«La ausencia de rabia en las mujeres es muy funcional para el sistema»
La periodista y escritora Ana Requena publica ‘Intensas’, un análisis sobre el nuevo ser histéricas y una reivindicación en toda regla de esta intensidad como motor de cambio para unas vidas más auténticas y alejadas de la culpa o la duda: En el trabajo, en las relaciones de pareja, en comidas familiares e, incluso, en conversaciones desenfadadas entre amigas hemos escuchado o pronunciado la frase “eres una intensa” o “quizá me pasé de intensa”. Esto último lo decimos con culpa, justificando que nos hayan dejado o que no nos hayan dado ese puesto de trabajo porque nos pasamos de la raya, porque cruzamos un límite marcado por la sociedad y que establece qué conductas nos están permitidas a las mujeres y cuáles no. El castigo a nuestra intensidad es la soledad y el rechazo, entre otros. Ser intensas supone marcar nuestros límites, expresar nuestros deseos, tomar nuestras propias decisiones y esto en un sistema marcadamente heteropatriarcal puede salir todavía muy caro.
Por Sara Plaza Serna
La periodista Ana Requena ha elegido este concepto para su segundo libro, “Intensas” en el que disecciona este término desde todas sus aristas y reivindica el poder transformador de esta intensidad. Porque, ¿cuál es el sentido si no se vive, se ama, se lucha intensamente?
En el libro se muestra cómo ser intensa es el nuevo ser una histérica. Sin embargo, intensa es un concepto más sutil, no tiene nada de malo de por sí, pero cuando te lo llaman no te lo tomas demasiado bien. ¿Crees que precisamente por ser más ambiguo es también más perverso?
La palabra intensa tiene una carga más perversa, al menos ahora mismo. Habíamos conseguido otorgar al histérica de un contenido muy negativo y muy misógino y aunque esa palabra se pueda seguir utilizando hoy en día, creo que ya se ha asociado de manera más general a un intento de desacreditar a las mujeres. En cambio, intensas es un término que no está ahora mismo asociado al descrédito de las mujeres, al machismo. Es un término de uso frecuente que las mujeres también llegamos a emplear, a veces incluso en tono de humor, y eso nos complica el conceptualizar la palabra como un término que sí está cumpliendo una función dentro del sistema machista. En realidad son términos que se han utilizado de manera similar, señalan a las mujeres que se salen de la norma, que sienten, que quieren decidir en sus propios términos y que no se adscriben a esos roles de género. Pero claro, el intensas aún nos suena dulce y cuando se recibe creo que para una todavía es complicado definir a qué se refieren y es difícil defender que te están haciendo algo malo, porque quien te lo dice te puede argumentar que esa palabra no tiene esa connotación negativa. Eso ahonda en nuestra duda y la duda es nuestra peor enemiga porque constantemente las mujeres estamos dudando de si lo que vivimos es real, de si tenemos motivos para enfadarnos, de si eso que nos ha pasado es grave… Recibir una palabra que a priori no tiene esa connotación creo que también profundiza en esa duda permanente hacia nosotras mismas y en un malestar muy difuso; y cuanto más difuso es nuestro malestar más nos cuesta concretar qué está pasando, qué está mal, cuál es la responsabilidad del otro y hasta dónde puede llegar la nuestra.
La intensidad tiene mucho que ver con la rabia y el enfado. Soy intensa porque en mitad de una cena contesto a un comentario machista, por ejemplo. Es muy interesante porque en el libro se dice que a las mujeres se nos ha prohibido el enfado, la rabia y muchas veces ocurre que no sabemos o no hemos sabido reaccionar ante esa rabia. Muchas veces, en mitad de una discusión en lugar de expresar nuestra rabia, lloramos.
