfico y el consumo energético basado en los combustibles fósiles, siguen aumentando al ritmo actual, antes del año 2050 las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) se habrán duplicado con respecto a las que había antes de la Revolución Industrial. El tránsito hacia una sociedad libre de combustibles fósiles afecta a intereses corporativos muy importantes y las reacciones contrarias al cambio son intensas en ese sector. Es claro que un camino hacia el reforzamiento de las bases de este sistema capitalista, dejando de lado la intervención a las políticas de las megacorporaciones, principales responsables del daño, y respetando el libre mercado de los oligopolios, presupone una cierta sumisión a los acontecimientos futuros, reivindicando lo “natural” del proceso y dictaminando un final catastrófico para el planeta entero.
Evaluar la magnitud de la crisis ambiental actual lleva a la conclusión de su imposible resolución dentro del modelo de consumo energético actual y el sistema de producción imperante. No hay salida capitalista a un problema que el capitalismo ha generado y que profundiza aceleradamente. La “revolución verde” o las energías limpias, gestionadas bajo la lógica de la expoliación del planeta y la maximización de ganancias son discursos inocuos. El cambio del paradigma capitalista no solo es necesario sino urgente. El mismo, desde luego, no se resuelve en las urnas. Y tampoco será el logro de ningún candidato presente ni futuro. Hace falta una toma de conciencia y, sobre todo, una lucha frontal contra los detentadores de ese poder real que decide seguir expoliando al mundo. Por eso, es urgente empezar, cuanto antes, a hacer de esa toma de conciencia una práctica cotidiana, prefigurativa, ascendente y, por qué no, que se exprese también en las urnas. Somos parte de ese planeta que está en crisis, no nos demos por desentendidos. Exijamos a los políticos posturas verosímiles que conlleven transformaciones. Asumamos nuestra responsabilidad y usemos la instancia electoral para expresar un grito de conciencia (y no la irresponsable rabia, el desencanto o la aceptación pasiva del mal menor como salida).

Fuentes: Rebelión

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