PROTESTAR ES MALO





Por: Carlos Pérez Alvarado


Muchas personas, me consta, cada vez que se topan con alguna manifestación en el centro de la ciudad, reaccionan de muchas formas, sin embargo se destacan algunas más reaccionarias que otras. Si de la nada se les aparece una marcha de la Anef, no falta el que comenta; “¿qué alegan tanto esos, que tienen tremendos sueldos y trabajan hasta las 17:18 Hrs.?”. Otros se molestan porque el paso de la caravana de manifestantes, con lienzos y gritos, cortó el tránsito normal en las calles céntricas, por donde se desplazan esos conductores con el fin de recoger a sus hijos estudiantes desde la misma puerta del Colegio, o bien porque les interrumpió el camino de 4 ó 5 cuadras, desde la oficina al banco, donde tiene que ir a hacer un depósito urgente aprovechando la hora de colación.
Por supuesto hay gente que llega a los consultorios sin haber escuchado en ninguna parte que se ese día se iba a desarrollar una jornada de paro y maldice a esos profesionales “que sólo cuidan sus propios intereses”, como suelen decir. No falta la familia que el mismo día que viaja a la Argentina va a sacar el carné para su hijo menor y se encuentra con las oficinas cerradas y empapeladas de consignas y demandas.
Esto ocurre en todo Chile, no sólo en Aysén. Así se puede comprobar con frecuencia gracias a las noticias de los medios de comunicación que, supuestamente, nos debieran informar con independencia. Pero no es así. Sobre todo la TV y la prensa escrita (controlada en un 85% por sólo dos grupos económicos, El Mercurio y Copesa) se dedican abiertamente a criticar y a desacreditar los movimientos sociales entregando un enfoque parcial en el que las víctimas únicamente son los modestos chilenos que se ven afectados por la falta de atención en alguna oficina del Estado o, también, en una empresas privadas.
En otros casos, el evidente manejo que hacen de los acontecimientos, ha incentivado la criminalización de las protestas, exagerando los actos de violencia o destrozos que desgraciadamente –a veces- se producen en estas movilizaciones y cuyos orígenes siempre quedan en la nebulosa y muy pocas veces se encuentran a los responsables. Sólo recordemos la manera en la que se enfocó el inicio de la revolución pingüina, el año 2006, en la que desde el principio se intentó instalar la idea de que los estudiantes secundarios eran unos simples cimarreros, desordenados y violentos sin prestar la más mínima atención al contenido de sus demandas, sino hasta que las marchas se extendieron por todo el país y llegaron a juntar centenares de miles de participantes.
También es costumbre minimizar, incluso ridiculizar, los niveles de convocatoria que estos movimientos consiguen. Por ejemplo, si antes para la Concertación los paros de la salud, según sus cuentas, concitaban un respaldo paupérrimo del 10% y para la oposición era del 90%, hoy día sucede justamente al revés. O, si “apenas” 500 personas marcharon por PSR el sábado último, no consideran que si eso es cierto, proporcionalmente ese porcentaje de gente que desfiló por las calles de Coyhaique correspondería a unos 50 a 60 mil personas en Santiago, lo cual –lógicamente- se notaría.
 
No cabe ninguna duda que, hasta ahora, quienes han querido ocultar, criminalizar o minimizar las protestas sociales han tenido un enorme éxito; Han conseguido instalar una cultura poco solidaria en la que a la gente bien poco le importan las demandas del resto de los chilenos. Han logrado que prácticamente no existan posibilidades de conocer lo que ocurre en otras partes del país donde se viven otros conflictos que merecerían mayor atención. Inclusive han conseguido que los trabajadores chilenos ya no se sindicalicen y mediante leyes y normativas que favorecen casi exclusivamente a los grandes intereses empresariales, han reducido la tasa de sindicalización a apenas un 11% del total, entre otras acciones que apuntan definitivamente a que Ud. no proteste, no reclame, no alegue. Porque es malo, porque no se justifica o porque nada se consigue con protestar.
Quienes quieran hacernos creer que vivimos en un país perfecto, obviamente, están muy equivocados o, derechamente, no lo quieren aceptar ¿no le parece?


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