El intensas tiene que ver con varias acciones, una es la de enfadarse, pero no solo, tiene que ver con expresar sentimientos, poner conversaciones encima de la mesa, querer decidir los ritmos de una… Pero sí, tiene mucho que ver con la rabia, la ira y el enfado. Me interesa mucho lo que se ha escrito porque leyendo a otras te das cuenta de que es un tema que tiene muchísimo que ver con la socialización femenina, con los roles de género y con que la ausencia de rabia de las mujeres es muy funcional para el sistema. No nos enseñan a enfadarnos porque las mujeres somos las guardianas del bienestar y creo que es muy perturbador cuando nos damos cuenta de hasta qué punto tenemos interiorizado ese rol. Ahí comprendes que tú te pierdes. Te das cuenta de que la ira tiene un poder transformador muy grande, individual y colectivo. La rabia y el enfado tienen mucho que ver con la revuelta feminista de los últimos años. Salimos a la calle porque nos enfadamos, también porque anhelamos cambios, pero la rabia es un motor de cambio en tu vida personal y en tu activismo, en lo que anhelas para tu comunidad y para tu sociedad. El enfado te pone en contacto con lo que te incomoda, con lo que no te gusta, con lo que quieres cambiar. Nos cuesta enfadarnos porque tenemos miedo que eso nos lleve a lugares de incertidumbre y de cambio. Tenemos miedo de enfadarnos en una relación personal porque tenemos miedo de que eso suponga acabar con esa relación o tener que reconfigurar nuestra vida personal. Puede suponer también en lo público tener un castigo social, que se nos tache como problemáticas, que se nos ponga la etiqueta de mujeres a las que es mejor no contratar, de mujeres desagradables o no deseables; y eso es lo peor que se le puede decir a una mujer o lo peor que puede sentir: que no es deseable ni querible para los demás. Como nos cuesta tanto expresar la ira y el enfado se nos mezcla mucho con otras emociones y por eso, por ejemplo, nos es tan difícil enfadarnos sin llorar o ser capaces de mantener el enfado o nos cuesta utilizarlo de manera productiva. Tenemos una relación muy complicada con eso, creo que colectivamente lo hemos solucionado más en los últimos años porque sí pienso que la ira y la rabia han salido a las calles y que probablemente ahora mismo tengamos un meollo de qué hacemos con nuestros enfados en nuestras vidas personales. Ahí nos sentimos probablemente más solas, no hay esa colectivización de la emoción.
Ahora que hablas de la rabia como motor de cambio, como herramienta para dinamitarlo todo saco el tema del #SeAcabó. Estamos viendo cómo estas mujeres intensas y exageradas por un beso han generado una oleada de rabia y sacado a la luz muchas de las violencias que se viven día a día.
Digo en el libro que hay quien se sorprende de hasta dónde puede llegar la indignación o la rabia de las mujeres porque creo que falta comprender el fenómeno en su totalidad. No es un gesto un día, son muchos gestos todos los días los que aguantamos las mujeres en nuestras vidas personales y los que vemos en el espacio público. El gesto de [Luis] Rubiales con Jenni Hermosoes intolerable y la reacción tan grande que se genera es de cansancio y de hastío. Por eso creo que se genera el hashtags #SeAcabó porque lo que queremos que se acabe no es un gesto concreto, queremos que se acabe una cultura que permanentemente permite y justifica que nuestros cuerpos sean tocables, piropeadles, que nuestro sentimiento esté siempre cuestionado, que nuestra voluntad parezca que no vale o que somos ciudadanas de segunda. Por eso nuestra palabra puede ser cuestionada constantemente. Esa es la cultura que queremos que se acabe y que de vez en cuando tiene gestos públicos que nos encienden aún mas o que representan esa cultura. Creo que el se acabó es contra una estructura y va más allá de Rubiales. Rubiales es ahora el símbolo, pero a partir de ahí, cuando las mujeres empiezan a compartir sus historias, lo que buscan es romper sus silencios personales y contribuir a un relato colectivo para que la gente sea consciente y para seguir ganando conciencia en una sociedad que sí creo que en los últimos años se está dando cuenta de que lejos de ser casos y comportamientos aislados se trata de un entramado que sostiene el sistema patriarcal en el que vivimos.
