Una reserva de agua en la frontera entre la tierra y el aire y un libro en honor al musgo
Era uno de los mejores momentos del año. A mediados de diciembre, nos internábamos por los senderos húmedos y sombríos del bosque y llenábamos con cuidado una cesta de musgo para decorar el pesebre de Navidad. Lo mejor no era pasar una tarde en la naturaleza, que también, sino el olor a tierra antigua que entraba en casa de la mano del musgo. Cada mañana y cada noche, lo rociábamos con agua para mantenerlo vivo, pero con el paso de los días iba perdiendo color y vigor. Sin remedio. Al final de las fiestas, acababa siempre en la basura. Todavía recuerdo el día que mi padre dijo: “este año no hay musgo, está prohibido cogerlo”. Me puse triste, pero menos mal.
Juan Samariego
Los musgos son el grupo de las primeras plantas que conquistaron la Tierra, los herederos de un planeta ya casi desaparecido. Pertenecen, también, a ese grupo de seres vivos que habita en la frontera entre el aire y el suelo, en la fina línea en la que se intercambian los químicos de la atmósfera y la tierra, donde apenas sopla el viento y el clima es muy distinto del que tenemos a metro y medio de la superficie. Allí, en el universo de las grietas y los recovecos sombríos, los musgos son los reyes. Y, sin embargo, casi siempre pasan desapercibidos a nuestros ojos. De hecho, la mayoría de los musgos no tienen nombre común, solo se los conoce por la denominación científica.
Por suerte, la botánica Robin Wall Kimmer, docente distinguida en el SUNY College of Environmental Science and Forestry de Nueva York, lleva toda su vida estudiándolos. Su ensayo Reserva de musgo. Una historia natural y cultural de los musgos lo publica ahora en español Capitán Swing, aunque lleva dos décadas acercando al público angloparlante la importancia de lo diminuto. En sus páginas entendí, muchos años después, por qué mi familia decidió dejar de recolectar musgo en navidad. Y cómo la historia de los musgos y su mundo nos dice mucho más de nosotros de lo que podríamos imaginar.
Inmunes a la sequía
¿Dónde crece el musgo? La primera respuesta que nos viene a la mente es clara: en lugares húmedos y oscuros, donde siempre hay agua. Sería bastante acertada. Los musgos no pueden realizar la fotosíntesis y, por tanto, crecer y cumplir con el resto de sus funciones cuando están secos. Y, sin embargo, los musgos son inmunes a la sequía, su vida no se acaba cuando no tienen agua, solo se interrumpe de forma temporal. Algunas especies pueden perder el 98% de su agua y sobrevivir. Otras han llegado a aguantar 40 años olvidadas en un laboratorio para revivir inmediatamente tras ser sumergidas en agua.
A pesar de esta gran resistencia a la sequía, prefieren evitarla. Todo en los musgos está diseñado para retener el agua al máximo y vencer las demandas continuas de la evaporación. Algunas especies funcionan como una esponja y son capaces de acumular más de 30 veces su peso en agua. Otras muestran una increíble tolerancia al estrés hídrico y obtienen el agua directamente del aire. De todo esto se aprovechan muchas otras especies animales, que sacan partido a los microclimas húmedos que generan los musgos. Y todo ello sucede a un ritmo muy lento, ya que la mayoría de especies de musgo no cercen a la velocidad que nos tienen acostumbradas el resto de las plantas.
Con su lentitud y su pequeño tamaño, los musgos juegan también un papel fundamental en el ciclo de carbono de la Tierra y en la lucha contra el cambio climático. Un estudio reciente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha demostrado que los musgos del suelo proporcionan muchos servicios ecosistémicos asociados con el ciclo de nutrientes, la descomposición de materia orgánica y el control de patógenos vegetales. Según la investigación, los suelos cubiertos por musgos pueden almacenar alrededor de 6.430 millones de toneladas más de carbono que los suelos desnudos.
Los musgos nos sirven, además, de alarma ante el aumento de la contaminación atmosférica. Sus hojas diminutas están desprotegidas, ya que están compuestas por una sola capa de células, lo que hace a la mayoría de especies vulnerables a contaminantes como el dióxido de azufre. Por eso, tal como explica Robin Wall Kimmer, muchas especies han desaparecido de las ciudades. Por eso también la presencia de musgo saludable en el entorno es un buen indicador de la limpieza del aire en la zona.
“Si los bosques pronunciaran oraciones, sospecho que irían dirigidas a los musgos”. Esta frase de la autora, miembro de la nación indígena potawatomi, no empieza ni termina el libro. Ni siquiera sirve para abrir un capítulo. Está perdida entre historias de musgos, anécdotas personales y muchas páginas de sabiduría científica e indígena. Y, sin embargo, resume muy bien el espíritu del ensayo Reserva de musgo. Quizá nosotros, que sí somos más dados a las oraciones, deberíamos dirigirlas también a estas plantas diminutas que llevan cientos de millones de años dando forma al planeta.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/reserva-musgo-robin-wall-kimmer/