La escritora Gabriela Wiener dice “la teoría me la sé, pero cómo me la meto al cuerpo”. Te pregunto esto mismo, si sabiendo que este ser intensas no es más que reivindicarnos como sujetos que desean, que saben lo que quieren, ¿cómo hacemos para huir de ese miedo a que nos llamen intensas y ser rechazadas?
Cuando salimos a la calle a pedir cambios o a mostrar que estamos hartas estamos hablando de esa estructura en la que vivimos. Cuando nos toca enfrentarnos a los dilemas en nuestra propia vida no estamos hablando ya de un sistema en general sino de nuestras propias emociones, nuestros propios afectos, de nuestros miedos y de nuestras contradicciones. Probablemente tengamos que asumir que este es un trabajo que no va a terminar nunca y que es casi imposible para ninguna resolver absolutamente todos los conflictos y las incoherencias. Sí pienso que el feminismo te da herramientas para afrontar esos dilemas y esas decisiones con más seguridad y más respaldada, pero es un error pensar que por ser feminista no vas a cometer errores, no vas a meterte en relaciones tóxicas, no te vas a mostrar complaciente con los hombres, no vas a tolerar comportamientos terribles o no te van a pasar ciertas cosas que te van a hacer sentir mal. Todo esto va a seguir pasando porque vivimos en el mundo en el que vivimos. Tenemos que seguir dándole vueltas al amor, a las relaciones afectivas, tenemos que politizar aún más esos espacios. Hay que politizar el amor, la familia, la soledad y cómo nos estructuramos alrededor de todo eso. Ahí hay algo, por supuesto, de lo que el feminismo se ha encargado, pero creo que hay que seguir encargándonos más y que a veces hay algunos asuntos tan urgentes que se nos olvida o parece casi frívolo hablar de esto. No es para nada frívolo que hablemos de qué pasa en nuestras relaciones amorosas o lo que pasa en el sexo porque eso está totalmente enraizado con otros conflictos que luego tenemos que afrontar. Tenemos que asumir que todavía hay miedos muy asentados como, por ejemplo, el miedo a la soledad, el miedo a no tener quien te sostenga. Cuanto más presentes están estos miedos más difícil es tomar ciertas decisiones en tu vida. A veces nos quedamos en lugares jodidos porque creemos que es mejor eso que lo otro. Y es falso, lo que tenemos que hacer es ir rompiendo miedos colectivamente para que luego cuando te toque a ti tomar decisiones individuales sea un poquito más fácil, sabiendo que vamos a estar siempre ante dudas, conflictos e incoherencias.
Recuperas en el libro la frase de Kate Millet: “El amor ha sido el opio para las mujeres, mientras nosotras amábamos los hombres gobernaban”. Tiene también mucho que ver con la idea de la validación masculina que tenemos tan metida en nuestro interior y tan unida a nuestra autoestima. ¿Cómo podemos huir de la búsqueda de esta validación y alejarnos del miedo a la soledad o a la sensación de fracaso por no tener una pareja?
Rescato lo que dice Kate Millet, pero también otras autoras: Mona Chollet, bell hooks… porque al final la idea que se cierne sobre las mujeres que son intensas es que no van a encontrar el amor, que van a asustar a los hombres, que se van a quedar solas. Leyendo a estas autoras al final te das cuenta de que hay conclusiones comunes. Por un lado, que el anhelo de amor no es algo de lo que avergonzarnos. Podemos anhelar poder, cambio, revolución y eso no es algo que nos avergüenza, pero sí el anhelo de amor. Sí que tenemos que cuestionar qué hemos entendido por amor, qué lugar ocupa en nuestras vidas, qué sacrificios estamos dispuestas a hacer y cuáles son los miedos que utilizan contra nosotras para que no nos movamos de nuestro sitio en las relaciones afectivas. Otra de las conclusiones es que sólo estando cerca de una misma puedes vivir una vida auténtica y puedes tener amores más auténticos. Esta conclusión nos ayudaría a rebatir esos miedos que se ciernen sobre nosotras. Si al final tenemos que modificar tanto de nosotras para adaptarnos a las relaciones amorosas, ¿merecen la pena? ¿Pueden ser verdaderamente satisfactorias? Puede que en una cultura amorosa patriarcal sí porque nos están dando refugio, protección, estatus, pero ¿queremos ese refugio o preferimos no renunciar a lo que una es y a lo que es importante para una?
Quiero destacar una frase del libro: “Tenemos derecho a sentir en nuestros propios términos. Tenemos derecho a pedir lo que queremos. Tenemos derecho a reclamar lo que necesitamos”. ¿Por qué nos cuesta tanto reclamar esos derechos? O, yendo más allá, ¿por qué a veces ni siquiera sentimos que tenemos esos derechos?
Hemos aprendido a minusvalorar tanto nuestras necesidades que, primero, en cuanto alguien las satisface mínimamente nos creemos que está haciendo algo heroico cuando está haciendo lo mínimo que se espera de una persona que se comporta bien; y lo segundo es que nos cuesta identificar a qué tenemos derecho y qué podemos reclamar. Si constantemente nos están diciendo que lo que nos pasa no tiene sentido será más complicado identificar que eso que hemos normalizado no lo es y reclamar e imaginar un escenario diferente. Hay todo un entramado que desde que somos pequeñas nos invita a invalidar nuestras propias emociones, menospreciar nuestras propias experiencias y, por supuesto, quitarle importancia a todas las agresiones que sufrimos. Si creces así, por mucha deconstrucción que hagamos, es muy difícil estar sin dudas sobre lo que una quiere, necesita y a lo que una tiene derecho. Por eso la duda está tan presente en la vida de las mujeres, por eso dudamos tanto de nosotras mismas, porque nos han enseñado a hacerlo. Cuando nos agreden pensamos: ¿ha sido una agresión de verdad o no? ¿He contribuido yo o no? El foco siempre ha estado en nosotras y siempre se nos ha cuestionado. Pasar de ese estado de duda y normalización a tener claro que tenemos derechos en lo individual y lo colectivo es un salto muy grande que hacemos, pero cuesta mucho mantener sin que aparezcan esas lucecitas interiores que nos cuestionan. Por eso la palabra intensa tiene tanto efecto en nosotras, porque tenemos esa voz inoculada. La sociedad nos ha generado un complejo colectivo de intensidad porque constantemente nos están diciendo que nuestras demandas no tienen sentido. Ese el mensaje constante que tenemos de fondo en nuestras vidas y a partir de ahí creo que es increíble lo que consigue el feminismo y la fuerza colectiva de las mujeres, porque lo otro está tan enraizado en nuestras vidas que lo extraordinario es todo lo que hemos conseguido para quitarnos este complejo.
¿Crees que ha llegado el momento de reapropiarnos del concepto o de reivindicar el ser intensas?
Una estrategia feminista ha sido la de reapropiarnos de términos con los que han intentado avergonzarnos o callarnos. Mi propuesta con Intensas es hacer lo mismo en este caso. Si la intensidad es algo que nos reprochan porque implica retar los límites, lo que se espera de nosotras, entonces puede ser una estrategia feminista para llegar allí donde nos dicen que no deberíamos llegar. La intensidad es una estrategia para estar en contacto con lo que queremos y con lo que no queremos en nuestras vidas personales y en nuestra lucha colectiva. Reivindico la intensidad como un motor. Realmente si nos paramos a pensar qué es la intensidad creo que es un motor interno superpoderoso que nos hace estar en contacto con lo que una siente, con lo que una desea, con las emociones propias y eso no puede ser otra cosa más que algo bueno. Es un motor que nos puede llevar más allá en nuestras reivindicaciones y también que nos puede llevar a tener vidas que se acercan más a las que nos gustaría vivir. Así que sí, para mí es una reivindicación absoluta de la intensidad como estrategia feminista. No creo que haya nada de lo que avergonzarnos, creo que tenemos derecho efectivamente a canalizar nuestros deseos, necesidades y emociones y sentirnos acompañadas en ese proceso.